TRES
La gente me llama Cristo el Bastardo. En realidad, no fui bautizado como «Bastardo»; en el bautismo recibí el nombre de Cristóbal en honor al único hijo de Dios. Bastardo es una acusación de que la persona que lleva ese nombre fue concebida fuera del santo matrimonio; no es un nombre.
Bastardo es tan sólo uno de mis nombres. Palabras incluso menos halagadoras han sido utilizadas para describir mi persona. Durante algún tiempo fui conocido como Cristo el Lépero por mi asociación con esos parias de sangre mezclada que vosotros, los miembros de una sociedad más justa y de sangre más pura, llamáis leprosos sociales. La violación y la unión de mujeres aztecas con hombres españoles ha creado una gran cantidad de parias que caen en la mendicidad y el robo porque son rechazados, tanto por el pueblo de su madre como por el de su padre. Yo soy uno de ellos, pero reconozco el arrogante orgullo que siento por llevar sangre de dos razas nobles en mis venas.
Con respecto a mi nombre, el verdadero y los demás, y los que no lo son, y otros tesoros, me explayaré más adelante. Al igual que la princesa persa que inventaba cuentos durante la noche para mantener la cabeza sobre los hombros, yo no arrojaré todas mis perlas en un solo lanzamiento.
«Cristóbal, háblanos de joyas, de plata y de oro». Las palabras del capitán de la guardia vuelven a mí como si fueran brasas ardientes de la pira del torturador de los que todavía no están muertos. De esos tesoros hablaré, pero primero está la cuestión de mi nacimiento. De mi juventud. De los peligros que era preciso vencer y de un amor que lo conquista todo. Este tipo de cosas deben saborearse y no tratarse con prisa. La paciencia es una virtud que yo aprendí como huésped de la mazmorra del virrey.
Uno no alienta a su torturador a que se dé prisa.
Debéis perdonar la torpeza con la que escribo en este papel tan fino. Por lo general, soy tan capaz como un sacerdote de formar letras sobre el papel. Sin embargo, los servidores de fray Osorio han menoscabado mi caligrafía. Después de que me aplastaron las uñas con diversos instrumentos de tortura, me vi obligado a sostener la pluma entre las palmas de las manos.
Amigos, ¿necesito deciros cuan placentero sería para mí encontrarme con el buen fraile en el camino, durante su regreso a Veracruz? Le enseñaría algunos trucos que sin duda le serían muy útiles al Sagrado Oficio de la Inquisición en su búsqueda del bien y del mal a través del dolor. Haría buen uso de esas endemoniadas sabandijas que el jefe de la mazmorra barre del suelo y pone sobre mi piel para crear una agonía de cosquillas casi insoportable. Practicaría unos cortes en la barriga del fraile y metería en las heridas un puñado de esas sabandijas.
A pesar del daño corporal, mi alma está intacta y fuerte. Todavía seguirá aferrada a la verdad, que es lo único que me queda. De todo lo demás he sido despojado —del amor, el honor y la ropa—, de modo que aquí estoy, desnudo ante Dios y las ratas, con quienes comparto mi calabozo.
La verdad todavía reside en mi corazón, en ese sanctasanctórum al que ningún hombre tiene acceso. La verdad no puede serle robada a un hombre, ni siquiera en el potro de tortura, porque está custodiada por Dios.
Al igual que don Quijote, un hidalgo cuyos sueños y ambiciones eran tan extraños como los míos, yo estaba destinado desde mi nacimiento a desempeñar un papel que me hizo diferente de los demás hombres. Los secretos siempre han sido sombras en mi vida. Yo iba a descubrir que incluso mi nacimiento estaba velado por oscuros pensamientos y actos detestables.
¿Pensáis que ese gran caballero errante era tan sólo el fruto de los desvaríos de Cervantes después de su regreso de la guerra con los moros y su vil cautiverio? ¿Me llamaríais loco si os dijera que en mis aventuras yo luché por diversos tesoros junto al verdadero don Quijote?
Decidle al fraile que guarde sus tenazas calientes y espere a que yo termine este relato acerca del tesoro, puesto que todavía no estoy preparado para revelarlo. Su abrazo ha dejado mis pensamientos divididos en muchos pedazos, y necesito remendarlos para recordar esa joya de la vida y esos tesoros mundanos cuyo paradero quiere conocer el virrey. Debo retroceder, volver a los días en que fui amamantado por una mujer loba y bebí el vino de mi juventud.
Amigos, empezaré por el principio y compartiré con vosotros el oro de mi vida.