16
Examinó el hotel desde la terraza y no logró ver una sola luz. Por un momento consideró la posibilidad de entrar por la fuerza; había por lo menos cien ventanas disponibles, o eso le pareció. Al final desechó la idea; si adentro no había nadie, de poco le serviría entrar, y si el personal seguía allí (si el empleado, tal como sospechaba, sólo esperaba en la oficina a que él se marchara, por ejemplo) lo detendrían y lo meterían en la cárcel, una cárcel en la que Lara no podía estar.
Regresó al camino, pensando esperanzado que un hombre bien vestido conseguiría que lo llevasen, incluso un hombre bien vestido con las mejillas quemadas y un dedo sangrante no tendría que esperar demasiado. La estatua de hielo que lo había observado mientras se comía el barquillo volvió a observarlo; lucía una expresión de hosca satisfacción, posiblemente debido al ligero cambio de ángulo. El mar le hablaba con el mismo tono en que una madre regaña a su pequeño; pero aunque notaba la rabia y el reproche de su voz, no lograba entender qué quería que hiciera, qué era lo que las olas consideraban que debía haber hecho.
Transcurrió media hora antes de que pasara el primer coche, que no se detuvo. Al cabo de esperar otro tanto, apareció a lo lejos un mastodóntico autobús rojo; al conductor se le notaba manifiestamente despreocupado por la silueta desesperada que se hallaba en una parada no autorizada. En las noticias de la televisión había oído con frecuencia historias de conductores que no recogían ni siquiera a los moribundos, pero antes nunca se le había ocurrido pensar que muchos de ellos debían de haber sido conductores a los que sus empresas les prohibían proporcionar ayuda, o que ese detalle no se revelaba debido a algún arreglo privado entre las empresas y los medios de comunicación.
Contó las olas mientras éstas hablaban en la playa cubierta de hielo; al llegar a ciento diecisiete, pasó el convertible conducido por el empleado con gafas. Se colocó en mitad del camino para obligarlo a parar, pero el empleado lo esquivó y no le hizo el menor caso.
Decidió que aquello era inútil, dio media vuelta y avanzó pesadamente tras el convertible que no tardó en desaparecer al doblar la curva cubierta de nieve. El autobús había pasado, de manera que tenía que haber una parada en algún punto del camino, una parada desde la cual la gente de campo que no tenía ni coche ni camión pudiera llegar a la ciudad, una parada y tal vez un banco. Las piernas le temblaban de haberse pasado la mañana de pie y andando; la cabeza, que le había dolido a intervalos desde que despertara en el General Unido, se le partía de dolor.
A sus espaldas, un coche soltaba ruidos metálicos como una caja de música rota. No se volvió a mirar, seguro de que hiciera lo que hiciera, no se detendría, y poco dispuesto a abandonar la franja limpia de asfalto para andar sobre los laterales cubiertos de nieve.
— ¿Quiere que lo lleve?
Era Fanny que le hablaba por la ventanilla abierta de uno de los utilitarios que había visto en el aparcamiento. Intentando sonreír, contestó:
— ¡Claro que sí!
Tal vez fuera una espía de Klamm, pero si Klamm y la policía estaban en contra de North, ¿qué tenía de malo? Igual que en el coche que había conducido para North, las puertas de ése llevaban las bisagras en la parte de atrás. Giró la manilla, abrió la puerta y subió.
— ¿No llevaba equipaje?
La chica parecía sincera y un tanto estúpida.
— No mucho -le contestó.
La chica pisó el largo pedal del embrague con el pie izquierdo y echó la palanca de cambios suavemente hacia atrás.
— Ya. Bueno, ojalá se hubiera quedado más. De todos modos, le habrían pedido un taxi o algo al dejar la habitación.
— No he dejado la habitación.
El pedal del embrague se levantó suavemente; el motor vaciló, como dispuesto a apagarse, pero luego siguió funcionando. El cochecito se sacudió y avanzó con esfuerzo.
— Me dijeron que se había marchado.
— Me dejaron encerrado afuera.
— ¿No ha pagado?
— Habíamos pagado por adelantado, todavía quedaban unos días.
— Serían incapaces de hacerle algo así.
Se encogió de hombros y se puso a mirar el paisaje nevado.
El cochecito rugió al entrar la segunda.
— De todos modos, adiós a mi empleo de invierno. Este otoño me rogaron, literalmente me rogaron que me quedase. «Fanny, intentaremos tener abierto todo el invierno…» fue lo que me dijeron. Y ahora estoy sin trabajo y todos los empleos de invierno ya están ocupados.
— Quizá la mujer del salón de belleza podría encontrarle algo. — Se volvió a mirarla-. Iba a decir, la mujer que le arregló el pelo, pero veo que no se ha hecho nada.
— Lo ha notado. -Cuando puso la tercera, levantó la mano y se dio unas palmadas en el pelo -. Pues no, ella me quería lavar y marcar, pero no me hacía falta. La verdad es que tampoco necesito una permanente; ya sabía que me iba a decir eso. Sólo quería hablar con alguien. ¿Adónde va usted, por cierto?
— A la estación de trenes.
— ¿Se larga de la ciudad? Asintió con la cabeza y repuso: -Me voy a Marea.
— ¡Estupendo! Lo digo porque no parece que aquí le vayan bien las cosas.
— ¿Me llevará hasta la estación?-Claro.
— Gracias. -Vaciló un instante -. Probablemente no debería mencionarlo, pero ¿sabe usted cómo se llama el hombre con el queme alojaba?
— No me fijo en esas cosas.
— Ayer por la mañana desayunamos juntos en la cafetería, pero no nos atendió usted.
— Probablemente sería Maisie, o tal vez Edith. Nos habían contratado a las tres y teníamos que trabajar dos días y hacer uno de fiesta, Maisie y Edith ayer, Maisie y yo hoy.
— El otro hombre de mi habitación utilizaba el apellido de Campbell, pero en realidad se llamaba William T. North.
La chica no le contestó.
— Usted conoce a la gente de la Bota de Hierro. Sabe quién es William T. North -insistió.
— Quiere que lo lleve al tren que va a Marea.-Sí.
— De acuerdo -asintió la chica-. De todos modos iba a hacerlo… No, tiene razón, no iba a hacerlo. Iba a tratar de que me acompañara a mi casa. ¿Necesita dinero? Puedo darle algo; no tengo mucho.
— No -respondió-. Antes de marcharme necesito hablar con Klamm.
Se produjo un largo silencio. El camino por el que iban confluía en otro más importante, una autopista de cuatro carriles. La muchacha miró a su izquierda y entró en la autopista. Con el acelerador pisado a fondo, el cochecito alcanzaba los ochenta kilómetros en llano. Recordó que el Visón marrón era un poco más veloz, llegaba a los noventa.
— Entonces tendrá que acompañarme a mi casa -dijo ella por fin.
— Podría dejarme en un hotel.
Ella negó con la cabeza y le preguntó:
— ¿Se lo ha contado a alguien? ¿A North?
— A nadie. -Intentó pensar en el modo de explicárselo-. No era amigo de North, no creo que él tenga amigos. Podría ser amigo de Klamm, si supiera qué se proponen usted y él.
— En el Adrián iba usted con North.
— Es verdad. ¿Nos vio? ¿O se lo han contado?
— Los vi. Estaba entre el público. Ellos… Klamm creía que lo tenían todo cerrado, todo herméticamente cerrado y la manzana acordonada. Pero North tiene más vidas que un gato y querían que lo viesen por si acaso. Tal como resultó todo, tenían razón.
— ¿Quiere usted decir que North logró escapar? Me lo temía.-Eso parece. En el incendio murieron varias personas, pero ya las hemos identificado a todas.
Pensó un momento y luego le dijo a la chica:
— El doctor Applewood…, sé que lo conoce. No parece que al doctor Applewood le fuera muy difícil salir del teatro.
— Claro que no. Lo dejamos salir. Los dejarnos salir a todos, menos a uno que murió accidentalmente.
— ¿Porqué?
— ¿A usted qué le importa? -le contestó con desdén.-Yo estaba entre toda esa gente.
— Es verdad. ¿Está dispuesto a ponerse en contra de North? -Jamás he estado a su favor. Era una especie de prisionero, su esclavo, si quiere usted verlo de ese modo.
— ¿Y no podía escapar?
— Lo hice. -Le contó lo ocurrido en el sótano-. Es decir, huí de North. Lo que quiero saber es por qué me dejaron huir a mí, al doctor Applewood y a los demás.
— Porque se trataba de gente de bajo nivel. Una vez identificada, a la gente de bajo nivel se la deja en libertad, no se la detiene. No tiene sentido. A esa gente se la observa del mismo modo que observábamos la obra antes de que North apareciera. Se la deja que nos conduzca a los jefes de la banda.
— Y eso fue lo que hicieron conmigo, ¿no es así? -inquirió-. Llevaba la llave del hotel en el bolsillo y esta mañana, antes de desayunar, fui a ver al doctor Applewood para que me curara la mano. Después de desayunar, cuando volví a bajar para comprarme ropa, en su oficina no había luz. Supongo que la rubia del salón de belleza me vio la primera vez y se puso a escuchar detrás de la puerta.
— Supongo -admitió Fanny encogiéndose de hombros.
— ¿No lo sabe?
Le lanzó una mirada irritada y le preguntó:
— ¿Se piensa que me cuenta todo lo que hace? Es mi jefa, una teniente.
— Lo siento,
Al ver que la muchacha permanecía callada, añadió:
— Ocurre que esta mañana, en la cafetería, me pareció que yo le caía bien. Cuando cerraron el hotel y nadie me prestó atención hasta que usted apareció y me recogió, supe que lo habían organizado todo para que encontrara ese informe sobre usted y que usted se limitó a desempeñar un papel… -Y dejó la frase en el aire.
— La naturaleza ha hecho que las mujeres desempeñemos papeles. Cuando dejamos de hacerlo, se acabó la comedia. -Inspiró hondo y luego soltó el aire con un bufido-. Me cayó usted bien, y sigue gustándome. Pero mientras nos tratemos, siempre desempeñaré un papel, cada pocos minutos, a veces durante horas. No puedo evitarlo. ¿Hay algo más que quiera saber?
— Sí. Anoche, en el teatro…, ¿quién era la mujer que estaba en la cabina con Klamm?
— Su hijastra.
— ¿Cómo? -Advirtió que había abierto la boca y la cerró.-Es su hijastra. Klamm estuvo casado, aunque obviamente,
nunca se…, ya sabe a qué me refiero.
No lo sabía, pero asintió de todos modos.
— Entonces, su mujer conoció a un hombre que consintió. Klamm se divorció, naturalmente, pero siguen siendo amigos. Dicen que ella era su alumna preferida cuando él enseñaba en la universidad; me imagino que su amor fue siempre mucho más intelectual que otra cosa.
La autopista se había transformado en bulevar. Fanny lo abandonó y se metió por una calle de la ciudad, flanqueada de tiendas.
— Como comprenderá, de todo esto me he enterado por los comentarios que circulan. No conozco personalmente ni a Klamm ni a su ex mujer. De todos modos, ha sido como un tío para los hijos de ella. Eso es lo que se comenta, pero la chica de la cabina es la única con la que se lo ve en público. Supongo que se parece mucho a su madre cuando era joven; a veces ocurre.
Fanny sonrió amargamente.
— ¿Y se apellida Klamm?
— Claro que no. Se llama Nomos. Laura Nomos.
— Laura Nomos -repitió.
Había oído ese nombre, estaba seguro. ¿En el teatro? ¿En el hospital? No lograba precisarlo. ¿Se lo habría mencionado Joe? Sin saber por qué, lo asociaba con Joe.
— Esta mañana, en la cafetería, creí que yo le gustaba. -Fanny parodiaba lo que él acababa de decir-. Cuando averigüé que era la hijastra de Klamm, me sentí muy deprimida. Quiero decir, estoy deprimida. -Suspiró teatralmente -. Dicen que es abogada. Puede encontrar su nombre en la guía del Colegio de Abogados. ¿Ha visto cuántas cosas se aprenden con una policía?
El cochecito giró a la derecha y a pesar de que no iban muy deprisa, el giro fue tan abrupto que las ruedas traseras patinaron.
— ¿Alguna pregunta más?
— ¿Me lleva a ver a Klamm? La chica se echó a reír.
— Lo llevo a mi casa…, tal vez dentro de una semana logre ver a Klamm. ¿Qué edad me echa?
Vaciló, temeroso de ofenderla.
— No se me da bien calcular la edad de la gente. ¿Veinte?
— Gracias. Veintidós y si tuviera un grado menos, iría de uniforme. Mi teniente depende de un capitán que a su vez depende de una persona que depende de una mujer que depende de Klamm. Habrá que ir subiendo por la cadena de mando, y lo que tengamos que decir debe ser lo bastante importante como para que Klamm crea oportuno dedicarnos su tiempo. ¿Alguna cosa más?
— ¿Quién es Kay?
La chica apartó la vista del camino y lo miró con una expresión en la que se mezclaban la sorpresa y el escepticismo.
— En una ocasión hablé por teléfono con Klamm y me confundió con una persona llamada Kay -le explicó-. He conocido mujeres llamadas Kay, pero creo que en este caso se trataba de un hombre. Oyó mi voz y me llamó «Herr Kay». Es un hombre, ¿verdad?
— Supongo que sí. Pero no tengo la menor idea de qué hombre. Salvo que…
— ¿Sí?
— Algunas veces, en los periódicos se refieren a Klamm como Herr K., por su inicial y porque nació en el imperio alemán. Pero no entiendo cómo podría encajar eso si de veras habló usted con Klamm por teléfono.
— Yo tampoco lo entiendo. Una pregunta más. ¿Qué es un visitante?
La chica apretó los labios.
— ¿Dónde ha oído hablar de eso?
— ¿Importa acaso? Quiero saber lo que es, porque creo que yo soy un visitante.
Fanny arrimó el coche al bordillo y le contestó: -Pues tendrá que esperar hasta que entremos. Ya hemos llegado.