II
De vuelta en el hotel, que se encontraba situado junto a Gatwick, Mandino y Rogan habían invertido varias horas con sus portátiles en analizar las cadenas de búsqueda que el sistema de intercepción había recuperado de los cibercafés de Cambridge.
Parecían haber agotado todas las opciones. Habían estado esperando frente al edificio de Ángela Lewis, pero las luces de su apartamento habían permanecido apagadas, y tampoco había contestado al teléfono ni al timbre de la puerta. La casa de Bronson estaba, como era evidente, desierta, y Mandino entonces cayó en la cuenta de que ambos habían desaparecido, y que el sistema de intercepción era todo lo que les quedaba.
El mayor problema al que se enfrentaban era el gran volumen de información con el que tenían que trabajar. Carlotti, el compañero de Mandino que había permanecido en Italia, le había enviado tres archivos en Excel, de los cuales dos contenían las entradas de las búsquedas de los cibercafés en los que creía que Bronson había estado, mientras que el tercero, de un tamaño considerablemente mayor; mostraba la lista de las cadenas de búsqueda de seis cibercafés más, que se encontraban dentro de un radio de ocho kilómetros, que Mandino había solicitado.
Él y Rogan ejecutaron búsquedas internas de las palabras que sabían que sus presas habían estado consultando, entre las que se incluían «LDA», «cónsul» y «senador», entre otras. Cada vez que alguno de ellos encontraba una coincidencia, copiaba las siguientes cincuenta cadenas de búsqueda y las guardaba en archivos independientes.
Solo eso les llevó mucho tiempo, y al final, en realidad no habían avanzado mucho.
—Esto no nos lleva a ningún sitio —dijo Mandino con tono de enfado—. Ya sabíamos que probablemente Bronson intentaría averiguar lo que significaban las tres letras adicionales de la inscripción en latín. Lo que todavía no hemos encontrado es algo que parezca hacer referencia a la segunda inscripción.
Rogan se apartó de su portátil.
—Sí, igual aquí —dijo él.
—Creo que lo que debemos hacer es intentar averiguar qué intenciones tiene Bronson —dijo Mandino reflexionando—. Me pregunto…
Contaba con un arma poderosa en su arsenal. El libro que guardaba en una caja fuerte en Roma contenía los primeros renglones del texto en latín de la reliquia perdida, y lo que era más importante, incluía un par de páginas potencialmente útiles, en las que se explicaban en detalle los intentos del Vaticano por seguirle el rastro a la ubicación del documento a lo largo de los siglos.
—La casa en Italia —preguntó, girándose para mirar a Rogan—. ¿Encontraste la fecha exacta en la que fue construida?
Su compañero negó con la cabeza.
—No. Llevé a cabo una búsqueda en el registro de la propiedad de Scandriglia, y aparecieron numerosos registros de ventas, pero todos ellos bastante recientes. La referencia más antigua que pude encontrar era la de una casa que aparece en esa ubicación en el mapa de la zona, fechada en el año 1396, por lo que sabemos que fue construida hace al menos seiscientos años. Había también un mapa más antiguo de la primera mitad del siglo XIV que no mostraba ningún edificio en la zona. ¿Por qué, capo?
—Es solo una idea —dijo Mandino—. En el libro que recibí del Vaticano, hay un apartado que proporciona una lista de los grupos que pudieron haber sido dueños de la reliquia durante siglos. Entre los posibles candidatos se incluyen los bogomiles, los cátaros y Mani, el fundador del maniqueísmo.
»Vale —prosiguió Mandino—, creo que Mani y los bogomiles son demasiado antiguos, pero los cátaros son una posibilidad, porque esa casa debió de ser construida poco después del final de la Cruzada Albigense del siglo XIV.
»Y hay algo más. Esa cruzada fue una de las más sangrientas de la historia, y en ella miles de personas fueron ejecutadas en el nombre de Dios. La justificación del Vaticano para las masacres y el sistemático saqueo era la determinación del papa por librar al mundo cristiano de la herejía cátara. Sin embargo, el libro sugiere que el verdadero motivo fue la creciente sospecha del papa de que los cátaros, de alguna forma, habían logrado conseguir la Exomologesis.
—¿El qué?
—La reliquia perdida. El papa Vitaliano la denominó la Exomologesis de assectator mendax, que significa «La confesión de los pecados de la disciplina falsa», pero finalmente, dentro del Vaticano comenzó a conocerse con el nombre de la Exomologesis.
—Entonces, ¿por qué creían que los cátaros la habían encontrado?
—Porque los cátaros se oponían, de manera implacable, a la Iglesia católica, y el Vaticano pensaba que debían de tener un documento irrefutable como base de su oposición. La Exomologesis hubiera cumplido las expectativas, pero la Cruzada Albigense no fue del todo exitosa. La Iglesia consiguió eliminar a los cátaros como movimiento religioso, pero nunca encontró la reliquia. De acuerdo con lo que he leído, es probable que los cruzados estuvieran a punto de recuperarla en Montségur, pero de alguna forma se les escapó de las manos.
»Vale —prosiguió Mandino—, observando las fechas, que parecen concordar, me pregunto si un cátaro colocó la segunda inscripción en la casa italiana, o puede que incluso la construyera. Por lo que nos contó Hampton, los versos fueron escritos en occitano. ¿Por qué no intentas buscar palabras como «Montségur», «cátaro» y «occitano»? Yo me encargaré de las expresiones en cátaro.
Mandino se conectó a Internet y rápidamente identificó una docena de frases en occitano, junto a sus traducciones en inglés, y entonces dirigió su atención a las cadenas de búsqueda, y casi de inmediato encontró dos coincidencias.
—Sí —dijo en voz baja—. Aquí están. Bronson, o alguna persona del cibercafé, buscó «perfección», y luego la expresión «Sea arriba como abajo». Voy a probar con «Montségur».
Esa palabra no generó ninguna coincidencia, pero «segura montaña» sí lo hizo, y cuando le echó un vistazo, Mandino descubrió que las tres búsquedas habían sido efectuadas desde un único ordenador del segundo cibercafé de Cambridge, en el que creía que Bronson había estado.
—Este es el factor primordial —dijo él, y Rogan se inclinó para mirar la pantalla de su ordenador portátil—. La tercera expresión que buscó fue una frase completa: «De la segura montaña la verdad descendió». Estoy seguro de que la frase hace referencia al final del asedio de Montségur, e implica además que los cátaros se adueñaron de la Exomologesis (su «verdad»), y lograron sustraerla de manera clandestina de la fortaleza.
—Y todas las búsquedas son en inglés —comentó Rogan.
—Lo sé —dijo Mandino—, lo que significa que Bronson debió de conseguir una traducción de la inscripción de Goldman prácticamente en cuanto llegó a Gran Bretaña. Aunque el taxi no lo hubiera atropellado, tendríamos que haberlo matado de todas formas.
Estuvieron realizando búsquedas durante media hora más, pero no encontraron nada interesante.
—Capo, ¿qué hacemos ahora?
—Tenemos dos opciones. O encontramos a Bronson lo antes posible (lo que no parece demasiado probable) o volvemos a Italia y esperamos a que aparezca y empiece a cavar en el jardín, o donde él crea que se encuentra la Exomologesis escondida.
—Yo reservo los billetes —dijo Rogan, girándose para volver a mirar a su ordenador portátil.