11
Cuatro días después de esconder el teléfono donde no pudiera preocuparla más, a Michael Lindqvist le tocó hacer guardia en la enfermería. Entró a verla en cuanto empezó su turno.
—¿Señora? —dijo mientras asomaba la cara entre la cortina y el marco de la puerta, como si fuera la rana Gustavo estudiando con aire nervioso al público de la noche—. ¿Puedo consultarle una cosa?
—Por supuesto —contestó—. No hace falta pedir cita. Se aceptan toda clase de seguros médicos.
Él se sentó en la cama de Harper, y ella corrió una cortina verde pálido entre ellos y Nick para tener intimidad. Se preguntó si iba a pedirle profilácticos.
Pero sacó una hoja del bolsillo y se la ofreció.
—He pensado que querría leerla en privado. Nunca se sabe cuándo puede aparecer el señor Patchett para asegurarse de que todos estén siendo buenos chicos y chicas.
Ella abrió la nota y empezó a leer.
Querida enfermera Willowes:
Lo que sucedió aquella noche en el bosque fue culpa mía. Podría haberlo detenido en cualquier momento y no lo hice. No espero que me perdones, pero espero que algún día pueda volver a ganarme tu respeto o al menos tu confianza. Me disculparía en persona, pero últimamente cabreo a todo el mundo y estoy confinada en el dormitorio, así que tengo que hablarte de esta manera. Lo siento, enfermera Willowes. Nunca quise que sufriera ningún daño. Nunca quise que nadie sufriera ningún daño. Soy una gilipollas.
Si hay algo que pueda hacer por ti, díselo a Mike. Me gustaría muchísimo compensarte. Te lo mereces todo, cualquier cosa. Y otra cosa: gracias por ser una madre sustituta a tiempo parcial y a todos los efectos para mi hermano. Has sido mejor pariente para él que yo. Por favor, dile que pienso en él y que lo echo de menos. Y, de camino, dale un beso a mi abuelo de mi parte.
Por favor, por favor, por favor, ten cuidado.
La que espera volver a ser tu amiga algún día,
Allie
Michael estaba sentado con los dedos entrelazados y las manos aplastadas entre las rodillas. Se le veía macilento y no podía dejar de mover una pierna.
—Gracias por traerme esto. Sé que podrías meterte en graves problemas por llevar mensajes secretos.
Él se encogió de hombros.
—No ha sido nada.
—Sí que lo es.
Harper se sentía tan llena de amor y libertad como una cría de diez años en su primer día de vacaciones de verano. Ya se lo había perdonado todo a Allie. Era un don que tenía: era capaz de perdonar con facilidad, a la ligera, y sentirse a las mil maravillas. Volvió a mirar la carta y frunció el ceño.
—¿Qué quiere decir con que está confinada en el dormitorio?
Michael abrió los ojos con cómica sorpresa. El rostro de aquel chico era un libro abierto. Harper no había visto nunca nada parecido.
—¿No lo sabe? No, claro que no, casi nunca sale de aquí. La noche que robaron la ambulancia, Allie fue a ver al Bombero y le contó lo que estaba pasando. Por eso supo que tenía que enviar un Fénix para asegurarse de que todos regresaran con vida. Desde entonces, Allie ha estado hasta el cuello de mierda. Carol la apartó de los Vigías y la obligó a llevar una piedra en la boca durante tres días. Tal como ella lo ve, Allie eligió el bando contrario y, de camino, la dejó en mal lugar. Ahora sólo le permiten salir del dormitorio para hacer tareas en la cocina y visitar la capilla. ¡Y ya no brilla cuando cantamos juntos! Se queda ahí de pie, con la cabeza gacha, sin mirar a nadie.
—Esa chica le salvó la vida a Tom Storey —dijo Harper—. ¿Cómo puede Carol castigar a Allie después de haberle salvado la vida a Tom?
—Um —contestó Michael.
—¿Qué?
—Lo que se cuenta en el campamento es que Allie se rindió cuando intentaba salvar al padre Storey y que estaba allí, llorando, cuando Carol entró y lo trajo de vuelta gritando su nombre. Sacó al padre Storey de la Luz más profunda, que es adonde vas cuando mueres.
—Allie no… Ella no… ¡Qué tontería! Tú estabas allí. ¿No le has contado a nadie…? ¿No ha explicado nadie que…?
Michael hundió la cabeza entre los hombros y puso cara de estar avergonzado.
—Será mejor que tenga cuidado con las historias que cuenta estos días. Carol y Ben tienen su versión de lo que pasó. No hay sitio para ninguna otra. Cuando Allie dijo que eso no era cierto (porque lo dijo), Ben volvió a darle una piedra por faltar el respeto a la autoridad. Estos últimos días, la gente del campamento, bueno…, puede que haya oído que ahora todos hablamos con una única voz. —Hundió aún más la cabeza. Bajó la mirada—. Yo lo odio, ¿sabe? Todo esto. No sólo lo que le sucede a Allie, sino también cómo está Carol. Se ha vuelto suspicaz, siempre en tensión y a la defensiva. Tiene patrullas para vigilar su cabaña porque una noche pensó que había visto unas sombras moviéndose entre los árboles. Emily Waterman salió del comedor riéndose de algo, Carol decidió que se estaba riendo de ella y le dio una piedra. Emily lloró sin parar. No es más que una niña.
Movió un pie. Los cordones de su bota estaban desatados, se agitaban a los lados y golpeaban el armazón de la cama. Tras un momento, preguntó:
—¿Puedo contarle algo personal, señora?
—Por supuesto.
—No mucha gente sabe que una vez intenté suicidarme. Después de que mis hermanas murieran abrasadas. Estaba escondido en lo que quedaba de mi casa, que estaba medio quemada. Mis padres ya no estaban. Mis hermanas eran… unos montones de ceniza con forma de niñas entre los escombros del salón. Lo único que quería era que todo desapareciera. No quería volver a oler el humo. No quería estar solo. Tenía una pequeña moto Honda que usaba para repartir pizzas. La arranqué en el garaje esperando que el humo me matara. Primero me dio dolor de cabeza, luego vomité. Al final me desmayé. Estuve inconsciente unos cuarenta minutos antes de que la moto se quedara sin gasolina, y entonces me desperté. Creo que el garaje no era muy hermético.
»Unos días después, me fui. Se me ocurrió que podría llegar al océano y entrar en él para limpiarme la peste.
Harper recordó aquella mañana que había caminado hasta el mar, desconsolada, no mucho después de llegar al campamento. Se preguntó si Michael habría acudido al agua por el mismo motivo que ella, buscando sumergirse en la fría oscuridad serena y terminar así con las preocupaciones y la soledad.
—Pero oí a unas chicas cantando. Cantaban muy bien, con voces dulces y claras. Estaba tan ido que pensé que a lo mejor eran mis hermanas que me llamaban. Salí de entre los árboles hasta el parque de los monumentos y vi que no eran ellas. Eran Allie, Carol, Sarah Storey y el Bombero y algunos más. Cantaban una canción muy vieja, esa en la que el tipo dice que no sabe demasiado de Historia. ¿Sam Cooke, puede ser? Estaban cantando y todos estaban iluminados, tranquilos y azules. Me miraron como si hubieran estado esperando todo el día a que yo llegara. Me senté a observar y escuchar, y en algún momento Carol se sentó junto a mí con una toalla húmeda y empezó a limpiarme la suciedad de la cara. Dijo: «¡Vaya, fíjate! ¡Hay un chico ahí abajo!». Y yo empecé a llorar. Ella se rió y me dijo: «Ese es otro modo de limpiarse». Había estado caminando descalzo, y ella se agachó y me limpió la sangre y la suciedad de los pies. Preferiría morir antes que causarle dolor a esa mujer. Pensé que nunca me querrían como lo hicieron mi madre y mis hermanas, pero encontré mi camino hasta aquí. —Hizo una pausa, inquieto, y luego suspiró y, cuando volvió a hablar, fue en voz más baja—: Pero lo que dijo Carol de quitarle a su bebé… No sé por qué ha pensado siquiera en algo así. No podemos hacer eso. Y cómo trata a Allie… Me da la impresión de que lleva una piedra en la boca todo el día, todos los días, pero no la escupirá, porque eso sería como reconocer la derrota. Preferiría morirse de hambre, ya sabe cómo es. Y además… En ocasiones, tras la capilla, después de haber cantado con todas nuestras fuerzas, vuelvo a mi ser y me pita la cabeza como después de intentar suicidarme en el garaje. A veces pienso que la forma en que nos entregamos a la Luz ahora es como si fueran pequeños suicidios. —Se sorbió los mocos, y Harper se dio cuenta de que estaba a punto de llorar—. Antes era mejor. Se estaba muy bien aquí. En fin. Como decía Allie en su carta, no está sola. Nos tiene a nosotros. A Allie y a mí.
—Gracias, Michael.
—¿Puedo hacer algo por usted?
—Sí. Sí, pero si es demasiado, debes decir que no. No te sientas obligado a hacer nada que te ponga en mayor peligro de la cuenta.
—Oh, oh —contestó él—. Estaba pensando que quizá querría que le robase crema para el café, pero me parece que usted tiene en mente algo más gordo.
—¿Hay alguna forma de salir de aquí una hora para ver al Bombero? Y en ese caso, ¿podrías vigilar al padre Storey mientras tanto?
Michael palideció.
—Lo siento, no debería haber preguntado —se apresuró a añadir.
—No, está bien. Podría cubrirla si el señor Patchett apareciera, supongo. Podría echar la cortina de su cama, meter unas almohadas bajo las sábanas y decirle que está durmiendo. Pero si la saco, si la llevo con él…, ¿promete volver? No irá a meterse en un coche con el Bombero y a largarse esta noche, ¿verdad?
De todas las cosas que Michael podría haber dicho o preguntado, esa no se la esperaba.
—Oh, Michael, claro que no. No abandonaría al padre Storey en estas condiciones.
—Bien. Porque no puede abandonar el campamento —dijo él, y se echó hacia delante para agarrarla de la muñeca—. No sin llevarnos a Allie y a mí.