I
Gregori Mandino estaba furioso. Había ordenado que la piedra y la torre fueran llevadas al Lancia, y había planeado que Pierro sacase el vehículo de la casa, dejando a los otros tres hombres en la propiedad a la espera de la llegada de Hampton y su compañero. Pero la llamada de su guardaespaldas, en la que le informaba de que los dos ingleses se dirigían de vuelta a la casa, lo había cambiado todo.
La maniobra de su guardaespaldas había funcionado a la perfección, bloqueando por completo el camino de entrada, pero la forma en que el coche había escapado había resultado totalmente inesperada. Eso y la forma en la que el Alfa había logrado escapar de ellos diez minutos más tarde habían convencido a Mandino de que el conductor estaba desesperado o era realmente un experto.
Giraron rápidamente para perseguirlos, pero en el momento en el que llegaron al primer cruce, no había ni rastro del Alfa Romeo por ninguna parte, y había tres caminos que el conductor podía haber tomado. Mandino había imaginado que Hampton y el otro hombre se dirigirían a la autopista, y le ordenó al conductor del Lancia que tomara esa ruta, pero no vieron ni rastro de su presa en su camino hacia la cabina de peaje y, sin saber qué dirección había tomado el Alfa, no tenía sentido seguir intentando encontrarlos.
Mandino odiaba cometer errores. Había supuesto que los dos ingleses no volverían a la casa hasta transcurridas al menos dos horas, pero la suposición, como solía decir un colega americano, era la madre de todas las cagadas. Y ahora ya era demasiado tarde.
—Comprobad la casa —ordenó—. Buscad cualquier documento que identifique al segundo hombre y cualquier cosa que pueda ayudarnos a encontrarlos.
Cuando los hombres se dispersaron, siguiendo sus órdenes, Pierro se dirigió a Mandino.
—¿Qué quiere que haga?
—Eche un vistazo al lugar, solo por si a mis hombres se les pasa algo por alto.
—¿Adónde cree que han ido los ingleses?
—Si tienen un poco de sentido común —contestó Mandino— se dirigirán a Inglaterra. Ya han tomado la autopista en dirección norte, para salir de Italia.
—¿No puede detenerlos? ¿No puede conseguir que los Carabinieri los intercepten?
Mandino negó con la cabeza.
—Tengo ciertas influencias, pero se supone que este asunto debe ser gestionado con la mayor discreción posible. Tendremos que encontrar a esos dos utilizando nuestros propios recursos.