III
Bronson y Ángela se encontraban saliendo de Barcelona en el Nissan cuando el móvil de Ángela emitió un débil pitido doble, lo que indicaba que había recibido un mensaje. Hurgó en su bolso, sacó el teléfono y miró la pantalla.
—¿Quién demonios te envía un mensaje a estas horas de la noche? —preguntó Bronson.
—No reconozco el número, ah, es el de Josep. Puede que solo quiera desearnos un buen viaje. —Abrió el mensaje y miró la pantalla. El texto era breve, y en principio no le decía nada.
—¿Qué pone?
—Son solo dos palabras en latín: «Rei habeo».
—¿Qué significan? —preguntó Bronson.
—Supongo que una traducción aproximada sería «los tengo». ¿Qué querrá decir con eso?
Entonces cayó en la cuenta, y se rio por dentro. Luego, comenzó a reírse a carcajadas.
—No sé cómo lo ha hecho —dijo ella—, pero Josep debió de cambiar las reliquias que encontramos por un pergamino y un par de dípticos de la colección del museo.
—¿Quieres decir que destruyó tres reliquias diferentes?
—Exactamente.
—Fantástico —dijo Bronson—. Absolutamente fantástico. Creo que el Papa y el Vaticano (de hecho, el mundo cristiano al completo) van a sufrir un tremendo impacto cuando el profesor publique su investigación.
Ángela volvió a reírse.
—Al final lo hemos logrado. Desciframos las pistas y encontramos las reliquias, y esos hijos de puta que trabajan para el Vaticano no las han destruido.
—Sí, esa es la verdad. —Bronson miró con atención el perfil de Ángela, ensombrecido en la oscuridad del coche—. ¿Volverías a hacerlo? —preguntó él.
Ángela se giró y lo miró fijamente.
—No creo que la búsqueda de reliquias sea una carrera viable. ¿Te referías a eso?
—No exactamente. Me refería a que si crees que deberíamos pasar un tiempo juntos. No nos hemos llevado tan mal, ¿no?
Ángela se quedó en silencio durante algunos segundos.
—Sin promesas, ni compromisos. Vamos a ver cómo van las cosas.
Los dos estaban sonriendo, ensimismados en sus pensamientos, cuando Bronson tomaba la autovía hacia el norte, en dirección a los Pirineos cubiertos de nieve, cuyos irregulares picos estaban iluminados por la fría luz de la luna llena.