II
Bronson y Ángela encontraron un hotel pequeño y familiar a las afueras de Santa Marinella, en la costa italiana del noroeste de Roma, que proporcionaba aparcamiento en un patio bastante alejado de la carretera, y que parecía bastante anónimo. Bronson realizó la reserva de la última habitación doble que quedaba libre, y llevó las bolsas a la planta de arriba.
La habitación estaba orientada al sur, era luminosa y espaciosa, y la ventana tenía vistas al patio. Ángela abrió su bolsa, sacó un voluminoso montón de ropa y lo colocó sobre la cama.
—Necesitamos buena luz —dijo Bronson, mientras movía una de las mesillas para colocarla enfrente de la ventana.
Detrás de él, Ángela fue quitando cuidadosamente las prendas de ropa, una a una, y después de aparecer el skyphos apoyado en el centro del montón, lo colocó cuidadosamente sobre la mesilla que Bronson había cambiado de sitio.
Bronson sacó la cámara digital de su bolsa de viaje, se colocó en cuclillas entre la mesa y la ventana para que toda la luz del sol de la tarde iluminara el skyphos, haciendo así que brillara el antiguo vidriado de color verde del recipiente de barro. Realizó dos docenas de fotografías de la vasija, una desde cada uno de sus lados y ángulos, y por fin cogió un lápiz y realizó el dibujo más fiel que pudo de los renglones escritos y de las cifras de los laterales.
—Así que, lo único que tenemos que hacer ahora —dijo Ángela, mientras Bronson copiaba las fotografías en su ordenador portátil—, es averiguar qué significa el diagrama, o lo que sea.
—Exactamente.
Observaron las líneas, las letras y los números.
—Sigo pensando que debe de tratarse de una especie de mapa —sugirió Ángela con tono de duda.
—Es posible que tengas razón. Pero de ser así, no tengo ni idea de cómo descifrarlo. Quiero decir, son solo tres líneas y un grupo de números. Quizá debamos ignorarlo por el momento y volver a mirar páginas de Marco Asinio Marcelo y Nerón. Hemos imaginado el significado literal de «MAM» y de «PO LDA», pero en realidad no hemos deducido por qué aparecen en esa piedra. Si lo logramos, puede que contemos con otro dato.
—¿Volvemos a consultar los libros?
—Tú comprueba los libros y yo me conectaré a Internet. Ahora que esos italianos tienen el pergamino, confiemos en que nadie nos esté buscando.
Bronson inició sesión en la red inalámbrica del hotel con su ordenador portátil, mientras Ángela hojeaba los libros que había comprado en Cambridge.
Bronson comenzó analizando las referencias a Marco Asinio Marcelo, ya que habían supuesto que probablemente fuera el responsable de la inscripción en latín de la piedra que encontraron en la casa de los Hampton. Ya sabían que Marcelo había estado involucrado en un escándalo relacionado con la falsificación de un testamento, pero fue indultado por la intervención personal del propio Nerón.
—Ese hecho —dijo Bronson— pudo haber proporcionado algo con lo que maniobrar a Nerón para presionar a Marcelo para que llevara a cabo ciertas tareas, lo que explicaría las iniciales «POLDA»: «Per ordo Lucius Domitius Ahenobarbus». Lo que significaban las letras de la piedra era que el trabajo (fuera cual fuera) fue llevado a cabo por Marcelo, bajo las órdenes de Nerón.
—Así que quizá debamos analizar con mayor detenimiento al emperador, ¿no crees? —dijo Ángela.
Dirigieron toda su atención a Nerón y descubrieron, entre otras cosas, su implacable odio hacia todos los aspectos de la cristiandad.
—Si ese esbirro italiano nos ha contado la verdad —dijo Bronson—, el pergamino contenía algún secreto que el Vaticano no deseaba que nadie conociera, lo que podría querer decir que lo que estamos buscando está también relacionado con la Iglesia.
—Y si estoy en lo cierto y esas líneas corresponden a una especie de mapa, eso sugiere que Marcelo pudo haber enterrado u ocultado algo para Nerón —dijo Ángela—. Debió de ser algo que el emperador consideraba de tal relevancia que tuvo que encomendárselo, no a un escuadrón de trabajadores ni a un grupo de esclavos, sino a un familiar que le debiera una enorme gratitud.
—Entonces, ¿qué demonios enterró Marcelo?
—No tengo ni la más remota idea —dijo Ángela—, pero cuanto más observo estas líneas, más segura estoy de que algo fue enterrado, y este diagrama está intentando decirnos dónde.