III

Pierro rebusco en el bolsillo de su chaqueta y sacó un sobre marrón.

Miró a los alrededores de la cafetería, para asegurarse que nadie podía oírlos (una precaución superflua con los dos hombres de Gregori Mandino, que parecían perros guardianes) y puso varias fotografías sobre la mesa, justo enfrente de Vertutti.

Él reconoció las imágenes de inmediato: eran primeros planos de la piedra con la inscripción.

—Cuando llegué a la conclusión de que no había ningún mensaje secreto oculto en la inscripción —prosiguió Pierro—, comencé a observar la piedra, y hay dos pistas evidentes en cuanto a su forma. Mire primero los cuatro bordes de la piedra.

Vertutti se inclinó hacia delante por encima de la mesa y observó dos de las fotografías, comparándolas, pero no vio nada que no hubiera visto antes, y negó con la cabeza.

—Los bordes —apuntó Pierro en voz baja—. Se sacó una pequeña regla del bolsillo, la colocó sobre una de las fotografías, y la alineó con la parte superior de la piedra. Más tarde repitió el proceso con los lados izquierdo y derecho de la imagen.

—¿Lo ve ahora? —preguntó—. El borde superior y los dos lados de la piedra son completamente rectos. Pero haga lo mismo ahora con la parte inferior de la piedra.

Vertutti cogió la regla y la colocó cuidadosamente. Y entonces vio a qué se refería el académico: con la regla colocada, era evidente que el borde inferior de la piedra estaba ligeramente desnivelado.

—Este es el primer asunto —dijo Pierro—. Si los romanos o quienquiera que preparara esta piedra pudieron lograr que tres de los bordes fueran rectos, ¿por qué no hicieron lo mismo con el cuarto? Y la segunda pista está relacionada con la primera. Mire de cerca la posición del tallado. Si lo analiza, verá que las palabras están centradas sobre la piedra de izquierda a derecha, pero no de arriba a abajo.

Vertutti miró detenidamente la fotografía que tenía enfrente y asintió con la cabeza. El espacio entre las letras y la parte superior de la piedra era mucho mayor que en la parte inferior. Ahora que Pierro lo había demostrado, la discrepancia era bastante obvia. El típico caso en el que prestar atención al detalle hace que lo más obvio pase desapercibido, pensó.

—¿Y qué significa eso? —preguntó.

—La conclusión más evidente es que esta piedra —Pierro dio un golpecito en la foto con el dedo para dar énfasis— formaba parte originariamente de otra de mayor tamaño, y en algún momento la parte inferior fue retirada.

—¿Puede estar seguro de eso?

Pierro negó con la cabeza.

—No sin examinar la piedra por mí mismo, aunque estas fotografías son bastante claras. En una de ellas hay lo que en mi opinión parecen marcas hechas con un cincel, que habría sido la herramienta lógica para dividir la piedra en dos. Creo que esta piedra se realizó como una especie de indicador, algo que servía de guía para acceder a la «Tumba de la cristiandad», que creo que es el nombre con el que la describe el papa Vitaliano en el códice.

Vertutti miró con enfado a Mandino cuando Pierro dejó claro el profundo conocimiento que tenía del códice secreto.

—Creo que la mitad inferior de la piedra tenía, casi con completa seguridad, una especie de mapa o direcciones tallados en ella —concluyó Pierro.

—¿Qué está insinuando entonces? —preguntó Vertutti—. ¿Dónde está la parte que falta? ¿Y cómo la vamos a encontrar?

Pierro se encogió de hombros.

—Eso no es mi problema —dijo— pero parece lógico suponer que la persona que decidió dividir la piedra no haya desechado la parte inferior. Si esta piedra ha sido insertada en la pared de la casa como mera decoración, ¿por qué no la dejaron intacta? ¿por qué tomarse la molestia de partirla en dos? La única posibilidad con sentido es que esa parte de la piedra fuera colocada en la pared con otro propósito, como un claro indicador para alguien que supiera lo que estaban buscando. A no ser que no conozca la identidad de los «mentirosos», esta piedra es simplemente algo curioso. Y eso significa que…

—Eso significa —interrumpió Mandino—, que la otra mitad de la piedra está probablemente oculta en algún lugar de la propiedad, así que voy a tener que volver a enviar a mis hombres para que la encuentren.

El primer apóstol
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