V
Poco después de que Vertutti se hubiera marchado, Antonio Carlotti continuaba sentado ensimismado en sus pensamientos. Se notaba en su rostro que la conversación que había mantenido con Vertutti no había sido normal. Había notado ligeros signos de sudoración en la frente de Vertutti mientras el clérigo expresaba sus mentiras. La afirmación de Carlotti acerca de que solo se había ocupado del soporte técnico era, por supuesto, completamente falsa: sabía tanto de la Exomologesis como Mandino, pero había imaginado que tendría muchas más oportunidades de averiguar exactamente lo que Vertutti estaba tramando si se hacía el tonto, y su suposición se confirmó en gran medida.
Lo único que tenía que hacer ahora era decidir si debía transmitirle lo que Vertutti le había contado a Mandino (que era la opción más lógica) y dejar que él tratara con Vertutti a su vuelta a Roma, o hacer algo distinto. Algo que, de forma extraña, lograría exactamente lo que Vertutti deseaba, al mismo tiempo que le reportaría a Carlotti ciertos beneficios. Pero se trataba de un paso muy importante, y antes de actuar tenía que estar seguro de que podría lograr su objetivo.
Por fin, sacó el móvil y mantuvo una larga conversación con uno de sus hombres de mayor confianza, una llamada que incluía instrucciones muy específicas y en absoluto corrientes.