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Leitnerton, Coventry
Provincia de Coventry, Alianza Lirana
12 de mayo de 3058
—Bastante deprimente, ¿no?
Doc Trevena bajó los prismáticos y se giró. Sonrió al ver a Shelly Brubaker descender por la escalera que conducía a la azotea del edificio que los Titantes utilizaban como sede.
—Sí, pero más que deprimente es chocante y frustrante.
Doc le pasó los prismáticos, y ella contempló el gran semicírculo en el que los Halcones de Jade se habían atrincherado alrededor de la posición de la Alianza.
—Las cosas no cuadran.
—¿Como por ejemplo?
—Los Soldados de Waco.
Shelly le puso una mano sobre el hombro derecho para alentarlo.
—Lo que le ha ocurrido a Rogers y a su tropa no ha sido culpa tuya. Aunque te hubiese dejado hacer tu trabajo sólo habrías encontrado la fuerza pesada, que resultó estar donde esperábamos: La galaxia que se alejó y dio media vuelta habría atacado igualmente a los Soldados por el lateral. Es imposible reaccionar ante un asalto así. Si te hubieses quedado tú y tus tropas, habríais muerto o estaríais capturados ahora mismo. Los supervivientes de los Ocho Locos tuvieron suerte de que los esperaras y los ayudaras a escapar.
—Gracias —dijo Doc con un suspiro—. Parte del problema es que muy en el fondo no me siento mal por haber sacado a mi gente de allí. Me siento más leal a ellos que al coronel Rogers.
—Es que a él no le debías ninguna lealtad porque no os respetaba, ni a ti ni a tus tropas. Puedes estar seguro de que si las cosas hubiesen ido como esperábamos, tus Titanes habrían aparecido en la historia de la unidad de Waco como «guías indígenas». Merecen tu lealtad porque han puesto más de su parte por hostigar y bloquear a los Halcones que el resto de nosotros.
Doc se permitió una burla.
—Si no recuerdo mal, los Titanes anunciaron el peligro cuando sacaste a tu Regimiento Delta del asalto a las tierras del norte, te dirigiste al noroeste y apareciste para arremeter contra los Halcones. Si no los hubieras atacado y retenido, habríamos perdido nuestra base. Los Halcones no esperaban aquel ataque y es seguro que los dejó de piedra.
Shelly sonrió y le devolvió los prismáticos.
—Eres un adulador, Hauptmann Trevena.
—Decir la verdad no es adular, coronel Brubaker —dijo Doc, sonrojándose tras el comentario—. Perdóname, no ha sonado como quería.
Shelly se encogió de hombros con los ojos chispeantes.
—A mí me gusta cómo ha sonado.
—¡Hummm…, hummm! —vaciló Doc cada vez más sonrojado—. ¿Por qué tengo la sensación de que me estoy metiendo en un pozo sin fondo?
—Te ayudaré a salir —dijo Shelly con un guiño—. Eres un hombre inteligente, Doc. Puede ser que no tengas mucha experiencia en combate real y, por supuesto, no hay nada que hacer al respecto, pero no has rehuido la batalla. Has descubierto lo que puede hacer tu unidad y has utilizado su habilidad y destreza para conseguir lo que has podido. Eres realista y, sin embargo, estás dispuesto a tomar ciertos riesgos. Eres reflexivo, pero no haces una montaña de un granito de arena. Estas cualidades me parecen bastante atractivas, y la percha tampoco está nada mal.
Doc se agachó al borde de la azotea.
—Explícaselo a mi mujer.
—¿Mujer?
—Ex mujer, supongo —dijo Doc, encogiéndose de hombros—. Creo que los papeles del divorcio están en la oficina de Port Saint William esperando a que yo los firme.
La oficial de los Dragones se lo quedó mirando.
—¿Tu mujer quiere el divorcio? ¿Por qué?
—Tú has dicho que soy reflexivo. Supongo que mis reflexiones no la incluían a ella lo suficiente, así que Sandra se buscó otro amigo. Como el traslado aquí habría puesto en peligro su relación, Sandra decidió quedarse mis pertenencias para ahorrarme el problema de tener que enviármelas.
—Vaya estupidez.
—Sí, para que luego digas que soy inteligente.
Shelly le dio un golpecito en la nuca.
—No me refiero a ti, sino a ella.
—Así sobrevive el corazón de un hombre: diciendo que su ex no sabe lo que se pierde.
—Está claro que no, Doc, y tú eres lo bastante inteligente como para saberlo —dijo Shelly, inclinándose hacia él para darle un beso en la mejilla.
Doc esbozó una sonrisa.
—¿Los mercenarios no tenéis normas en contra de la confraternización con fuerzas indígenas?
La oficial se apartó de él y sacudió la cabeza.
—Ya nos conoces: una conquista después de cada conquista. Además, tú eres un oficial. Contigo no podría confraternizar, sino contactar.
—Eso ha sonado casi respetable.
—Te puedo asegurar que no lo sería en absoluto.
—Tanto mejor —dijo Doc, poniéndose en cuclillas—. Pero aún lo sería más si tuviéramos una conquista que celebrar.
Shelly se arrodilló a su lado.
—Estoy de acuerdo, pero no creo que sea posible. Estamos bajos de municiones y no podemos reunir fuerzas suficientes para atravesar la línea de los Halcones sin poner la nuestra en peligro.
Doc entrecerró los ojos.
—La fuga no es imposible —dijo señalando hacia donde la línea del Clan coincidía con las Cross-Divide—. La cadena de cavernas y túneles que pasa por debajo de las montañas va mucho más allá de su línea de frente.
—Y los Halcones lo saben muy bien. Por eso, detonaron las entradas.
—Sólo las que conocían. Podemos ir hasta el final de sus líneas y colocarnos en la retaguardia —dijo Doc, frotándose los labios con la mano y dejando los prismáticos en el suelo—. Si mis cálculos son correctos, cuando lleguemos podemos darles una buena paliza.
Shelly lo miró de cerca.
—¿Y cuáles son tus cálculos?
—Vale, imagina que el ataque a los Soldados de Waco es una anomalía.
—Hecho.
—He pasado mucho tiempo estudiando las tácticas del Clan, su filosofía y todo lo demás, ¿sí? Ellos ensalzan el orgullo y el honor de la lucha hasta el punto de que la lucha arriesgada, a veces, sustituye a la lucha prudente. Eso sí, si miramos la estructura de los ataques sencillos seguidos por una falta de explotación de la victoria, creo que los guerreros intentan más demostrarse algo a sí mismos que a nosotros. Si ahora nos atacan un poco, tendrán la oportunidad de atacarnos luego un poco más, y así acumular muestras de bravura y habilidad.
Shelly adoptó una expresión neutral antes de arquear las cejas.
—Y por lo tanto, los Soldados serían un ejemplo de que se han pasado, ¿no?
—Tal vez, aunque creo que podría tratarse de guerreros muy seguros de sí mismos, que han puesto el listón alto a los demás —dijo Doc, girándose hacia ella y colocando ambas manos sobre sus hombros—. No sólo eso. Creo que los Halcones eliminaron a los Soldados de Waco para que el resto de nuestra fuerza fuera la mejor oposición posible. La destrucción de los Soldados ha sido una fuerza motivadora para nosotros; sin embargo, también nos sentimos aliviados de que hayan desaparecido. Las pequeñas victorias contra los Dragones son mucho más importantes que una gran victoria sobre los Soldados de Waco.
Shelly esbozó una leve sonrisa.
—Ya veo. La razón de que los Halcones no nos hayan atacado todavía es que necesitan conservar a los rivales más fuertes.
—Exacto —dijo Doc, señalando hacia la línea de los Halcones—. Ahora mismo nos tienen donde ellos quieren. Ellos mandan, luchan tanto como quieren y se retiran para alardear y analizar lo que hicieron bien y mal.
—Y supongo que tú tienes un plan para fastidiarlos, ¿no?
—Eso creo. Whitting, la ciudad de donde sacaste a la última Milicia, es una posición perfectamente defendible, desde donde se puede dirigir la línea de aquí. Si atravesamos las montañas con dos fuerzas, una podría atacar el final de la línea mientras nuestro cuerpo principal sigue hacia el frente, y otra más pequeña, ligera y rápida podría entrar en Whitting y acabar con una parte del personal de mando de los Halcones. No los destrozaría, pero sí frenaría su avance.
La oficial de los Dragones asintió con convicción.
—Objetivos simples, limpios y limitados, pero alcanzables. No está mal para alguien que no ha sido más que un oficinista.
Doc le sonrió.
—Más adulaciones. Creo que me gustaría intentar el contacto.
—Estoy segura de que también podrías idear un buen plan al respecto.
Doc estaba a punto de contestar cuando oyó carraspear a alguien, y los dos se giraron hacia la escalera que había detrás de ellos.
Andy Bick, con las mejillas casi tan rojas como su pelo, tosió con timidez.
—Disculpen las molestias, señores, hummm…, señora, ah…
Doc hizo un guiño a Shelly.
—Adelante, Andy.
—Señor, hay alguien abajo a quien le gustará ver. Lo ha traído el cuerpo de seguridad de los Dragones. Es uno de los nuestros. Estaba AGEL.
Doc puso los ojos en blanco.
—No puedes estar ausente sin abandonar Leitnerton. No se puede ir a ninguna parte.
—No, señor, pero es un AGEL de Port Saint William. Lo encontraron entre los refugiados.
—¿A quién?
Bick esbozó una amplia sonrisa.
—Al teniente Copley, señor. Ha estado preguntando por usted.
Los dos soldados de los Dragones que había detrás de Copley se pusieron en guardia cuando Doc y Shelly entraron en la oficina de éste. Copley, sentado cómodamente en una silla, saludó a Doc casi sin inmutarse.
—Me alegro de verlo, Hauptmann. Ahora puede decirle a estos tipos que me dejen ir.
Doc frunció el ceño.
—¿Y por qué debería hacerlo?
—¿Ha olvidado nuestro trato?
—No; de hecho, lo tengo muy presente.
Copley miró a Shelly.
—Estoy seguro de que a los Dragones les encantaría saber lo que estaba haciendo.
Doc se cruzó de brazos.
—Coronel Brubaker, supongo que recuerda que le hablé de un intendente ladrón que teníamos en la unidad. Le expliqué que era un mentiroso compulsivo al que no habíamos visto desde que nos fuimos de Port Saint William.
Shelly hizo un gesto de asentimiento.
—Yo nunca creería nada de lo que dijera; sobre todo, si es por propio interés.
Copley se enderezó en la silla.
—Vaya, eso está bien, Doc. Es más agudo de lo que creía.
—Hay instrumentos desafilados más agudos de lo que usted creía que yo era, Copley —dijo Doc mientras sentía que algo empezaba a martillearle el cerebro—. Coronel, el teniente aquí presente me propuso una forma de hacer dinero que consistía en robar propiedades del gobierno y declarar que se habían destrozado durante un entrenamiento. De ese modo, se podían revender en el mercado negro y convertirlas en beneficio neto.
—Está mintiendo, coronel. Ese era su plan —dijo Copley, refrenando sus impulsos y sonriendo con aire de suficiencia—. No era malo, pero tampoco perfecto.
Shelly sonrió a Doc.
—Sí que parece demasiado brillante para el señor Copley.
—No me conoce bien —dijo Copley con una carcajada.
Doc analizó el comentario de Copley y se quedó boquiabierto.
—Mi plan no era malo, pero usted lo perfeccionó, ¿verdad? ¡Maldito sea!
Copley se encogió en la silla.
—No sé a qué se refiere.
—Claro que sí. Debería haberme dado cuenta antes —dijo Doc, dándose una palmada en la frente—. Las unidades de guarnición de Port Saint William informaron de que no tenían suficientes municiones. Usted utilizó nuestro despliegue en la fundición como tapadera para duplicar las órdenes de suministros. Los Titanes obtuvieron lo que querían, pero los otros se quedaron sin material porque usted lo robó. Es más fácil creer que ellos destrozaron el equipo y las municiones en un ataque de los Clanes que durante un entrenamiento.
La mueca de satisfacción de Copley aniquiló su inocente expresión como ácido sobre papel.
—Ésa es una buena idea. Tal vez la próxima vez.
—¿Qué le hace creer que habrá una próxima vez para usted, teniente? —preguntó Doc, mirándolo con dureza y bajando ligeramente el tono de voz—. Creo que sabe dónde hay un almacén de armas, municiones y otras provisiones. Si quiere seguir con vida para una próxima vez, dígame dónde está.
Copley sacudió la cabeza.
—Me atengo al artículo tres del Código de Justicia Militar de la Alianza Lirana. Tengo derecho a un abogado.
—Olvídese de abogados, Copley. No creo que le sirvan de ayuda en este momento —dijo Doc, agarrando al hombre por la túnica—. A ver qué le parece esto. Le vimos por última vez en Port Saint William, que ahora es una fortaleza de los Halcones. Hemos oído que tienen oficiales cautivos en su prisión. El hecho de que usted esté aquí y sin uniforme me indica que ha decidido ofrecer ayuda y apoyo al enemigo por voluntad propia. Usted es un espía. Podría ordenar que lo mataran.
—Eso le proporcionará muchas provisiones, Si existen.
Doc lo soltó.
—Ésa es su peor alternativa, Copley.
—¿Tiene una mejor?
—Claro. Le compraremos las provisiones. Le daremos el cinco por ciento de su valor en el mercado negro.
—¿Qué tal el quinientos por ciento? —dijo Copley con una sonrisa—. Si no, puede comprarlas en otra parte.
—Yo me lo pensaría dos veces, señor Copley.
—¿Cómo dice?
—Con el regateo acaba de confirmar que tiene las provisiones guardadas —dijo Doc, chasqueando los dedos—. Tras un narco interrogatorio, nos proporcionará un inventario completo de todo y las pautas para conseguirlo.
Copley tragó saliva.
—Es un mercado de compradores —dijo Doc, sacudiendo la cabeza—. El cinco por ciento es más que suficiente.
—¿Cómo sabe que es suficiente?
—Es el cinco por ciento de algo; no, el ciento por ciento de nada.
Shelly esbozó una sonrisa.
—Déjeme intentarlo. Creo que podría conseguir que nos pagase por quitarle el material de las manos.
Copley palideció de repente.
—Está bien, el cinco por ciento. Puedo darle las coordenadas. Está en las cuevas, a un día de aquí aproximadamente.
—¡Sí! —gritó Doc antes de besar a Shelly—. Andy, lleve a Copley a la sala de cartografía, establezca la posición del lugar y prepare a los Titanes. Tenemos que apresurarnos.
—Entendido, Doc —dijo Andy, agarrando a Copley por el hombro y arrastrándolo hacia afuera mientras los dos Dragones los seguían de cerca.
Shelly dio una palmadita a Doc en la espalda.
—Bien hecho.
—Yo lo sujeté, y tú le diste las puñaladas.
—Buen trabajo en equipo —dijo con una leve sonrisa—. Iré a convencer a los demás de que tu pequeño plan de asalto tiene mucho mérito. Sacaré a mi Batallón Delta de la línea y lo prepararé para atacar a los Halcones por retaguardia mientras tú te diriges a Whitting.
—Parece un buen plan —dijo Doc con una carcajada—. Tengo ganas de seguir contactando.
—Yo también, Hauptmann Trevena —dijo Shelly antes de partir—, y de celebrar las victorias que están* por llegar.