14
Unos tres kilómetros al norte de Biddeford, el Bombero levantó el pie del acelerador y el camión empezó a frenar.
—Para ser justos, hay que reconocer que hemos disfrutado de casi setenta kilómetros de carretera despejada, que era más de lo que cabía esperar —comentó John.
Un camión de dieciocho ruedas estaba aparcado en los carriles en sentido norte. Como todo lo demás que habían visto en la última hora, parecía como si una bomba le hubiese estallado cerca. La cabina era una carcasa achicharrada, quemada hasta el bastidor. El contenedor de atrás estaba negro de hollín, pero, a través de la suciedad, Harper acertó a distinguir la palabra «Walmart».
Sobre el logo de la empresa, alguien había limpiado la suciedad y había pintado con aerosol un mensaje en letras rojo mate:
PORTLAND YA NO EXISTE.
CARRETERA REVENTADA, NO TRANSITABLE.
LOS SANOS DEBEN HABLAR CON DEKE HAWKINS, EN PROUTS NECK.
DISPARAREMOS A CUALQUIER INFECTADO.
QUE DIOS NOS PERDONE. QUE DIOS OS AYUDE.
El Bombero abrió la puerta y salió al estribo.
—Tengo una cadena para remolcar. A lo mejor puedo apartar el camión. No tiene pinta de haber mucho espacio para rodearlo. Quizá podamos aprovechar para alimentar el cubo mientras estamos parados.
Nick siguió a Harper hasta la parte de atrás del camión para ver cómo estaban Allie y Renée. Allie había salido a la carretera y alargaba los brazos para ayudar a Renée a bajar por encima del guardabarros. El tono de la piel de Renée era casi tan gris como el paisaje. Apretaba al gato contra su pecho con un brazo.
—¿Cómo lo llevas, vieja? —le preguntó Harper.
—No me oirás quejarme.
—No jodas —repuso Allie—. ¿Quién va a oír nada con los alaridos de ese gato?
—Nuestro pequeño autoestopista ha decidido que no le gusta viajar en clase turista —dijo Gilmonton.
—Pues puede sentarse delante —sugirió la enfermera—. Y tú con él.
Renée parecía maltrecha y fatigada, pero sonrió al oírlo.
—Ni en un millón de años.
—Señora Willowes, ni se le ocurra viajar detrás —dijo Allie—. Como demos con otro de esos baches tan profundos, el bebé le va a salir volando. Parto por proyectil.
Renée se quedó pálida.
—Es una imagen preciosa —comentó.
—¿Verdad? ¿Alguien tiene hambre? —añadió la muchacha mientras metía la mano en los compartimentos de atrás en busca de la bolsa de comida.
Harper se llevó una lata de melocotones y una cuchara de plástico hasta la parte delantera del camión, pensando que John querría compartirla con ella. Lo encontró de pie en el capó del gran camión de dieciocho ruedas, haciéndose visera con una mano mientras examinaba la autopista.
—¿Qué pinta tiene más adelante? —le preguntó la enfermera.
Él se sentó y se deslizó por el capó.
—Nada buena. Faltan pedazos de carretera y veo un árbol gigantesco cruzado en la calzada a un kilómetro de aquí. Además, las cosas todavía echan humo.
—Eso es una locura. Este incendio tiene… ¿Cuánto? ¿Ocho meses? ¿Nueve?
—No se extinguirá mientras quede algo que quemar. Toda esa ceniza es una manta protectora para las brasas de abajo.
Se había quitado la chaqueta y estaba en camiseta interior. Era mediodía y el calor se alzaba del alquitrán dando tumbos.
—Conduciremos hasta que no podamos seguir haciéndolo. Después abandonaremos el camión y seguiremos a pie. —Se quedó mirando el vientre de Harper—. No te voy a engañar: va a hacer calor y quizá sean varios días de caminata.
Ella había intentado no albergar fantasías sobre llegar a la isla de Martha Quinn aquella noche (había intentado no imaginarse una cama recién hecha con sábanas limpias ni una ducha de agua caliente ni el olor a jabón), pero no había sido capaz de reprimirse del todo. Le desanimaba escuchar que iban a tardar más y que sería mucho más complicado de lo que esperaba, de lo que todos ellos esperaban. Aun así, cuando percibió su decepción, decidió dejarla a un lado. Estaban de camino y habían salido de New Hampshire. Le bastaba por un día.
—¿Qué? —preguntó ella—. ¿Crees que soy la primera embarazada que ha tenido que andar un poquito? Toma, cómete un melocotón. Te dará algo que hacer con esa bocaza aparte de dar discursos de amargado y predicciones de Nostradamus. ¿Sabes que eres muy sexy hasta que te pones a hablar? En cuanto abres la boca, te conviertes en un idiota.
Él abrió la boca para meterse una cucharada de melocotón. Ella procedió a plantarle un largo beso en los labios que sabía a almíbar dorado. Cuando se apartó de él, John sonreía.
Nick, Renée y Allie empezaron a aplaudir detrás de ellos. Harper les enseñó el dedo corazón y volvió a besar al Bombero.