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Walsh carraspeó un tanto incómodo.
— Laura, éste es North, el tipo del que te hablé. Mi abogada, la señorita Nomos. Este otro tipo es…
Lara asintió gélidamente.
— El señor Green, ya nos conocemos.
North asintió a su vez.
— Esto no es asunto de abogados. No sabía que le gustara el boxeo, señorita Nomos.
— Hay muchas cosas que no sabe, señor North.
North se volvió hacia él y le dijo:
— Así que… la conoces. ¿Trabajas para ella?
Asintió y repuso:
— Haría lo que fuera por ella.
North echó hacia atrás la mano y la lanzó hacia adelante. Él tuvo la impresión de que el mundo entero se movía a cámara lenta. Apretó el puño; sabía que podía golpear a North, una decena de veces si era preciso, antes de que le llegara el golpe.
Los ojos de Lara lo detuvieron. Eran brillantes, de color azul verdosos, dos aguamarinas a juego engastadas en su precioso rostro, más brillantes que los ojos en vidrios de colores de la ventana de la iglesia. Le decían que no era momento de resistirse.
North lo abofeteó en la mejilla con la palma abierta sacudiéndole la cabeza hacia la derecha. Notó un súbito dolor, pero no era más que eso, dolor; había millones de personas que cada día pasaban por cosas peores. North le encajó un revés en la boca y le partió el labio superior.
— ¡Ya vale! -gritó Walsh interponiéndose entre los dos.
Él sacó el pañuelo y se lo aplicó sobre el labio. Por encima de sus cabezas, amortiguada por treinta centímetros de cemento y acero, la multitud rugía bajito.
— ¿Qué es exactamente lo que quiere, señor North? -preguntóLar a.
North lanzó una colérica mirada al calvo.
— Walsh ya se lo ha dicho.
— Prefiero oírselo decir a usted.
North se volvió hasta quedar con ella cara a cara.
— Bien simple. Esta noche quiero estar ahí fuera, donde todo el mundo me vea. Quiero que me asocien con una figura masculina popular, con un hombre verdaderamente masculino. Quiero el mejor asiento del estadio para presenciar la pelea por el título.
— ¿Cuál es ese asiento?
— A Joe se le permite tener dos entrenadores en su rincón. Yo seré uno de esos entrenadores. Lara sacudió la cabeza y repuso:
— Sería sumamente irregular. La Comisión de Boxeo…
— ¡Me importa un carajo la Comisión de Boxeo! Ya le he dicho lo que quiero. Y ya sabe lo que pasará si no lo consigo.
— ¿Si lo consigue, lastimará a Joe de todos modos? -preguntó Jennifer inesperadamente.
North sacudió la cabeza y repuso:
— No si consigo lo que quiero.
— Entonces explíqueme lo que hará si no consigue lo que quiere, señor North -le pidió Lara-. También prefiero oírselo decir a usted.
— Para empezar, le contaré a la policía lo de Walsh. Es un paciente fugado de un psiquiátrico. Usted lo sabe y yo también. No lo han cogido porque usted es su abogada y se supone que Klamm, el Secretario de Seguridad, es su padrastro. -North esbozó una sonrisa torcida y le preguntó-: ¿Acaso cree que alguien se ha tragado eso?
— Él y yo nos lo tragamos -le contestó Lara-. Porque es la verdad.
— Entonces no querrá que le hagan daño. A él o a la Presidenta;
todo lo que pueda lastimar a Klamm va a dañarla a ella políticamente. Los periódicos no han relacionado que el calvito que se escapó del General Unido es el representante de Joe, pero estoy seguro de que relacionarán a Walsh con usted y a usted con Klamm. Con un poco de ayuda, es posible que relacionen a Walsh con Green, que está más loco que una cabra.
Sacudió la cabeza al pensar en lo cansada que estaría Lara de que la amenazaran con la prensa. Primero había sido él, y en ese momento, North.
— Eddie, hiciste bien en pedirme que viniera -le dijo Lara-. Se supone que debo protegerte y él me utiliza para fastidiarte.
— No es eso. Esperaba que encontrases una solución.
— ¿Y lo único que quiere es ser uno de los entrenadores de Joe?-inquirió Lara volviéndose hacia North.
North asintió.
— Pero no tenemos ninguna seguridad de que no vaya usted a repetir esta amenaza.
— Se la voy a dar ahora mismo -le dijo North. Sacó del bolsillo un papel doblado-. Aquí tiene la confesión de un asesinato que le firmaré.
Parecía como si nada hubiera podido sorprender a Lara, pero eso la sorprendió; por un instante abrió los ojos como platos.
— ¿Puedo preguntarle a quién asesinó?
— A un médico llamado Applewood. La policía iba a echarle el guante y el tipo habría cantado. Era un hombre de bajo nivel, pero como era médico, sabía más de lo que habría sabido un hombre de bajo nivel. -North sacó una pluma del bolsillo -. Ocurrió hace cosa de cuatro meses. Puede que lo haya leído en los diarios.
Lara se dirigió a él y le preguntó:
— Tú conocías al doctor Applewood.
— Lo conocí hace años -admitió.
Walsh miró fijamente a North y le preguntó:
— ¿De veras vas a firmar ese papel?
— Y voy a dártelo -le contestó North-, mejor dicho, voy a dárselo a la señorita Nomos para que te lo guarde, cuando aceptes que me haga pasar por uno de los entrenadores de Joe. Tú serás el otro, y te encargarás de tu trabajo.
Walsh sacudió la cabeza lentamente.
— En otras palabras, que se fía usted de nosotros -le dijo Lara.
W.F. había terminado de vendarle las manos a Joe. Y dijo:
— Pero nosotros no nos fiamos de él. ¡Ni hablar!
— Es natural -dijo North encogiéndose de hombros-. Por eso escribí esto. Debe prometerme por su honor que no lo utilizará ni hablará de ello a menos que vuelva a amenazar otra vez a Walsh. Sé que no faltará a esa promesa. Pero si lo hace, tendré vía libre para contarle a los periódicos lo que acabo de decirle. Debo añadir que algunos de mis amigos se encargarán de Joe y Jennifer por mí.
El ruido de la multitud del estadio se había vuelto tan constante que había dejado de notarlo. De pronto, esas mil gargantas enmudecieron, de modo que cuando Lara habló, su voz sonó extrañamente fuerte:
— Creo que deberíamos aceptar -dijo.
Walsh la miró, incrédulo.
— ¿Dejar que este tipo salga ahí con Joe?
— Haré lo que me digas -le advirtió North-. Tienes mi palabra de honor.
Walsh sacudió la cabeza y repuso:
— No seré yo quien te diga qué hacer. Será W.F.
— ¡Ey, un momento! -protestó W.F.
— W.F., no vas a perder la oportunidad de asistir al campeón por culpa mía -le dijo Walsh.
— Espera…, Joe te necesita. Tú sabes de estrategias y esas puñeras.
El corpulento boxeador, que aparentemente había estado escuchando con el mismo interés que habría demostrado un buey, asintió con ahínco.
— Eddie, ¿quieres un asiento al costado del cuadrilátero? -le preguntó Lara-. ¿Cerca del rincón de Joe? Si quieres, te puedo conseguir uno.
— Sí -respondió Walsh, agradecido-. Sí, claro que quiero. — Se secó el sudor que le perlaba la frente con un pañuelo amarillo.
— A lo mejor, cuando el señor North haya visto suficiente, podríais cambiar de lugar.
— A lo mejor -terció North-. Pero la decisión debe ser mía, no de Walsh -aclaró con tono triunfal.
— Se sobreentiende. Firme el papel, pues, y el asunto queda zanjado. -Lara se volvió hacia él y le comentó-: No pareces satisfecho.
— ¿No vas a leer lo que pone? -le preguntó.
— ¿Para qué iba a…?
Alguien aporreó la puerta. Una voz gritó:
— ¡Es hora, Joe! ¿Estás listo?
Como un león, Joe bajó de la camilla de masajes y se dirigió hacia la puerta. W.F. lo siguió, llevando una caja rojiblanca del tamaño de una maleta pequeña.
— Eres entrenador, ¿no? -le dijo W.F. a North-. Vete a por el cubo de agua y todas las toallas.
— Dalo por hecho -dijo North; firmó el papel y se lo entregó a Lar a.
Desplegó el papel y lo miró de reojo.
— ¿Jennifer? ¿Quieres un asiento? Te lo consigo sin problemas. La rubia sacudió la cabeza y le contestó:
— Nunca veo las peleas. Esperaré aquí.
Lara le hizo una seña a él y le dijo:
— Sigúeme.
Tuvo ganas de decirle que cuando se había marchado del restaurante de Mamá Capini, no le había dicho «sigúeme». W.F. le abrió la puerta a Joe; recibieron una andanada de preguntas de los reporteros y la descarga incesante de luces de los flashes de los fotógrafos. Walsh caminaba de puntillas y hablaba rápidamente con Joe, con los labios tan cerca de la oreja del púgil como le era posible. Joe golpeaba un guante contra el otro.
Iba a ir con ellos, pero Lara lo retuvo y le explicó:
— Subirán en el mismo ascensor. Eddie, Joe y W.F. Es su privilegio. North también irá con ellos, me temo, pero es algo que no puede evitarse. Cuando lleguen al cuadrilátero, Eddie tendrá que dejarlos. Le costará lo suyo.
Al cabo de unos segundos, salieron a un pasillo casi vacío y Lara cerró la puerta verde.
— ¿Adonde vamos? -le preguntó.
— A reunimos con mi padrastro. Dos de sus guardias tendrán que cederos sus asientos a ti y a Eddie. No les gustará nada, pero podrán quedarse de pie en el pasillo.
— ¿Puedo hacer unas cuantas preguntas?-Claro.
Lara parecía preocupada; grande fue su sorpresa y su deleite cuando notó que lo tomaba de la mano.
— Era la hora del almuerzo, casi la una, cuando nos marchamos de Casa Capini.
— La hora del almuerzo para nosotros -le aclaró-. Algunas personas estaban cenando. No te diste cuenta.
— Mi reloj -dijo echándole un vistazo- marca algo más de las dos. ¿Qué hora es aquí?
— Las diez pasadas. ¿Por qué ibas a esperar que fuera la misma hora en sitios diferentes? Si telefonearas a Londres después del almuerzo, ¿esperarías que te dijeran que acababan de sentarse a tomar el té?
— Para mí han pasado años. -Intentó calcularlos, pero no pudo-. ¿Cuántos han pasado para Eddie, Joe y W.F.?
— ¿Qué importancia tiene?
Habían llegado a los ascensores. Lara pulsó el botón con la mano con la que sujetaba el bolso.
— ¿Cuántos? -insistió.
— Unos cuatro meses, al menos eso dijo North.
— Eres una diosa. -Tuvo que esforzarse para pronunciar aquellas palabras, pero por fin logró decirlas-. ¿Vives eternamente?
Cuando entraron en el ascensor, Lara se volvió para mirarlo. Por una vez no había señales de burla en sus ojos.
— Hay muchas eternidades -le contestó.
El ascensor empezó a subir.
La tomó entre sus brazos pausadamente, sin violencia, pero envolviéndola como una flor envolvería a una abeja, si la abeja fuera en realizad su amante y no una mera alcahueta. El beso de Lara, suave y cálido de sol, le punzó los labios.
Fuertemente comprimida entre sus cuerpos, Tina chilló:
— ¡Ey!
No le hicieron caso.
Se abrieron las puertas del ascensor.
— Soy Laura Nomos -le dijo Lara-. Abogada e hijastra de un funcionario del gobierno. Tú eres un conocido mío. -Bajando la voz, añadió-: No hace falta que te limpies la boca…, las mujeres se pintan los labios para parecérseme.
No hacía falta que le susurrara como no había hecho falta que se limpiara los labios; Marinero Sawyer se había agarrado de las cuerdas para subir al cuadrilátero de un salto y la mitad del público se había puesto en pie para aclamarlo a todo pulmón.
— Lo aplauden ahora -murmuró Lara-. Pero dentro de unos años estará muerto, igual que todos ellos. Déjalos que se enfrenten a la Muerte, una contrincante digna de todas las fuerzas.
— Creí que Joe te caía bien -le dijo mientras iban pasillo abajo.
— Me cae bien. Es como un niño grande y serio; siempre ansioso por caer bien y hacer lo debido. Como me cae bien Eddie, porque es capaz de reconstruir el mundo para que se amolde a su sueño o morir. Como me cae bien W.F. porque los quiere a los dos.
Cuando ellos llegaron, Klamm ya había ocupado su asiento en la primera fila; a su derecha, había un sitio libre. Lara le hizo una seña al hombre sentado en el asiento junto al vacío, el hombre se levantó y se fue al pasillo. Ella se sentó junto a Klamm y dio unos golpecitos al asiento vacío que tenía a su lado.
Se sentó.
— Padre -le dijo -, éste es mi amigo Adam K. Green. Adam, éste es Adalwolf Wilhelm Klamm.
El anciano se reclinó hacia ella para estrecharle la mano; tenía la mirada atontada, como si tuviera sueño.
— Es un gran placer, Herr K. -le dijo con un fuerte acento.
— Es un honor, señor.
— Así que -dijo Klamm dirigiéndose a Lara y señalando a Sawyer- ¿sigues pensando que tu Joe lo derrotará?
Con fingida firmeza, Lara anunció:
— Lo sé.
— Entonces apostemos algo. Unas entradas para ver la obra de teatro que tú elijas. O la que yo elija. Que es como va a ser.
— Nunca le des a un novato una oportunidad clara -dijo Lara, y se estrecharon solemnemente la mano.
Del cuello para abajo, Sawyer llevaba hasta el último centímetro de piel visible cubierto de tatuajes, dibujos y banderitas con inscripciones que se contoneaban y estiraban al mismo ritmo que sus músculos.
— ¡Ese dragón está vivo! -exclamó Tina.
Miró hacia abajo y comprobó que había logrado trepar lo suficiente como para asomarse por el bolsillo y espiar más allá del límite de su solapa.
— No es más que un dibujo que alguien le hizo en la piel -le explicó.
— Soy una muñeca, pero no soy una muñeca cualquiera.
Joe se quitó la bata. Eddie Walsh, que ocupaba el sitio de uno de los entrenadores, la recibió en consigna. Cuando la mujer que arbitraba estiró la mano para alcanzar el micrófono que le bajaban desde el techo del estadio, W.F. abrió el maletín rojiblanco sobre la lona, al costado de las cuerdas. North se colocó a un lado; vestido con un terno se le veía fuera de sitio.
— ¿Quieres leerlo? -le susurró Lara entregándole la confesión de North.
El que suscribe, Wm. T. North, declara que la mañana del 21 de enero mató de un disparo al doctor Cecil L. Applewood en su consulta del vestíbulo del Grand Hotel. Declara también que actuó en defensa propia por temor a las revelaciones que Applewood pudiera hacer a las autoridades policiales. El abajo firmante manifiesta también que había estado vigilando a uno de sus cómplices y había comprobado que era seguido por un agente. El mencionado cómplice visitó a Applewood, porque sabía que era uno de los nuestros, y el agente escuchó su conversación. Cuando se marcharon, el que suscribe entró en la consulta de Applewood y le disparó dos veces en el pecho, porque sabía que no era el tipo de hombre que fuera a soportar un interrogatorio prolongado. El abajo firmante entró luego en la habitación del hotel ocupada por su cómplice con la intención de eliminarlo cuando regresara, pero no regresó.
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— El cómplice era yo -le susurró a Lara.
— Ya me lo imaginaba -le dijo ella.
Sonó la campana. Joe y Sawyer abandonaron sus rincones, dieron vueltas en círculo y se engancharon. Un sonido indescriptible llenó el estadio, el gañido de un animal inmenso a punto de ser alimentado.