18
Fanny había pronunciado mal el nombre; lo había dicho deprisa, como al descuido y él no le había dado mayor importancia. Sólo cuando se encontraron dentro, cayó en la cuenta de que se trataba del restaurante en el que solía comer, el sitio al que había llevado a Lara.
Uno de los hoscos hijos de Mamá Capini los condujo a una mesa junto a una ventana.
— ¿Está su madre? -Se atrevió a preguntarle. Pero el hijo se alejó sin contestarle.
— ¿Ya había venido antes? -inquirió Fanny.
— Creo que sí -respondió. Y para mayor seguridad, añadió-: Es que a mí, estos restaurantes de pasta con escaparates me parecen todos iguales. Aunque era bueno.
— Ha dicho que tenía dinero, así que pagaremos a medias, si no le importa.
— No -le dijo -, pagaré yo.
— He de advertirle que trago como una lima.
Se fijó en su boca pequeña y su cuello delgado y lo dudó; cuando llegó la camarera, Fanny pidió una ensalada de pasta y té. El preguntó si las fettuccine Alfredo estaban buenas; le aseguraron que sí y las pidió.
— Y yo creía que tenía hambre. -Encendió un cigarrillo con uno de esos encendedores voluminosos e infalibles que recordaba de la niñez-. ¿Puedo preguntarle por qué no deja de mirar por la ventana?
Había intentado leer las matrículas sucias de los coches que pasaban con la esperanza de que le indicaran si pertenecían a su mundo o al de ella.
— Por ver el tránsito -repuso.
— ¿Ve a alguien que conozca? Negó con la cabeza.
— Cuando se almuerza con una chica guapa, lo que debería hacer es mirarla a ella, aunque no vaya vestida con excesiva elegancia. Además, siempre y cuando no tenga la boca llena, debe darle conversación.
— Creo que va usted bien vestida -le dijo.
Llevaba el mismo vestido simple, de seda negra, que lucía en la cafetería, sólo se había quitado el delantalito de encaje y la cofia. El práctico abrigo de tweed estaba doblado sobre el respaldo de su silla.
— Mi traje multiuso de incógnito.
Mamá Capini salió estrepitosamente de la cocina y los saludó con la mano al volverse hacia ellos.
— ¡Ah! Es usted. -Al sonreír dejó ver un diente de oro.-Hace un par de días que no venía -dijo él, indeciso. ¿Acaso otra versión suya también iba a comer allí?
— Pero ¿qué dice? Hará por lo menos un mes. Se quedará usted en los huesos. -Mamá Capini se volvió sonriente hacia Fanny y añadió -: ¡Mírelo! Sólo aquí come como está mandado.
— Ya lo sé. Desayunó barquillos. -Fanny se estremeció aparatosamente.
— ¡Ya lo ve, porquerías! Tal vez abra por las mañanas para darle tortillas con un buen prosciutto y pan fresco. Así le salvaré la vida.
— Mamá, ¿se acuerda de Lara? -le preguntó-. ¿La pelirroja que traje a comer?
— Claro, conozco a Lara. -El diente de oro volvió a brillar-. Guapa la chica, demasiado buena para usted.
— Ya lo sé, Mamá -admitió asintiendo con la cabeza-. ¿Ha vuelto a venir desde que estuvo conmigo?
— Vaya. -Mamá bajó la voz, echó un vistazo a su alrededor, a las mesas vacías, y le preguntó-: ¿Lo ha plantado Lara?
— Estoy tratando de ponerle remedio. ¿Ha venido?
— Anoche, a cenar, pero muy tarde. -Con aire desesperado, Mamá extendió las manos regordetas y limpias y le confesó -: Nos quedamos sin tortellini.
¡Anoche!
— ¿Está segura de que era Lara? -le preguntó.-Claro. La reconocí en seguida.
— ¿Iba acompañada? -inquirió Fanny.
— Quédeselo usted. No tiene tan mala pinta. Haga que se olvide de Lara.
— Voy a intentarlo. ¿Iba acompañada?
— Sí, por una pareja de recién casados. -Mamá notó la mirada escéptica de él y agregó -: Le estoy diciendo la verdad. La chica llevaba anillos y todo. Se agarraban de la mano por debajo de la mesa.
— Descríbalos, por favor -le pidió Fanny.
Por el rabillo del ojo comprobó que Fanny había sacado del bolso una libretita y un lápiz.
— ¡Él es grande! Más grande que Amadeo. Ella es pequeñita como usted, muy bonita. Los dos tenían el pelo rubio, el hombre y la mujer.
— ¿Qué edad?
Mamá se encogió de hombros y repuso: -Más o menos la misma que usted.
— ¿Cómo iban vestidos?
— El hombre llevaba traje azul. Hecho a medida, porque es demasiado corpulento como para comprarse nada en Kopplemeyer. Pero estaba gastado, tendría que haberlo tirado el año pasado por lo menos. Cuando vi el traje pensé «Seguro que paga Lara». Pero me equivoqué. Pagó él.
— ¿Cómo iba vestida su esposa?
Mamá pensó un instante antes de contestar: -Con un vestido rojo de lana, un bonito vestido, pero de confección. Un abrigo rojo con cuello de zorro. ¿La conoce? Fanny negó con la cabeza y preguntó:
— ¿Cómo iba vestida Lara?
— Llevaba un abrigo de piel precioso, de visón muy oscuro. Y un traje de fiesta, ¿sabe? Todo lleno de lentejuelas, como un arco iris. Escotado por delante. Un collar de piedras verdes, a lo mejor de verdad. -Mamá se llevó la mano al pelo encanecido y luego al cuello-. Tendría que haberme dado cuenta de que él iba a pagar y no Lara. Lara sabía que él pagaría, por eso los trajo donde usted la había traído antes. No costó mucho, ¿sabe? Bonita chica.
— Es usted muy observadora -le dijo Fanny.
— Él la trajo a Lara y ella trajo a esa pareja. Es mi negocio, por eso me fijé.
La camarera llegó con el minestrone y Mamá se puso en pie.
— Si algo no está bueno, me lo dicen.
— Eso haremos -le contestó Fanny con una sonrisa-, pero estoy segura de que todo estará delicioso.
Cuando Mamá se hubo marchado, le dijo a Fanny:
— Tengo que hacer una llamada.
— ¿De veras? Se le enfriará la sopa.
— No, no mucho -dijo él. Y restregándose las manos añadió-: Vuelvo en seguida.
Los lavabos se encontraban al final de un nicho situado en el fondo, y entre las puertas del aseo de caballeros y el de señoras había un teléfono público. Entró en el lavabo, hizo sus necesidades, se lavó y se secó las manos lo mejor que pudo. Si Fanny lo había seguido, seguramente habría regresado a la mesa al comprobar que él entraba en el lavabo de caballeros. Las monedas que llevaba en el bolsillo eran, en su mayoría, las del mundo real, su propio mundo: monedas de veinticinco centavos con aspecto de falsas, caras de níquel y bordes de cobre, céntimos de cinc recubiertos de cobre. Pero Casa Capini también formaba parte de su mundo real, y en él tenía que poder telefonear a su apartamento sin dificultad y sin que le contestaran ni Klamm ni nadie más que Lara, si es que estaba allí.
Entró uno de los hijos de Mamá y se plantó delante de un mingitorio.
— ¿Tiene que hacer una llamada? Le puedo dar cambio.-No, gracias -respondió -. Tengo suficiente.
Salió por la puerta y puso en la ranura una moneda de veinticinco céntimos. El auricular repicó una vez y al oír el tono de llamada se sintió más tranquilo. Quería pulsar los botones deprisa, pero se obligó a calmarse para tener la certeza de no cometer error alguno.
Pulsó el último dígito y el tono de llamada se interrumpió. No oyó nada, la línea se quedó muda. Al colgar, su moneda tintineó en el cajoncito de las devoluciones. Volvió a insertarla y a marcar su número.
A sus espaldas, el hijo de Mamá le dijo:
— No puede conseguirlo, ¿eh?
— No suena -contestó meneando la cabeza.
— No tendrían que haber permitido a esos hijos de puta que destrozaran el Sistema Bell. -El hijo de Mamá se alejó.
— Espere un momento. ¿Podría cambiarme uno de cincuenta?
— No hay problema. Suba a la caja.
Siguió al hijo de Mamá hasta el mostrador y sacó un billete del fajo de Sheng.
— ¿Los quiere en billetes de uno?
— No -respondió. Contuvo el aliento un instante antes de añadir-: Un par de cinco únicamente.
— De acuerdo.
El hijo de Mamá aceptó el billete de cincuenta, lo colocó sobre la caja registradora y le entregó dos de veinte y dos de cinco; los de veinte llevaban la cara de Andrew Jackson; los de cinco, la de Lincoln.
— ¿Qué opina de la pelea?
— ¿Qué pelea? -inquirió él.
Había estado examinando los billetes. Y temeroso de haberlos examinado demasiado tiempo, se los metió rápidamente en el bolsillo.
— ¿Que qué pelea? -repitió el hijo de Mamá, ofendido-. Joe va a pelear por el campeonato. ¿Es que no lee los diarios?
— Ah, ahora caigo. Sí que lo he visto. Ojalá que Joe le haga sudar la gota gorda.
— Délo por hecho, amigo. Joe es cliente nuestro, ¿sabe? Estuvo aquí anoche, con su mujer y una come hombres. El tío es grande, pero no va por ahí fardando. Es un tipo tan simpático y amable como usted o como yo.
— Mantendré los dedos cruzados -dijo, y regresó a la mesa, se sentó y se cogió la cabeza con las manos. Ante él había un bol vacío.
— Como se le enfriaba la sopa -le dijo Fanny-, me la comí.
Ella tenía delante un bol lleno y humeante. Al cabo de un momento, se lo ofreció.
— No se preocupe -le dijo.
— Vamos, que era una broma. Tómesela, es suya. ¿Qué le pasa?
— ¿Cuánto tiempo hace que viene aquí a comer?-¿Qué?
— Le he preguntado que cuánto tiempo hace que viene aquí a comer. En su habitación me dijo que había un buen restaurante italiano a un par de manzanas…, o algo por el estilo. De modo que ya ha comido aquí antes. ¿Cuándo fue la primera vez?
Fanny contó con los dedos y respondió:
— Hace cuatro días. El martes.
— ¿Y le aceptaron su dinero?
— No pagué. -Vaciló antes de continuar-: Vine con un sargento, un sargento de uniforme. Teníamos hambre, así que decidimos probarlo. Iba a pagar, pero uno de los hombres que trabajan aquí dijo que invitaba la casa. Ya sabe usted que a veces se comportan así con los policías. Si quiere dormir esta noche en mi casa, será mejor que me cuente lo que está pasando.
— Estamos en mi mundo…, el lugar del que vienen los visitantes. Y si no estamos allí, todo este lugar es un visitante.
La chica se lo quedó mirando con cara de incredulidad.
— Hace varios años que como aquí dos o tres veces por semana. El martes por la noche traje aquí a Lara. Su poder o sus polvos mágicos o como quiera llamarlos, han desaparecido. ¿Cenó usted aquí? ¿A qué hora?
Fanny asintió y repuso:
— A eso de las ocho.
— A esa hora estuvimos aquí. La tienda cierra a las seis, y tardo como una hora en llegar a casa en el autobús. Volví a casa, me duché y me cambié de ropa. Mi apartamento está a una manzana y media por ahí. -Señaló en dirección a su casa-. Creo que si me marcho de aquí sin usted, podría pasar la noche en mi propia cama. Quizá incluso si me marcho con usted.
— Entonces tendrá que darme cobijo.
— Claro.
— Porque no pienso dejarlo ir. Usted me sirve de carnada para llegar a North y si llego a encontrarlo, conseguiré un ascenso, tal vez dos grados, teniente detective Lindy. También puede significar la supervivencia de la humanidad, aunque eso es estrictamente secundario.
— Está bien.
— ¿Está dispuesto a ayudarme?
— Sí, si usted está dispuesta a ayudarme a mí. Si me voy a casa, volveré a la vida que tenía antes de conocer a Lara. Quizá visite mi mundo, pero ella viene de aquí. Aquí es donde vive, así que es aquí donde la encontraré, si es que la encuentro.
La camarera se detuvo ante la mesa de ellos.
— ¿No le gusta la sopa, señora? Fanny meneó la cabeza y contestó:
— Es que dejé que se me enfriara demasiado, pero no se preocupe. Puede llevársela. Cuando la camarera se hubo marchado, le dijo a Fanny:
— Yo también soy de aquí, porque Lara está aquí.
— Dado que va a ayudarme y que compartimos información, la futura teniente detective compartirá con usted parte de la suya: su Lara es Laura Nomos.
— Ya lo sé.
Fanny se mostró sorprendida.
— Yo no, bueno, no estaba del todo segura. Al menos hasta hace un minuto, cuando se acercó usted a la caja. ¿Cómo pudo estar seguro? ¿Y qué hacía en la caja?
— La vi en el teatro, igual que usted. Y era Lara…, ya sabe lo que le comenté sobre el señor Kolecke. En su habitación usted dijo que ella era Laura Nomos, así que los nombres no son sólo una coincidencia.
— Bueno, creí que se equivocaba, que la hijastra de Klamm no podía estar entrando y saliendo del Mundo Visitante como si fuera la diosa. Pero como dice usted, la vi. Y la italiana dijo que anoche vio a su Lara, vestida igual que Nomos en el teatro, de modo que eso lo confirma. No está usted loco ni es corto de vista. Su Lara es Laura Nomos.
Asintió.
— Y si no está loco -dijo Fanny estremeciéndose-, puede que tenga razón sobre este restaurante, en cuyo caso debería estar muerta de miedo. ¿Es éste su mundo?
— Eso creo. North lo llama C-Uno. -Le enseñó el dinero y le contó lo ocurrido-. ¿Lleva usted billetes grandes?
— Uno de veinte. Es el más grande.
— Con eso basta. Quiero que lo lleve a la caja y pida que se lo cambien por dos de diez. Acepte lo que le den y vuelva aquí.