II

Mark analizó meticulosamente el diagrama de la autopsia, y escuchó mientras Bronson traducía la descripción de la herida de un lado de la cabeza de Jackie del italiano. Luego asintió con la cabeza.

—Eres oficial de policía, Chris, y sabes de lo que estás hablando. Lo que dices tiene sentido. No se me ocurre nada con esa forma que esté en las escaleras o en el vestíbulo.

Bronson podía notar cómo el dolor de Mark era poco a poco sustituido por ira. Ira hacia la persona que había violado su propiedad y que, de forma deliberada o accidental, había asesinado a su esposa.

—Entonces, ¿qué debemos hacer ahora? ¿Contárselo todo a la policía italiana?

—No creo que eso sirva de gran ayuda. Ya han determinado que se trató de un accidente, y en realidad la única prueba que tenemos es una herida anormal y el hecho de que la puerta trasera de la casa ha sido forzada. Podrían alegar que no se han llevado nada, ni siquiera el dinero en metálico que hemos encontrado por ahí, y la herida de Jackie puede tener numerosas interpretaciones posibles. Negarían con la cabeza educadamente, nos darían sus condolencias, y se volverían a marchar sin hacer nada.

—¿Qué hacemos entonces?

—Creo —dijo Bronson— que lo primero que tenemos que hacer es intentar averiguar qué buscaban los ladrones, o quienes fueran. He recorrido la casa un par de veces, y no he notado que falte nada, pero si lo hacemos juntos puede que veamos algo.

—Buena idea.

Sin embargo, veinte minutos más tarde, tras comprobar cada habitación, no habían encontrado nada. Todos los objetos de valor (dinero, joyas y un costoso equipo electrónico) seguían, que Mark supiera, presentes y en buen estado.

Los dos hombres bajaron las escaleras y se dirigieron a la cocina donde Bronson rellenó la tetera y la encendió.

—Olvídate de lo que pueda faltar. ¿Has visto algo cambiado de sitio, algo en alguna habitación que debería estar en otra, o algo así?

—Es muy difícil de decir. La mitad de los muebles de la casa están cubiertos con sábanas llenas de polvo, y algunos objetos han sido trasladados a otras habitaciones para que los obreros tengan espacio suficiente para trabajar.

—¿No has visto nada que haya sido revuelto o cambiado de sitio que no tenga nada que ver con los obreros?

Mark se quedó pensativo durante algunos segundos. Finalmente dijo:

—Solo las cortinas del estudio.

—¿Qué quieres decir?

—Llevamos tiempo sin venir a la casa, y hay muchas cosas que se deben renovar. Las cortinas del estudio venían incluidas con la casa, pero son horrorosas, razón por la que probablemente los antiguos dueños las dejaron. Jackie no soportaba verlas, así que siempre las dejábamos descorridas, para que no se viera el estampado. Sin embargo, cuando estábamos en el estudio me di cuenta de que estaban corridas.

—¿Y Jackie no habría hecho eso?

Mark negó con la cabeza.

—Rotundamente no. Hay postigos en la parte exterior de esa ventana y siempre han estado cerrados (para evitar reflejos en la pantalla del ordenador) por lo que nunca habría necesidad de correr las cortinas.

—Bueno, alguien debió hacerlo —dijo Bronson—. La policía no tendría ningún motivo. Puede que los ladrones corrieran las cortinas porque buscaban algo en el estudio y querían asegurarse de que no se viera luz por la ventana.

—Pero hemos comprobado el estudio —protestó Mark—, y no falta nada.

—Ya lo sé, así que tenemos que volver y mirar de nuevo.

En el estudio, Bronson encendió el ordenador, y le pidió a Mark que comprobara todos los cajones y armarios de la habitación, por si se les había pasado algo por alto. Mientras esperaba a que se cargara el sistema operativo, Bronson rebuscó entre los papeles que había esparcidos sobre el escritorio, y encontró las facturas, los cálculos y los presupuestos de la obra que los Hampton estaban realizando en la propiedad, además de un montón de las típicas facturas de luz, agua, etc. Había también varias hojas de papel de tamaño A4, que suponía que Jackie había utilizado para escribirse notas, ya que encontró listas de la compra y de las cosas que tenía que hacer en algunas de ellas. Una le interesó, así que la colocó a un lado, junto con otra hoja de papel que parecía estar en blanco.

Cuando el ordenador estuvo listo para ser usado, Bronson comprobó los programas que había instalados y luego echó un vistazo a la carpeta «Mis Documentos», en busca de algo anormal, pero no encontró nada. A continuación comprobó el correo electrónico, observando las carpetas «Bandeja de entrada» y «Elementos enviados», pero una vez más, sin encontrar nada. Por último, abrió el buscador (como la mayoría de la gente, los Hampton utilizaban el Internet Explorer) y miró los sitios web que Jackie había visitado recientemente, o más bien, lo intentó, ya que no había ningún listado de sitios en el historial, así que comprobó la configuración del programa. Eso lo desconcertó, y se reclinó en la silla de cuero negro frunciendo el ceño.

—¿Qué pasa? —preguntó Mark, cerrando la puerta del armario que utilizaban para guardar artículos de escritorio.

—En realidad, no lo sé. ¿Era Jackie una experta con el ordenador? Quiero decir, ¿podría haber estado toqueteando las configuraciones de los programas, y cosas así?

Mark negó con la cabeza.

—Imposible. Utilizaba el procesador de textos y hojas de cálculo, enviaba y recibía correos electrónicos y navegaba un poco por Internet. Nada más. ¿Por qué?

—Acabo de comprobar la configuración del Internet Explorer, y casi todo utiliza los valores predeterminados, incluyendo el historial, que se configura para que quede guardado durante veinte días.

—¿Y?

—A pesar de los valores predeterminados, no hay ningún listado de sitios en el historial del programa, por lo que alguien ha debido de borrarlos. ¿Pudo Jackie haber hecho eso?

—No —dijo Mark con rotundidad—. No habría tenido ni idea de cómo hacerlo y, en cualquier caso, ¿por qué lo iba a hacer?

—No tengo ni idea.

De vuelta en la cocina, Mark preparó café mientras Bronson estaba sentado en la mesa, con los papeles enfrente de él.

—Vale, entonces —dijo Mark, atravesando la habitación con dos tazas en la mano—. ¿Qué has encontrado?

—Aparte de la anomalía del ordenador, he cogido una lista de la compra y lo que parece una hoja de papel en blanco.

—Eso no parece muy prometedor, ni siquiera interesante.

Bronson se encogió de hombros.

—Puede que no sea nada, pero es un poco extraño. La lista de la compra, por ejemplo, tiene las típicas cosas que se esperan encontrar en una lista de ese tipo, como comida y cosas así, pero justo al final aparece «diccionario de latín». Las palabras están tachadas, ya sea porque Jackie cambiara de idea o porque saliera a comprarlo y lo tachara después de hacerlo.

—Lo compró —dijo Mark—. He visto un diccionario de latín-italiano en la estantería del estudio. Ni siquiera me he molestado en decir nada, porque no me ha parecido algo importante. Pero, ¿por qué querría un diccionario de latín?

—Puede que por esto —dijo Bronson, sujetando la hoja de papel en blanco—. No hay nada escrito en ninguno de los lados de la página, pero cuando la he mirado, he observado ligeras marcas, como si Jackie hubiera escrito algo en otra hoja de papel colocada encima de esta. Hay cuatro letras en total, impresas en mayúscula, y están bastante claras. La letras son «H», «I», «C» y «V». Esas letras, en ese orden, no forman parte de ninguna palabra en inglés que me venga a la cabeza.

—«CV» podría referirse al curriculum vitae de alguien —sugirió Mark.

—¿Pero qué pasa con la «HI»?

—Aparte de que significa «hola» en inglés, no tengo ni idea.

—Creo que el diccionario que compró Jackie puede darnos una pista. Estudié latín, lo creas o no, y, que yo sepa, «hic» es una palabra en latín que significa «aquí» o «en este lugar», y la «V» podría corresponder a la primera letra de otra palabra. Hay algo que parece un punto entre la «C» y la «V» que aparece en esta página, y creo que los romanos a veces separaban las palabras con un símbolo como ese.

—¿Estás hablando en serio? Jackie ya tenía bastantes problemas con el italiano. ¿Por qué se iba a meter en líos con el latín?

—Estoy tratando de averiguarlo. Aparte de esta hoja de papel, no he encontrado nada en ningún lugar de la casa que parezca un texto en latín, pero sospecho que Jackie encontró, o le fue entregado, algo que contenía una frase escrita en latín. Eso explicaría lo del diccionario.

Bronson se quedó callado unos segundos, porque lo que estaba a punto de insinuar suponía tal salto que podía parecer ilógico.

—¿Qué pasa? —preguntó Mark, al ver un gesto de inseguridad en el rostro de Bronson.

—Estoy intentando encontrarle algo de sentido a esto. Tenemos un diccionario de latín recién comprado, y las huellas en una hoja de papel de lo que podría ser una palabra en latín, pero no hay ni rastro de la página que se colocó encima. Eso significa que definitivamente alguien ha estado en el estudio, a no ser que Jackie la hubiera tirado a la basura. Sin embargo, lo que más me preocupa es que hayan borrado el historial de los sitios visitados del Internet Explorer.

—No te entiendo.

—No quiero hacer un mundo de esto, pero supón que Jackie se hubiera encontrado algo, aquí en la casa o quizá en los terrenos, algo con una frase escrita en latín. No entendía lo que significaba, así que decidió comprarse un diccionario de latín. Hubiera preferido uno de latín-inglés, pero no pudo encontrar ninguno. Intentó traducir el texto, pero no pudo encontrarle sentido con el diccionario de italiano.

»Así que Jackie hizo lo que la mayoría de la gente habría hecho en su situación. Inició sesión en un motor de búsqueda, encontró un servicio de traducción del latín e introdujo la frase. Bueno —dijo Bronson—, el siguiente paso son puras conjeturas, pero al menos para mí, tiene sentido.

»Puede que alguna organización, en cualquier lugar, dispusiera de una especie de servicio de control de Internet que supervisara todas las solicitudes de traducción de determinadas expresiones escritas en idiomas antiguos. Técnicamente, no sería difícil de lograr, siempre que el personal de las páginas web de los servicios de traducción estuviera dispuesto a colaborar. Cuando Jackie introdujo la frase en latín en el motor de búsqueda, activó un indicador, que identificó incluso la dirección del ordenador desde el que se generó la consulta…

—Espera un momento —interrumpió Mark—. ¿Por qué demonios tendría alguien el más mínimo interés por una persona que intentaba traducir una frase en latín con dos mil años (o los que sea) de antigüedad?

—No tengo ni la más remota idea, pero no se me ocurre ninguna otra cosa que tenga sentido. Si estoy en lo cierto, las personas que disponían del servicio de control vinieron luego aquí, a esta casa, para buscar lo que Jackie había encontrado. Debía de ser muy importante para ellos. Está claro que recuperaron el objeto, limpiaron el ordenador para que no quedara registro de las búsquedas de Jackie, y se llevaron todo lo que encontraron que hiciera referencia al texto en latín.

»Y, durante el proceso —concluyó Bronson con tristeza— creo que Jackie se interpuso en su camino.

El primer apóstol
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