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Nave de Descenso Trae Word

Boonville, distrito administrativo de Kentessee

Norteamérica, la Tierra

28 de febrero de 3058

La capiscolesa Lisa Koenigs-Cober se apretó el cinturón de seguridad que la mantenía inmóvil en el asiento de mando del Quickdraw y encendió la radio.

—¿Hay alguna posibilidad, señor Archer, de que pueda esquivar esas corrientes de aire en lugar de atravesarlas? —preguntó en un tono suave, pero suficiente para que no pareciera del todo una broma.

La Nave de Descenso de clase Leopard había dado un fuerte viraje.

—Si de mí dependiera, capiscolesa, no estaría en el aire ahora mismo. Podría sobrevolar esta tormenta, pero estamos utilizando el faro de los Lanceros para enfocar nuestro objetivo.

—Entendido.

Lisa lanzó un suspiro, que no era el primero del viaje. Evelena Haskell había solicitado su presencia como observadora en una última serie de ejercicios que demostraría que los Vigésimo Primeros Lanceros de Centauro estaban preparados para asumir el deber y firmar las cláusulas de contrato que les permitirían un aumento de sueldo. Lisa había intentado desentenderse e incluso había alegado la necesidad de recalificar en un combate en directo con su Quickdraw antes de final de mes, pero Haskell había señalado que los Lanceros ya habían entablado una lucha así y que la pondría a su disposición, invalidando de este modo su última excusa.

Lisa había aceptado unirse a los Lanceros fuera de Bowling Green al darse cuenta de que su reticencia se debía en parte a la desazón que había sentido durante los ejercicios de simulación con los Lanceros. Sin decir nada a Haskell, había llegado a la conclusión de que ella y sus compañeros de lanza obtendrían una mayor calificación si realizaban un combate en directo. Esperaba que si demostraba su habilidad recuperaría el orgullo que había perdido cuando los mercenarios aplastaron a sus tropas.

La llegada de una de las peores tormentas de invierno de la historia estuvo a punto de desbaratarle el plan. El aire caliente y húmedo del Caribe y el Atlántico había colisionado con un frente de aire ártico en la región central de Norteamérica y se había dirigido a la sede de ComStar en el cabo Hilton. Había descargado varios metros de nieve a ambos lados del río Misisipí, que probablemente se transformarían en inundaciones al llegar la primavera, y luego había seguido con fuerza hacia la Costa Este.

—Entiendo su reticencia a volar con este tiempo, señor Archer. Sólo intente no aterrizar demasiado pronto.

—¡Por supuesto! —contestó el piloto en un tono sarcástico, que se filtró en el neurocasco de Lisa con toda claridad—. Bastaría con que pudiera ver dónde aterrizar.

El monitor secundario de la cabina de su ’Mech se iluminó de blanco cuando Archer conectó la cámara externa.

—Hay una intensa blancura ahí afuera.

—Sí, y también tres metros de profundidad.

—¿Le han despejado alguna pista?

—Supongo que sí. Han encendido los faros. Haremos un acercamiento automático dentro de unos diez minutos. Estamos a cien kilómetros y medio de distancia aproximadamente. Paciencia.

—Wilco.

Archer se echó a reír.

—Se aproximan cuatro naves de combate aéreo de los Lanceros. O están locos, o necesitan entrenamiento para condiciones climáticas adversas.

Lisa esbozó una sonrisa.

—Sígalos a casa, señor Archer.

—Entendido, capiscolesa.

Archer pulsó un par de botones de la consola de mando y desplazó la visión de la cámara de la nariz al radar de la Nave de Descenso aerodinámica. Las nubes de tormenta que atravesaban produjeron muchas interferencias; sin embargo, pudo vislumbrar cuatro bloques escarlata correspondientes a los aviones de combate TR-10 Transit de los Lanceros. Pasaron a toda velocidad por el centro de la pantalla y dieron media vuelta. Se dirigieron a la cola de la Nave de Descenso, y Lisa supuso que avanzarían hasta las alas y se pondrían al frente.

Cuando se dio cuenta de que no era así, la nave empezó a temblar.

Por un instante, pensó que la Nave de Descenso había vuelto a encontrar turbulencias, pero el radar conectado al monitor secundario se apagó. Al principio, creyó que el fallo se debía a que la turbulencia había cortado la conexión con la nave, pero reconsideró la idea cuando el líquido refrigerante salpicó la escotilla de la cabina del ’Mech y aparecieron unos pedazos blancos donde antes estaba la superficie negra de la crujía.

La turbulencia es la menor de mis preocupaciones.

Otro temblor sacudió la nave, y los agujeros del casco se abrieron de par en par. La Nave de Descenso empezó a rodar hacia la derecha, y antes de que tuviera tiempo de reaccionar, se había invertido por completo. El viento soplaba con fuerza en la crujía del ’Mech mientras la nave iniciaba una caída en picado en dirección al planeta.

Lisa encendió la radio, que había estado apagada anteriormente para no interferir en la navegación. El hecho de que pudiera abrirla significaba que los cierres del ordenador no funcionaban. Según el cerebro de silicona que controlaba su ’Mech, no funcionaba nada de lo que había en la Nave de Descenso y estaba claro que el piloto también lo creía así. Cuando activó el sistema de emergencia, las puertas de cargamento salieron disparadas para que la tripulación tuviera tiempo de salvarse.

—¡Despejad! ¡Dejad vía libre!

Pisó con todas sus fuerzas los pedales de propulsión de salto y puso en marcha tres propulsores instalados en el torso del ’Mech, que prendieron fuego a la crujía. Oyó cómo el metal chirriaba en la parte trasera cuando se resquebrajaron los soportes de contención. Movió los brazos del ’Mech hacia atrás, y la máquina se desplazó hacia adelante, en dirección a la grieta blanca del lateral de la nave. Notó el impacto del blindaje de los extremos del fuselaje y cómo la nave se tambaleaba antes de salir disparada.

El altímetro del monitor auxiliar indicó que se encontraba a dos kilómetros de altura. Más alto que la mayoría de los aterrizajes de combate. Como su ’Mech estaba diseñado para utilizar los propulsores de salto, podía soportar la presión del aterrizaje después de un salto. Normalmente, eso suponía amortiguar un descenso de menos de cien metros; pero en situaciones de combate se podían realizar saltos de mayor altura sin que el ’Mech sufriera graves daños.

Al llegar a un clic, volvió a pisar los propulsores y redujo la velocidad de la caída, con lo que consiguió reorientar el ’Mech para aterrizar con los pies. El altímetro continuó una cuenta atrás cada vez más frenética y, a dos metros de altura, pisó de nuevo los pedales y se preparó para el impacto.

No es suficiente para detenerme. Voy demasiado deprisa. Una milésima de segundo antes de caer presa del pánico, las invocaciones que ComStar enseñaba a sus miembros le atravesaron el cerebro. Aunque le parecían de lo más absurdas, las plegarias serían más reconfortantes que la lógica fría y cruel de la realidad.

Sintió un golpe en el ’Mech y lo giró hacia la izquierda un instante antes de que los enormes pies de metal se incrustaran en el suelo. La inercia la empotró con tanta fuerza en el asiento de mando que notó cómo la sangre le bajaba de la cabeza a los pies. Las correas de contención se le clavaron en los hombros y la cintura cuando el ’Mech empezó a caer.

Un mundo blanco, gris y negro se arremolinó fuera de la cabina del ’Mech. Cientos de demonios de nieve chocaron contra el blindaje del Quickdraw a medida que descendía.

Un estrepitoso ruido resonó por toda la cabina y se extendió por la columna de la máquina. Las colisiones del ’Mech en la tierra eran cada vez más frecuentes y se producían con tal intensidad que parecía que no fueran a acabar nunca.

Se resistió a la tentación de extender los brazos del ’Mech para detener la caída, pero la velocidad de un BattleMech de sesenta toneladas en caída libre podría arrancar un brazo al instante. El descenso de la nave y el aterrizaje serían la parte más difícil de soportar. Después, nada podría empeorar la situación del ’Mech.

El Quickdraw volvió a chocar con fuerza. Por la forma en que había girado la nave, supuso que el hombro había dado contra el saliente de una roca. Los pies del ’Mech cambiaron de dirección, y la cabina empezó a elevarse como si el ’Mech fuera una marioneta gigante levantada por una mano invisible.

Fue entonces cuando se detuvieron las colisiones.

El ’Mech dio un giro lento y largo, tras el cual el silencio se apoderó de la cabina. Lisa apretó los dientes y se sujetó a los brazos del asiento de mando con todas sus fuerzas. Aunque la trayectoria de vuelo parecía indicar que la siguiente colisión sería menor, aquella valoración intelectual no le sirvió para aliviar su corazón. ¡Esto no pinta nada bien!

El Quickdraw aterrizó mucho más suavemente de lo que esperaba, y ella apenas se movió de su asiento. Cuando miró hacia la escotilla de la cabina, lo único que pudo ver fue una capa blanca que la cubría lentamente y una masa gris oscura en las esquinas. Tardó un momento en darse cuenta de que el ’Mech había caído de espaldas y que el color gris representaba las laderas boscosas de las montañas que copaban el valle en el que había aterrizado.

O caído, para ser más exacta. Abrió la placa visora del neurocasco y se tapó la nariz con la mano izquierda mientras pulsaba una serie de botones y solicitaba diagnósticos de sistema del Quickdraw con la derecha. Venga, muévete.

El ordenador se encendió e indicó que, aparte de que casi no le quedaba combustible de propulsión de salto, el ’Mech estaba en buen estado para ser una máquina que acaba de caer desde dos kilómetros de altura a través de una tormenta de nieve. La caída había dañado todo el blindaje del ’Mech, y la protección había disminuido de un veinticinco a un diez por ciento. Sin embargo, las patas y los accionadores habían soportado el aterrizaje bastante bien. El Quickdraw podría volver a caminar y sólo había perdido un quince por ciento de su velocidad de despegue.

Apretó un interruptor para activar los sistemas armamentísticos. El ordenador indicó que estaban todos operativos, a excepción de la lanzadera desmontable de MCA, que se había desprendido durante la caída. Lisa se alegró de que no hubiese explotado cuando todavía estaba acoplada al torso del ’Mech, pero lamentaba su pérdida.

Sentó el Quickdraw en el suelo y descubrió que estaba medio hundido en lo que en otro tiempo había sido un estanque congelado. Miró hacia la derecha y vio una franja de diez metros de anchura de pinos aplastados que desaparecían bajo la manta de nieve. El ’Mech había descendido por una pendiente, había chocado contra un árbol y había seguido rodando hasta impactar en una enorme roca que sobresalía en lo alto de un precipicio de treinta metros de altura por encima del estanque.

Lisa se estremeció.

—Me parece que no quiero ver lo que los sensores han grabado durante la caída.

Los números de la ventana del Sistema de Posicionamiento Global del monitor auxiliar indicaban que se encontraba en el centro del distrito de Kentessee. Estoy a casi setecientos cincuenta kilómetros al noroeste del cabo Hilton y tengo las montañas Great Smoky en medio. Si tengo suerte podré avanzar a cincuenta kilómetros por hora, lo que supone un total de quince horas.

Se dio cuenta de que había decidido volver al cabo Hilton incluso antes de asimilar lo que le había pasado y lo que esperaba encontrar en la sede de ComStar. Estaba segura de que los Lanceros habían disparado contra la Nave de Descenso con la intención de matarla. No tenían modo alguno de saber que estaba atrapada en un ’Mech, y aunque las Transits hubiesen intentado seguir la trayectoria de la True Word, probablemente habrían pensado que su ’Mech no estaba sufriendo más que un fallo propio de una nave siniestrada.

Las cosas empezaban a encajar. Le parecía sospechoso el hecho de que los Lanceros hubiesen demostrado ser mucho más eficaces de lo que indicaba su historial de servicio y en lugar de preguntarse por qué habían superado las expectativas se había limitado a aplaudir su precoz destreza, ya que de ese modo la misión de defensa de la Tierra resultaría más sencilla.

Debería haber imaginado que los Lanceros que contratamos eran diferentes a los Lanceros que teníamos. El ataque contra ella demostraba que la sustitución formaba parte de un plan, que, en el mejor de los casos, acabaría con la defensa de la Tierra. Aquello carecía de sentido, ya que la Tierra era el objetivo del Clan, a menos que, por supuesto, los Lanceros fueran, en realidad, un Clan camuflado. Pero aun en el supuesto de que lo fueran, ¿cómo podían haber introducido en los ordenadores de ComStar la información que necesitaban para conseguir las autorizaciones de seguridad adecuadas?

A pesar de quién fueran realmente los Lanceros en realidad, sólo había un grupo capaz de sustituir los expedientes de los archivos de ComStar. Palabra de Blake conocía a la perfección los procesos e instalaciones de ComStar, y todo el mundo sabía que algunos miembros de ComStar todavía sentían compasión por sus antiguos brethren.

Además, Palabra de Blake hacía tiempo que reclamaba la posesión de la Tierra y quería «sacar a los blasfemos del templo».

Lisa puso en pie el Quickdraw y activó el rastreador magnético. Si alguien más ha conseguido salir de la Nave de Descenso o si los Lanceros han enviado fuerzas terrestres para rastrear el lugar del siniestro, podré ponerme en contacto con ellos. Aunque me estaban atacando, también deben de haber arremetido contra los batallones de la Fuerza de Defensa Terráquea que entrenaban con ellos, siempre y cuando no estén confabulados con los blakistas.

Lanzó un suspiro.

—Su objetivo tiene que ser el cabo Hilton y la Primus. No puedo detenerlos, pero si la tormenta dificulta el avance de las tropas tal vez consiga sorprenderlos —dijo Lisa, desviando el Quickdraw hacia el suroeste—. Si se decapita a la serpiente, el cuerpo muere; pero sólo si la cabeza está realmente muerta. Hay una fina línea entre ganar y una victoria total, y con un poco de suerte podré averiguar dónde se encuentra exactamente.