I

—¡No! —gritó Ángela, cuando Bronson de manera instintiva se echó a un lado.

Mandino se tambaleó hacia atrás y cayó al suelo sin vida. Cuando Bronson alzó la mirada, Perini y Verrochio lo apuntaban con sus pistolas, y no le quedó otra alternativa que dejar caer la Browning.

Perini dio unos pasos adelante, recogió el arma del suelo y, más tarde, él y Verrochio metieron las Glocks en sus fundas.

—¿Qué demonios está pasando? —preguntó Bronson.

—Nos dijeron que lleváramos a cabo una operación de limpieza —dijo Perini—. Por si no lo saben, Rogan —señaló el cuerpo que yacía en el suelo— fue el encargado de asesinar a sus amigos, y el capo —señaló el otro cadáver— dio las órdenes.

—Pero el pergamino y los dípticos se han destruido. ¿Por qué ha tenido que asesinarlos? —preguntó Ángela.

—Tenemos órdenes de Roma de atar todos los cabos sueltos. Pueden estar contentos de seguir con vida. A pesar de lo que les ha dicho, la intención de Mandino era asesinarlos a los tres y, probablemente, al puñado de personas de la tienda.

—¿Qué va a hacer con nosotros? —preguntó Ángela—. Hemos leído lo que había escrito en el pergamino y en los dípticos.

—No importa lo que hayan leído, ni lo que sepan —dijo Perini con desdén—. Sin las reliquias, nadie les creerá, y la única prueba que ha quedado es eso. —Señaló el escritorio y el triste montón de astillas de madera y ceniza que era todo lo que había quedado del pergamino y los dípticos—. No nos volverán a ver —dijo, luego él y Verrochio se dieron la vuelta y se marcharon.

Durante varios segundos, nadie dijo una palabra, luego Josep Puente avanzó unos pasos y abrazó a Ángela.

—Quizá sea lo mejor —dijo él—. Lo siento tanto, pero si no hubiera destruido las reliquias, estaríamos todos muertos. Venga, vayamos arriba para que pueda llamar a la Guardia Civil.

Mientras Puente utilizaba el teléfono de la recepción, Bronson se dirigió a la tienda del museo y liberó al personal y a los dos visitantes, y les explicó que debían permanecer en el edificio hasta que la Guardia Civil los interrogara.

Cuatro horas más tarde, y bien pasada la medianoche, Ángela y Bronson pudieron marcharse. El testimonio de Puente y el del resto del personal del museo los libraba de cualquier tipo de participación en los asesinatos, situándolos como meros testigos. Bronson necesitaba aún presentarse ante la policía británica y demostrar su inocencia con respecto a la muerte de Mark Hampton, pero el oficial superior de la Guardia Civil pudo confirmarle que solo lo requerían para ser interrogado por la Policía Metropolitana, y que ya no lo consideraban sospechoso.

—¿Crees que atraparán a esos dos hombres? —preguntó Ángela, mientras se dirigían al aparcamiento.

—Imposible —contestó Bronson—. Seguro que tenían una forma de escapar planeada por adelantado, porque está claro que esos dos asesinatos fueron premeditados.

—Todos esos hombres pertenecían a la mafia, así que tenemos suerte de continuar con vida. Ya oíste lo que dijeron Mandino y ese sicario.

—No necesariamente. Una de las cosas buenas en torno a la mafia es que la organización tiene unos estándares determinados y, por lo general, no matan a personas inocentes. Si te cruzas en su camino, es otra cosa. Creo que esos dos hombres tenían órdenes específicas de garantizar que las reliquias fueran encontradas y destruidas, y ese tal Mandino y, supuestamente, su número dos, tenían que morir. De hecho, creo que lo que hemos presenciado esta noche ha sido un golpe de Estado en la Cosa Nostra de Roma. Si Mandino era el capo, ha habido un cambio de poder, y otro mafioso ha ocupado el lugar del antiguo jefe.

—¿Te has creído lo que ha dicho ese hombre acerca de Mark y Jackie? ¿Sobre quién los mató?

—No tengo motivos para dudarlo —contestó Bronson— y habría apretado el gatillo sin dudarlo contra Rogan y Mandino yo mismo. Los últimos días han sido un infierno —añadió, con voz baja y tono de amargura— y todo para nada. Tres personas que conocíamos han muerto, y las reliquias que logramos recuperar han sido destruidas, y en consecuencia se ha perdido para siempre el secreto que contenían. Y la Iglesia católica continuará predicando sus mentiras desde los púlpitos de todo el mundo cada domingo, como si literalmente fueran la santa Palabra.

—No te lo discuto. Pero lo importante es que seguimos con vida. No creo que hubiéramos podido salir de ese sótano si Josep no hubiera hecho lo que hizo.

—Lo sé —dijo Bronson— pero todavía me duele.

Se quedó en silencio, luego con cierta indecisión la cogió de la mano, mientras bajaban por la calle.

—Todavía no me puedo creer que Mark y Jackie hayan muerto. —Su tono de voz se suavizó al volver a recordar a sus amigos.

—Sí —respondió Ángela—. Y Jeremy Goldman también, me gustó mucho trabajar con él. Sus vidas han terminado, y supongo que estarás de acuerdo en que un capítulo de nuestras vidas acaba con ellas al mismo tiempo.

El primer apóstol
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