12
La escoltaron, como si fuera una prisionera, a través de los árboles, con Nelson abriendo el camino de vuelta al campamento y Jamie detrás, cargada con su fusil y su palo de escoba aserrado. Le sorprendió descubrir que no le importaba tanto como creía lo de la piedra. Le dio la impresión de que, con el tiempo, tal vez incluso la encontrara reconfortante. La piedra invitaba a la calma, a la meditación. Insistía en el silencio…, en el silencio interior, además del real.
Exigía toda su atención, lo que suponía un alivio porque mucho de lo que solía pensar la removía por dentro: si podría mantener al padre Storey con vida, si podría mantenerse ella misma con vida, lo que haría si el bebé tenía escama de dragón como ella, lo que sucedería si el estrés le adelantaba el parto…
La piedra lo expulsaba todo fuera y, al principio, pensó que, de haber sabido lo fácil que era vivir con una en la boca, no se habría resistido a ella con tanta furia. Después pensó que, muy en el fondo, siempre lo había sabido. Siempre había comprendido que la obediencia sería un gran consuelo para ella y, de hecho, precisamente por eso se había resistido. Intuía que, si cedía una vez, una única vez, la siguiente sería fácil.
Salieron del bosque en un punto cercano a la capilla. Las puertas dobles de la iglesia estaban abiertas y la gente la miraba. Estaba segura de que la mayoría sabía lo que le había ocurrido.
Les devolvió la mirada, fría, remota, sin vergüenza, y le gustó ver que algunos retrocedían hacia las sombras. Aun así, la mayoría de los críos se mantuvieron en su sitio. El castigo de otros era un asunto de gran interés para los niños, una fuente de tremenda gratificación.
Allie daba vueltas al pie de los escalones de la capilla, pero cuando vio a Harper se quedó inmóvil.
—Sigue moviendo el culo, enfermera —le ordenó Jamie.
La joven Storey esperó hasta que hubo pasado y después no pudo aguantarlo más: salió corriendo por la nieve para interceptarlos.
—Allie —dijo Nelson Heinrich—, se supone que esta noche eres la Vigía de la aguja. Vuelve a tu puesto.
—Harper —dijo ella sin hacerle caso—, quiero que sepas que no quería…
Pero Harper, en silencio, había soltado la piedra de la boca en la mano para reunir unas cuantas flemas y escupírselas a Allie en la mejilla. La chica dio un respingo, como si la hubiera abofeteado.
Jamie le dio un golpe en la parte de atrás de la cabeza, aunque Harper no estaba segura de si había sido con un puño o con la escoba.
—¡Esa piedra tiene que quedarse dentro de la boca! —chilló Nelson—. ¡Ahora te la vas a dejar ahí hasta que salga el sol!
No rompió el contacto visual con Allie en ningún momento; el rostro de la chica se arrugó de sorpresa y pena, y se le empezaron a desbordar los ojos. Harper se la quedó mirando hasta que la muchacha dejó escapar el primer sollozo. Entonces se metió otra vez la piedra en la boca y siguió su camino hacia la enfermería.