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Los Valles, Coventry

Provincia de Coventry, Alianza Lirana

21 de abril de 3058

Si todavía hubiera pilotado el Penetrator, Doc habría disparado al BattleMaster del coronel Wayne Rogers.

—Coronel, no me importa si los Halcones de Jade están decorando las calles con estandartes y repartiendo cerveza fría entre los Dragones. Se supone que no podemos avanzar hasta que la general Niemeyer nos comunique que la fuerza de Buckler ha establecido contacto. No sabemos dónde ni qué nos encontraremos.

—Para eso está su pequeña compañía de exploración, Trevena —dijo mientras apuntaba hacia el sur con el cañón proyector de partículas del puño derecho del BattleMaster—. Los Halcones están cayendo en Port Saint William. Si va delante de nosotros, sabremos las fuerzas que hay y podremos prepararnos para ellas.

Pero no te detendrás. Doc sabía que Rogers le gastaría alguna broma estúpida. Y no es que el hombre lo fuera, pero no podía pensar con claridad cuando se trataba de los Dragones. Cuando éstos revelaron sus verdaderos orígenes como antiguos miembros de los Clanes, Rogers y sus tropas intentaron formar una coalición mercenaria para destrozarlos. Aunque se había calmado un poco en ese sentido, estaba tan obsesionado con demostrar que sus hombres eran comparables a los Dragones que su deseo se exacerbó como el viento aviva las llamas.

Los Ocho Locos no eran mucho mejores. Su comandante, el capitán Symerious Blade, no tenía nada en contra de aquéllos, pero parecía estar dispuesto a dejarse llevar por Rogers. Los Ocho se mantuvieron alejados de los Dragones durante la mayor parte del tiempo, y cuando finalmente se enfrentaron a ellos, tenían casi tantas ganas de provocar una lucha como los Soldados de Waco.

Shelly Brubaker se echó a reír cuando Doc le explicó sus preocupaciones sobre Rogers.

—Es seguro que hará alguna estupidez. Por eso, nos referimos a ellos como los Soldados de Wackoide y, por eso, se quedarán en los Valles mientras nosotros luchamos.

Doc lanzó un suspiro y encendió el micrófono.

—Coronel, permítame una pregunta. Si sale ahí afuera e informa de que todos los Halcones de Jade del planeta quieren arrancarle la piel no se retirará, ¿verdad?

—No me gustan las hipótesis, Trevena —gruñó Rogers—. Lleve a sus tropas hasta allí, recorra el río y dígame lo que tiene.

—Consígame una orden de la general Winston y está hecho.

El CPP del BattleMaster apuntó a la cabina del Centurión.

—Cumplirá mis órdenes, chico, porque pertenece a mi unidad. Ahora muévase.

—Sí, señor, coronel —dijo Doc, poniendo el ’Mech en marcha—. Espero y deseo que todo salga bien ahí afuera porque cuando todo esto acabe nos enfrentaremos cara a cara y le daré tal paliza que quedará reducido a mi opinión sobre usted.

—Hombres mejores que usted lo han intentado antes, Trevena.

—Si no pudieron hacerlo, coronel, no eran mejores.

Doc y sus tropas se dirigieron al sur por la orilla del Ridseine en una fila de unos dos kilómetros de longitud. Avanzaban por las colinas que daban fama a los Valles, pero el terreno se fue alisando hasta convertirse en prados cubiertos por los primeros brotes de hierba de Coventry. Los altos árboles que en el pasado habían servido de barreras contra el viento y líneas divisorias obstaculizaban el campo de visión y los limitaban a tan sólo tres o cuatro kilómetros de visibilidad en todas direcciones.

A Doc no le gustaba todo aquello. Como los árboles crecían paralelos al río a un kilómetro de la orilla, no siempre podía ver el final de la fila que él e Isobel Murdoch aseguraban con los ’Mechs más pesados. La lanza de Andy Bick era la última, y aunque Andy se había convertido en un comandante bastante bueno, Doc temía que pudiera pasar por alto algo importante. Por supuesto, Andy ha vivido más combates que yo hasta ahora, así que supongo que tendré que confiar en él.

Doc oyó unas interferencias por radio.

—Aquí Buckler llamando a Dagger.

La voz de Rogers contestó a la llamada, una voz mucho más fuerte de lo que Doc habría deseado.

—Aquí Dagger. Adelante, Buckler.

—Tenemos contacto en el sector 2843.

—Espere, Buckler. Dagger va en camino.

Doc echó un vistazo a su monitor auxiliar.

—Dagger, aquí Scabbard. El sector 2843 se encuentra a quince kilómetros al sur de mi posición actual. Necesitaremos una hora para llegar allí.

—Buckler no tiene una hora, Scabbard. Mi fuerza llegará antes.

Doc vio a los Soldados de Waco avanzando a través de la fila de árboles de su arco de popa con los Ocho Locos agrupados más cerca del río.

—Dagger, acaban de comunicar contacto. Tenemos órdenes.

—Sí, bien, los planes de combate nunca sobreviven al contacto con el enemigo. Mueva a su gente. Vamos allá.

—Sea razonable.

—Será mejor que ayude, Buckler.

Doc abrió la frecuencia táctica de los Titanes.

—Titanes, escuchad. Aumentad la velocidad a sesenta clics. Repito: seis cero clics. Cuando lleguéis al río mantened una fila. Murdoch, tienes vía libre.

—Entendido, Doc.

Los Titanes se adelantaron, y su fila se fue encogiendo hasta alcanzar la velocidad máxima del miembro más lento, el Hunchback de Murdoch. El hecho de que el Hunchback diese golpes contundentes lo convertía en un buen ’Mech cuando se trataba de viajar por zonas peligrosas donde no sabían lo que les esperaba. El Centurión de Doc también golpeaba con fuerza en una batalla cerrada, una habilidad que él creía que sería necesaria porque no era muy probable que una fuerza del Clan se distanciase de sus exploradores.

Encendió la frecuencia que utilizaba la fuerza de Mace, pero no pudo contactar ni con la general Winston ni con Shelly Brubaker. ¡Esto no me gusta! ¡Esto no me gusta nada! Podía sentir el desastre tras la siguiente arboleda o tras la que había después de ésa. Sus Titanes, en sus pequeños ’Mechs moteados de varios colores, atravesaron con coraje la primera barrera y se adentraron en la segunda, mientras los Soldados de Waco alcanzaban un frente de casi un kilómetro de anchura. Los Soldados, con una pintura uniforme marrón y verde oliva y estrellas azules y rojas en los torsos y los brazos, ofrecían un panorama digno de contemplar a medida que se alejaban. Incluso los ’Mechs desiguales y estridentes de los Ocho Locos se unían al majestuoso avance.

Supongo que los Halcones no se dejarán impresionar.

—Contacto, Doc —dijo Andy sin el tono de duda con el que hablaba cuando Doc lo conoció—. Aumentando la velocidad.

Doc se dio cuenta de que estaba en lo cierto: los Halcones tenían una pequeña estrella de exploración frente a su cuerpo principal. Cinco Baboons lanzaban salvas de misiles de largo alcance a los Titanes, pero la velocidad de los ’Mechs más ligeros arruinó el objetivo de los Clanes. Los dos que habían apuntado al Centurión y al Hunchback dieron en el blanco, pero el daño fue mínimo. Doc giró el ’Mech hacia la izquierda para evitar que los misiles impactaran en la cabina, y tuvo que esforzarse para que no diera un giro completo mientras otros misiles golpeaban el brazo y la pierna izquierda del ’Mech.

—Bel, ¿estás bien?

—Sí, cabeza y hombros, pero estoy bien. Lo tengo a tiro.

El cañón automático instalado en el hombro del Hunchback vomitó fuego y metal hacia uno de los ’Mechs achaparrados y de brazos largos. La corriente de balas carcomió el brazo del Baboon desde la muñeca hasta el hombro y atravesó la juntura. El brazo retorcido y roto del ’Mech salió disparado cuando el fuego del cañón automático se insertó en el lado izquierdo del pecho, y no dejó más que una fina capa de blindaje en la espalda.

Doc colocó el retículo sobre la silueta del ’Mech que le había disparado, pulsó los láseres medios del pecho del Centurión y causó profundas heridas en el blindaje que protegía el corazón del Baboon. El cañón automático del brazo derecho del Centurión también arremetió contra la máquina del Clan. La lluvia de proyectiles de uranio reducido golpeó el lado izquierdo del pecho y rajó la armadura en largas tiras. Los proyectiles siguieron cayendo sobre el pecho del Baboon y alcanzaron las estructuras internas.

Doc no se sorprendió con el daño que él y Murdoch causaron a los dos primeros Baboons, pero el feroz ataque que sus ’Mechs ligeros proporcionaron a los otros lo dejó completamente estupefacto. La lanza de Bick dejó a su objetivo fuera de combate. Abrió el pecho, rasgó las piernas y fundió el brazo izquierdo del Baboon. Las otras dos lanzas acabaron con sus objetivos con la misma eficacia y rodearon y dispararon a los otros dos Baboons antes de que Doc e Isobel pudieran acortar la distancia que los separaba de ellos.

Los Soldados de Waco dejaron a los Titanes atrás y entraron en un campo verde, rodeado a tres bandas por dos kilómetros de álamos. Doc echó un vistazo entre los árboles antes de que los Soldados se adentrasen en la zona y le pareció que todo estaba en calma, ciego ante la evidencia del peligro que acechaba a los pies de su ’Mech. Incluso el destello de luz sobre el metal en la última hilera de árboles parecía tener una explicación lógica, aunque en el fondo sabía que los Soldados de Waco estaban sentenciados.

El coronel Rogers y sus tropas alcanzaron el lugar de los hechos aproximadamente un minuto y medio después de entrar en el campo. En algún lugar tras la última fila de árboles, las naves de los Halcones empezaron a lanzar miles de misiles de largo alcance. Las explosiones crearon una pared de llamas al frente de la formación de los Soldados. El humo procedente de la barrera de fuego nublaba la visibilidad de Doc desde su posición, pero sabía que los Soldados habían sido derrotados.

—Doc, tenemos compañía hacia el oeste.

—Entendido, Julián —dijo Doc, girando hacia la derecha al advertir el movimiento y las siluetas de los ’Mechs. Volvió a encender la radio—. Dagger, aquí Scabbard, salga de ahí. Es una trampa. Repito: trampa. Los ’Mechs se dirigen hacia allí desde el oeste.

El coronel Rogers no contestó.

—¿Qué hacemos, Doc? —preguntó Isobel en un tono de preocupación que disimulaba él miedo que sentía.

—Titanes, volved al norte. Cuando lleguemos a Shallot Ford, cruzaremos y nos dirigiremos a Leitnerton.

—No podemos dejar a los Soldados, Doc —dijo Andy Bick.

—Lo siento, Andy, pero si los seguimos lo único que conseguiremos será la muerte —dijo Doc, girándose hacia la posición de los Soldados mientras los primeros ’Mechs de los Halcones entraban en combate—. Tenemos que llegar allí donde podamos comunicar a Mace lo que está ocurriendo.

—Pero Doc…

—Sin rechistar. Es una orden —dijo Doc, girando su Centurión—. Antes no nos dejaron hacer nuestro trabajo y ahora no podemos hacer nada por ellos. Morir con ellos no ayudará a nadie, pero alertar a los otros sí. Si alguno de los Soldados o de los Ocho sale con vida lo ayudaremos, pero eso es todo lo que podemos hacer, ¿entendido?

Doc habló en el tono más convincente que pudo, y sus lanzas dieron media vuelta y formaron a su alrededor. Son buenos chicos. Confían en lo que les digo. Tan sólo espero que lo que les he dicho sea cierto.