I

Poco después de las seis, Jeremy Goldman atravesaba las puertas del museo y miraba en ambas direcciones, antes de dirigirse hacia el este por la calle Great Russell Street. La llamada de teléfono de Ángela le había preocupado más de lo que le gustaría admitir, y su sensación de desasosiego se había agudizado por el incidente con el tipo francés.

Esa tarde, en respuesta a una llamada de uno de los miembros del personal de la recepción, había bajado a reunirse con un arqueólogo francés llamado Jean-Paul Pannetier, que aparentemente lo conocía. El nombre no le resultaba familiar a Goldman; además, había trabajado por todo el mundo con especialistas de un número de disciplinas, y visitas así de inesperadas no eran muy frecuentes.

Pero al presentarse al visitante, el francés se mostró algo confuso y le explicó que estaba buscando a Roger Goldman, y no a Jeremy Goldman, y luego salió del edificio. Había estado toqueteando un teléfono móvil durante el tiempo que permaneció en el museo, y Goldman sospechaba que Pannetier podía haber estado utilizándolo para fotografiarlo.

Eso ya le había parecido bastante extraño, pero lo que más le preocupaba era que, cuando fue a consultar sus directorios de académicos, no pudo encontrar ninguna referencia a Roger Goldman, ni a Jean-Paul Pannetier. Había un Pallentier y un Pantonnier, pero ningún Pannetier. Por supuesto, cabía la posibilidad de que lo hubiese entendido mal (había bastante ruido en el museo) pero el incidente, unido a la advertencia de Ángela, le preocupaba.

Así que, cuando llegó al bullicio nocturno de la calle Great Russell, Goldman, por una vez, empezó a fijarse en todo lo que tenía a su alrededor, aunque ver a alguien que merodeara al acecho era prácticamente imposible, simple y llanamente por el gran número de personas que había en sus aceras.

Por lo menos no tenía que ir demasiado lejos, solo hasta la estación de metro de la plaza Russell. Bajó la calle Great Russell, mirando hacia atrás de vez en cuando, y observando el tráfico y los peatones, y luego subió por la calle Montague.

Hasta ese momento, Goldman no había visto nada preocupante, pero cuando volvió a mirar atrás, vio a un hombre de pelo oscuro que empezaba a correr en su dirección. Inquieto, miró fijamente a un hombre corpulento que estaba sentado en el asiento del conductor de un coche que avanzaba con lentitud, un hombre que reconoció de inmediato como el «Jean-Paul Pannetier» que había visitado el museo esa tarde.

Goldman no lo dudó. Saltó desde la acera y comenzó a correr por la carretera, esquivando el tráfico. Un aluvión de pitidos lo siguieron mientras giraba bruscamente en medio de los coches, los taxis y las furgonetas que iban a toda velocidad en dirección al otro extremo de la calle, y hacia un lugar seguro, o al menos eso esperaba: la estación de metro.

Casi lo consiguió.

Goldman miró hacia atrás, mientras bordeaba corriendo la parte trasera de un coche, y sencillamente no vio al motociclista que venía a toda velocidad junto al vehículo. Cuando lo vio, la moto ya estaba a escasos centímetros de distancia. El conductor frenó bruscamente, mientras la suspensión delantera de la moto caía en picado, y Goldman de manera instintiva se echó hacia un lado para esquivarlo.

La rueda delantera de la moto golpeó a Goldman en la pierna izquierda, desplazándolo hacia un lado. Moviendo los brazos, en un intento por recuperar el equilibrio, tropezó y estuvo a punto de caerse, pero pudo recuperarse. De nuevo, volvió a mirar hacia atrás mientras reanudaba su huida, aún ligeramente tambaleante. El hombre que había visto estaba solo a metros de distancia, y Goldman aumentó el ritmo.

Pero cuando volvió a mirar hacia delante, lo único que vio fue la parte frontal de un taxi negro. Para Goldman, fue como si todo hubiera ocurrido a cámara lenta. El conductor pisó con fuerza los frenos, pero el taxi continuó avanzando justo en su dirección. Goldman sufrió un momento de verdadero terror, y luego un fuerte impacto, cuando la parte delantera del coche le golpeó el pecho. Sintió un enorme dolor cuando sus costillas se partieron y sus órganos se desgarraron, luego solo oscuridad.

El primer apóstol
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