CIENTO VEINTICUATRO
¿No os he dicho, acaso, que la vida es como un círculo? Empecé esta historia secreta después de que el capitán de la guardia me dio una pluma y papel. A pesar de ejercitar mi mente para viajar al otro lado del calabozo mientras evoco mis recuerdos y os revelo mis secretos más íntimos, sigo prisionero. A diferencia de lo que Mateo puede hacer cuando escribe sus obras de teatro, yo no puedo crear un papel que me permita pasar a través de los barrotes de hierro.
He estado entreteniendo al capitán, incluso le he contado algunas de mis anécdotas, para evitar que me llevaran de nuevo frente al nada compasivo sacerdote inquisidor que busca el favor de Dios infligiéndoles dolor a los demás. Mientras escribía esta historia acerca de una vida de mentiras, vi bastante a menudo a fray Osorio. Como un buitre que espera que un animal herido muera, con frecuencia se contoneaba de acá para allá y aleteaba del otro lado de mi celda, a la espera de que le permitieran sostener nuevamente unas tenazas calientes contra mi piel.
Pero todos los cuentos deben tener un final. Y no sería honroso por mi parte haceros llegar hasta aquí y compartir conmigo los pequeños inconvenientes y tribulaciones que parecen seguirme los pasos sin permitir que estéis conmigo cuando las cartas que me reparte el destino finalmente son buenas. Amigos, hay dinero en todas las manos que se reparten en una mesa, ¿no es así? Sí, entiendo que algunos de vosotros apostéis en mi contra. Por buenos motivos, sé que a algunos les gustaría ver a este ladrón mentiroso colgado de un cadalso sacudiendo las piernas. Pero no importa por quién apostéis, estoy seguro de que querréis estar ahí para ver si ganáis la apuesta y comprobar qué me ha reservado el destino.
Con ese fin, escondí debajo de mi camisa una buena cantidad del excelente papel grueso del virrey. Mi intención es seguir escribiendo en momentos robados en los lugares ocultos adonde la vida me lleve.