II
Alberti y Rogan llegaron al pueblo a primera hora de la noche, siguiendo las instrucciones que habían recibido por teléfono (esta vez de Gregori Mandino) de entrar en la propiedad por tercera (y ambos esperaban que última) vez. Pasearon en coche alrededor de la casa en cuanto llegaron a Monti Sabini, y vieron luces en las ventanas de las dos plantas, lo que complicaba las cosas, ya que tenían la esperanza de poder entrar y finalizar la búsqueda de la sección que faltaba de la piedra sin ser vistos. No obstante, en última instancia no importaba, porque esta vez las instrucciones de Mandino eran mucho más flexibles que antes.
—Parece que el marido está en casa —dijo Alberti, mientras Rogan aceleraba por el camino—. Bueno, ¿esperamos o qué?
—Esperaremos un par de horas —contestó su compañero—. Puede que para entonces ya esté dormido.
Justo dos horas y media después, Rogan condujo su coche hasta el camino que recorría una parte cercana trasera a la casa, y continuó subiendo la colina hasta perder de vista la propiedad. Más tarde tomó una curva, bajó por una cuesta y apagó los faros. Esperó un par de segundos a que sus ojos se acostumbraran a la penumbra, y dejó que el vehículo se deslizara lentamente por la pendiente, utilizando únicamente la luz de estacionamiento para ver el camino, hasta llegar a un arcén de hierba desde el que se disponía de una buena visión de la parte trasera y lateral de su objetivo. Luego se dirigió lentamente a un lado de la carretera, y apagó las luces y el motor. Como medida de precaución, Rogan apagó también la luz de dentro, para que no se encendiera al abrir las puertas.
En una de las habitaciones de la planta baja de la antigua casa una luz continuaba encendida, así que decidieron esperar.