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Montañas Cross-Divide

Coventry

Provincia de Coventry, Alianza Lirana

30 de marzo de 3058

—¡Tony, o mueves el culo y vienes de una vez, o ya me encargaré yo de movértelo! —gritó Doc.

Desplazó el retículo de su Penetrator más allá de la forma corpulenta del JagerMech de Tony y lo colocó sobre el Galahad verde de los Halcones que avanzaba hacia el desfiladero. Las pistolas situadas en los brazos de ambos ’Mechs se levantaron de una forma que Doc había visto en las escenas de duelo de holodramas baratos filmados en la Tierra. Detrás de Tony, entre él y Doc, los dos últimos ’Mechs de la lanza de ataque de Tony se pusieron a cubierto con dificultad.

El rugido de los cañones automáticos rompía el silencio del desfiladero que los enormes ’Mechs mineros habían cavado en la roca años antes. Una tormenta de metal envolvió al Galahad. Los proyectiles del cañón automático del JagerMech hicieron añicos la mitad del blindaje del brazo derecho del Galahad y desgarraron el pecho y el otro brazo. Dos de los disparos de láser de pulsación del torso del JagerMech se desviaron hacia las paredes rocosas del cañón y las perforaron, lo que dejó un rastro de humo.

Las bocas de los rifles de Gauss del Galahad se iluminaron de blanco al disparar. Dos bolas plateadas salieron propulsadas e impactaron con fuerza en el pecho central del ’Mech de Tony. Doc no vio el golpe, pero en cambio sí reconoció las deformes piezas de metal cuando éstas se desprendieron de la espalda del JagerMech en una estela de líquido refrigerante así como fragmentos de blindaje. Con tan sólo dos disparos de una misma salva, el Galahad había convertido una máquina de guerra de sesenta y cinco toneladas en restos de metal y armadura.

Al caer hacia atrás, la parte superior de la abombada cabeza se desprendió. Tony Wells pasó a toda velocidad junto a la máquina derruida e incluso consiguió esquivar las paredes del cañón. Se elevó rápidamente y se perdió de vista, mientras Doc se preguntaba dónde aterrizaría.

—Te deseo buena suerte, Tony, pero no toda la suerte del mundo —murmuró Doc.

Examinó la zona llena de humo y se sorprendió al ver el Galahad en el suelo. A pesar del fuerte impacto que había recibido el ’Mech de Tony, los daños habían sido mínimos. Esperemos que la suerte que nos queda no haya servido sólo para salvar ese ’Mech.

La caída del Galahad había sido el único golpe de buena suerte desde la retirada a las montañas. La lucha había resultado dura e implacable. Los Halcones de Jade los habían seguido con una fuerza del tamaño de un regimiento y los habían atacado por turnos, pero se retiraron justo antes de propinarles el golpe de gracia, cuando los Soldados habían conseguido una insignificante ventaja táctica.

Aunque el Galahad sólo había disparado una salva, el blindaje del JagerMech de Tony había quedado destrozado tras los últimos enfrentamientos. Doc había leído que los Clanes preferían las batallas rápidas y decisivas. Los análisis de la batalla titánica de Tukayyid señalaban incluso que los Clanes habían sido derrotados porque la frustración por las largas e interminables batallas los había conducido al derroche de munición. Con la retirada a las montañas, Doc esperaba proporcionarles el tipo de batalla que más odiaban, pero los Halcones parecían contentarse con oprimir a su unidad.

Bueno, ahora me toca oprimir a mí. Doc pulsó los gatillos de la palanca de mando. Los láseres largos instalados en los brazos del Penetrator lanzaron unos rayos verdosos, que atravesaron el humo e impactaron en el Galahad mientras el ’Mech de forma humana se incorporaba de nuevo. Uno de los rayos abrió un canal en el blindaje del muslo derecho del ’Mech y el otro perforó la cabeza, despedazando todo el blindaje que protegía al piloto.

El ’Mech del Clan apuntó con los rifles de Gauss y devolvió los disparos de Doc. Una de las balas se desvió, impactó en el suelo de piedra del cañón y rebotó entre las piernas del Penetrator sin causar ningún daño. La otra bala dio en el brazo derecho del Penetrator, y el ’Mech empezó a temblar. Doc giró la máquina mientras una sirena le indicaba que el disparo había destruido casi una tonelada de blindaje de la extremidad del Penetrator.

Basta de disparar a escondidas. Ha llegado el momento de atacar. Doc movió el Penetrator hacia un lado y también hacia adelante, colocándose frente a los ’Mechs heridos, y a continuación activó los seis láseres de pulsación media instalados en el torso. A diferencia de los láseres más pesados de los brazos, los de pulso no consiguieron lanzar un solo rayo coherente de luz, sino que expulsaron energía mientras el sistema de circuitos de selección del objetivo cambiaba los pulsos aleatoriamente, causando daños por doquier y aumentando su efecto.

La tormenta de dardos láser agujerearon la parte izquierda, la derecha y asimismo la central del cuerpo del Galahad. El blindaje del ’Mech se vaporizó y formó una nube grisácea, que envolvió a la máquina. Mientras Doc esperaba ver un nuevo impacto en la cabeza del Galahad, se preparó para agravar el estado de la pierna derecha del ’Mech. La máquina de sesenta toneladas se tambaleó ligeramente y, cuando parecía que iba a caer, el piloto recuperó el equilibrio y contraatacó.

Doc se dispuso a recibir los disparos de los proyectiles de Gauss, pero ambos pasaron de largo. Ha conseguido equilibrar el ’Mech, pero estaba demasiado nervioso.

—Doc, ya no queda nadie.

—Entendido, Sharon. ¿Cómo está Tony?

—Está bien, pero se ha roto la pierna. Date prisa.

—Allá voy.

Doc condujo el Penetrator hacia la mina y disparó por última vez al Galahad. Las agujas del láser de pulsación quemaron el blindaje que protegía el corazón y el lateral derecho del ’Mech. Doc vio un agujero enorme en el flanco derecho del Galahad, un agujero que podía servirle para acabar de destruir el ’Mech con tan sólo un disparo. Sin embargo, decidió retirarse.

Como si quisieran afirmar el acierto de su decisión, dos balas de Gauss se entrecruzaron delante de su portilla y desmoronaron las rocas de las paredes del cañón artificial. Un disparo afortunado en la cabeza con un rifle de Gauss y quedaría tan destrozado que ni siquiera podrían extraer una muestra de ADN para reconocer mi cadáver.

Doc giró el Penetrator y avanzó a toda velocidad hacia las negras fauces del pozo de una mina. Nadie había podido encontrar al teniente Copley —de hecho, nadie lo había visto desde que el Segundo Batallón había salido de Port Saint William—, pero sí habían conseguido sacar los archivos de minería de los ordenadores del presidente de la fundición. Al estudiar los archivos detenidamente, Sharon Dorne había descubierto una serie de pozos a través de los cuales los Soldados podrían atravesar las Cross-Divides sin temer siquiera el uso de armas atómicas.

Sin embargo, lo más importante era que la cadena de túneles y cuevas recorría todas las montañas y contaba con una serie de salidas en el lado de Veracruz. Si los Halcones los perseguían, el Segundo Batallón podría escapar hacia el oeste y, tal vez, unirse a las fuerzas que quedasen en Port Saint William. Por supuesto, nadie esperaba que los Halcones fueran tras ellos en las minas porque los estrechos confines eran perfectos para emboscadas que les podía costar la vida. La necesidad de avanzar en fila a través de los túneles ponía en peligro la seguridad del primer y el último ’Mech.

Doc redujo la velocidad al adentrarse en el pozo de la mina e inició el descenso. Cambió los escáneres a infrarrojo para ser capaz de detectar personas y ’Mechs. Detrás de él, los techs contribuían al sistema de seguridad activando cargas explosivas, que servirían para cerrar el pozo si los Halcones decidían perseguirlos.

—Informa, Sharon.

—Baja hasta aquí, cambia a luz visual y enciende los reflectores. Te explicaré más de lo que puedo.

La fatiga de su voz disimulaba la duda, pero Doc advirtió el tono y empezó a preocuparse.

—¿Tan mal están las cosas?

—No me pagan para ser optimista, Doc.

Doc siguió bajando, dobló una esquina, detuvo el Penetrator y encendió los reflectores exteriores. Cambió la alimentación holográfica a luz visual y descubrió la fuente del pesimismo de Sharon. Están realmente mal.

Hacía tiempo que las dos lanzas de apoyo habían perdido su utilidad puesto que se habían quedado sin misiles de largo alcance. Mientras que la mayoría de los ’Mechs todavía tenían misiles, esas armas solamente se podían utilizar en batallas a la vista. Además, las naves misiles solían ser lentas, lo que suponía una mayor responsabilidad para ellas. De las seis con las que habían empezado, entonces sólo quedaban dos, y ambas habían sido asignadas a la lanza de asalto cerrado.

Las tres lanzas de ataque se habían reducido a dos, cantidad suficiente si sus ’Mechs no hubiesen sufrido tantos daños. Los pilotos colocaron los ’Mechs por parejas para recurrir al «blindaje andante» en caso de quedarse sin protección. Los dos ’Mechs renqueantes que habían entrado delante de Doc pertenecían a la segunda lanza de ataque. El hecho de que el Firestarter hubiese perdido el pie izquierdo y el brazo derecho significaba que probablemente reunirían todas sus piezas y las desecharían.

Doc encendió la radio.

—¿Cómo están los Titanes, Isobel?

—Hechos trizas, pero todavía estamos todos aquí.

Aquel comentario alegró a Doc. El entrenamiento que había hecho con la compañía de reconocimiento había merecido la pena. En los limitados confines de los pasos y los agujeros de la montaña, los ’Mechs ligeros y rápidos habían demostrado su valía disparando y retirándose. La compañía no había causado graves daños —sólo dos muertos—, pero al parecer sus maniobras de flanqueo habían forzado la retirada de algunos Halcones.

—No sé por qué estás decepcionada con la unidad, Sharon. A mí me parece que todo va bastante bien.

—¿Por fin has encontrado la barra del Penetrator de Sarz? Supongo que sí porque sólo te puede parecer bien tras unas copas de whisky.

—Puede ser que tengas razón, Sharon, pero el hecho es que los miembros del Clan no han derruido ninguno de nuestros ’Mechs ligeros —dijo Doc con un largo suspiro—. No hay que poner todas las esperanzas en ellos, pero por ahora bastará.