12
John se levantó para avivar el fuego y regresó con el arco largo que llevaba todo el invierno apoyado en una esquina. Se estiró sobre su catre, sostuvo el arco como si fuera una guitarra y se puso a toquetear su única cuerda atonal.
—¿Crees que Keith Richards seguirá vivo? —preguntó.
—Seguro. Nada puede matarlo. Nos sobrevivirá a todos.
—¿Beatles o Rolling Stones?
Ella cantó las primeras líneas de «Love Me Do».
—¿Eso es un voto para los Beatles?
—Por supuesto que elijo a los Beatles. Es una pregunta estúpida. Es como preguntar qué te gusta más, si la seda o el vello púbico.
—Ah, qué decepción.
—Por supuesto que tú elegirías a los Stones. Cualquiera que vaya por ahí fingiendo ser un bombero cuando no lo es…
—¿Qué tiene eso que ver con nada?
—Los hombres a los que les gustan los Stones están obsesionados con su polla. Lo siento, pero es la única forma de decirlo. Y una manguera es una polla de fantasía simbólica. Es lamentable. Los fans masculinos de los Stones se quedaron estancados en los dieciocho meses, justo cuando descubrieron la emoción de tirarse de la goma elástica de su propio falo. Las fans de los Stones son aún peores. Mick Jagger tiene una boca rarísima y muy desagradable que le da cara de bacalao, y eso a ellas les pone. Se excitan con los hombres pez. Son unas pervertidas.
—Entonces, ¿con qué están obsesionados los fans de los Beatles? ¿Con la gloria del coño?
—Exacto. Strawberry Fields es algo más que un sitio de Liverpool, señor Rookwood —explicó Harper, levantando una mano—. Dame eso. Cada vez que tiras de ese cable aplicas una presión innecesaria en las poleas.
—Cuando te emborrachas hablas como una mecánica, ¿lo sabías?
—No estoy borracha. Tú sí. Una vez fui instructora de tiro con arco. Ahora, dámelo de una vez.
Él le dio el arco. Harper lo enderezó y recorrió el cable con los dedos.
—¿Instructora de tiro con arco?
—Cuando estaba en el instituto. Para el departamento de animación sociocultural del ayuntamiento.
—¿Qué te inspiró? ¿Jennifer Lawrence? ¿Fantaseabas con ser Katniss Everdeen? Jennifer Lawrence era magnífica, espero que no haya muerto abrasada.
—No, esto fue antes de Los Juegos del Hambre. Me dio muy fuerte por Robin Hood cuando tenía nueve años. Empecé a decir vos y demás, y cuando mis padres me pedían que me encargara de alguna tarea, yo hincaba una rodilla en el suelo e inclinaba la cabeza. En el momento culminante de mi obsesión fui a clase disfrazada de Robin Hood.
—¿Por Halloween?
—No, porque me gustaba cómo me hacía sentir.
—Dios mío. ¿Y tus padres te dejaron? No sabía que te desatendían de pequeña. Eso me produce tristeza en… —se detuvo como si intentara discernir dónde se ubicaba su tristeza— mis emociones.
—Mis padres son gente práctica y recia que tiene varios perros con pinta de ratas. Fueron muy buenos conmigo y los echo mucho de menos.
—Lamento tu pérdida.
—No creo que estén muertos. Pero están en Florida.
—La primera etapa del declive —respondió John, asintiendo con tristeza—. Supongo que les ponían jerséis a los perros.
—A veces, si hacía frío. ¿Cómo lo sabes?
—Te dejaron retozar por ahí disfrazada de Robin Hood, lo que imagino que te supondría un aluvión de burlas crueles de tus compañeros. Es bastante fácil suponer cómo tratarían a sus mascotas.
—Oh, no, ellos no sabían nada de mi disfraz de Robin Hood. Lo metí en la mochila y me cambié en el cuarto de baño del colegio. Pero tienes razón sobre las burlas. Fue un día oscuro en la vida de Harper Frances Willowes.
—¡Frances! Encantador. ¿Puedo llamarte Frannie?
—No. Puedes llamarme Harper. —Apoyó la barbilla en la punta del arco—. Mi padre me regaló mi primer arco por Navidad cuando tenía diez años. Aunque me lo quitó antes de Nochevieja.
—¿Disparaste a alguien?
—Me pilló mojando las flechas en líquido de mechero. En realidad, sólo quería disparar una flecha ardiendo contra algo. Me daba igual lo que fuera, todavía quiero hacerlo. Creo que así me sentiría completa: viendo una flecha en llamas clavarse en algo y prenderle fuego. Supongo que es lo que sienten los hombres cuando se imaginan hundiéndose hasta los huevos en un culito perfecto. Sólo quiero oír ese ruido tan sexy.
John se atragantó con el ron de plátano. Harper tuvo que darle unas palmadas entre los hombros para que volviera a respirar.
—Ahora estoy seguro de que te has emborrachado —comentó él.
—No, me he limitado a dos copas muy responsables de vómito de perro con sabor a plátano. Estoy embarazada.
Él jadeó y empezó a toser de nuevo.
—Venga, vamos a disparar flechas en llamas —dijo Harper—. ¿Quieres? El aire fresco te vendrá bien. Necesitas salir más de este agujero.
Él la observó a través de las lágrimas.
—¿A qué vamos a disparar? —preguntó.
—A la luna.
—Ah, un blanco bien grande. ¿Puedo disparar yo también?
—Claro —respondió Harper mientras apartaba su silla—. Iré a por las flechas. Tú trae el fuego.