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El Dodge Challenger perforó la noche como un cañón, casi sin esfuerzo, como un reactor que acelerase hacia el final de una pista de aterrizaje. Era la primera vez que Harper entraba en un coche patrulla. Estaba sentada detrás, donde metían a los detenidos. Pensó que tenía cierta gracia.
Era el relleno del sandwich entre Nelson Heinrich y Mindy Skilling. Mindy la miraba a ella y su nuevo corte de pelo con lástima. No le hizo ni caso. De vez en cuando, Nelson silbaba unos compases de «I’d Like to Buy the World a Coke». También hacía todo lo posible por pasar de él.
Ben iba al volante, con Jamie Close de copiloto y armada con un Bushmaster que llevaba sobre las rodillas. El Bushmaster había salido del maletero, junto con una escopeta de calibre 410 que Ben había entregado a Nelson. Este último la tenía entre las rodillas, con el cañón apuntándole justo bajo el mentón. Cada vez que el Challenger botaba por culpa de un bache, a Harper se le aparecía la desagradable imagen del arma disparándose con un estruendo ensordecedor y saltándole al hombre la tapa de los sesos.
De todos ellos, era la única que no tenía arma. No le sorprendía demasiado que no se la hubieran ofrecido, quizá no estuvieran seguros de contra quién habría decidido usarla.
—¿Qué pasa si los polis que aparecen con la ambulancia son gente que conocemos? —preguntó Heinrich—. Te has pasado un montón de tiempo en la policía de Portsmouth, ¡tienes que conocer a todo el equipo!
—Estoy seguro de que será gente que conozca —contestó Ben.
—Entonces…, ¿y si no nos entregan la ambulancia? Si eran amigos tuyos, tíos con los que salías de copas y eso, ¿no pensarán que no vas a dispararles?
—Si son tíos que me conocen, saben que nunca me tiro un farol.
Nelson se echó hacia atrás y asintió, tan tranquilo.
—Supongo que no merece la pena preocuparse por eso, no serán amigos míos. Si sientes algún escrúpulo al respecto, ya sabes que puedes contar conmigo para hacer lo que haya que hacer.
Siguió silbando «I’d Like to Buy the World a Coke».
—Espera un momento… —empezó a decir Ben, pero Jamie lo interrumpió:
—¿Eso de la izquierda no es Verdun Avenue, señor Patchett? A ver si nos saltamos el desvío.
—Cierto. Todo parece distinto con las luces apagadas.
Llevaban recorridos tres kilómetros desde el Campamento Wyndham y no habían visto ningún coche en todo el camino. La nieve permanecía intacta en la carretera. Las farolas estilo lámparas de gas seguían en las aceras, pero no emitían luz. La única iluminación era el brillo azul de la luna sobre la nieve.
Al entrar en Verdun, dejaron atrás los restos calcinados de una droguería, una deprimente caja de hormigón con agujeros rectangulares donde antes estuvieran las ventanas de cristal. Harper observó aquel lugar casi como si fuera el escenario de un crimen. Había ardido y las cenizas del incendio cayeron como nieve envenenada sobre todo el que estuviera a favor del viento; a saber cuántos habían muerto ya por su causa.
Verdun Avenue era una bocacalle bastante corta en la que las casonas coloniales se mezclaban, en apariencia al azar, con modestas fincas que debieron de construirse en los sesenta. Frenaron delante de una vivienda con tejas de cedro y un seto que llegaba a la altura del pecho y que rodeaba el patio. Ben le dio la vuelta al coche para colocarlo con el morro hacia la dirección de la que venían y lo puso al ralentí.
Pasó un brazo por encima de las rodillas de Jamie Close, abrió la guantera y volvió a su sitio llevando en la mano lo que, a primera vista, era como un globo de nieve muy grande. Lo dejó en el salpicadero y lo encendió: una luz estroboscópica roja y azul iluminó la calle con sus destellos de máquina de pinball.
Se volvió a medias y miró al asiento trasero.
—¿Nelson? Voy a apostarte allí, detrás de ese seto. Quédate agachado. Cuando Mindy llame por teléfono, la enfermera y ella se esconderán en el suelo de la parte posterior del coche. ¿Jamie? Tú y yo nos quedaremos delante para recibir a quien aparezca. Estarás de pie al lado de la puerta del copiloto, así que intenta parecer una poli. Yo estaré en la carretera. Verán las luces del coche y saldrán para ver qué está pasando. Les ordenaré que se tiren al suelo con las manos en la nuca. Entonces será cuando tendrás que salir, Nelson. Silba para que sepan que están cubiertos por ambos lados, no nos darán problemas en cuanto descubran que están rodeados. Hay dos bolsas de lona en el maletero y una nevera de poliestireno con hielo por si necesitamos mantener algo frío. Mindy y Harper cargarán las cosas mientras los demás vigilamos a los técnicos y los polis. —Ben miró a Nelson y a Jamie, procurando que hubiera contacto visual—. Los trataremos con respeto y comprensión. Nada de gritos. Nada de palabrotas. Nada de: «Tiraos al puñetero suelo si no queréis que os vuele la puñetera cabeza». ¿Entendido? Si guardamos la calma, ellos también lo harán. —Miró a Mindy—. ¿Estás lista? ¿Sabes lo que tienes que decir?
La chica asintió, tan solemne como un niño al que le confían un secreto.
—Estoy lista.
Había una rejilla metálica reforzada entre los asientos delanteros y los traseros, pero Patchett consiguió pasar un móvil a través de la estrecha ranura del centro. Mindy lo encendió. La pantalla iluminó la parte posterior con el brillo de un pequeño foco. Una vez, tiempo atrás, Harper había pensado que aquella suave superficie de cristal parecía el futuro. Ahora pensaba que ningún otro objeto del mundo encarnaba mejor el pasado.
La muchacha respiró hondo para prepararse. Se le contrajo el rostro y la barbilla le tembló de emoción, quizás ante algún recuerdo muy doloroso. Marcó el 911.
—¿Oiga? ¿Oiga? Me llamo Mindy Skilling —dijo entre jadeos, con la respiración entrecortada como si intentara no llorar—. Estoy en el diez de Verdun Avenue. Diez. Verdun. Por favor, necesito que envíen una ambulancia, creo que mi padre está sufriendo un ataque al corazón. —Una lágrima le brotó de un ojo, un pequeño reguero de luz—. Estoy con mi móvil, no tenemos fijo desde hace semanas. Tiene sesenta y siete. Está tumbado, ahora mismo está en el suelo del salón. Ha vomitado hace unos minutos. —Otro silencio desesperado—. No, no estoy con él, he tenido que salir corriendo afuera para conseguir cobertura. ¿Va a venir alguien? ¿Va a venir una ambulancia? Por favor, envíen a alguien.
A lo lejos, Willowes oía la voz del otro lado de la línea, un sonido musical ininteligible, como cuando hablaban los adultos en los dibujos de Garlitos.
—No, ninguno de los dos tiene la escama de dragón, somos normales. Mi padre no deja que se nos acerque nadie, tampoco me deja salir. Por eso nos estábamos peleando cuando… Ay, Dios mío. Le estaba gritando. Él intentaba alejarse de mí y yo lo seguía por la casa gritándole hasta que se ha llevado una mano al cuello. Dios mío, qué estúpida soy.
Harper se dio cuenta de que Nelson la observaba embelesado, reprimiendo las lágrimas.
—Vengan, por favor. Dense prisa. No dejen que se muera papá. Diez de Verdun. Por favor, por favor, por…
Mindy pulsó de repente el botón «colgar».
Se pasó el pulgar primero por debajo de un ojo y después del otro para limpiarse las lágrimas. Se sorbió los mocos (un sonido húmedo y congestionado), aunque su rostro había vuelto a ser una máscara de dulce vacío. Pasó de nuevo el teléfono por la ranura de la rejilla metálica.
—Siempre se me ha dado bien llorar cuando quiero —dijo—. Es asombrosa la cantidad de trabajo que consigues si eres capaz de llorar cuando toca. Anuncios de seguros, anuncios de alergias, promociones del Día de la Madre.
—Has estado genial —le aseguró Nelson con la voz preñada de emoción—. Hasta casi lloro yo.
La chica se sorbió los mocos y se pasó las manos por las sonrosadas mejillas húmedas.
—Gracias.
Ben señaló a Jamie con la cabeza.
—Ahora te toca a ti subir al escenario. Venga, vamos a hacer esto.
Patchett y Close abandonaron el coche, y Jamie abrió la puerta para que Nelson pudiera salir por atrás. Cuando el hombre ya estaba fuera, Jamie cerró de nuevo la puerta. Si todos morían en los próximos minutos, Harper y Mindy Skilling se quedarían atrapadas en el coche patrulla. Mindy al menos tenía una pistola, una pequeña 22 plateada. Si se le daba tan bien interpretar a la novia de un gángster como a la hija de un moribundo, Harper supuso que tendrían una oportunidad.
—Llorar es fácil —siguió explicando la joven. A la enfermera le dio la impresión de que no hablaba con ella, sino al coche vacío, como si no se hubiera percatado de que los demás se habían ido—, al menos para mí. Creo que cuesta más parecer feliz, reírse como si lo sintieras. Y lo más difícil de todo es morirse delante de una multitud. Tuve que hacer una escena de muerte como Ofelia… Los peores cinco minutos que he pasado sobre un escenario. Oía a la gente burlarse de mí por lo bajo. Para cuando terminó la escena, deseaba haber muerto de verdad.
Willowes siguió con la mirada a Ben y a Jamie mientras se colocaban delante de los faros del coche, donde tendrían la luz a la espalda. El diez de Verdun Avenue estaba tras una gruesa pared de seto nevado que a Nelson Heinrich le llegaba hasta el pecho. El policía agitó la mano en su dirección para colocarlo más o menos en el centro del seto: «Un poco más a tu derecha, un poco más».
Miró más allá de Nelson, hacia la casa en la que había vivido el Bombero con Allie, Nick y la mujer muerta. En uno de los laterales distinguió una valla de madera con la puerta entornada lo justo para ver la esquina de la piscina vacía.
Intentó imaginarse a John y a los demás alrededor de la mesa plegable que había allí atrás. Veía a Nick echando mostaza en un perrito caliente, a Allie metiendo las zarpas en una bolsa de patatas fritas mientras el plástico crujía. Tom y Carol estarían sentados el uno frente al otro, con un tablero de Scrabble entre ellos; oía el tintineo de las fichas al colocar Tom una palabra. No costaba conjurar el olor de las hamburguesas en la parrilla, que se mezclaba con el fuerte aroma a cloro de la piscina. Y entonces, ¿qué era eso? Los primeros estallidos de las bombonas de propano de la droguería, y John, que apartaba la vista de la parrilla, espátula en mano, mientras Sarah salía del agua y se quedaba de pie y alerta en la parte menos profunda de la piscina… Harper se detuvo ahí, pensando en Sarah Storey en la piscina. Pensando en cloro.
—Vaya, esto es emocionante —comentó Mindy mientras se echaba hacia delante; sus enormes ojos, siempre húmedos, brillaban en la oscuridad.
—¿Ah, sí?
—Sí, siempre he querido participar en una escena de acción.
Oyó el aullido de la sirena que se acercaba. Las luces azules y plateadas convirtieron la esquina de la calle en una discoteca invernal. Un coche patrulla dobló la esquina sin mucha prisa y avanzó hacia ellos.
Ben se acercó con una mano alzada para saludarlos mientras el conductor del otro vehículo salía de detrás del volante. El interior del coche patrulla estaba completamente iluminado. Una segunda agente de policía, una mujer robusta, se quedó en el asiento del copiloto con un portátil sobre las rodillas.
El poli que iba al volante se colocó delante de los faros y alzó una mano para hacerse visera con ella y poder ver mejor a Patchett. Era un tipo bajo con púas de pelo gris como virutas de acero mate y unas gafas de montura dorada apoyadas en la punta de la nariz. La primera impresión de Harper fue que el hombre parecía más un contable que un agente.
—¿Ben Patchett? —preguntó, y esbozó una sonrisa de desconcierto—. Oye, creo que no te veo desde…
Entonces algo le hizo clic, se le veía en los ojos. El rechoncho agente se dio media vuelta y corrió hacia el coche, con las esposas tintineándole en el cinturón.
—¡Bethann! ¡Bethann, avisa por radio…! —gritaba.
Jamie metió la mano bajo los faros del Challenger para sacar el Bushmaster. Lo tenía apoyado contra la rejilla, medio oculto detrás de ella.
Ben agachó la cabeza y dio cuatro veloces pasos hacia el coche patrulla…, no hacia el hombre que parecía un contable público, sino para rodear el capó y llegar hasta el lado del copiloto del otro vehículo.
—¡Oye! —gritó Close—. Oye, capullo, deja de correr si no quieres que alguien…
La escopeta se disparó detrás del seto con un ruido que helaba la sangre. El policía canoso bajito se tambaleó, y sus gafas de montura dorada cayeron a la calzada; Harper pensó: «Le han disparado. Nelson acaba de dispararle». Entonces el hombre se enderezó y se quedó quieto mientras extendía los brazos con las manos abiertas.
—¡No disparéis! —gritó—. ¡Por amor de Dios, no disparéis!
La policía del interior del coche volvió la cabeza de modo que la barbilla se le hundió en la clavícula. Tenía una mano en el micrófono del hombro y estaba apretando el botón. Ben se colocó a su lado y la apuntó con su arma a la sien a través de la ventana.
—Todo en orden —dijo Ben—. ¡Todo en orden! Posible ataque al corazón, es un código veinticuatro, código veinticuatro. Díselo, Bethann.
Bethann se quedó mirándolo con el rabillo del ojo y repitió:
—Código veinticuatro, código veinticuatro en el diez de Verdun Avenue, agentes en el escenario, esperando la ambulancia.
La mujer soltó el micrófono sin que se lo pidieran, cerró el portátil y apoyó las manos encima.
Jamie caminó por el centro de la calle hacia el policía bajito, con la culata del Bushmaster apoyada en el hombro, sin dejar de apuntarlo.
—De rodillas —le ordenó—. De rodillas, poli. No queremos hacerle daño a nadie.
—Bethann, si sales del vehículo y te pones bocabajo en la acera, creo que podemos escapar de esta sin mayor problema —dijo Patchett.
Harper oyó otra sirena, más tenor, que subía de volumen y hacía vibrar el aire frío de tal modo que la sentía en la piel. Mindy la miró; le brillaban los ojos de la emoción.
—Ojalá estuviéramos grabándolo —susurró.
—Ben —lo llamó el policía de pelo gris mientras se hincaba de rodillas. Jamie estaba a su lado, con el cañón apuntándole a la nuca—. Tienes esa mierda, ¿verdad? Tienes esa mierda por todas partes. Estás enfermo.
—Llevo la escama de dragón, pero no diría que estoy enfermo, Peter. Según lo veo yo, estoy mejor que nunca.
Ben dio un paso atrás sin dejar de apuntar a Bethann, que abrió la puerta y salió con las manos en alto. Sin apartar la mirada de ella, gritó:
—¡Nelson! ¿No te he dicho que apartes el dedo del gatillo? ¿Por qué has disparado el arma?
El hombre se puso en pie detrás del seto con la 410 apuntando al cielo.
—Conseguí que dejara de correr, ¿no?
—Mientras tú estabas pegando tiros, Bethann hablaba por un micro abierto.
—¡Ups!
—¿Qué significa eso? —preguntó Jamie.
—Significa que, si sois listos, saldréis de aquí mientras todavía podáis —respondió la agente—. Es bastante posible que hayan oído el disparo por la radio y ya estén enviando refuerzos.
—Oh, no lo creo —repuso Patchett—. Cuando dejé de trabajar, ya estábamos tan cortos de personal que se tardaba hasta media hora en conseguir refuerzos, y eso fue hace meses. Todos saben que las cosas sólo han ido a peor. Aunque estuvieran escuchando, no van a enviar a la caballería porque tal vez hayan oído algo irregular de fondo.
—¡Eso es cierto! —coincidió Peter, que estaba de rodillas en la carretera, con las manos extendidas a ambos lados—. Pero ya no somos sólo nosotros los que escuchamos la radio. Ahora es imposible saber quién más se entera.
—¿Qué narices quieres decir? —preguntó Ben, pero si Peter respondió, Harper no pudo oírlo: su voz quedó ahogada por el maullido de la ambulancia que doblaba la esquina de Verdun con Sagamore.
Jamie fue la primera en moverse; rodeó a Peter, que seguía postrado, y se dirigió a la ambulancia que aparcaba detrás del coche patrulla. Apuntó con el fusil a través del parabrisas y gritó mientras caminaba:
—¡Eh! ¡Aparta las manos del volante…!
La escopeta de Nelson se disparó con un rugido atronador. La ambulancia dio un salto adelante, como una persona que da un respingo, sorprendida. Close se apartó, pero, aun así, le rozó el espejo del lado del conductor. El Bushmaster se le cayó de las manos y habría caído a la calzada de no haberlo llevado colgada del cuello por la correa.
El policía llamado Peter se levantó sobre un pie, con la otra rodilla todavía en el asfalto, y la escopeta volvió a sonar. La cabeza del hombre cayó hacia atrás. Se le levantó la cortinilla de ralo pelo gris. Empezó a caer de espaldas como si realizara una especie de postura de yoga avanzada.
—¡Dejad de disparar! —gritó alguien.
Harper nunca averiguó quién. Por lo que sabía, pudo ser ella misma.
La ambulancia empezó a retroceder. El parachoques delantero, doblado, estaba enganchado en el guardabarros trasero del coche patrulla, así que arrastró con ella el coche de Peter y Bethann a través de una nube de humo. Ben, boquiabierto, se quedó mirando a la ambulancia arrastrar el vehículo con el mismo pasmo que si hubiera recibido él el disparo.
Cuando Bethann salió corriendo, no intentó coger el arma de Ben ni sacar la suya. En vez de eso, le dio a Patchett un empujón algo cómico, con una mano en su cara y otra en su esternón, y este trastabilló. La agente se volvió, dio un paso y después otro. El pie derecho de Ben tropezó con la cuneta y el hombre cayó de espaldas al suelo. Se le disparó el arma. Bethann se dobló con el pecho hacia delante y la espalda arqueada. Después se enderezó y corrió otra docena de pasos mientras apoyaba la mano en la culata de la Glock antes de derrumbarse de repente, de cara, sobre la helada acera cubierta de nieve.
Los neumáticos de la ambulancia echaban humo y daban vueltas. Jamie volvió a coger el Bushmaster, se lo apoyó en el hombro y aulló algo que Harper no distinguió. Se oyó el torturado ruido del acero al retorcerse. El guardabarros trasero del coche patrulla aterrizó en la calzada. La ambulancia, libre, salió disparada marcha atrás, directa contra un poste telefónico, y volvió a detenerse con el golpe.
Los neumáticos chirriaron y el vehículo dio un salto adelante, dirigiéndose justo hacia Jamie. El Bushmaster disparó varias veces, sonó el ruido seco de los tiros de la escopeta. Ben salió a la carretera, apuntó con la pistola y disparó una y otra vez.
El parabrisas estalló. La sirena se ahogó y dejó escapar un gemido de animal moribundo antes de guardar silencio. Un faro reventó con un fuerte chasquido.
Close retrocedió para hacerse a un lado y se quedó quieta, observando como una tonta la ambulancia que pasaba junto a ella, ya sin acelerar, sino arrastrándose de un modo surrealista, como un zombi en una película de terror. Se quedaron mirándola mientras pasaba por encima del cuerpo del policía. La columna de Peter crujió como una rama. El vehículo avanzó otros cinco metros antes de darse contra el bordillo y parar, con la rejilla humeante y cosida a balazos a menos de seis metros del morro del Challenger.