I

—Por fin —masculló Bronson, mientras conducía la Renault Espace por el camino de gravilla de Villa Rosa en las afueras de Ponticelli. Era bastante después de medianoche, y llevaban en la carretera desde aproximadamente las ocho de la mañana.

Bronson apagó el motor, y durante un momento, se dejaron deleitar por el silencio y la tranquilidad del lugar.

—¿Vas a dejarla aquí? —preguntó Ángela.

—No me queda otra alternativa. Mark cerró con llave el garaje antes de irse al funeral, así que las llaves deben estar por algún sitio de su apartamento en Ilford.

—¿Tienes las llaves de la casa? Espero que las tengas.

—No las tengo, pero eso no será problema. Mark siempre solía dejar un juego de más en el exterior de la casa. Si no está, tendré que hacer un poco el caco para poder entrar.

Bronson recorrió un lado de la casa, utilizando la diminuta linterna de su llavero para iluminar el camino. Aproximadamente a mitad del trayecto, había una piedra de un color marrón claro, y justo a su derecha, lo que parecía otra con forma ovalada y de color gris claro, de menor tamaño. Bronson cogió la piedra falsa y le dio la vuelta, abrió la tapa, la sacudió y sacó la llave de la puerta principal, luego volvió junto a Ángela, y abrió la puerta.

—¿Te apetece beber algo? —preguntó, mientras dejaba las bolsas en el vestíbulo—. ¿Te apetece güisqui, brandi o cualquier otra cosa? Te ayudará a dormir.

Ángela negó con la cabeza.

—Esta noche, lo único que necesito para dormir es una cama.

—Escucha —dijo Bronson—. Estoy preocupado por las personas que nos están buscando. Creo que, mientras estemos aquí, por nuestra seguridad, deberíamos dormir en la misma habitación. Hay un dormitorio de invitados con dos camas en la planta de arriba. Creo que utilizaremos ese.

Ángela se quedó mirándolo durante algunos segundos.

—Vamos a llevar esto de la forma más profesional, ¿vale? No vas a intentar acostarte conmigo, ¿verdad?

—No —dijo Bronson, con un tono de voz casi convincente—. Solo pienso que debemos estar juntos, por si esos tipos deciden volver.

—De acuerdo, pero siempre que te haya quedado muy claro lo que te acabo de decir.

—Voy a comprobar que todas las puertas y ventanas están cerradas, ahora subo —dijo Bronson, mientras cerraba con pestillo la puerta principal.

Después de la muerte de Jackie y Mark, resultaba extraño estar de vuelta en la casa. De repente Bronson sintió que lo invadía un sentimiento de tristeza ante la pérdida de sus amigos, y ante el hecho de que no volvería a verlos nunca más, pero lo reprimió con decisión. Ya habría tiempo de apenarse cuando todo esto hubiera terminado; mientras tanto, tenía trabajo que hacer.

Bronson se despertó justo después de las diez, miró a Ángela, que seguía durmiendo profundamente en la otra cama individual, se puso un batín que encontró en el cuarto de baño incorporado al dormitorio, y bajó a la cocina para preparar el desayuno. Cuando hubo preparado una jarra de café, encontró medio paquete de pan de molde en el congelador de los Hampton y preparó dos tostadas ligeramente quemadas, y entonces Ángela apareció en la entrada.

—Buenos días —dijo ella, restregándose los ojos—. Ya veo que sigues quemando las tostadas.

—Pues para que lo sepas —contestó Bronson—, el pan de molde estaba congelado, y no estoy acostumbrado a utilizar el tostador.

—Excusas, excusas. —Ángela se dirigió a la encimera donde se encontraba el tostador y echó un vistazo a las dos rebanadas—. En realidad, no están demasiado quemadas —dijo ella—. Yo me como estas, y tú puedes quemar otro par para ti.

—¿Quieres café?

—¿Tienes que preguntármelo? Claro que quiero café.

Treinta minutos más tarde, se habían vestido y estaban de vuelta en la cocina, que aparte de los dormitorios, era la única habitación de la casa en la que los muebles no estaban cubiertos con sábanas polvorientas, y Bronson puso la traducción de la inscripción en occitano sobre la mesa.

—Antes de empezar a mirar eso, ¿podría ver las dos piedras talladas? —preguntó Ángela.

—Por supuesto —dijo Bronson, y se dirigieron al salón. Bronson llevó a rastras una escalera de mano hasta la chimenea y Ángela subió por ella para examinar la inscripción en latín y, una vez arriba, pasó los dedos por encima de las letras talladas con cierta reverencia.

—Siempre tengo una sensación extraña cuando toco algo tan antiguo como esto —dijo ella—, quiero decir, cuando caes en la cuenta de que el hombre que talló esa piedra vivió alrededor de mil quinientos años antes incluso de que Shakespeare naciera, se tiene una verdadera sensación de antigüedad.

Ángela echó un último vistazo a la inscripción, y luego se bajó de la escalera.

—¿Y dices que la segunda piedra estaba justo detrás de esta, pero en el comedor? —preguntó ella.

—Allí estaba, sí —contestó Bronson, mientras se dirigía a la entrada de la habitación—, pero nuestros huéspedes no invitados se la han llevado. —Señaló el orificio más o menos cuadrado de la pared de la habitación, bajo la que los cascotes causados por la extracción permanecían tirados.

—¿Y se la llevaron para intentar recuperar la inscripción que borraste?

—Creo que sí. Es la única explicación que tiene sentido.

Ángela asintió con la cabeza.

—De acuerdo, entonces, ¿por dónde empezamos?

—Vale, la pista más evidente se encuentra en el primer renglón del segundo verso de la inscripción: «Aquí roble y olmo divisan la huella». Eso podría significar que el secreto escondido se encuentra en un campo o en un bosque, y que su ubicación viene indicada por las dos especies de árboles diferentes, pero hay un claro problema…

—Exactamente —dijo Ángela—. Probablemente esto fuera escrito hace alrededor de seiscientos cincuenta años. El roble es un árbol muy longevo, creo que puede vivir un máximo de quinientos años o así, pero el olmo, incluso aunque no padezca la enfermedad holandesa del olmo, solo vive aproximadamente la mitad que el roble, por lo que, si este renglón hace referencia a dos muestras concretas, deben de llevar muertas mucho tiempo.

—Pero supón que el autor de este verso tuviera la esperanza de que el objeto fuera recuperado poco después, en solo unos años, ¿qué opinas?

Ángela negó rotundamente con la cabeza.

—No lo creo. La oposición del papa hacia los cátaros era tal que debían de saber que no había ninguna posibilidad de que la religión sobreviviera, a no ser que fuera de modo encubierto, como movimiento clandestino. Quienquiera que escribiese este renglón vaticinaba una larga espera antes de que hubiera una posibilidad de que la suerte apareciera.

»Y, en cualquier caso, es una especulación demasiado vaga. Supón que hubiera un robledal junto a una olmeda en la ladera que se encuentra detrás de la casa. ¿Por dónde exactamente empezarías a cavar? Además, ten en cuenta que el renglón dice «roble y olmo», y no «robles y olmos». Jeremy hizo mucho hincapié en eso. Podemos echar un vistazo fuera si quieres, pero creo que estaríamos perdiendo el tiempo. Ese renglón hace referencia a algo hecho de madera. Algún objeto fabricado con madera de roble y de olmo que pudo existir antes de que el verso fuera escrito.

Bronson movió la mano para abarcar toda la casa.

—Este lugar ha sido construido con madera y piedra, está plagado de muebles de madera, y sé que los Hampton se quedaron con numerosos de ellos al comprar la casa, debido en parte a su dificultad para ser retirados, al ser de un enorme tamaño.

—Así que, en algún lugar de la casa debe haber un arcón o algún tipo de mueble fabricado con madera de roble y olmo, en el que habrá una pista por encima o en su interior. Puede que otro verso o un mapa, algo así.

La antigua casa tenía un desván que ocupaba la superficie completa del piso. Bronson encontró una linterna grande en la cocina y subieron las escaleras. A primera vista, el desván parecía estar vacío, pero una vez que empezaron a mirar, estaba claro que entre la inevitable basura que se acumula en las casas antiguas, como cajas de cartón vacías, maletas rotas, ropa y zapatos viejos que ya no se utilizan y una increíble colección de telarañas, había algunos objetos de madera a los que echar un vistazo. Había cajas grandes y pequeñas, algunas con tapa y otras sin ella, fragmentos de muebles rotos, e incluso algunos maderos, supuestamente de algún proyecto de construcción que nunca se hizo realidad.

Después de prácticamente dos horas, lo habían comprobado todo. Los dos estaban cubiertos de polvo, y con telas de araña decorando sus cabezas, pero no habían encontrado absolutamente nada.

—¿Lo dejamos ya? —preguntó Bronson.

Ángela lanzó una última mirada alrededor del desván, antes de asentir con la cabeza.

—Sí, ya es suficiente. Vamos a lavarnos y a tomar una copa. De hecho, sé que es pronto, pero vamos a almorzar algo. Al menos, lo peor de la búsqueda ya ha terminado.

Bronson negó con la cabeza.

—No olvides que esta casa tiene sótanos también, lo que quiere decir ratas y ratones, al igual que arañas.

—Tú sí que sabes hacer que una chica lo pase bien, ¿verdad? Piensa en positivo, puede que encontremos alguna pista antes de tener que bajar allí.

La búsqueda en los dormitorios no llevó tanto tiempo como Bronson había imaginado, ya que no había gran cosa que comprobar. Había arcones, armarios roperos y camas que venían con la casa, numerosos de los cuales estaban fabricados con roble, pero a pesar de vaciarlos todos, no había rastro de nada que no perteneciese a los Hampton. Tampoco había muestras de que ninguno de ellos hubiera sido fabricado con dos tipos de madera, aparte de tres de los armarios roperos no empotrados que tenían una decoración de taracea con incrustaciones, aunque la madera que se había utilizado en esos muebles no era olmo: para Bronson tenía más aspecto de ser madera de cerezo.

—Esto no resulta fácil —comenzó Bronson, mientras volvía colocar una pila de ropa de cama en un enorme arcón situado a los pies de la cama de una de las habitaciones de invitados.

—No esperaba que lo fuese. Este objeto fue escondido hace más de seiscientos años por personas que habían sido perseguidas por media Europa por un ejército de cruzados, cuya única intención era quemarlos vivos. Cuando ocultaron la reliquia, sabían muy bien lo que hacían, y se aseguraron de que el objeto no fuese encontrado por casualidad. Vamos a ser realistas: puede que no lo encontremos por nosotros mismos.

Bronson suspiró, se dirigió a un rincón de la habitación y abrió otro pequeño arcón fabricado, al igual que el resto que habían estado mirando, en roble y cuando se inclinaba hacia delante para mirar en su interior, le vino una idea a la cabeza.

—Espera un momento —dijo él—. Creo que no vamos por buen camino.

—¿A qué te refieres?

—Piensa de nuevo en la inscripción en occitano. ¿Qué dice el renglón realmente?

—Ya sabes lo que dice: «Aquí roble y olmo divisan la huella».

—Estamos partiendo de la base de que, según el verso, tenemos que encontrar un objeto fabricado en roble y olmo, y que cuando, por ejemplo, hayamos encontrado un arcón o algo así con una tapa hecha de las dos maderas y la abramos, en su interior encontraremos un mapa o instrucciones.

Ángela se sentó junto a él en el suelo.

—Pero, si eso fue lo que hicieron los cátaros, si la pista era tan evidente, entonces, alguien había encontrado ya la reliquia, ¿no crees? —prosiguió Bronson—. Esta reliquia era de una importancia crucial para los cátaros, ¿no es así? De forma que, si tallaron un mapa o algo así en el interior de un arcón o de un armario ropero, ¿cómo no se iban a asegurar de que alguien no lo vendiese o lo rompiese para hacer leña algunos años o siglos más tarde? En caso de que eso ocurriera, el secreto se perdería para siempre.

»Y, solo por si la propiedad pudiera ser alguna vez asaltada por los cruzados, no querrían dejar tampoco ninguna pista visible ni evidente. La piedra inscrita fue casi con total seguridad cubierta con paneles de madera, o puede que hasta con escayola, e incluso en el caso de que hubiera permanecido a la vista, pudo ser considerada como el lamento de un cátaro por la muerte de, ay, ¿cómo se llama?

—Guillaume Bélibaste —respondió Ángela de manera automática—. Entonces, ¿qué estás insinuando?

—Es posible que la pista, o lo que sea, no esté solo en un mueble frágil. Creo que la encontraremos incorporada a la estructura de la casa. Deberíamos mirar las vigas, las viguetas y los tablones de madera del suelo. Deberíamos analizar los materiales reales (los componentes de madera) que los cátaros utilizaron para construir la casa.

Ángela asintió tentativamente.

—¿Sabes? —dijo ella lentamente—, puede que esa sea la sugerencia más inteligente que hayas hecho desde que empezamos con esto. De acuerdo, olvídate de los muebles. Vamos a empezar por el techo.

La construcción de la casa era la típica de los edificios de aquella época, en la que gruesos tablones de madera reposaban sobre enormes vigas de tramos cuadrados, y cuyos extremos estaban insertados en huecos de los muros exteriores de piedra sólida que formaban cada planta, incluida la del ático. Los maderos del techo eran casi tan grandes como las vigas y estaban cubiertos por tejas de terracota: era evidente que la propiedad se había construido para que durara. La madera se había ennegrecido por el paso de los años, y por el humo de las dos grandes chimeneas y los tablones del suelo se habían pulido por el paso de innumerables pisadas a lo largo de los siglos, y que ahora estaban cubiertos de alfombras.

—Puede que los tablones del suelo hayan sido fabricados con madera de roble y de olmo —sugirió Bronson.

Trabajaron por la casa de manera metódica, comenzando de nuevo por el desván. Todos los tablones del suelo parecían estar fabricados con la misma madera de color marrón oscuro, y estaban pintados y barnizados, por lo que a Bronson no le parecieron de roble ni de olmo. Y tampoco pudieron encontrar en el suelo nada que pudiera parecer algún tipo de indicador.

Comprobaron la primera habitación de invitados y luego la segunda: nada. En el dormitorio principal, gran parte del suelo estaba tapado por la enorme cama con cuatro columnas que venía con la casa y que dominaba la habitación. Comprobaron los tablones del suelo que estaban a la vista, pero no encontraron nada. Luego Bronson observó la cama atentamente.

Era una cama de matrimonio extragrande con una base de madera tallada, y en cada esquina había un pilar afilado y estriado de madera marrón oscura que terminaba en un sólido dosel cercano al techo, y que estaba cubierto por un pesado material de color rojo oscuro que a Bronson le pareció ser una especie de brocado. Las sábanas se habían retirado, y dos colchones de un metro reposaban sobre la sólida base de madera. Harían falta al menos cuatro o cinco hombres para moverla.

—¿Cómo demonios movemos eso? —preguntó Ángela.

—No lo vamos a hacer. Me meteré debajo y echaré un vistazo. Pásame la linterna, por favor.

—¿Has encontrado algo? —le preguntó Ángela, después de que llevara unos minutos debajo de la cama.

—Bastante polvo, y eso es todo por ahora. No, aquí no hay nada… —Su voz se desvaneció.

—¿Qué? ¿Qué pasa?

—Hay algo que parece un pequeño círculo en uno de estos tablones del suelo. Podría ser un nudo de la madera, pero es lo primero que encuentro extraño en el suelo. Necesitaré…

—¿Qué? ¿Qué quieres? —La excitación estaba elevando el tono de voz de Ángela.

—Un cuchillo, creo, pero no un cuchillo de cocina. Necesito algo que tenga una hoja fuerte. Echa un vistazo en la caja de herramientas de Mark, está debajo del fregadero de la cocina, y a ver si puedes encontrar una navaja o algo así. Si puedo raspar la pintura y el barniz, podré decirte si se trata de una característica natural de la madera o de otra cosa.

—Espera. —Bronson la oyó salir de la habitación y bajar las escaleras. Un par de minutos después, estaba de vuelta con una pesada navaja plegable con una buena punta y una gruesa hoja. Se agachó y se la pasó a Bronson.

—Gracias, esta es perfecta. Espera —añadió—, ¿podrías sujetarme la linterna? Apunta a mi mano derecha.

Abrió la hoja de la navaja, y comenzó a raspar la pintura. Después de algunos minutos, Bronson había logrado extraer algunas de las múltiples capas que cubrían la madera, pero debido al ángulo oblicuo de la luz de la linterna, no podía ver con claridad lo que quedaba al descubierto.

—Dame la linterna, por favor —dijo él.

Ángela se la entregó.

—¿Vas bien? —preguntó con impaciencia.

—No es un nudo de la madera —dijo Bronson, con un tono de voz que dejaba ver su emoción.

—¿No es un nudo?

—No. Es una especie de añadido del tablón. Parecen dos semicírculos de diferentes tipos de madera. —Hubo un largo silencio—. Y uno de ellos parece de roble.

El primer apóstol
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