Epílogo

Barcelona, diciembre de 1780

Querido Iskay:

Hace mucho tiempo que no sé nada de ti y tampoco estoy segura de que hayas recibido mi última carta. He sabido que el día 4 de noviembre tuvo lugar un alzamiento contra el virreinato. Los mensajeros explican que fue liderado por un indígena de la tribu quechua, un mestizo que se hace llamar Túpac Amaru II. Te conozco bastante bien para saber que no podrás mantenerte al margen, dado que tu pueblo ha sufrido durante generaciones más de lo que se puede soportar. Solo espero que el derramamiento de sangre no sea estéril y que tú, amigo mío, te encuentres bien de salud.

Curiosamente, el mismo día que se proclamaba la rebelión en Perú, murió Vicenta. Te he hablado mucho de ella, ¿recuerdas? Era aquella mujer que servía a mi abuela en la droguería y que nunca me perdonó del todo que me marchara. A veces, cuando miro el cielo, pienso que, ahora que ya nada se interpone entre nosotras, podrá entender por qué motivo di un paso tan importante.

El día que asistimos a su funeral, Ventura me entregó una cajita de nogal con algunas pertenencias del abuelo Pau. De repente, un torrente de recuerdos me llevó de nuevo a aquella primera infancia vivida a tu lado. Al echar un primer vistazo, reconocí la cazoleta de su pipa de caolín y, una vez en casa, me concentré en recuperar, de lo más profundo de mi memoria, el aroma de tabaco que siempre lo acompañaba.

También estaba aquella peonza de madera que él lanzaba con habilidad delante de mis ojos de niña. Pasé un buen rato revolviendo el contenido de la caja. No faltaban las tabas ni un par de canicas de cristal, a menudo presentes en los juegos que improvisaba para entretenerme. En un rincón, envueltas en una bayeta negra, encontré unas estampas que, según me explicó Ventura, pertenecían a su madre…

Aquel mismo día, después del funeral, me llevé a Rita con nosotras. ¡Ella lo había esperado tanto! Me parece que llegará lejos, tiene buena mano para la cocina y ya es toda una mujercita.

¡Tengo muchas cosas que contarte, Iskay! Me gustaría hacerlo al oído a la vera del Rímac, como cuando éramos pequeños y de cualquier cosa hacíamos una fiesta. Añoro tanto tus silencios cómplices, tus palabras, tu compañía… Quiero pensar que aún queda algo de la niña que fui. ¿Sabes?, cuando cocino me siento muy cerca de la infancia, la curiosidad se mantiene intacta y cada plato me lleva a un nuevo descubrimiento.

No se trata tan solo de un trabajo que me permite ganarme la vida, es una manera de dar libertad a lo que siento. Me da vergüenza decirlo, pero a ti no puedo ocultarte nada, amigo mío. Muy a menudo, cuando me encuentro delante de los fogones, cuando preparo un plato nuevo, experimento una emoción profunda. He descubierto que esto es lo que más deseo. Y necesito percibir que también soy capaz de transmitir esta emoción a los que se acercan a mi cocina.

Debes de pensar que un océano nos separa, pero a veces, cuando cierro los ojos, me reconozco en aquella experiencia tan tuya. La vista ya no te permitía captar con claridad los detalles de las cosas y te concentrabas en los demás sentidos, procurando que te informaran de lo que tenías entre las manos. De esa misma manera he aprendido que no hay demasiados ingredientes de un solo gusto, salvo el azúcar y la sal; el resto son mezclas de gustos y aromas muy diversos.

Ahora sé que si una comida se sirve caliente, tibia o fría, esto influye decisivamente en el resultado final, ¡cambia del todo la sensación! Cuando añado sal, o la empleo para conservar alimentos, aún tengo presente que, tal como decías, simboliza la hospitalidad. Entonces te sonrío. Sí, me gusta pensar que puedes percibir mi sonrisa a pesar de la distancia. Pero no quiero ponerme triste, ni que tú tampoco lo hagas. Para ser fiel a la realidad, he de decir que también me han sucedido cosas maravillosas.

Pierre Bres nos dejó, otro día te explicaré los motivos… El caso es que su ausencia ha desencadenado diversas situaciones que no tenía previstas. Ahora soy quien de verdad lleva la cocina, sin intermediarios. Tengo un grupo de personas que me ayudan; creen en mí y serían capaces de seguirme a tientas. He aprendido a descubrir las habilidades de cada uno, a valorar sus sugerencias y, sobre todo, a confiar en ellos. ¡Y no es fácil! Ya sabes cómo soy a veces de tozuda y exigente.

Pedro, aquel joven al que tildaba de extraño e incluso de repulsivo, nos ha ayudado mucho. Eso sí, tuvimos una conversación de tú a tú y le dejé las cosas bien claras. Tuvo que oír que ni él ni nadie tiene suficiente riqueza para comprar mi libertad, que no pensaba someterme a ninguno de sus caprichos y que tampoco su dinero le daba derecho a disponer para quién ni cómo debo cocinar.

Se desternilló de risa y me respondió que no esperaba menos de mí. Este chico es desconcertante, pero intuyo que finalmente me caerá bien. Su madre se ha marchado a América y se ha casado con un viudo reciente, Francesc Fuster, que ha hecho fortuna en empresas mercantiles, importando tejidos y exportando aguardientes a los mercados del norte de Europa. Su hermana se ha ido con ellos, pero Pedro dice que a él no se le ha perdido nada por aquellas tierras.

Aún no he acabado de explicarte cómo fueron las cosas, cuál fue el verdadero motivo por el cual invertí de golpe mis prioridades. Como no podría ser de otra manera, tú tuviste mucho que ver, Iskay. Inesperadamente, aquella abundancia de flores blancas y lilas que conformaban un paisaje tan conocido en Lima cobró sentido.

Te sería muy difícil entender que vuestras papas sean un alimento rechazado en Europa, pero me he propuesto convertirlo en una comida exquisita para la nobleza y que permita paliar el hambre del pueblo. Nadie me creía cuando lo propuse, y habrías tenido que ver sus caras de desconfianza, la expectación cuando se sentaron a la mesa. Pero a medida que iban probando los platos, la expresión de Josep, de Grau, del Tuerto y de todos los reunidos hablaba por sí misma.

Comieron con deleite y avidez las patatas estofadas, y también el puré cremoso al cual añadí manzanas e higos macerados en vino. No quedaron ni las sobras de otro plato aromatizado con trufas y una pizca de pimienta que acompañaba carne cocida al horno. Ahora, el recetario ha crecido y ya preparamos la tierra para una plantación mucho más grande. Hemos acondicionado dos estancias enteras en la calle Carbassa para que comiencen a germinar en enero y se puedan plantar para San José.

Con todo esto, también Àgueda ha salido de su amodorramiento. Bien, no es tan solo eso, ha tenido mucho que ver que el verano que viene se celebrará la boda de su hija Cecília con un joven muy avispado que tiene un café en la Rambla. Le estamos organizando el ajuar y Eulària, la criada que ha cuidado de mí como si fuera su hija, ya está impaciente con los preparativos. ¡La idea es que el banquete sea digno de una princesa, que bien que se lo merece la chica! Tendremos la oportunidad de invitar a personas importantes a nuestra casa. Ya te puedes imaginar que las recetas girarán en torno al fruto de la flor blanca, que pronto cubrirá nuestras tierras como una delicada nieve de primavera.

Por otra parte, parece que la suerte nos acompaña. Me han llegado noticias de que un tal Parmentier, un estudioso francés, también está trabajando en este tubérculo, con muy buenos resultados, y que incluso ha escrito un libro en el que habla de él. ¡Estoy segura de que saldremos adelante!

Ya ves que me dejo para el final hablar de Rafel… ¿Qué te puedo explicar de este compañero de vida que me he buscado? Hemos tenido altibajos de toda clase, y no siempre estamos de acuerdo en la manera de ver las cosas, pero lo amo por encima de nuestras desavenencias. Nunca me permito decirle cuánto admiro su entrega a las causas que defiende, más bien tengo la costumbre de tildarlo de soñador. Como puedes ver, ¡tenemos una manera de relacionarnos muy peculiar! Tendremos que encontrar un punto de equilibrio entre los dos si no queremos hacer un incendio de cualquier situación. Pero también tengo que decirte, y sé que me entenderás muy bien, que apagar estos incendios es una de las sensaciones más placenteras que ahora me regala la vida.

No me despido, ya sabes que no me gusta. Estoy al final de esta carta y ya querría recibir tu respuesta, saber cómo van las cosas por Lima y, sobre todo, tener noticias de cómo transcurre la vida de la persona que más quiero. Si esta carta llega a tus manos, por favor, no me las niegues.

Mientras tanto, en la espera, tu amuleto seguirá acompañándome todos y cada uno de mis días y mis noches, y, con la flauta que me regalaste, ahuyentaré los fantasmas y convocaré a la mesa a los buenos espíritus del bosque.

Tuya, siempre,

CONSTANÇA