Capítulo 41

El coche llegó a la comisaría. Después de que el sargento de guardia hubo registrado su entrada, los detectives acompañaron a Jack a una de las salas de interrogatorios en el sótano. Frankham lo invitó a sentarse. Era una experiencia desconocida para Jack. Ross se acomodó en un rincón.

Jack se preguntó cuál de los dos haría el papel del poli bueno.

Frankham tomó asiento, colocó un expediente sobre la mesa y sacó un formulario.

—¿Nombre? —preguntó Frankham.

—Jack Fitzgerald Delaney.

—¿Fecha de nacimiento?

—Veintidós de noviembre de 1963.

—¿Ocupación?

—Investigador superior del FBI, destinado a la Oficina de Nueva York.

El sargento detective dejó caer el bolígrafo y miró a Jack.

—¿Tiene alguna identificación?

Jack sacó la placa del FBI y la tarjeta de identidad.

—Gracias, señor —dijo Frankham, después de leerla—. ¿Puede esperar aquí un momento? —Se levantó y se volvió hacia su colega—. ¿Puedes ocuparte de que le sirvan un café al agente Delaney? Puede que esto tarde un poco. —Antes de salir de la habitación, añadió—: Asegúrese de que le devuelvan la corbata, el cinturón y los cordones de los zapatos.

Frankham acertó en el cálculo, porque pasó una hora antes de que se abriese la puerta para dar paso a un hombre mayor con el rostro curtido. Vestía un uniforme impecable, con un galón de plata en la manga, en la solapa, y en la gorra, que se quitó para dejar a la vista sus cabellos canosos. Se sentó en la silla que había ocupado Frankham.

—Buenas noches, señor Delaney. Me llamo Renton, superintendente jefe Renton, y ahora que hemos confirmado su identidad, quizá quiera responder a unas pocas preguntas.

—Si puedo… —dijo Jack.

—Estoy seguro de que puede —replicó Renton—. Lo que me interesa es si quiere.

Jack permaneció en silencio.

—Recibimos una queja de una fuente fiable de que usted, durante la semana pasada, ha estado siguiendo a una mujer sin que ella tuviese conocimiento previo. Eso es un delito en Inglaterra, de acuerdo con la ley de protección contra el acoso de 1997, algo que seguramente ya sabe. No obstante, tengo la seguridad de que hay una sencilla explicación para sus actos.

—La doctora Petrescu es parte de una investigación que mi departamento tiene en marcha desde hace algún tiempo.

—¿Dicha investigación tiene algo que ver con la muerte de lady Victoria Wentworth?

—Así es.

—¿La doctora Petrescu es sospechosa de haber cometido el asesinato?

—No —replicó Jack, con firmeza—. Todo lo contrario. En realidad, habíamos creído que ella podría ser la siguiente víctima.

—¿Habían creído? —repitió el superintendente jefe.

—Sí. Afortunadamente, la asesina ha sido detenida en Bucarest.

—¿No consideraron la posibilidad de compartir esta información con nosotros, a pesar de que seguramente sabían que estábamos investigando el asesinato?

—Lo siento mucho, señor. Es una información que recibí no hace más de un par de horas. Estoy seguro de que nuestra oficina en Londres tiene la intención de mantenerlo informado.

—El señor Tom Crasanti me ha puesto al corriente, pero sospecho que solo porque teníamos a su colega a buen recaudo. —Jack no hizo ningún comentario—. De todas maneras me ha asegurado —prosiguió Renton—, que usted se ocupará de comunicarnos cualquier novedad que pueda surgir en el futuro. —De nuevo, Jack mantuvo la boca cerrada. El superintendente se levantó—. Buenas noches, señor Delaney. He autorizado su libertad inmediata, y solo espero que tenga un feliz regreso a su casa.

—Gracia, señor —dijo Jack, mientras Renton se ponía la gorra y salía de la habitación.

Jack comprendía el enfado del superintendente. Después de todo, el Departamento de Policía de Nueva York, por no hablar de la CIA, pocas veces se molestaba en informar al FBI de sus operaciones. El sargento detective Frankham volvió al cabo de un par de minutos.

—Si quiere acompañarme, señor, tenemos un coche que lo espera para llevarlo a su hotel.

—Muchas gracias —respondió Jack. Siguió a Frankham escaleras arriba hasta la entrada.

El sargento de guardia agachó la cabeza cuando Jack salió de la comisaría. El agente del FBI le estrechó la mano a un muy avergonzado Frankham antes de subir al coche aparcado delante de la entrada. Tom lo esperaba en el asiento trasero.

—Otro caso de estudio que Quantico puede añadir a su currículo —comentó Tom—. Esta vez sobre cómo causar un incidente diplomático mientras se visita al mejor y más antiguo aliado.

—Seguramente he dado un nuevo significado a las palabras «relación especial» —manifestó Jack.

—Sin embargo, el condenado tiene una oportunidad para redimirse —dijo Tom.

—¿Qué se te ha ocurrido esta vez? —preguntó Jack.

—Nos han invitado a desayunar mañana en Wentworth Hall con lady Arabella y la doctora Petrescu. Por cierto, ahora entiendo lo que decías respecto a Anna.