I
Bronson había averiguado que la distancia en línea recta entre Santa Marinella y su destino era solo de unos ciento diez kilómetros, aunque sabía que por carretera sería más del doble.
—Ciento diez kilómetros no es tan lejos —dijo Ángela, mientras apuraba su segunda taza de café. Habían entrado en el comedor a las siete, la primera hora en la que servían desayunos.
—Estoy de acuerdo. Por la autopista sería una hora, pero en el tipo de carreteras con las que es probable que nos encontremos, creo que serán al menos dos horas de coche. Pero tenemos que hacer algunas cosas antes de llegar allí, así que todo nos llevará un total de tres o cuatro horas.
Bronson pagó la cuenta y llevó sus bolsas a la Renault Espace. Su primera parada fue en un quiosco de las afueras de la ciudad, en el que compró un par de mapas a gran escala de la zona situada al noreste de Roma.
A unos ocho kilómetros, encontraron un gran centro comercial fuera de la ciudad y, tal y como Bronson había deseado, una gran ferretería.
—Quédate aquí —dijo él—, y cierra la puerta con el seguro, solo por si acaso, no tardaré mucho. ¿Qué talla de pie tienes? Me refiero a la talla europea.
—Cuarenta o cuarenta y uno —contestó ella—, si te refieres a zapatos.
—Zapatos, pies, da lo mismo.
Veinticinco minutos más tarde volvió, empujando un carrito repleto. Ángela salió de un salto mientras él se aproximaba y le abrió la puerta trasera.
—Dios mío —dijo ella, mientras echaba un vistazo al carro de la compra—. Parece que has comprado suficiente para una expedición de una semana.
—No para tanto —contestó Bronson—, pero creo que tenemos que estar preparados.
Juntos introdujeron el equipamiento en la parte trasera de la Espace. Bronson había comprado guantes, palas, picos, hachas, palancas, un juego de herramientas general, mochilas, botas de escalada, linternas y baterías de repuesto, una brújula, una unidad de GPS de mano, e incluso un largo cable de remolque.
—¿Un cable de remolque? —preguntó Ángela—. ¿Para qué necesitas eso?
—Se puede utilizar para despejar el camino de rocas o de troncos de árboles, cosas de ese tipo.
—No me hace gracia decir esto —dijo Ángela—, pero definitivamente esta Renault no sería el vehículo que elegiría para una excursión a las montañas.
—Lo sé. No se trata del vehículo adecuado para el lugar al que nos dirigimos, y por eso, no es el que vamos a utilizar. Tengo un plan —dijo él—. Solo vamos a usar la Renault hasta llegar a San Cesáreo, en las afueras del sudeste de Roma. Anoche consulté Internet, y hay un sitio en el que alquilan vehículos cuatro por cuatro. Dejaremos la Renault en algún lugar de la ciudad, yo ya he prealquilado a tu nombre un Toyota Land Cruiser de batalla corta. Si no podemos llegar al lugar con eso, la única otra cosa que podríamos usar sería un helicóptero.
Se acercaba el mediodía cuando aparcó la Renault Espace en un aparcamiento de múltiples plantas situado en San Cesáreo, y juntos caminaron los escasos cientos de metros que les separaban del centro de alquiler de vehículos. Veinte minutos más tarde, salieron en un Toyota Land Cruiser de un año de antigüedad que Ángela había alquilado para dos días utilizando su tarjeta de crédito.
—¿Crees que he hecho bien en utilizar mi Visa? —preguntó ella cuando Bronson detuvo el Toyota en la plaza de aparcamiento situada junto a la Renault.
—Probablemente no. El problema es que no puedes alquilar un coche sin utilizar tarjeta de crédito. Pero tengo la esperanza de que nos encontremos muy lejos de aquí antes de que alguien se dé cuenta.
Introdujeron todo el equipamiento, incluidas las bolsas de viaje, en el Toyota, luego cerró la Renault con llave y se alejaron.
—Eso no estaría nada mal —masculló Bronson, al ver un par de solares de coches usados en las afueras de San Cesáreo. Ambos parecían haber perdido categoría, los solares estaban desaliñados y los coches abollados. Parecía el típico sitio en el que las transacciones en metálico eran bien recibidas, lo que le venía a Bronson de perlas.
Entró en el primero y estuvo regateando con el dependiente alrededor de veinte minutos, luego salió en un turismo Nissan de diez años de antigüedad. La pintura se había desgastado, y había abolladuras en la mayoría de los paneles, pero el motor y la transmisión parecían estar en buen estado, y los neumáticos eran buenos.
—¿Es ese? —preguntó Ángela, saliendo del Toyota.
—Sí. Conduciré este. Tú sígueme, que ya organizaremos todo lo demás cuando hayamos llegado a Piglio.
La ciudad no se encontraba lejos, y las carreteras estaban lo suficientemente despejadas, por lo que no les llevó mucho tiempo llegar. Bronson aparcó el Nissan en el aparcamiento de un supermercado que estaba bastante lleno de coches, y pocos minutos más tarde, se alejaron juntos en el Toyota.
Mientras salían de Piglio, Bronson se detuvo en una estación de servicio, entró y salió poco después con un par de bolsas llenas de bocadillos y botellas de agua.
—¿Puedes leer el mapa, por favor? —preguntó Bronson—. Necesitamos un sendero o carretera secundaria que nos conduzca lo más cerca posible al lugar, para que no tengamos que caminar durante kilómetros.
La ubicación que la inscripción sugería en el skyphos estaba bastante alejada de la carretera principal, y treinta minutos más tarde, tras atravesar carreteras cada vez más estrechas y plagadas de baches, Ángela le pidió que parara el todoterreno para poder explicarle dónde se encontraban.
—Ahora estamos aquí —dijo ella, señalando una carretera blanca sin numerar en el mapa—, y esta línea de puntos de aquí parece ser la única ruta de acceso.
—De acuerdo, la entrada al sendero debe de estar a la vuelta de la esquina.
Bronson volvió a colocar el Toyota sobre el asfalto, y condujo cien metros más hasta encontrar una apertura en los setos que bordeaban la carretera. Giró por el hueco y de inmediato metió la tracción a las cuatro ruedas.
Delante de él, un sendero lleno de baches pero bastante utilizado apareció al final de la cuesta.
—Parece que otros todoterreno han estado aquí arriba —dijo él—, y quizá también un tractor o dos. Resiste. Esto va ser bastante incómodo.
El sendero principal parecía perderse después de alrededor de doscientos metros, pero había huellas de neumáticos en varias direcciones, y eligió la ruta que parecía conducir a la elevación que tenían enfrente. Impulsó el Toyota para que ascendiera por el terreno plagado de surcos y baches durante aproximadamente un kilómetro y medio, hasta que llegaron a una pequeña meseta salpicada de rocas.
Bronson dirigió el todoterreno en diagonal hacia el lado más lejano, en el que se encontraba un acantilado bajo, y detuvo el vehículo.
—Ya hemos llegado —dijo él—. Este es el final de la carretera, ahora tenemos que ir andando.
Salieron del vehículo y miraron a su alrededor, que estaba plagado de grupos de arbustos y árboles, y en el que no había rastro alguno de presencia humana. No había desperdicios, ni vallas, no había nada. El viento les daba suavemente en la cara, pero sin hacer ruido. Era uno de los lugares más tranquilos que Bronson hubiera visitado nunca.
—Qué tranquilidad, ¿no? —preguntó Ángela.
—Probablemente las únicas personas que se aventuren a llegar aquí sean pastores y cazadores ocasionales.
Bronson activó el GPS y marcó en el mapa las coordenadas geográficas que mostraba. Luego las comparó con su interpretación del diagrama que aparecía a un lado del skyphos.
—Joder, todo esto es muy poco exacto —masculló—, pero creo que estamos en el lugar correcto.
Ángela se estremeció ligeramente.
—Es espeluznante. Nos encontramos aproximadamente en el mismo lugar en el que Marco Asinio Marcelo estuvo hace dos mil años —dijo ella, señalando al horizonte—. El paisaje que estamos contemplando es prácticamente idéntico al de entonces. Es incluso comprensible por qué eligieron esas seis colinas. Desde este lugar, son, con mucha diferencia, las maravillas naturales más prominentes.
—El problema es que no disponemos de ninguna dirección detallada —dijo Bronson— así que vamos a tener que comprobar cada lugar que parezca una posible ubicación. Ni estos mapas ni el diagrama del skyphos nos van a servir ahora de gran ayuda.
—¿Y qué sugieres que puede ser una posible ubicación? Si Marcelo enterró algo en la tierra, está claro que no vamos a encontrar signos visibles del enterramiento, no después de tanto tiempo.
—No creo que lo que estemos buscando sea un enterramiento en la tierra. Lo que se ocultó era demasiado importante para eso, por lo que creo que el lugar oculto se encontrará en una cueva o en una cavidad de piedra construida por el hombre. Y la entrada habrá sido cubierta, probablemente con rocas o robustos fragmentos de piedra.