6. Aterrorizada.

 

Anabella quiso gritar, pero este quedó atascado en su garganta presionada. El aliento de su captor le pareció pesado y con mal olor.

—Sácame de aquí.

Aquella voz sonaba tétrica.

Ella negó con la cabeza levemente lo que hizo que la presión aumentara.

—Por… favor… —pidió ella agarrando las manos del prisionero— suélteme…

—Pues sácame de aquí ahora mismo —las negaciones de ellas se hicieron más insistentes—. Si no lo hace, la mataré aquí mismo.

Anabella se maldijo por haberse metido en ese lugar y trató de gritar todo lo fuerte que pudo.

—¡Ayuda! —aunque temía que nadie la escuchara sobre todo por el ruido que empezarían a formar en la fiesta— ¡que alguien me ayude!

Las manos la atrajeron hacia los barrotes haciendo que se golpeara la cabeza, dejándola completamente aturdida.

—¡No grites, maldita sea!

Intentó apartar las manos de su cuello, pero era muy rudas y fuertes. Comenzaba a notar la falta de aire, el dolor no le dejaba pensar, solo quería gritar con fuerza para que alguien la escuchara y la sacara de aquel lugar. Incluso le comenzaba a doler la cabeza.

—¡Socorro! Por favor… —la voz ya le salía ronca y ahogada.

De repente, casi como por arte de magia, una gran bocanada de aire entró en sus pulmones. Cayó de rodillas, tosiendo y sujetándose el cuello con dolor.

Alguien posó una mano en su espalda agachada a su lado.

—Anabella.

Ella levantó la mirada y al ver la cara de Dreick no pudo evitar abrazarse a él con fuerza. La respiración de ella era un tanto irregular y soltaba pequeños jadeos por el dolor.

—Me… me…

—No hables, ¿te duele mucho? —Anabella movió la cabeza de forma afirmativa— no te preocupes, te llevaré arriba, debí haber imaginado que te perderías, lo siento.

La ayudó a levantar y tras posar una mano en su cintura, la ayudó a subir las escaleras. Anabella se había llevando una mano al cuello y gimió dolorida.

Había pasado mucho miedo al pensar en que nadie la encontraría con vida y muerta a manos de alguien a quien ni siquiera había visto el rostro. Al ver a Dreick junto a ella se sintió muy aliviada, aunque aún estaba muy asustada.

—A… agua… —dijo antes de toser.

—Tranquila. Te voy a pedir que esperes aquí —dijo delante de la puerta que daban al gran salón porque se oía mucho ruido en el interior— iré a avisar a mi madre y te traeré agua —Dreick se alejó solo unos pasos cuando ella lo agarró del brazo mirándolo con los ojos un poco aguados. El labio inferior le temblaba—. No va a pasarte nada, ese prisionero no puede salir. No te preocupes.

Dreick entró rápidamente en el gran salón dejándola sola mientras se tocaba el cuello con delicadeza por el dolor que sentía. Se sentó en el suelo al sentir los pies de gelatina por el miedo que acababa de sufrir. Sus manos temblaban incontrolablemente.

Casi al instante de ella acabar sentada, la puerta se abrió y apareció Dreick con la reina y Silvana pisándole los talones. Al verla en el suelo, la hermana del chico se arrodilló frente a ella.

—¿Qué te ha pasado? Nadie me lo quiere contar así que tuve que seguirlos.

Anabella levantó la mirada y al ver las marcas en el cuello de esta, Silvana dio un grito de sorpresa.

—¡Por todos los astros! —dijo la reina alarmada y se agachó junto a ella— hay que curarte esas marcas.

Dreick le tendió una copa con agua de la que ella bebió con ansia.

—Despacio —dijo Silvana.

—Cuando termines, iremos arriba para ponerte un ungüento que utilizo con mi hijo pequeño cuando se hace daño, te sentará a las mil maravillas y en pocos días estarás como nueva —dijo la reina incorporándose.

Le tendió la mano a Anabella que la miró antes de agarrarla para levantarse. Sin soltarla, la llevó al piso superior a una gran habitación, lujosamente decorada en tonos rojos y dorados. Una enorme cama ocupaba casi todo el espacio de la habitación. De madera de roble y tallado con mucha maestría, la cama se erguía orgullosa con un gran dosel en la que había cortinas de color carmesí con bordados en oro.

Frente a esta había un precioso tocador de la misma madera de la cama al igual que un banquito que había justo delante. Un precioso armario estaba junto a una de las paredes. En la otra pared había una enorme ventana que en ese momento estaba con las cortinas abiertas de par en par revelando la noche del exterior.

—Siéntate aquí, querida —dijo la reina señalando el banquito mientras rebuscaba entre todos los botecitos que había sobre el tocador.

Cogió un pequeño bote que abrió y sacó algo viscoso de dentro que luego pasó con delicadeza por el cuello. Anabella intentó apartarse al notar el escozor.

—Sé que parece que quema, pero te curará, te lo prometo.

—Gra… gracias —dijo con voz ronca.

—No hables o te dolerá más, al menos hasta mañana no lo hagas y no tienes que agradecer nada —la reina mostró una sonrisa afable—. Lo mejor es que vayas a descansar. Oh, vaya, acabo de recordar que estabas en la habitación de mi hijo. No hay ninguna habitación disponible. Esto es un gran problema. Quizás deba hablar con mi hijo para que él se quede en algún sitio y así tú puedas descansar.

Anabella negó con la cabeza.

—No… no hace… falta… puedo dormir… en cual… cualquier sitio…

—Querida, debes descansar y necesitas una buena cama no cualquier sitio.

—Pero Dreick… no podrá dormir… en su habitación…

—No te preocupes por él —dijo la reina sonriendo— de pequeño se dormía en cualquier lado. Le gustaba mucho dormir así que no le importará dormir en otro sitio.

—¿No se… enfadará?

—Claro que no, vamos, te acompaño a los aposentos de mi hijo. Una de mis criadas te ha conseguido un camisón, no puedes dormir con lo que traías, estaba roto y sucio.

—Gracias.

—No sigas hablando, deja descansar la garganta.

La joven asintió y siguió a la reina hasta la habitación en la que había despertado tras el rescate. Se sentía cohibida ante tamaña habitación, la suya era una cuarta parte de lo que era esta.

La reina apartó el cobertor para luego ayudar a Anabella a quitarse el vestido para ponerse el camisón. Luego la joven se acostó en la cama.

—Descansa —le dijo la reina con una sonrisa amable.

Anabella asintió y cuando la reina se fue miró al techo pensando en todo lo que le estaba pasando, pero no pudo pensar mucho más ya que casi al instante se quedó completamente dormida.

 

Horas más tarde, Dreick subió a la habitación preocupado por el estado de Anabella. Entró sin hacer ruido.

El fuego de la chimenea iluminaba el cuerpo de la joven que se había destapado al darse la vuelta. El camisón se le ajustaba casi con delicadeza sobre sus piernas al igual que de su torso marcando la exuberante figura que poseía.

Dreick tragó con fuerza al verla. Era tan hermosa que era difícil no caer rendido a sus pies.

Se asustó mucho al no encontrarla y cuando bajó a las mazmorras, sintió que él había tenido la culpa al no recordar que ella era una recién llegada. Se sentó al lado y le observó el cuello donde podía notarse las marcas de las manos de aquel prisionero.

Su mano se movió casi involuntariamente hacia su rostro y se lo acarició con delicadeza sin dejar de observarla.

Anabella se removió levemente por lo que Dreick se vio obligado a apartar la mano al oírla susurrar.

—Papá… mamá…

—Los echas de menos —susurró casi para sí—. Tranquila, te prometo que recuperaré el espejo para que puedas volver con ellos.

Anabella se abrazó con fuerza sintiendo frío y Dreick se encargó de cubrirla de nuevo con el cobertor. No pudo evitar bostezar y se recostó al lado sin dejar de mirarla. Por mucho que quisiera no podía apartar la mirada de su rostro hasta que finalmente se quedó dormido.

 

A la mañana siguiente, Anabella se removió levemente antes de abrir los ojos. Cuando los abrió se topó con el rostro de Dreick y sorprendida se apartó aunque no pudo hacerlo mucho porque el brazo de él se posaba en su cintura con posesión.

Como no pudo moverse, lo observó fijamente. Su cara reflejaba tranquilidad y una hermosura indescriptible. No tenía comparación ni con los famosos cantantes amigos de su madre y a los que tanto conocía.

Sonrió levemente al recordar a todos aquellos chicos que más o menos tenían su misma edad y se creían que tenían el mundo a sus pies pero solo tenían un par de fans locas que no hacían otra cosa que amenazar a amistades de esos cantantes. Muchos de ellos intentaron salir con ella, pero casi por compromiso, solo porque su madre era mucho más famosa que ellos.

Solo una vez se llevó una terrible decepción y ya nunca más volvió a caer en las redes de otro tipo como esos.

—Veo tristeza en tu mirada.

Anabella no se había dado cuenta de que Dreick se había despertado y apartó la mirada sonrojada.

—No es tristeza, quizás sea cansancio.

—Sientes molestia en el cuello ¿verdad?

Ella asintió y trató de incorporarse. Él también se incorporó y la miró fijamente.

—Te sientes triste, anoche llamaste a tus padres.

—¿Los llamé?

—Sí y al despertar te vi la mirada triste, no es de cansancio. Supongo que te dolerá el cuello pero esa mirada no es la de una persona cansada. Los echas de menos —afirmó más que preguntó.

—Sí. No llevaba ni un día al lado de mi padre, había estado de viaje y fue quien me regaló el espejo a su regreso. Lo encontró en una tienda de antigüedades. Me gusta coleccionar cosas antiguas. Ya ves, una manía desde pequeña. No he podido disfrutar de la compañía de mi padre ni veinticuatro horas.

Las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas.

—¿Y tu madre?

—Mi madre es una cantante muy famosa que recorre el mundo y en este momento está en otro sitio. ¡Quiero verlos!

Anabella se cubrió el rostro por el que surcaban las lágrimas sin control. Dreick se vio impotente ante el dolor de la joven y lo único que se le ocurrió fue abrazarla con fuerza mientras se desahogaba.

—¿No sabías que el espejo era mágico entonces?

—¡Qué iba a saber! A mi padre no le contaron nada, ni siquiera sé cómo se activó.

—Se activa con sangre.

—¿Con sangre?

—Sí.

Anabella intentó recordar si ella se hizo sangre en algún momento y entonces recordó el momento en el que al tocar el espejo se hizo un corte pequeño.

—Pero el corte que me hice no pudo haber llegado al espejo. Era una herida mínima y no toqué el espejo con la sangre.

—Con una mínima gota ya se activa así que de ese corte tuvo que haber salido alguna gota que se pegara al cristal.

—Esto es horrible, ni siquiera puedo saber cómo están.

—Voy a recuperar el espejo, te lo prometo.

Anabella se abrazó a él con fuerza mientras se desahogaba.

—Solo ella puede recuperar ese espejo —dijo alguien desde la puerta.

Ambos levantaron la mirada sorprendidos al encontrarse con la reina en el umbral de la puerta.

Dreick se apartó rápidamente y se puso en pie para saludar a su madre.

—Buenos días, madre.

—Buenos días, hijo —dijo la mujer sonriendo levemente y luego se acercó a la cama— ¿Cómo te sientes? ¿Te duele el cuello?

Anabella se llevó una mano al cuello y se lo acarició levemente.

—Me duele un poco, pero no mucho.

—Me alegra saberlo, cuando te vistas te pondré un poco más del ungüento y estarás mucho mejor.

—¿Puedo saber por qué decís que solo ella puede traer el espejo?

—Es una profecía que hicieron antes de que tú nacieras. Una mujer que veía el futuro dijo que uno de mis hijos iba a llevarse el espejo del castillo para hacer el mal y solo una chica venida del otro lado vendría para recuperarlo. Solo ella puede recuperar el espejo y traerlo de vuelta al lugar que pertenece.

—Pero ambos sabemos cómo es Kartik, ella sola no podrá —dijo Dreick preocupado.

—Es lo que dice la profecía y si ella es quien yo creo que es, solo ella tiene el poder suficiente para conseguir que el espejo vuelva a este castillo.

—No os preocupéis —dijo Anabella de repente mientras se limpiaba el rostro del rastro de lágrimas— yo me encargaré de recuperar el espejo, lo juro.