19
19
Nave de Salto Dire Wolf
Kiamba
Zona de ocupación de los Jaguares de Humo
12 de febrero de 3058
Vlad sentía la fatiga en todas las articulaciones de su cuerpo, pero la sensación le pasaba casi desapercibida. El asalto a Kiamba había sido rápido y eficaz. Los Lobos se habían acercado al tercer planeta y, desde allí, se habían lanzado a la atmósfera. Sus ataques habían sido directos, y las tropas de guarnición de los Jaguares de Humo habían luchado mal. Incluso antes de que empezase el combate, él ya sabía que podía arrebatar el mundo a los Jaguares.
Pero como también sabía que no podía retenerlo, se había limitado a reclutar sirvientes y material de reproducción, un objetivo secundario al propósito del ataque, una pizca de sal en el orgullo herido de los Jaguares de Humo. Él y sus tropas habían demostrado que no eran un Clan debilitado, sino los herederos legítimos del legado del Clan de los Lobos. Las amenazas de venganza se agolpaban en su mente como la Nave de Descenso quemada por las Naves de Salto de los Lobos había sido una fanfarria para proclamar la victoria.
Fue entonces cuando la Nave de Salto de la Esfera Interior apareció en medio de su formación. Aunque le habían alertado de su presencia enseguida, esperaba que saltase inmediatamente del sistema. Cuando sus naves de combate aeroespacial le informaron de que la nave estaba desarmada y llevaba las insignias de la Casa Steiner sintió un hormigueo por todo el cuerpo. No le habría extrañado que hubiese sido una patrulla kuritana de reconocimiento explorando Kiamba antes de un asalto, pero una nave Steiner significaba que ocurría algo especial.
Sus tropas abordaron la nave cuando la Lobo Negro se acopló a la Dire Wolf. No opusieron resistencia, lo cual no le sorprendió en absoluto. Cualquiera que viaje en una Nave de Salto desarmada concede de antemano superioridad militar a sus enemigos. Conocía bastante bien la Esfera Interior —por la información que Phelan le había proporcionado durante los interrogatorios— para saber que consideraban las Naves de Salto demasiado valiosas como para cargarlas de explosivos y detonarlas en medio de una formación enemiga.
La captura de la nave Steiner no había sido una gran hazaña, aunque uno de los prisioneros exigía ver al líder de los Lobos. Decía ser Katrina Steiner, la arcontesa de la Alianza Lirana, pero no podía tomar en serio su declaración. El hecho de que no llevase escolta y estuviera tan lejos de la capital habría convertido su presencia en un acto imprudente o estúpido.
O ambas cosas. Aunque Vlad no sentía más que desprecio por la Esfera Interior y sus habitantes, le sorprendía la inteligencia que mostraban las holotransmisiones públicas. Aunque desdeñaba todo tipo de espectáculo, los programas informativos tenían una elevada credibilidad. La libertad con la que se difundía la información por toda la Alianza Lirana y otras partes de la Esfera Interior era una bendición para los Clanes en su empeño por descubrir las debilidades del enemigo.
Él sabía quién era Katrina. No había un solo programa informativo que no explicase algún cotilleo frívolo sobre ella. De hecho, había visto miles de imágenes holográficas de la arcontesa, aquella mujer que aparecía cada día con un nuevo modelo y alguna forma nueva de recogerse su rubia melena. Al principio, se había reído de ella, pero luego lo empezó a fascinar la astucia con que cambiaba su imagen para influir sutilmente en los habitantes de su nación.
La puerta de la cabina se abrió, y Vlad se puso en pie con el traje gris abierto por el cuello y la tela ajustada sobre los músculos de los brazos y los muslos. Se pasó la mano por su espesa cabellera negra, intentando adoptar una expresión que pareciese severa y fría. Sea quien sea esta farsante, lamentará la broma.
Un Elemental entró en la habitación, arrastrando a la mujer del brazo. El pelo largo y despeinado ocultó el rostro, hasta que consiguió deshacerse del Elemental. Se apartó unos mechones de la cara y lanzó a Vlad una asombrosa mirada azul, llena de fuego.
—No permitiré que se me trate de esta manera.
Vlad sintió un escalofrío. Quería decir que sería tratada como correspondía a su estatus dentro de los Clanes y oyó el tono amenazante de esas palabras en su mente. Una infinidad de sirvientes y sirvientas habían temblado al oír aquella voz. Pero no eran más que debiluchos, que se habrían acobardado ante una persistente mirada o un puño alzado.
Comparó lo que sentía en su interior con el miedo, la tensión de su estómago y una especie de dolor en el corazón. De repente, olvidó el dolor de sus articulaciones, que fue sustituido por una curiosa sensación en lo más profundo de sus entrañas y unos pensamientos que nunca antes había tenido, unos pensamientos que iban más allá de la necesidad y el deseo físico, unos pensamientos que lo dejaban sin palabras.
Vlad titubeó, confundido. Pese al enojo que refulgía en los ojos de ella y la tensión de su cuerpo, era preciosa. Lo que él sentía, lo que quería, traspasaba la barrera de la atracción física. Había muchas mujeres bonitas en su sibko y su Clan. En los mundos que los Lobos habían conquistado, también había un sinfín de mujeres guapas. Tanto dentro como fuera de los Clanes, había mantenido relaciones con las mujeres que había querido, pero ninguna de ellas le había evocado aquellos pensamientos.
Pensamientos de procreación.
En cuanto hubo clasificado el pensamiento, la necesidad que lo llamaba a gritos casi a nivel celular, Vlad se sintió totalmente fuera de su experiencia previa. Aquello no tenía sentido y empezaba a asustarlo. Él era un guerrero, nacido y entrenado para convertirse en un desapasionado asesino del enemigo. La lógica y la inteligencia eran armas que utilizaba para definir, entender y conquistar el universo conocido; pero aquella reacción desafiaba toda lógica, debilitaba la inteligencia y aun así su fuerza le hacía estremecer.
Con el sistema del Clan de reproducción genética, la casta guerrera no buscaba la procreación con el acto sexual. Vlad había sentido afecto por las mujeres con las que había estado, pero ni más ni menos que el que sentía por otros miembros de su sibko o de las unidades en las que había trabajado. El sexo, para los Clanes, proporcionaba placer y aliviaba tensiones. Lo obtenían cuando querían, como un regalo entre camaradas, sin los enredos y los celos emocionales que podían desmoronar toda una unidad militar.
Sabía que no podía sentir aquella atracción, aquella compulsión, hacia esa mujer. No sé cómo sentir algo así. La idea de que existiera una nueva sensación, una nueva experiencia que jamás había tenido, lo llenaba de entusiasmo y, sin embargo, el hecho de que lo que sentía en su interior traicionase la disciplina y el control de su cuerpo era de lo más perturbador. Esto rebasa toda lógica. ¿Cómo puedo afrontarlo?.
Vlad recordaba de forma vaga y distante que Ranna había descrito una atracción similar por Phelan Kell, pero él había sido incapaz de entender una sola palabra de lo que ella intentaba explicarle. El librenacido Phelan le parecía un ser despreciable y creía que los sentimientos de Ranna hacia él eran un mero capricho o, en el caso de un miembro de la casta guerrera, una forma de ejercer dominio sobre el sirviente. No era más que un juego del que pronto se cansaría, o eso pensaba Vlad.
¡Es imposible y, sin embargo, real! Un amasijo de pensamientos se apoderó de él, incluso antes de que ella pronunciase su última palabra. Miró al Elemental y señaló hacia la puerta.
—Deje aquí a la prisionera.
El Elemental empujó a la mujer, y Vlad pensó por un instante que no había ofrecido resistencia a la guerrera que la había llevado ante él. Fue entonces cuando advirtió que la tensión de sus ojos había disminuido ligeramente y que tenía la boca entreabierta. Ella lo miró fijamente, sin llegar a comprender, y apareció ante los ojos de él no tanto como una presa en presencia de un depredador, como otro depredador descubriendo un intruso en su territorio.
Vlad inclinó la cabeza.
—Bienvenida, Katrina de los Steiner.
De pronto, pareció darse cuenta de todo.
—Usted es un Lobo, pero no es Ulric Kerensky —dijo en un tono precavido y lleno de recelo.
—No, no lo soy. Soy el Khan Vladimir Ward, de los Lobos.
—¿Usted sabe quién soy yo?
—Creo que tengo una leve noción de quién es.
Vlad no había prestado mucha atención a Katrina Steiner y sus hazañas porque se definía constantemente como una conciliadora. Sus acciones le provocaban sentimientos de repugnancia. Mientras que los demás intentaban acabar con los Clanes, ella, con su actitud pacificadora, pretendía disolver la sociedad, poniendo fin a las prácticas y las costumbres que los fortalecían.
Pero la mujer que tengo ante mí no es la debilucha que esperaba. Vlad lo veía en el porte de sus hombros y en su persistente mirada.
—¿Es esto una fachada, o lo que he visto antes era una mera ilusión?
Katrina señaló hacia la cuerda de sirvienta que llevaba alrededor de la muñeca derecha.
—Ninguna respuesta podría verificarlo. Tendrá que juzgarlo usted mismo —dijo. Al extender los brazos, el traje de salto azul marcó la forma de su estómago y sus pechos—. ¿Qué le parece que soy?
La consorte ideal para un ilKhan, siempre que yo sea el ilKhan…. Vlad se giró para ocultar su reacción y observó la pantalla visora en el vacío. Es una librenacida; sin embargo, destaca por encima de todos los demás. Esto es una locura.
—Su presencia aquí significa que es joven y estúpida.
—Estoy de acuerdo con lo de joven, Vlad —dijo en un tono que resultó insinuante al pronunciar su nombre.
Vlad sabía que, en parte, era intencionado, pero el modo como se había dirigido a él denotaba su propia sorpresa.
—Y tal vez sea un poco estúpida.
—Más que un poco —dijo Vlad, ya recuperado y girándose hacia ella—. Es obvio que se encuentra en misión unilateral por el intento de Kiamba de iniciar el diálogo con los Jaguares de Humo. Les habría impresionado que haya corrido el riesgo de aparecer aquí en persona.
—¿Y usted está impresionado?
—¿Importa si lo estoy?
—Sólo si lo está.
—Sí, un poco —dijo Vlad, sacudiendo la cabeza—. No obstante, pongo en duda la sensatez de una líder que es capaz de abandonar su nación en situación de ataque.
Katrina alzó la cabeza y lo miró, enojada.
—¿Ataque?
—Los Halcones de Jade iniciaron una serie de ataques contra los mundos de la Alianza a principios de mes.
Katrina Steiner cerró los ojos un segundo y apretó los puños, olvidando de repente su coquetería.
—¿Dónde han atacado? ¿Cuál es el resultado?
Vlad se encogió de hombros.
—Las depredaciones de los Halcones no me preocupan. Si quisieran demostrar su verdadera valía, habrían atacado a otro Clan, no a la Alianza Lirana.
Katrina echó la cabeza hacia atrás con altivez.
—Tengo que regresar a Tharkad inmediatamente.
—¡Ah!, ¿sí?
—Mi nación me necesita.
—La Alianza Lirana ya no es su nación. Ahora es una sirvienta del Clan de los Lobos.
—¿Qué?
Vlad señaló la cuerda que llevaba en la muñeca.
—Usted es el premio de guerra. Me pertenece.
La reacción a su comentario parecía contener indignación y un atisbo de curiosidad.
—¿De verdad cree poseerme? —preguntó señalando hacia la pantalla visora—. Dirijo la lealtad de miles de millones de personas, que alzarán las armas contra usted y lucharán en mi nombre.
Vlad arqueó una ceja.
—Hasta ahora su pueblo ha sido incapaz de detener a los Halcones de Jade. ¿Por qué debería creer que podrían arrancarla de mi lado?
—¿Por qué debería creer que mi pueblo no ha detenido a los Halcones? —preguntó llevándose los puños a la cintura—. ¿Y por qué sería tan estúpido para creer que mi pueblo no los detendrá? Desde mi punto de vista, los Halcones atacan y salen corriendo para convertirse en un objetivo difícil. Tukayyid demuestra que cuando los miembros de los Clanes se detienen pueden ser derrotados.
—Pero los Lobos no fueron derrotados en Tukayyid.
Los azules ojos de Katrina se iluminaron.
—Los Lobos recibieron la ayuda de la Esfera Interior en Tukayyid.
Vlad refrenó una respuesta airada y la ocultó bajo una sonrisa.
—Está diciendo que sin Phelan los Clanes no pueden ganar.
Ella le devolvió la sonrisa.
—Puede interpretarlo así.
—¿Y usted cree que Phelan y sus tropas salvarán su reino de los Halcones?
Su expresión se ensombreció y, en su lugar, apareció una máscara imperturbable.
—La lealtad a su casa es un ejemplo de mi pueblo.
Vlad hizo un gesto de asentimiento mientras analizaba su reacción al oír el nombre de Phelan. Es demasiado impulsiva, y sus emociones demasiado manifiestas. Es un defecto, pero un defecto intrigante.
—Noto que no le gusta Phelan, a pesar de que es su propio primo.
—Veo que lo conoce —dijo con una franca mirada—. ¿Le gusta a usted?
El Lobo se echó a reír, y Katrina se quedó sorprendida. Vlad resiguió con el dedo la cicatriz que tenía en el lado izquierdo de la cara.
—Ha dejado su marca en mí y también en los míos, y nuestra situación actual se debe a su excesiva influencia en el ilKhan. Su presencia en la Alianza Lirana convertirá a Arc-Royal en un objetivo especial tan pronto como se reanude la invasión.
—¿Cuándo será eso?
Vlad se encogió de hombros.
—Se reanudará cuando hayamos elegido a un nuevo ilKhan.
Ella frunció el ceño.
—Pero ya se reunieron para elegir a un nuevo ilKhan hace un mes.
—Así fue.
—Así que el ataque empezará ahora.
—No.
—¿Por qué no?
Vlad esbozó una sonrisa.
—Elegimos a un ilKhan, y yo lo maté poco después de su elección.
—¿Qué había hecho?
—No estaba preparado para gobernar y, por eso, lo maté.
Katrina adoptó una expresión de admiración.
—Pero ése no era el único motivo para matarlo.
—No, era una Halcón de Jade. No tenía ningún otro motivo.
—Ya veo.
Vlad hizo un gesto de asentimiento.
—Puede ser que sí.
—Y usted sabe por qué estoy aquí, ¿quiaf?
—Una alianza con los Jaguares de Humo le permitiría presionar al Condominio Draconis y distraería a su hermano. Los Jaguares también podrían frenar a los Halcones, o a cualquier otro Clan que ambicione su reino. Pero como no entiende nuestro funcionamiento dudo que haya hecho una buena elección.
Katrina no reaccionó ante la leve reprimenda.
—¿Cree que hay un aliado mejor entre los Clanes?
—Una alianza abierta con una nación de la Esfera Interior sería un suicidio para cualquier líder de un Clan.
—Como una alianza abierta con un poder del Clan para cualquier líder de la Esfera Interior —dijo con una imperturbable mirada—. Creo que usted y yo podríamos llegar a un acuerdo. El enemigo de mi enemigo es mi amigo.
Un lejano eco de la sensación inicial resonó en su mente. Los Halcones. Phelan. Asintió con un gesto de cabeza.
—Sí, se puede llegar a un acuerdo.
—Bien —dijo mostrándole la muñeca derecha—. Quíteme esta cuerda de sirvienta y verá lo bien que nos entendemos.
—Bien negociado y hecho, arcontesa Katrina —dijo Vlad, sacándose un cuchillo de la bota y cortando la cuerda blanca de un tirón. La cuerda cayó al suelo entre los dos, y él la apartó con el pie—. Ahora hablemos, como amigos, de los que temerán nuestra unión.