IV
Saliendo de Roma, Rogan detuvo el coche en la zona de estacionamiento y apagó el motor. Alberti estaba acurrucado en el asiento del copiloto junto a él, gimiendo y gritando de dolor por su destrozado brazo. Rogan había conducido lo más rápido posible, y solo había parado una vez para llamar a Mandino y explicarle lo que había ocurrido, pero les había llevado una hora larga llegar a su destino. El dolor de Alberti era evidente, pero Rogan seguía queriendo que cerrara el pico de una vez.
—Déjalo ya, ¿vale? Ya hemos llegado. En un par de minutos te pondrán una inyección en el hombro y cuando te despiertes, todo habrá pasado.
Salió del coche, dio la vuelta y abrió la puerta del copiloto.
—No me toques —dijo Alberti, con una voz ronca y distorsionada, mientras intentaba con gran dificultad salir del coche, tomando impulso solo con el brazo izquierdo.
—Espera —le ordenó Rogan—. Te quitaré la funda de la pistola. No puedes entrar llevando eso.
Rogan le aflojó a su compañero la chaqueta por los hombros, le desabrochó el tirante y sacó la funda de la pistola.
—¿Dónde está tu pistola? —preguntó.
—¿Qué?
—Tu Browning. ¿Dónde está? ¿En el coche?
—Demonios, no —dijo Alberti con la voz entrecortada—. La tenía en la mano cuando intenté entrar por la ventana. Probablemente esté en algún sitio dentro de la casa.
—Ay, mierda —dijo Rogan—. Eso es lo que nos faltaba.
—¿Cuál es el problema? El arma está limpia.
—Lo único que sé es que tiene el cargador lleno, lo que quiere decir que el hijo de puta que te hizo esto en el brazo ahora va armado, y todavía tenemos que volver allí a terminar nuestra misión.
Rogan se dio la vuelta y señaló el edificio de escasa altura con las luces encendidas, situado en el lado opuesto al aparcamiento.
—Vete para allá —dijo—. La sección de admisión de urgencias está en la parte de la derecha. Diles que has sufrido una mala caída o algo así.
—De acuerdo. —Alberti salió dando tumbos del coche, sujetándose aún el brazo derecho.
—Perdona por esto —murmuró Rogan en voz baja. Desenfundó su pistola y en un solo movimiento soltó el seguro, apuntó a la nuca de Alberti y apretó el gatillo.
El otro hombre cayó sin vida al suelo mientras el ruido del disparo resonaba en los edificios de los alrededores. Rogan avanzó unos pasos, giró el cuerpo, evitando mirar al revoltijo rojo, que era todo lo que quedaba del rostro de su compañero, y le quitó la cartera. Luego se volvió a subir en el coche y se alejó.
Tras recorrer algunos kilómetros, Rogan detuvo el coche en un área de reposo y llamó a Mandino.
—Ya está hecho —dijo Rogan, en cuanto Mandino contestó al teléfono.
—Vale. Esa es la primera cosa que has hecho bien hoy. Ahora vuelve a la casa y termina el trabajo. Necesito que encuentres la piedra que falta.