III

En el exterior de la casa, dos hombres observaban con interés la búsqueda de Bronson y Ángela en el comedor. Cuando Bronson levantó el panel de madera, Mandino le hizo una seña a su compañero. En ese momento supo que se acercaba el final, además parecía que el inglés había encontrado exactamente lo que estaban buscando, lo único que tenían que hacer era entrar en la casa y matarlos a los dos.

Los dos hombres se agacharon por debajo del nivel de las ventanas del comedor y se dirigieron a la parte trasera de la casa. El guardaespaldas (Rogan estaba esperando en el coche aparcado en el camino cercano a la propiedad) se sacó una palanqueta plegable del bolsillo y se aproximaron a la puerta, pero lo único que Mandino tuvo que hacer fue girar el picaporte (ni siquiera estaba cerrada con llave) y se introdujeron en la casa. Mandino se dirigió al comedor, y el guardaespaldas lo siguió, con la pistola cargada y levantada en la mano derecha.

La puerta de la habitación no estaba cerrada, y el hueco que había entre la puerta y la jamba era lo suficientemente ancho como para que los dos hombres pudieran ver y oír perfectamente. Mandino levantó la mano, y se detuvieron allí a esperar. Cuando se hubieran asegurado de que el inglés había encontrado la Exomologesis, entrarían y acabarían con él.

Bronson y Ángela bajaron su mirada hacia el agujero cuadrado. Estaba recubierto de piedra, y tenía una anchura de unos sesenta centímetros y una profundidad de cuarenta y cinco centímetros. Salía de él un hedor a humedad, una mezcla de hongos y polvo. Justo en el centro había un objeto voluminoso envuelto en una especie de tejido.

Bronson introdujo las dos manos en la cavidad.

—Es redondo… Parece un cilindro; o puede que sea una vasija —dijo él.

El material que envolvía la reliquia se rompía en pedazos solo con tocarlo, y rápidamente limpió los restos con un cepillo.

—Parece un recipiente de cerámica de algún tipo —dijo él.

Ángela respiró profundamente. Su emoción era tangible.

—Sácalo para que podamos echarle un vistazo. Colócalo en ese extremo de la mesa, junto a la puerta —sugirió ella—. Allí hay más luz.

Bronson levantó el objeto, lo llevó con sumo cuidado al otro extremo de la mesa del comedor, y lo colocó encima con suavidad. Parecía un recipiente de cerámica recubierto de cristal verdoso, cuyo exterior estaba decorado con un patrón aleatorio, y que tenía dos asas con forma de anilla. No tenía tapa, pero la abertura estaba cerrada con un tapón plano de madera, cuya circunferencia estaba recubierta de algo, que parecía ser cera y que formaba un sello hermético.

—Parece un skyphos romano o griego —dijo Ángela, mientras examinaba el recipiente detenidamente—. Es un tipo de vasija para beber con dos asas. Esto es exactamente lo que cabía esperar, debido al segundo verso de la inscripción en occitano.

—Vamos a abrirla —dijo Bronson, cogiendo de nuevo la navaja.

—No, espera un momento. Acuérdate del resto del verso: «Dentro del cáliz todo es la nada/ y resulta atroz de contemplar». ¿Qué pasa si eso se refiere a algo físicamente peligroso que se encuentre en el interior del recipiente? A lo mejor se trata de veneno, ¿no crees?

Bronson negó con la cabeza.

—Aunque esto se hubiese llenado completamente de cianuro o algo parecido cuando fue escondido, la posibilidad de que continúe conservando sus efectos después de seiscientos años es prácticamente nula. Debe de llevar siglos en estado de putrefacción. De todas formas, no creo que el verso signifique que el recipiente contenga nada peligroso en ese sentido. Dice que lo que contiene es «atroz de contemplar», lo que sugiere que es algo peligroso de ver, y lo que probablemente se refiera a un conocimiento prohibido o un terrible secreto.

—Pero está claro que la vasija es muy antigua, y es posible que su repentina exposición al aire libre pueda destruir su contenido —objetó Ángela.

—Lo sé —dijo Bronson—. Pero lo que hay en este recipiente ha sido de forma indirecta la causa de las muertes de Jackie y Mark, y posiblemente de la de Jeremy Goldman también. No estoy dispuesto a esperar durante semanas hasta que alguna persona de un museo pueda abrirla en condiciones controladas. Voy a echar un vistazo a su interior ahora mismo.

—De acuerdo —dijo Ángela—, pero espera solo unos segundos. Deberíamos fotografiar las fases en las que hemos encontrado y abierto esto.

Se sacó una cámara digital compacta del bolsillo (Bronson sabía que siempre llevaba encima las herramientas básicas de su profesión) y tomó varias fotografías del recipiente sellado, y un par de la cavidad del suelo.

—Adelante —dijo ella—. Retira el sello de la tapa.

Bronson sacó una pequeña navaja del bolsillo y con cuidado retiró el sello de cera. Esperó a que Ángela hiciera algunas fotografías, y luego utilizó la punta de la hoja de la navaja para levantar el tapón de madera. Estaba muy rígido, así que tuvo que levantarlo por fases, pero finalmente, salió del cuello del recipiente. Una vez más, Ángela realizó fotografías, antes de que Bronson retirara el tapón por completo, y luego tomó otra instantánea del interior del recipiente.

—Antes de meter la mano —dijo Ángela—, envuélvete los dedos con un pañuelo o algo así. La humedad de tus manos puede dañar lo que haya dentro.

—De acuerdo —contestó Bronson, haciendo lo que le había aconsejado—. Allá vamos. —Introdujo la mano en el interior de la vasija y sacó un pequeño objeto cilíndrico.

Ángela dio un grito ahogado.

—Ten cuidado —dijo ella con urgencia—. Parece un pergamino intacto. Es un hallazgo realmente poco común. Sujétalo un momento.

Atravesó la habitación corriendo, cogió un cojín de una de las sillas del comedor y lo colocó sobre la mesa.

—Apóyalo sobre el cojín —le pidió.

—Exactamente, ¿cómo de poco común? —preguntó Bronson, mientras colocaba la reliquia donde Ángela le había indicado.

—Toparse con pergaminos es algo bastante normal, lo interesante es la condición en que se encuentran. A lo largo de los siglos la mayoría de los pergaminos (incluyendo los de lugares como Qumrán, ya sabes, los pergaminos del mar Muerto) se han destruido en su mayoría. Los papirólogos han tenido que estudiar los fragmentos por separado y han intentado reconstruir pergaminos completos pieza a pieza, intentando hacer un puzzle con diminutos pedazos de papiro.

—No sabía que un papiro pudiese durar tanto tiempo, ¿qué antigüedad crees que tiene?

—Dame un minuto, ¿de acuerdo? Esto no es como mirar dentro de una novela moderna. Los pergaminos no tienen fecha de publicación. —Acercó una silla a la mesa y se sacó un par de guantes de látex del bolsillo.

—Has venido preparada —comentó Bronson.

—Siempre estoy preparada —dijo ella—, al menos para algunas cosas.

Durante unos momentos no tocó la reliquia, solo la observaba, cambiando el cojín de posición continuamente para ver las distintas zonas del pergamino. Aunque su especialización eran los objetos de cerámica, para Bronson era evidente que también sabía bastante de los primeros documentos, y que eso formaba parte de su trabajo. Después de un par de minutos, se reclinó hacia atrás en la silla.

—De acuerdo, puedo decir que es de los primeros, precisamente porque se trata de un pergamino. Los pergaminos por lo general solo están escritos por una cara del papiro, aunque se encontraron ejemplos posteriores con escritura en ambas caras. Este papiro parece que solo tiene texto en una de sus caras, por lo que se puede deducir que se trata de uno de los primeros documentos.

»Uno de los problemas a los que se enfrentaban los antiguos era que la única forma de averiguar qué había escrito en un pergamino era abriéndolo y leyéndolo, motivo por el que alguien inventó el sittybos —prosiguió Ángela, comprobando meticulosamente el interior del recipiente de cerámica que se encontraba sobre la mesa—. Se trataba de una etiqueta adjunta al pergamino que lo identificaba para el lector o vendedor, y que usaban de la misma forma que utilizamos hoy en día la escritura en el lomo de un libro. He comprobado el recipiente, y no hay rastro de ninguna etiqueta, ni hay nada sobre el pergamino.

—¿Y qué quiere decir eso? —preguntó Bronson.

—Nada muy significativo, simplemente que es probable que no haya mucho escrito en el pergamino, lo que sugiere que no se trata de lo que denominaríamos un documento comercial, no es un texto conocido, el cual probablemente tendría un sittybos adjunto. Es más probable que se trate de algún tipo de texto privado. No tengo ningún problema en echarle un vistazo, pero no forma parte de mi campo de especialización, y sigo pensando que esto debería ser examinado por un experto.

Con sumo cuidado, Ángela abrió el pergamino, lo justo para poder ver los primeros renglones escritos, y lo volvió a cerrar suavemente.

—Está escrito en latín —dijo ella—, y las letras tienen un tamaño excepcionalmente grande. Creo que se trata de un texto continuo, lo que sugiere también que es de los primeros. Los documentos escritos posteriores por lo general incluían un spatium, un espacio entre los versos, y un paragraphus, una línea horizontal por debajo de cada frase.

—¿Qué antigüedad crees que tiene entonces? —preguntó Bronson, mientras se inclinaban por encima de la mesa del comedor, de espaldas a la puerta, para mirar la reliquia.

—Yo calculo que data del siglo II o III d. C. Tiene que…

Ángela gritó cuando alguien la agarró del brazo. Fue empujada violentamente hacia atrás desde la mesa y se golpeó contra la pared situada junto a la puerta.

Bronson se dio la vuelta. No había oído pisadas, ni ningún ruido de ninguna clase.

Un hombre corpulento, que vestía un traje gris claro, había agarrado a Ángela y la sujetaba contra la pared. Sin embargo, fue el otro hombre quien llamó la atención de Bronson, o más bien la pistola semiautomática que llevaba en la mano derecha, ya que Bronson tuvo la impresión de que sabía cómo usarla.

El primer apóstol
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