39. Volver juntos.
Dreick se levantó para salir cuando vio aparecer a Anabella delante del espejo. No parecía estar bien. Estaba muy pálida y por unos instantes se cubrió los ojos como si tuviese mareo. Ella se agarró al borde del espejo y respiró hondo.
El príncipe se acercó más, preocupado, y le vio dar dos pasos más antes de volver a llevarse la mano a los ojos. De repente, la joven cayó al suelo desmayada.
—¡Anabella! —Exclamó Dreick apoyando las manos en el espejo. La joven no se movía y él golpeó con fuerza. Sabía que no iba a funcionar de ninguna forma— Despierta, por favor. ¡Despierta!
Miró a su alrededor y encontró los trozos del jarrón que había roto hacía varios días y cogió un trozo para hacerse un corte en la mano. Con la herida abierta metió la mano en el espejo y dejó que la sangre abriera el cristal del otro lado.
Una vez abierto, Dreick cruzó al otro lado y se arrodilló junto a Anabella para cogerla entre sus brazos intentando reanimarla. Al mirarla, se asustó porque estaba pálida y ojerosa, pero más miedo le produjo saber que apenas pesaba entre sus brazos.
—Anabella, abre los ojos. Vamos.
La puerta de la habitación se abrió de repente y Dreick levantó la mirada para toparse con la madre de Anabella, que al ver a su hija en brazos de él, se acercó corriendo.
—¿Qué le pasa?
—Se ha desmayado.
Catherine lo miró fijamente.
—¿Cómo sabías que se había desmayado? ¿Acaso no habías sellado el espejo?
—No es momento para explicarlo, primero hay que atender a Anabella.
—¡No! ¿Es que acaso nos mentiste? ¿Has hecho sufrir a mi hija todo este tiempo cuando realmente no habías sellado el espejo?
—¡Tenía intención de sellarlo para siempre! Pero perdí el conocimiento antes de poder hacerlo y cuando me recuperé no pude hacerlo —Dreick se levantó con Anabella en brazos y la llevó a la cama donde la depositó delicadamente, luego se arrodilló junto a la cama—. Realmente quería sellarlo. Ella no merece vivir entre dos mundos diferentes. Anabella os echaba tanto de menos que sabía que mi amor por ella no podía competir con algo así. Pensé que era así.
—No hacía más que llorar por ti. No comía, no hablaba. Su dolor era tan profundo que nada le hacía reaccionar. Sacarla de allá fue un gran error. No sabes lo que me arrepiento de haberte hecho caso.
—Era lo mejor.
—¿Eso crees? No creo que ella opine lo mismo.
—Ella no podía elegir en ese momento, así que fue lo adecuado.
De repente, la joven se removió y abrió los ojos lentamente. Catherine se puso en su radio de visión suspirando aliviada.
—¿Mamá? ¿Qué ha pasado?
—Te has desmayado.
La joven intentó incorporarse y el mareo no la dejó. Sintió que alguien tenía cogida la mano del lado contrario donde estaba su madre y miró hacia ese lugar. Cuando vio que era, se sorprendió.
—¿Dreick?
El joven la miró fijamente sin decir nada. Su mano se acercó a la mejilla de Anabella que acarició con delicadeza.
Ella posó su mano sobre la de él sin poder creer que estuviera ahí, pero, entonces, lo apartó de sí.
—¿Anabella? —preguntó él sin esperarse el rechazo y entonces vio las lágrimas correr por las mejillas de ella.
—¿Por qué me echaste de tu lado? ¿Qué hice? —preguntó con rabia— ¡Yo solo quería salvaros! ¡Yo no quería acabar de esta forma! ¡Quería quedarme contigo!
Dreick se sentó frente a ella.
—Lo hice porque era mi deber enviarte a tu mundo. Te lo prometí.
—¡No me pude despedir de nadie! Si querías enviarme a mi mundo, al menos podrías haberme dejado despedirme de tu familia.
—No te hubieras ido.
—¡Porque quería quedarme contigo!
La joven se cubrió el rostro sollozando.
Dreick miró a otro lado con culpabilidad mientras la madre de la joven la abrazaba para intentar consolarla.
—Nuestro amor estaba condenado, Anabella. Desde el principio querías volver a este lado. Por mucho que yo te amara no podía dejarte en mi mundo —se levantó de la cama y le dio la espalda—. Lo siento.
Sentía que no había hecho bien al cruzar el espejo, pero cuando la vio caer pensó que esa vez la iba a perder para siempre. Su aspecto no era nada sano. Cerró los ojos mientras el dolor se instalaba cada vez más en su corazón y lo desgarraba por dentro.
—Dreick —dijo Catherine con voz seria—, si te dijera que Anabella está embarazada ¿qué harías?
Anabella miró a su madre al igual que Dreick, que se giró rápidamente.
—¿Qué? —preguntaron los dos a la vez.
—Tienes claros síntomas, hija. Te fui a comprar un test de embarazo porque algo me dice que lo estás. Debes hacerte la prueba.
Dreick se acercó a la cama y tanto él como ella se miraron a los ojos fijamente. Luego, Anabella apartó la mirada para dirigirse a su madre.
—Me haré la prueba. Si no estoy embarazada, Dreick podrá marcharse, aunque me duela en el corazón. Mi amor por él perdurará más allá del tiempo —volvió a mirar al chico—. Te amaré siempre.
—¿Y si lo estás? —preguntó Catherine.
—Será decisión de él marcharse o no. No quiero atarlo a este lugar si él no quiere.
La joven se incorporó con la ayuda de su madre y ambas salieron de la habitación dejando al chico allí que solo atinó a sentarse en la cama.
Dreick miró hacia el espejo en el que se podía ver su propio reflejo, pero con el fondo del castillo, luego miró alrededor dándose cuenta de lo diferente que eran sus mundos. ¿Encajaría él en un lugar como este? Se levantó y miró a través de la ventana de la habitación hacia el exterior.
Aquella imagen le impactó bastante, todo lo que veía fuera no tenía nada que ver con su mundo. Él no encajaría en este mundo. Ahora entendía a Anabella después de haber traspasado el espejo y encontrarse en un lugar donde todo te es desconocido.
—Este amor está condenado, no encajamos en el mundo del otro —se dijo a sí mismo sin dejar de mirar al exterior.
Al instante, volvieron Anabella y Catherine a la habitación. La primera se sentó en su cama y miró a Dreick que estaba de espaldas a él. Deseaba decirle que se quedara con allí con ella, pero sabía que eso era imposible. No solo los separaba un espejo, los separaban siglos de evolución con respecto al ambiente y la sociedad.
Catherine volvió a salir y los dejó solos.
—Dreick —lo llamó Anabella, él se giró y la miró—, no quiero obligarte a estar a mi lado. Da igual si estoy embarazada o no, si quieres irte, hazlo. Si quieres sellar el espejo, también puedes hacerlo. Saberlo me matará, pero no voy a pedirte que te quedes aquí porque sé que existen muchas diferencias entre nuestros mundos. Si te vas, recuerda que te amo y espero que encuentres el amor allá. Quiero que seas un buen rey, como lo es tu padre, pero para gobernar necesitas una reina. Búscala y sé feliz.
Anabella le dio la espalda al notar cómo las lágrimas escapaban de sus ojos sin control alguno. En el fondo se sorprendía de aún tener tantas sin derramar.
Dreick se acercó y se arrodilló frente a ella.
—Jamás podría querer a otra como te quiero a ti —tomó el rostro de la joven entre sus manos y le limpió las lágrimas con los pulgares—. Solo te amo a ti, mi princesa, pero no quiero separarte de tus padres y de tu mundo de nuevo.
Ella apoyó su frente en la de él.
—¿Cómo lo haremos? Tú vas a ser el futuro rey, tienes que estar allá. Déjame ir contigo, no me importa.
—No, Anabella. Tú debes quedarte aquí, este mundo es a lo que estás acostumbrada.
—Estuve mucho tiempo viviendo en tu mundo.
—Y lo pasaste mal. Además, mira todo lo que tienes a tu alrededor. Mi madre me habló de los avances que había en este lugar. Supongo que ha avanzado más desde que ella se quedó en el otro lado. En el fondo, ella también echa de menos este lugar. El amor no debería hacerte renunciar a lo que siempre has tenido.
—Tú tampoco puedes renunciar a nada —ella también tomó el rostro de él entre sus manos—. ¿Qué vamos a hacer?
—Ese espejo nos condena. Ojalá nunca hubieses sabido su secreto, nada de esto estaría pasando y no estarías sufriendo por mi culpa.
—Si no hubiese sabido el secreto, jamás te hubiera conocido y nunca hubiera encontrado al único hombre que ha sabido hacerme feliz.
Tocaron en la puerta y ambos miraron a la puerta esperando que se abriera. Por esta apareció Catherine que miró a su hija fijamente entre alegre y preocupada.
—Ya ha salido el resultado de la prueba, hija.
Anabella se llevó una mano al vientre.
—¿Qué ha salido?
—Positivo. Estás embarazada.
La joven miró a Dreick que ahora miraba su vientre y posó una mano sobre la suya. Luego él levantó la mirada y sonrió levemente.
—El fruto de nuestro amor está en ti.
Ella asintió y acarició la mejilla del príncipe sonriendo. Acercó su rostro al de él para besarlo dulcemente en los labios y luego se abrazó a él con fuerza.
—Ojalá te quedaras conmigo, aunque sé que es imposible.
Dreick la apartó unos centímetros para mirarla a los ojos.
—¿Quieres que me quede?
—No puedes hacerlo.
—Nada deseo más que estar a tu lado, Anabella.
—Tienes responsabilidades que atender.
—Nada es más importante que tú y nuestro bebé —Dreick se incorporó bajo la atenta mirada de Anabella—, volveré a mi mundo para hablar con mi padre. Quiero estar contigo y si tengo que quedarme en tu mundo, lo haré. Eres importante para mí, estos días sin ti han sido un infierno y no quiero seguir viviendo una vida solo, sin tenerte a mi lado.
Sin esperar respuesta por parte de la joven, cruzó el espejo en busca de su padre, el rey, que estaba fuera esperando junto con el resto de la familia, ya que Silvana se negaba a irse sin despedirse de su hermano mayor.
El joven se acercó a su padre.
—Necesito hablar contigo sobre algo muy importante.
—Despidamos a tu hermana primero, es un viaje largo y les caerá la noche encima.
Dreick miró a Silvana y se acercó a ella.
—Siento haberte hecho esperar tanto —dijo sonriendo y luego le susurró—. Crucé el espejo.
La joven lo miró con una sonrisa en los labios y sus ojos iluminados de felicidad.
—¿De verdad? ¿Eso quiere decir que vas a traer a Anabella de vuelta?
Dreick negó, aunque no podía dejar de sonreír.
—Me quedaré con ella en el otro lado. Está embarazada.
Silvana lo abrazó con fuerza sin dejar de sonreír.
—Eso es maravilloso, pero ¿y el reino? ¿Quién va a gobernar después de papá?
—Quiero hablarlo con padre, pero creo que Kerel será un buen rey cuando crezca.
—Seguro que sí.
—Debes marchar ya, me despediré de Nitziel y hablaré con padre.
La princesa asintió y vio cómo su hermano se acercaba a su mejor amigo para darle un abrazo de despedida y seguramente le estaba contando lo mismo que le había dicho a ella. Se alegraba de ver a Dreick feliz de nuevo, después de tantos días de desesperación y dolor, ya era hora de que volviera a sonreír.
Tras la despedida de ambos amigos, los dos se subieron en sus caballos y, junto con la madre del chico y la guardia que los había escoltado hasta allí, partieron hacia el reino de Nitziel.
Cuando el grupo desapareció de la vista de todos, padre e hijo se reunieron en el despacho del rey que había cambiado de lugar tras el incendio.
—Y bien, hijo, ¿qué querías decirme?
—Quiero que Kerel sea el futuro rey de estas tierras, padre.
El rey se sorprendió ante aquella revelación.
—¿Kerel? ¿A qué viene eso ahora?
—No voy a estar aquí. Voy a quedarme en el otro lado con Anabella. La necesito y quiero que ella viva en el lugar que le pertenece, se acostumbró rápido a este lugar, pero no es su mundo. He estado allí y he visto todos los avances, creo que nada comparado con el tiempo en el que madre estuvo allí. Quiero hacer mi vida con ella allá.
—Pero, hijo, tú eres el heredero de la corona. Kerel es muy pequeño aún. Tenía pensado retirarme pronto para darte paso a ti como rey, ya no soy como era antes.
—Aún posees fortaleza. Por favor, padre, quiero estar con Anabella y solo en el otro lado podré ser feliz. Quiero cuidar de ella y de mi hijo allá.
El rey pareció no comprender lo último ya que había fruncido el ceño.
—¿Tu hijo? ¿Quieres decir que Anabella está embarazada?
Dreick asintió, feliz.
—Lo supimos hoy. Precisamente crucé el espejo porque ella se había desmayado y su madre le dio algo, como un aparatito que le diría si estaba embarazada o no. Salió que sí y, a pesar de todo, ella estuvo dispuesta a renunciar a mí para que reinara aquí con otra mujer, pero yo no puedo amar a nadie que no sea ella y por eso vine a hablar contigo. Necesito, por favor, que conviertas a Kerel en el nuevo heredero al trono. Silvana se marcha con Nitziel y reina junto a él. Kartik está muerto, solo queda Kerel.
—Entiendo lo que me estás diciendo, pero es muy repentino todo.
—Lo sé y también sé que resolverás esto con facilidad.
Los minutos que pasaron a continuación se volvieron eternos para Dreick.