10. Huida.

 

Anabella entró en la habitación sin llamar y vio a Dreick sentado con la espalda apoyada en varios almohadones. Él, al verla, frunció el ceño.

—Dreick —dijo ella.

—¿Os conozco? ¿Quién sois?

La joven, que se estaba acercando a la cama, se detuvo de repente a escasos metros. No era una mentira, de verdad no podía recordar nada.

—Soy Anabella ¿no lo recuerdas? La chica que vino del otro lado del espejo.

—¿Qué espejo? No sé de qué me hablas.

—Me salvaste de las garras de tu hermano Kartik. Me salvaste de caer del caballo. Te golpeaste por mi culpa.

—¿Sois la chica que salve y por la cual me golpeé?

—Sí, soy yo y… y me siento tan culpable —las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas—, lo siento, lo siento.

Dreick se levantó de la cama a pesar del mareo y se acercó a Anabella como si algo lo obligara a consolarla.

—No llores —dijo él.

—Pero es que estás así por mi culpa.

—Y tú estás bien, no te hiciste daño.

Anabella lo abrazó y apoyó su frente en el hombro de él. Dreick la miró, pero no la apartó, todo lo contrario, sintió calor y le correspondió al abrazo.

—No llores, por favor, estoy bien, solo un poco mareado.

—Pero no recuerdas nada.

—Por eso no te preocupes ahora, si debo recuperarla, ocurrirá, poco a poco iré recordando cosas o eso supongo.

Ella levantó la mirada y deseó poder besar los labios del chico, pero no se atrevía. Él también se percató de la cercanía y en vez de contenerse como ella, acercó sus labios y la besó. Anabella abrió los ojos, sorprendida, pero luego sin saber por qué se dejó llevar y pasó sus brazos por el cuello del chico.

Qué labios tan suaves, pensó Dreick mientras la estrechaba contra sí.

De repente, ella se apartó y lo miró fijamente.

—Dreick, no.

—No ¿qué?

—No puedes besarme, somos de mundos diferentes y tú eres un príncipe, yo apenas soy alguien en el otro lado. Esto no puede volver a pasar.

—¿Y si yo quiero? Según esa mujer que es mi madre soy el futuro rey y yo puedo elegir esposa.

—Puedes, pero yo no sería una buena esposa —dijo apoyando la cabeza en el hombro de él—. Esta vida no es la mía. Lo siento.

Se apartó para salir de allí con el corazón encogido. No recordaba absolutamente nada y aún así la había besado. Era tan difícil aquella situación.

Sin darse cuenta, tropezó con alguien.

—¿Anabella? ¿Qué te ocurre?

—Silvana, es horrible, tu hermano ha perdido la memoria y todo por mi culpa.

—¿Perdió la memoria? No puede ser, mi hermano tiene la cabeza dura.

—Es verdad, no recuerda absolutamente nada, no reconoció ni a tu madre —dijo la joven apartando la mirada—, quizás tú puedas ayudarlo un poco.

Sin decir más se alejó rápidamente hasta la habitación que le habían asignado no hacía mucho. Una vez dentro cerró la puerta y se apoyó en esta con una mano en los labios, pero con la mirada llena de tristeza.

No hacía más que culparse por el golpe que se dio el chico y, encima, para colmo, él la había besado. Aquella situación era horrible. Ella no podía estar con él siendo de mundos diferentes. El mundo de Dreick era casi como estar viviendo en otra época y ella vivía en una mucho más moderna con muchos avances tecnológicos y también tenía a su familia en ese otro lado.

—No puedo quedarme aquí, si me quedo caeré rendida al cariño que me da Dreick y probablemente no quiera volver a mi mundo.

Se acercó al pequeño escritorio que había en la habitación, tomó hoja y pluma para escribir una breve nota. No podía quedarse en ese castillo cuando tenía sentimientos tan encontrados, pero no solo por eso sino también porque su torpeza estaba haciendo daño a los que allí vivían. Ahora era Dreick quizás en unos días podría ser otro miembro de la familia real y no quería hacer daño a nadie.

Tras escribir la nota, puso un papel secante encima y luego la dobló. Cogió una capa que tenía de Silvana y tras ponérsela, salió con la nota en la mano. Bajó las escaleras sin hacer ruido, mirando a su alrededor por si veía a alguien. Al no ver a nadie, dejó la nota junto a la entrada y salió del castillo.

Tomó aire y sin mirar atrás salió corriendo. Muchas personas que trabajaban en el castillo la miraron sorprendidos e incluso algunos soldados intentaron seguirla, pero corrió con tanta velocidad que cuando salieron de los muros del castillo no la encontraron. Se había internado en el bosque.

Anabella corrió y corrió sin detenerse hasta que, ya cansada, se apoyó contra un enorme árbol para recuperar el aliento. Pegó la espalda contra el tronco y poco a poco descendió hasta quedar sentada en el suelo.

Miraba a la nada pensando en Dreick. Aquel beso la había pillado desprevenida, pero como le había dicho, ambos eran de mundos distintos, ella debía volver, no le quedaba otro remedio. Cerró los ojos dejándose vencer por el cansancio.

 

La reina estaba en el salón, preocupada por su hijo cuando apareció un joven lacayo con cara de preocupación. Ella al verlo, se incorporó.

—¿Sucede algo?

—Su majestad, la chica esa que vino del otro lado del espejo ha escapado.

La reina se acercó al lacayo y lo miró.

—¿Qué?

—Salió corriendo, no nos dio tiempo a alcanzarla. Se internó en el bosque.

—No puede ser, que vayan a buscarla, el bosque es peligroso.

—Enseguida, su majestad.

El lacayo salió corriendo mientras la reina se retorcía las manos con preocupación para luego subir al piso de arriba, algo debía haber pasado para que se fuera de esa forma.

Entró en la habitación de su hijo que estaba acompañado por su hermana Silvana, la cual estaba sentada en la cama junto a Dreick.

—¿Madre? —preguntó la joven— ¿Sucede algo?

—Anabella se ha escapado, salió en dirección al bosque.

—¿Qué? —preguntó Silvana.

Dreick, al oír aquello, se levantó de la cama. Su madre intentó detenerlo.

—¿A dónde vas? Estás débil tras el golpe, no puedes moverte.

—Se fue por mi culpa.

—¿Por qué dices eso, hijo?

—La besé, no pude evitarlo, es por mi culpa. Tengo que ir a buscarla.

La reina lo miró, sorprendida, pero luego dijo:

—No, hijo, ya me he encargado de eso, tú debes descansar. Un golpe en la cabeza es peligroso. Nuestros hombres la encontrarán, ya verás. Vamos, vuelve a la cama.

Dreick obedeció a regañadientes, la cabeza le dolía demasiado y comenzaba a marearse.

—Encontradla, por favor.

—Así se hará, hijo. No quiero ni imaginar si tu hermano la encuentra. Tú descansa.

El chico asintió y se recostó, pero una vez que su hermana y su madre salieron, se incorporó pensando en aquella joven tan bella que había besado. Se llevó las manos a la cabeza no por el dolor sino por haber hecho lo que hizo. En ese momento sintió deseos de besarla y no pudo resistirse, pero ella lo había cortado todo en un momento con aquellas palabras. Algo en su interior le decía que aquella joven era lo que él necesitaba, que era perfecta para él, aunque no entendía la razón. ¿Sería acaso lo que pensaba antes de perder la memoria?

Volvió a recostarse y se cubrió los ojos con un brazo. Las punzadas en la cabeza lo estaban matando.

 

La guardia real estuvo toda la noche buscando a la joven por los alrededores, pero no dieron con ella y volvieron al amanecer. El rey y la reina los esperaban en el salón y, al ver que no traían a la joven consigo, se preocuparon aún más.

—¿Qué haremos si no aparece? El bosque es muy peligroso —dijo la reina a su esposo.

—Hay que seguir buscándola, esa chica debe volver a su hogar y no lo hará si permanece en ese bosque. Tarde o temprano la encontraremos.

Ninguno se dio cuenta de que la puerta del salón donde estaban se había abierto hasta que el intruso habló.

—Dejadme ir a buscarla.

Ambos miraron en dirección a la puerta y vieron a su hijo mayor vestido con unos pantalones oscuros y una camisa blanca. Las botas eran de color negro.

—Aún no estás recuperado —dijo la madre.

—Estoy bien, ya no me duele la cabeza ni me siento mareado. Tengo que encontrar a esa chica. Antes de entrar aquí, encontré esto —dijo mostrándoles una nota—. Cree que nos va a hacer daño y que no la busquemos que va a buscar el espejo ella sola. ¿Se puede saber a qué espejo se refiere? No entiendo esa parte.

—Es una larga historia, hijo, solo te puedo decir que quien tiene el espejo ahora es tu hermano menor y es peligroso que ella vaya sola a ese castillo. Hay que encontrarla —dijo el rey.

La reina se levantó y tomó la nota para leerla.

—Se siente tan culpable de lo sucedido que huyó. Pobre chica —dijo la mujer apenada—. Está en un serio peligro.

—Por eso quiero ir a buscarla.

—Con tu pérdida de memoria podría ser peligroso que vayas solo, le diré a tu segundo que te acompañe y no voy a aceptar un no por respuesta.

—De acuerdo, padre.

El rey avisó a un lacayo para decirle que buscara a Nitziel que iba a acompañar al príncipe a buscar a la joven.

Al poco llegó al salón y tras las explicaciones asintió. Acompañó al príncipe hasta las caballerizas donde ya preparaban los caballos. Ambos se montaron en sus respectivos corceles y salieron al galope hacia el bosque.

A medio camino bajaron el ritmo, momento que aprovechó Nitziel para hablar con su amigo.

—¿Cómo te sientes?

—Aún me duele un poco la cabeza y supongo que por la confianza con la que me tratas somos buenos amigos ¿no?

—Prácticamente tú me enseñaste todo lo que sé.

—Ya veo, siento no poder recordarlo.

—No te preocupes, para eso nos tienes a todos, para ayudarte a recordar poco a poco quién eres.

—Gracias —dijo Dreick sonriendo—, ahora lo importante es encontrar a Anabella.

—¿Por qué huyó?

—Se siente culpable y… —dijo sin acabar la frase, no podía dejar de pensar en aquel beso y cómo había reaccionado ella.

—¿Y?

—Y porque la besé.

Nitziel lo miró, sorprendido.

—El golpe te afectó más de lo que pensaba. Antes te contenías y mucho.

—No sé qué pasó, la vi tan afectada y al tratar de consolarla sentí deseos de besarla. Pero ella me apartó, me dijo que éramos de mundos diferentes ¿a qué se refería?

—Ella viene del otro lado del espejo, cuando lo recupere, ella volverá a su mundo, no pertenece a nuestro mundo. Si sientes algo por ella, mejor olvídalo, no es buena idea.

Dreick no dijo nada, simplemente miró a su alrededor en busca de alguna pista que la llevase hasta Anabella, pero no parecía haber rastro de ella.

 

Anabella dormía totalmente encogida cuando sintió un aliento cerca del rostro por lo que abrió los ojos. Ante sí vio unos fieros ojos en una cabeza peluda. Era un lobo. La joven se incorporó asustada mientras el lobo le gruñía.

La joven quiso gritar de miedo, pero nada salía de su garganta.

—No te muevas —dijeron cerca de donde se encontraba.

Anabella miró a su lado y vio a un chico más o menos de su edad que tenía un arma en la mano. Era un chico bastante alto con el pelo corto de color negro y unos ojos igual de oscuros que miraban fijamente al animal que no hacía más que gruñir.

—Ayúdame —dijo Anabella, atemorizada.

—Cuando yo te diga, apártate para disparar ¿entendido?

Ella asintió levemente, el lobo no dejaba de mirarla. A un grito del joven, ella corrió y se metió detrás de él y este disparó al animal en plena frente matándolo al instante.

El chico se giró hacia Anabella y, al verla, quedó sorprendido ante la inusual belleza de esta.

—¿Te hizo algo?

Ella negó con la cabeza mientras se miraba. Al mirar hacia abajo vio una parte de la capa rasgada y al que le faltaba un trozo de tela que se había quedado enganchado a una rama baja.

—Gracias —susurró.

—De nada, ¿puedo saber cómo te llamas?

—Me llamo Anabella.

—¿Qué haces en este bosque? Es peligroso para que vayas sola.

—No lo sabía, pero no puedo decirte por qué estaba aquí.

—¿Por qué?

—No quiero contarlo.

—¿Acaso huyes de algo? —ella apartó la mirada— ¿Eres una prófuga?

Ella negó efusivamente.

—No, no, de verdad que no, es solo que… que he puesto en peligro la vida de otra persona y me sentí tan culpable que me alejé todo lo que pude. Creo que me perdí aquí.

—Ya veo. ¿Quieres venir conmigo a la aldea donde vivo? Supongo que tendrás hambre y frío. Esa capa que llevas es demasiado fina para un lugar como este.

La joven se abrazó.

—Será mejor que no, soy muy torpe y podría crear problemas.

—No puedes quedarte aquí, el bosque es peligroso.

—Yo solo quiero llegar al castillo de Kartik, tiene el espejo que puede llevarme a mi mundo. Quiero volver a mi casa.

—¿Te refieres al espejo mágico que te lleva a otro mundo? ¿Hablas de ese espejo? ¿Tú vienes del otro lado?

Anabella simplemente asintió, ya no tenía fuerzas para seguir explicando algo que por lo que veía ya todos sabían. Si tenía que enfrentarse con Kartik para conseguir traspasar el espejo y alejarse de ese mundo, lo haría con todas sus fuerzas, pero no sabía cómo llegar. La noche que la rescató Dreick, estaba inconsciente por lo que no podía saber dónde estaba exactamente.

—Necesito llegar al castillo de Kartik.

—Es un lugar muy peligroso, ese tipo es cruel. Muchas jóvenes de mi aldea han sido secuestradas por sus hombres y no sabemos nada de ellas. No puedo dejar que tú vayas a un lugar como ese.

—Pero necesito recuperar el espejo. Tú no lo entiendes.

—Quizás no lo entiendo, pero no puedo dejarte ir allí así como así, lo siento.

—De todas formas no te he pedido ayuda, gracias por salvarme y adiós —la joven se giró para marcharse, pero él la agarró del brazo.

—No vayas. ¿Cómo piensas acabar con él?

—Aún no lo he pensado.

—Eso es una locura, ¿piensas ir sin tener una idea de cómo acabar con ese horrible ser? Necesitas aprender a defenderte. Mi padre fue guerrero de la corona, él podría enseñarte a manejar una espada.

Anabella lo miró. ¿De verdad era tan peligroso? Ella misma vio con sus propios ojos lo que había en el salón cuando la llevaron ante Kartik, pero aquellas chicas parecían que disfrutaban de estar allí. ¿Acaso había visto algo que no era real?

—¿Es verdad lo que dices sobre las chicas de tu aldea?

—Completamente, ninguna de ellas ha vuelto. Por eso no puedo dejar que vayas a ese lugar así. Ven conmigo, por favor.

La joven sopesó las opciones y finalmente decidió ir con ese chico a su aldea.

—De acuerdo, pero por favor no dejes que me encuentren.

—Tranquila, yo te protegeré. Por cierto, me llamo Helian.

—Encantada.

Ambos se alejaron del lugar donde dejaron al lobo muerto hasta que tras mucho caminar llegaron a una pequeña aldea con varias casas. Algunas de ellas tenían huertos donde había algunos árboles y también hortalizas. El chico se acercó a una casa más grande que las demás como si fuese una casa señorial, así se lo pareció a Anabella.

—Pasa —le dijo al verla quedarse fuera.

La joven lo siguió al interior decorada de forma sencilla, aunque con elegancia. Varios cuadros decoraban las paredes de papel amarillo y blanco. Unos pocos muebles decoraban la entrada, había también varias puertas y unas escaleras al fondo. Él la guió hasta una de las puertas y tocó antes de entrar.