12

Harper descendió por la colina en medio de un frío cortante que le pinchaba en las fosas nasales y en los pulmones. Veía el vaho de su aliento como si fuera humo, como si hubiera entrado en modo dragón y ardiera por dentro.

En el esquisto, junto al agua, hacía más frío, tanto que se le entumecían las partes de la cara que llevaba al aire. Un hilo de humo se alzaba de la delgada chimenea de la cabaña del Bombero, el único signo de vida en todo aquel mundo envuelto en hielo. Odiaba salir al muelle, se sentía expuesta, esperando que alguien le gritara. No obstante, nadie la vio, y un grupo de altos árboles de hoja perenne tapaba la vista del muelle desde el campanario de la iglesia. Se metió en el bote de remos y soltó amarras. Una vez en el agua podrían verla (el ojo de la iglesia lo ve todo), pero no había luna ni estrellas, y pensaba que podría pasar inadvertida en la oscuridad absoluta.

Aquella vez pudo llegar a la cabaña sin perder las botas en el barro. El fango estaba congelado, duro como baldosas. Harper llamó al marco de la puerta. Como no obtuvo respuesta, volvió a llamar. Dentro olía a humo de madera y a enfermedad.

—Está abierto —respondió el Bombero.

Entró en el cuartito, y se encontró con un calor sofocante y una luz dorada que procedía del horno abierto.

Él estaba en la cama, con la sábana enrollada en la cintura, y las piernas y el brazo en el sucio cabestrillo. La estancia tenía olor a flema y su respiración era estruendosa.

Harper acercó una silla a la cama y se sentó. Luego se inclinó hacia delante y puso la mejilla sobre su pecho desnudo. La piel le ardía, y olía a sándalo y sudor. La escama de dragón le decoraba el pecho con diseños que le recordaron las alfombras persas.

—Respira con normalidad —dijo—. No he traído estetoscopio.

—Estaba poniéndome mejor.

—Cállate. Estoy escuchando.

Sus inspiraciones crujían levemente, como si alguien enrollara un envoltorio de plástico.

—Mierda —exclamó—. Has desarrollado atelectasia. No tengo termómetro, pero tienes fiebre. Mierda, mierda. No lo entiendo.

—Creo que Atelectasia era uno de los primeros álbumes de Genesis. Uno de los que grabaron antes de que Phil Collins fuera el cantante y se convirtieran en una mierda conservadora de la MTV.

—Es una palabra pedante para cierta clase de neumonía. Se trata de una complicación de las costillas fracturadas, pero no la esperaba en un hombre de tu edad. ¿Has estado fumando?

—No. Ya sabes que no tengo cigarrillos.

—¿Has tomado aire fresco?

—Mucho.

Ella entrecerró los ojos.

—¿Cuánto es mucho?

—Esto…, ¿dieciocho horas? ¿Dos arriba o dos abajo?

—¿Por qué has estado fuera durante dieciocho horas?

—No era mi intención. Me desmayé. Siempre me desmayo cuando envío un Fénix a algún sitio. —Le ofreció una sonrisa de disculpa—. Creo que seguía demasiado débil. No estaba preparado para crear uno, me costó demasiado. Aunque menos mal que lo envié. Como si su ametralladora no fuera suficiente, ese quitanieves que tu ex conduce es peor que un Panzer…

—Espera un momento. Retrocede. ¿Cómo sabes que mi ex apareció en la Verdun Avenue? ¿Quién te lo ha contado?

—Nadie. Estaba allí contigo.

—¿Cómo que estabas allí conmigo?

Él suspiró, hizo una mueca de dolor y se llevó la mano buena al lado malo.

—Te escondiste tras el coche de policía de Ben cuando empezó el tiroteo. Nelson fue el primero en morir, quedó hecho pedazos en la calle. Luego el camión golpeó la ambulancia y aplastó debajo a Mindy Skilling. Después saliste de allí como un piloto de vuestras carreras NASCAR. Lo recuerdo todo hasta el momento en que tu ex aplastó la furgoneta y casi me aplasta a mí. Quiero decir, al Fénix.

Harper no conseguía entenderlo. Hasta aquel momento había creído que el Fénix era un glorioso efecto pirotécnico que de algún modo podía ser maniobrado a distancia, algo así como un avión por control remoto. Una marioneta de fuego, con John Rookwood manejando los hilos desde allí, en su isla.

Pero era capaz de narrar el enfrentamiento con Jakob y el Hombre Marlboro como si lo hubiera vivido en persona, un concepto que Harper hallaba desconcertante y también irritante, porque resultaba obvio que a John le encantaba ser impresionante y misterioso.

—Eso es imposible. No puedes haber visto todo eso.

—No perdamos el norte. Es sólo improbable. Además, no he dicho que lo viera. No lo vi, pero lo recuerdo. —Se percató de que estaba a punto de interrumpirlo y levantó una mano para anticiparse—. Sabes que la escama de dragón, con el tiempo, satura el cerebro humano. Escucha tus pensamientos y sentimientos, y reacciona a ellos. Tiene una naturaleza dendrítica y se une con la mente.

—Sí, por eso la gente arde cuando está asustada o estresada. El pánico libera cortisol. La escama de dragón reacciona al cortisol asumiendo que el anfitrión ya no es seguro. Estalla en llamas y produce montones de ceniza que le permiten marcharse en busca de un alojamiento mejor.

Él la observó con admiración.

—Sí. Ese es exactamente el mecanismo. ¿Con quién has hablado?

—Con Harold Cross —contestó, satisfecha de sorprenderlo por una vez.

El Bombero se dio cuenta y torció los labios en una sonrisa.

—Encontraste su cuaderno. Me encantaría verlo algún día.

—Quizá, cuando acabe con él —respondió ella—. El cortisol provoca la combustión espontánea. Pero la oxitocina, la hormona de las redes sociales, tranquiliza a la escama de dragón. Cada vez que disfrutas de la aprobación del grupo, aumentas la sensación de seguridad de la espora y disminuyes las probabilidades de morir quemado después. Eso lo entiendo. Lo que no entiendo es cómo podías estar aquí en tu cabaña y a la vez viendo cosas que pasaban a tres kilómetros.

—Pero ya te he dicho que no las vi. Las recuerdo, esa es la diferencia. El Fénix tiene una nube de escama ardiendo en el núcleo. Esa escama contiene una copia simplificada de mis pensamientos, mis sentimientos, mis respuestas. Es un cerebro externo. Al final regresó a mí, volvió al nido, donde desapareció tras hacer su trabajo. La ceniza me cayó encima como la nieve mientras estaba inconsciente en la playa, y en las horas siguientes «soñé» lo que el pájaro había hecho y visto. Todo regresó a mí, fragmentado al principio, pero, al final, contemplé la horrible escena al completo.

Harper sopesó la idea. Ceniza que podía pensar, llamas que vivían y una espora que podía compartir impulsos y recuerdos con la mente humana. Pensó que era exactamente la clase de tonterías fantásticas a las que la evolución siempre había aspirado. A la naturaleza se le daban genial los trucos de magia y los juegos de manos.

Cuando volvió a hablar, no fue sobre nada relacionado con la escama de dragón:

—Necesitas un tratamiento con antibióticos. Resulta que tengo algunos. Enviaré a Michael con una botella de azitromicina. Debería poder escabullirse durante el cambio de guardia del anochecer. Vamos, señor Rookwood, echemos un vistazo a tu brazo.

—Eso significa que no podrás traérmela tú misma, ¿no?

Ella evitó mirarlo a los ojos. En vez de eso, soltó el cabestrillo con cuidado y le estiró el codo. John hizo un gesto de dolor, pero a ella le pareció que era más por aprensión que por auténtico sufrimiento.

—Las cosas se están complicando allí, John. Me han confinado en la enfermería, bajo arresto domiciliario, y tengo prohibido abandonar al padre Storey. Sólo estoy aquí esta noche porque Michael tenía guardia y ya no sigue las reglas de Carol. Ni Allie, que está bajo arresto domiciliario permanente en el dormitorio de las chicas. Michael temía que si me dejaba venir a verte yo no volviera. No quiere que me marche sin él. —Pensó un momento—. Es cuestión de tiempo que un par de docenas de desertores intenten huir, que llenen algunos coches con provisiones y se larguen. Renée ya ha hablado de irse con Don, los prisioneros y varios más.

—¿Adónde iríais?

—Oh, no sé si me iría con ellos, piense lo que piense Michael. Mientras el padre Storey tenga una posibilidad, no estaría bien abandonarlo.

Entonces, el Bombero hizo algo extraño. Miró más allá de ella, al horno, se inclinó y habló en voz baja, como si no quisiera que lo oyeran:

—Yo soy el primero que admira los comportamientos algo insensatos, Harper, pero en este caso no servirá de nada. Tu primera obligación es contigo y con el bebé, no con Tom Storey. Nunca he conocido a nadie con un corazón más grande que ese hombre, y estoy seguro de que no querría que te quedaras por él. Lleva así… ¿cuánto? ¿Seis semanas? ¿Siete? ¿Tras una fractura en el cráneo? ¿Con setenta años? Se ha ido. No va a volver.

—Algunos se han recuperado de cosas peores —replicó ella, aunque mientras hablaba se preguntó si aún era capaz de diferenciar entre un diagnóstico y la pura negación de los hechos—. Además, John, me queda poco. ¿Nueve semanas? ¿Ocho? Necesito un lugar donde tener al bebé. La enfermería es un buen sitio, no sé si puedo encontrar otro mejor. Don podría atender el parto. Ha sacado del agua muchos peces, seguro que puede conseguirlo con uno más. Ahora mismo, tan cerca del parto, no abandonaría el campamento a no ser que no tuviera otra opción.

No mencionó que, si el padre Storey moría, realmente no tendría otra opción. Huiría con el bebé o la enviarían al exilio sin él. No quería preocupar a John habiéndole de las amenazas de Carol, no en aquel momento. John estaba enfermo: le habían dado una paliza, y tenía fiebre y los pulmones llenos de sucios fluidos. Su trabajo era ofrecerle cuidados y simpatía, no darle más problemas.

Se levantó, buscó en varios cajones bajo lo que había sido una mesa de trabajo y volvió con unas tijeras. Le quitó la cinta sucia de la muñeca. Aún estaba hinchada y con una decoloración grotesca, pero sólo un poco rígida cuando le pidió que la girase, así que decidió que no era necesario vendarla.

—Creo que también podemos dejar el cabestrillo. Pero sigue con la codera hasta que puedas doblar el brazo sin que te duela mucho. E intenta que descanse. Hasta que haya pasado algo más de tiempo curándose, será mejor que te limites a la masturbación intelectual; que esta muñeca no se esfuerce si no es necesario.

Por una vez, el Bombero se quedó sin palabras. Ella se sentó de nuevo y dijo:

—¿Sabes? Michael no abandonará el campamento sin Allie. Y estoy segura de que Allie no huirá sin Nick. Me aterra pensar que dejen el campamento y se arriesguen en el exterior. ¿Y tú qué? Estarían a salvo si fueran contigo. Podrías cuidar de ellos, de Allie y de Nick.

John miró un instante el horno que estaba detrás de ella y después bajó la vista.

—¿Y de verdad crees que estoy en condiciones de ir a alguna parte?

—Tal vez no ahora, pero te pondremos mejor. Yo te pondré mejor.

—No adelantemos acontecimientos. Ni siquiera tenemos un plan, sólo un montón de cháchara.

Harper también lanzó una lenta mirada de preocupación al horno abierto. No vio a nadie devolviéndosela desde las llamas, ni a una mujer misteriosa ni a Sirius Black. Pensó en cómo Rookwood había mirado a hurtadillas el fuego antes de inclinarse para hablar en voz baja, como si no quisiera que lo oyeran. Se le ocurrió otra cosa, casi por azar, algo que había dicho sobre el Fénix: «Es un cerebro externo». El pensamiento le provocó un escalofrío en la nuca.

—No —dijo—. Pero será mejor que ideemos uno. Creo que deberíamos intentar reunimos aquí. Todos. Incluso los prisioneros, si podemos lograrlo. No tenemos que detallar únicamente cómo vamos a marcharnos, sino también adónde iremos y cómo pensamos sobrevivir. —Se detuvo y añadió con amabilidad—: Dices que el padre Storey no querría que arriesgara mi vida o la del bebé por quedarme. Yo digo que Sarah no querría que tú arriesgaras la tuya por quedarte.

—Oh, no sé yo —respondió él—. No sería tan malo acabar enterrado aquí. ¿Por qué no? En cierto modo, aquí es donde empezó mi auténtica vida. Aquí, en el Campamento Wyndham, fue donde conocí a Sarah y donde todos regresamos cuando nos infectamos con la escama de dragón. Tendría cierta elegancia narrativa que mi vida también terminara aquí.

—Que le den a la elegancia narrativa. ¿Cómo acabasteis decidiendo esconderos aquí?

—No teníamos otro sitio adonde ir. Así de simple, la verdad.

—Puedes hacerlo mejor —replicó Harper.

—Si insistes…

Fuego
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