III

Ángela dio vueltas junto al resto de pasajeros, deambuló por la tienda y se sentó en uno de los vestíbulos en espera de que el ferri atracara en Calais. Sin embargo, a pesar de su apariencia de calma absoluta, por dentro estaba desesperadamente preocupada.

¿Qué haría si la policía francesa la estaba esperando en el otro extremo del canal? ¿Tendría Chris suficiente aire? ¿Abriría la parte de atrás del vehículo en cualquier lugar de Francia solo para encontrar un cadáver? ¿Qué haría entonces?

Casi se sintió aliviada al oír el anuncio por megafonía, en el que se pedía a los conductores que se dirigieran a las cubiertas donde se encontraban los coches. Por lo menos la espera había terminado.

Dos horas después de haber conducido la Espace a bordo del ferri, Ángela bajó con la furgoneta la rampa que conducía a suelo francés, y se unió a la hilera de coches ingleses que se dirigían hacia la autopista. No vio policías ni agentes aduaneros, y nadie parecía estar pendiente de ella ni de nadie que hubiera bajado del ferri. La mayoría de los conductores parecían dirigirse a la autopista A26 de París, pero Bronson le había dicho que evitara las carreteras de peaje y se dirigiera hacia Boloña por la D940. Tenía que encontrar un aparcamiento apartado donde Chris pudiera escapar de su prisión acrílica y rosa (la elección de la bañera había sido en función del tamaño, la forma y el precio, pero no de su color).

Para cuando empezó a oscurecer, Ángela recorría la carretera costera que une Sangatte con Escalles. Justo al salir del pueblo, encontró un aparcamiento desierto desde el que se veían el mar y el cabo Blanc-Nez. Aparcó la Espace en el rincón más apartado de la entrada y comprobó si alguien la seguía, antes de abrir la puerta trasera y sacar las cajas que cubrían la bañera. Bronson soltó un ligero gemido mientras se arrastraba para salir.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Ángela.

—Me siento como si hubiera caído por las cataratas del Niágara dentro de un barril —dijo Bronson, mientras se quejaba y se estiraba—. Me duelen todos los músculos y todos los huesos del cuerpo, y estoy más rígido que una tabla. ¿Tienes aspirinas o algo así?

—¡Hombres! —dijo Ángela burlándose—. A la más mínima incomodidad, os convertís en verdaderos quejicas. —Abrió su bolso de mano y sacó una caja de cartón con pastillas—. Yo en tu lugar me tomaría un par de ellas. ¿Quieres conducir?

Bronson negó con la cabeza.

—De ninguna manera. Voy a sentarme en el asiento del copiloto y permitir que seas mi chófer.

Veinte minutos después, se dirigían hacia el sur por la A10.

Mientras Ángela conducía, puso al corriente a Bronson acerca de lo que había averiguado antes de que la policía se presentara en el cibercafé.

—Tengo la impresión de que la segunda inscripción puede estar relacionada con los cátaros —dijo Ángela.

—¿Los cátaros? Eso es lo que sugirió Jeremy Goldman, pero no estoy seguro de que tenga mucho sentido. No sé demasiado sobre ellos, pero tengo la certeza de que no tienen nada que ver con la Roma del siglo I. Aparecieron unos mil años después.

—Ya lo sé —Ángela asintió con la cabeza—, y su lugar de origen era el sur de Francia, y no Italia. Sin embargo, los versos parecen tener un fuerte y distintivo matiz cátaro. Algunas de las expresiones como «los bondadosos», «los espíritus puros» y «la palabra alcanza la perfección» son prácticamente cátaro puro. Los perfectos o perfecti (los sacerdotes) se referían a sí mismos como «hombres buenos», y creían que su religión era pura.

»Uno de los problemas que plantean los cátaros es que casi todo lo que se conoce acerca de ellos fue escrito por sus enemigos, como por ejemplo, la Iglesia católica, por lo que sería similar a leer un relato de la Segunda Guerra Mundial escrito completamente desde la perspectiva de los nazis. No obstante, de lo que estamos seguros es de que el movimiento estaba vinculado, o incluso tenía su origen, en la secta de Bogomil afincada en Europa del Este. Se trataba de otra religión dualista, una de las varias que florecieron durante los siglos X y XI.

—¿Cuáles eran sus creencias? ¿Por qué la Iglesia católica era tan opuesta a ellos?

—Los cátaros pensaban que el Dios que adoraba la Iglesia era un impostor, una deidad que había usurpado al verdadero Dios, y quien, de hecho, era el diablo. De acuerdo con esa definición, la Iglesia católica era una abominación diabólica, cuyos sacerdotes y obispos estaban al servicio de Lucifer, y alegaban que la corrupción desenfrenada dentro de la Iglesia era una prueba fehaciente de ello.

—Y me imagino que eso cabreó bastante a Roma. Pero, ¿seguro que los cátaros eran lo suficientemente poderosos como para ser influyentes?

—Eso depende de lo que entiendas por «poderosos». Donde más poder ejercían era en el sur de Francia, y existe una gran número de pruebas que sugieren que los pobladores de esa región consideraban el catarismo como una alternativa real a la Iglesia católica, la cual era considerada por la mayoría una organización corrupta. Las diferencias entre las dos religiones eran enormes. El clero católico de alto rango vivía con una ostentación que a menudo estaba vinculada con la realeza o con la nobleza. Sin embargo, los sacerdotes cátaros no tenían bienes materiales en absoluto, aparte de una toga negra y un trozo de cuerda que utilizaban a modo de cinturón, y subsistían únicamente del dinero de los cepillos y de la caridad. Cuando aceptaban el consolamentum, la promesa de convertirse en sacerdotes o perfecti, entregaban todos sus bienes materiales a la comunidad. Eran además inflexibles vegetarianos, ni siquiera consumían productos animales como los huevos y la leche, y además eran completamente célibes.

—No parece una religión muy divertida.

—No lo era, pero ese régimen era solo practicado por los perfecti. Los seguidores de la religión (denominados credentes) disponían de mucha más libertad, y la mayoría aceptaba el consolamentum cuando estaban en el lecho de muerte, por lo que el celibato, por ejemplo, no suponía un gran problema. Yo creo que lo importante es que el catarismo se hizo popular en el sur de Francia por la devoción y humildad de los perfecti. De manera significativa, los altos rangos de los cátaros eran ocupados por los miembros de algunas de las familias locales más ricas e importantes. Lo mires como lo mires, la mera existencia de la religión suponía una verdadera amenaza para la Iglesia católica.

—¿Qué ocurrió entonces?

—A finales del siglo XIII, el papa Eugenio III intentó persuadirlos de manera pacífica. Envió a apersonas como Bernardo de Claraval, los cardenales Pedro y Enrique de Albano a Francia para que intentaran reducir la influencia de los cátaros, pero ninguno de ellos tuvo éxito realmente. Tampoco tuvieron ninguna influencia las decisiones de varios consejos religiosos, y cuando Inocencio III subió al trono papal en 1198, decidió eliminar a los cátaros a cualquier precio.

»En enero de 1208, envió a un hombre llamado Pierre de Castelnau, un legado papal, para que se presentase ante el conde Raymond de Tolosa, quien por entonces era el líder de los cátaros. Su encuentro fue muy polémico, y al día siguiente De Castelnau fue atacado y asesinado por unos asaltantes no identificados. Esto proporcionó a Inocencio la excusa que necesitaba, y convocó una cruzada en contra de la religión. La Cruzada Albigense (los cátaros eran también denominados «albigenses») se prolongó durante cuarenta años, y fue uno de los episodios más sangrientos de la historia de la Iglesia.

—Es todo muy interesante —señaló Bronson—, pero todavía no entiendo qué tiene todo esto que ver con un par de piedras inscritas, que se cubrieron de cemento en la pared de una casa de Italia.

—Yo tampoco —dijo Ángela—. Ese es el problema. Pero tengo varios libros en los que poder consultar, por lo que espero tener alguna respuesta mañana.

Cuando empezaba a oscurecer, comenzaron a buscar un lugar en el que poder pasar la noche.

—Nuestra mejor opción es un hotel familiar y pequeño. No nos conviene ningún sitio en el que tengamos que utilizar una tarjeta de crédito.

—¿No te pedirán el pasaporte?

—Esas leyes gubernamentales francesas hace tiempo que se abolieron. Hoy en día, lo único que importa es que puedas o no pagar la factura.

Veinte minutos más tarde, realizaron una reserva en un pequeño hotel del centro del pueblo cerca de Evreux.

Cenaron tarde, y paseando por el pueblo encontraron un pequeño cibercafé con media docena de ordenadores.

—Voy a comprobar mi correo electrónico —dijo Ángela, y pagó una hora en uno de los ordenadores.

En la bandeja de entrada tenía la típica basura que todo el que tiene una cuenta de correo electrónico recibe a diario, y recorrió la lista a toda prisa, eliminando montones de mensajes, pero al final de la lista, había un par del sistema de mensajería del personal del museo Británico, y los abrió para leerlos. El primero era un mensaje de pura rutina, en el que se recordaba al personal los eventos que iban a ser celebrados, pero al abrir el segundo, se reclinó hacia atrás con un grito ahogado.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Bronson.

—Se trata de Jeremy Goldman —contestó ella—. De acuerdo con este correo, ha muerto en un accidente, en la carretera que baja del museo.

Durante un momento Bronson no dijo nada.

—¿Te explican cómo ha ocurrido? —preguntó Bronson.

—No, solo que ha sufrido un accidente de carretera en la calle Montague y que se certificó su muerte al llegar al hospital. —Se giró en su asiento para mirar a Bronson—. ¿Crees que ha sido un accidente? —Su rostro estaba pálido.

—No —dijo él—. Y tú tampoco —murmuró entre dientes—. Primero, Jackie, luego Mark y ahora Jeremy. Voy a cazar a esos hijos de puta, y por Dios que voy a acabar con ellos.

El primer apóstol
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