34. Ansias.
Silvana estaba en el jardín, arreglando un pequeño rosal mientras su mente no dejaba de dar vueltas a todo lo que estaba ocurriendo, no solo con Nitziel sino también con sus hermanos.
Temía por Dreick. Kartik aprovecharía para sacar todo el rencor guardado por todos estos años y si Anabella se enteraba sería capaz de cualquier cosa y aún no estaba recuperada del todo.
Llevaba varios días sin saber nada de Nitziel y eso la estaba desesperando. ¿Es que acaso lo habían descubierto? Su corazón sufría demasiado por la incertidumbre.
Cuando había acabado con el rosal, se dirigió al castillo. En el camino oyó el galope de un caballo y en él venía un soldado, que al verla, detuvo el caballo y se bajó. Se acercó a ella.
—Princesa —dijo haciendo una reverencia—, vengo de parte de Nitziel con dos misivas.
—¿De Nitziel? —la joven miró al soldado esperanzada— ¿Una de esas misivas es para mí?
El soldado asintió y le entregó una de las cartas. La joven la agarró contra su pecho y entró corriendo en el castillo para leerla. Se metió en su habitación y abrió el papel.
“Mi querida Silvana:
Supongo que estarás preocupada por mí y estas palabras que te envío son para decirte que estoy bien. Llegué bien y mi tío no me reconoció, estoy recabando información y buscando una forma de acabar con él. Aquí también están secuestrando chicas, solo que muchas son prostitutas y chicas de orfanato. La situación es preocupante, aunque a mi tío eso no parece importarle, solo le preocupa el intento de secuestro de una chica noble. Lo mejor de mi llegada a este lugar es que me he vuelto a encontrar con mi madre que siempre creyó mi inocencia y va a ayudarme. Te echo mucho de menos, mi princesa. Pronto recibirás más noticias mías.
Te quiero.
Nitziel.”
Silvana sonrió ante aquellas palabras y corrió hacia el cuarto de Anabella para enseñársela. Cuando llegó a la habitación, vio a su amiga sentada en una silla junto a la ventana mirando a la nada.
El remordimiento le hizo apretar el puño que no tenía la carta y poco a poco se acercó. Tenía que aguantar, aunque la idea no le hiciera gracia, ella tenía derecho a saber la verdad.
—Anabella.
La joven se giró hacia su amiga y mostró una leve sonrisa.
—Silvana, ¿qué traes en la mano?
Su amiga levantó la carta y sonrió.
—Nitziel me escribió por fin —dijo acercándose para sentarse junto a Anabella—. ¿Quieres que te la lea?
Anabella asintió y oyó con atención la carta de Nitziel sintiendo un poco de congoja en el corazón. Cuando su amiga terminó, suspiró y volvió a mirar hacia fuera.
—¿Por qué Dreick no me escribe una carta a mí? Para al menos saber que está bien.
Silvana miró a otro lado mientras se mordía el labio.
—Quizás no puede, no se llevó papel —dijo Silvana intentando disimular.
—Tienes razón, siento haberme puesto así, de verdad que me alegro que Nitziel te escribiera una carta y te contara tantas cosas —dijo Anabella tomando las manos de su amiga.
—Gracias.
—No me lo agradezcas, eres mi amiga y me alegro de las cosas buenas que ocurren.
—¿Por qué no vamos a la biblioteca? No creo que sea bueno que sigas aquí encerrada, ahora puedes caminar mejor —dijo su amiga levantándose.
—Sí, quizás sea una buena idea.
Anabella se incorporó y, con la ayuda de su amiga, bajó a la biblioteca para intentar no pensar tanto en Dreick, aunque seguía teniendo un mal presentimiento.
La puerta de la mazmorra se abrió y Dreick levantó la mirada para toparse con la de su hermano que no dejaba de sonreír.
—¿Cómo está siendo tu estancia en mi castillo? ¿Estás cómodo?
Dreick no dijo nada, solo lo miró. A pesar de que Craine le traía agua y algo de comida, no era suficiente para su cuerpo debilitado. Tras un rato de silencio abrió la boca.
—¿Por qué no me matas? —preguntó Dreick.
Kartik se puso delante de él y sonrió.
—Eso le quitaría diversión a lo que tengo planeado, hermanito.
—¿Qué vas a hacer?
—Fácil. Le voy a escribir una carta a tu querida novia y haré que venga para luego tener que elegir entre su madre y tú. ¿Qué crees que elegirá? Si te elige, haré mía a su madre y si la elige a ella, verá tu muerte en directo. Va a ser muy divertido.
Dreick estiró un pie para pegarle gruñendo de rabia. Kartik se apartó riéndose y volvió a coger el látigo.
—Te odio, Kartik, te dio con todo mi ser.
—Lo sé, ya me lo has dicho antes, pero no me interrumpas, necesito tinta bien fresca para mandarle la nota a tu querida Anabella.
—Eres un sádico.
Sin más preámbulos, Kartik golpeó a Dreick con el látigo haciendo que gruñera de dolor mientras viejas heridas se volvían a abrir y brotaba la sangre. Golpeaba sin cesar viendo como la sangre cubría toda la espalda de su hermano. Luego se detuvo y sacó un papel y una pluma.
—No te muevas mucho que voy a usar la tinta.
Aunque quisiera no podía moverse, ya no tenía fuerzas para nada.
Kartik tomó la pluma y la pasó por la espalda de Dreick que, al sentir el arañazo de esta, gruñó con fuerza.
—Maldito —dijo Dreick.
—Calla, no me dejas pensar —dijo Kartik y luego, como si hubiese tenido una gran idea, comenzó a escribir la nota—. Estoy seguro de que le encantará saber que aún estás vivo.
Cuando terminó de escribir la nota, la agitó un poco para que se secara y luego la dobló. Se puso delante de su hermano y le mostró la hoja doblada.
—Te vas a arrepentir.
—No lo creo. Ya vendré a verte. Ahora debo mandar esta nota para que llegue pronto, no me gusta esperar.
Dicho esto, salió de la mazmorra riéndose mientras Dreick se dejaba caer hiriendo aún más sus muñecas. Sintió frío y supo con total seguridad que comenzaba a tener fiebre, probablemente por heridas infectadas.
—Anabella… —susurró en la oscuridad.
Mientras esto ocurría, el rey leía la carta que Nitziel le había enviado a su hijo mientras la preocupación teñía su rostro. Apenas podía dormir pensando en todo lo que estaba ocurriendo. Su hijo mayor prisionero de otro de sus hijos y el mayor amigo de Dreick intentando recuperar un reino que le pertenecía por derecho.
Gran parte de sus soldados también estaban prisioneros junto con su hijo, algunos probablemente muertos.
Dejó la carta sobre la mesa justo en el momento en el que la puerta se abrió apareciendo su mujer.
—¿Todo bien con Nitziel?
—Sí, hay ligeros problemas porque no se interesa por las chicas de orfanato y las prostitutas, solo de las hijas de los nobles. También dice que hay soldados buscando a los chicos que están trabajando aquí, los cuatro hermanos.
—Aquí no podrán entrar esos soldados si no das permiso —dijo la reina.
—Lo sé, por eso no me preocupo, me siento más preocupado por nuestro hijo Dreick.
—Yo estoy igual, cariño, creo que es momento de que le digamos algo a Anabella, ella siente algo sobre lo que está sucediendo, no es tonta.
El rey se levantó y se acercó a la ventana.
—Lo hago por su bien. Su pie no está recuperado del todo y podría cometer una locura como la última vez.
—Le haremos entrar en razón y quizás no corra despavorida hacia el castillo de Kartik.
—Déjame pensarlo. Primero quiero ver si con algunos soldados puedo organizar una partida para ir en su rescate. Es el momento de pararle los pies a Kartik. Pensé que recapacitaría, pero cada vez se comporta peor. Ya no puedo hacer nada más.
—Aunque me duela en el alma, es lo mejor.
—Iré a hablar con los soldados, quiero hablar también con el único que pudo llegar al castillo, quizás nos pueda decir algo que nos ayude.
La reina asintió y vio a su marido salir de allí. Se sentó en uno de los sillones con la mirada baja. Cada vez estaba más preocupada y su instinto de madre le decía que Dreick no estaba bien. Se llevó una mano al corazón mientras sentía que algunas lágrimas escapaban de sus ojos.
Se las limpió rápidamente y, tomando aire, salió hacia las cocinas para preparar el menú de ese día.
Kartik entró en la habitación donde estaba Catherine que no hacía más que dar vueltas y vueltas como un león enjaulado.
Pensar en ella como en una leona le hizo sonreír y deseó abalanzarse para hacerla suya sin ningún remordimiento.
—Me encanta verte así —dijo él cuando cerró la puerta. Catherine se detuvo y lo miró, pero no dijo nada. Luego le dio la espalda—. ¿Aplicando la ley del silencio? No me gusta que te quedes callada, me encanta oírte gritar aunque sea de rabia —Kartik la miró fijamente mientras ella seguía sin hablar por lo que se le acercó y la tomó de la cintura para hablarle al oído—. ¿Sabes? Le he mandado una nota a tu hija, con sangre de mi hermano como tinta, contándole que estás aquí, al igual que Dreick, al que quiere con locura. La invité a venir para que elija entre vosotros dos. Si te elige a ti, os marcharéis y podré matar a mi hermano y si lo elige a él, entonces tú serás mía para siempre —comenzó a reír como un loco—. ¿Qué crees que elegirá?
Los puños de Catherine se cerraron y se giró hacia Kartik.
—No pienso permitir que le hagas elegir a mi hija.
—¿Eso crees? Tu hija vendrá corriendo a intentar salvaros a los dos, pero no tendrá más opción que elegir. No intentes luchar por algo que no vas a poder conseguir.
—¡Deja de hacer daño a mi hija! No le hagas esto.
—Ya es tarde, la nota ya está enviada y probablemente llegue pronto al castillo donde ella está. Voy a divertirme mucho.
Catherine fue a pegarle, pero Kartik detuvo el movimiento y le retorció la mano sacando una mueca de dolor de la mujer.
—Suéltame.
—No lo intentes de nuevo o el castigo será poco con lo que te puedas imaginar.
—No me das miedo.
—Ya lo veremos cuando tu hija aparezca en este castillo.
Kartik la soltó. Se giró para marcharse mientras comenzaba a reírse imaginando la situación que pronto se viviría en ese castillo. Deseaba que llegara ese momento y ver qué elegía Anabella.
Nitziel lograba pasar desapercibido en los pasillos del castillo, lo que le permitía conocer todos los secretos del lugar. Algo que sabía que nunca fallaba era que los criados tenían la lengua muy suelta y contaban todo lo que sucedía.
En las cocinas, donde se encontraba en ese momento comiendo un plato de carne, apareció un criado con cara de susto que miró al cocinero principal.
—Dame algo para el rey, ha sufrido otro ataque de nervios.
—¿Otra vez la pesadilla?
—Sí, no hacía más que gritar como loco. Me llamó y, al verlo así, vine corriendo para que me dieras algo para tranquilizarlo.
—Enseguida lo preparo, entonces.
El cocinero tomó un pequeño bote donde había unas hierbas y las metió en un cazo con agua. Tras unos minutos, lo sacó del fuego y lo puso en un vaso que el criado rápidamente llevó al rey.
Nitziel permaneció unos segundos callado antes de hablar con el cocinero.
—¿Qué le ocurre al rey?
El cocinero lo miró por unos instantes con cierta desconfianza.
—No sé si sería adecuado contarlo.
—Oí algo de una pesadilla. Ya casi has dado la mitad de la información estando yo aquí. No diré nada, todos los reyes tienen secretos que todos saben.
El cocinero se retorció el delantal con fuerza y luego miró al joven.
—La verdad es que… sí, el rey tiene pesadillas casi cada día.
—Pero pesadillas ¿sobre qué?
—Por lo que he oído, son sueños donde aparece su sobrino.
—¿Su sobrino?
—Sí, hace muchos años, según el rey, su sobrino mató a su padre y este huyó lejos. En esas pesadillas grita porque ese chico viene para matarlo a él también.
—Ah sí, he oído la historia de su sobrino, pero ¿de verdad pensáis que ese niño pudo haber matado a su propio padre? Tengo entendido que apenas contaba con seis años de edad.
El cocinero se sentó frente a Nitziel, que se tensó a la espera de la respuesta que de verdad deseaba oír. El hombre miró a su alrededor y se acercó para susurrar.
—Nosotros los sirvientes creemos en la inocencia de ese niño. Quería mucho a su padre, en cambio su tío, odiaba con toda su alma a su hermano y no me cabría duda de que en realidad fue el actual rey el culpable de la muerte de nuestro auténtico rey.
—Ya veo, pero nadie ha buscado a ese niño, quizás esté muerto o no recuerde nada, ¿por qué debería temer el rey a alguien del que no saben nada?
—La verdad es que no lo sé, pero todos deseamos que venga o el reino caerá por la avaricia del rey.
Nitziel asintió y se incorporó.
—Quizás vuestras súplicas tengan su respuesta algún día.
—Que los astros te oigan, chico.
Nitziel salió de la cocina y fue hacia donde estaban los soldados que habían venido con él. Se reunió con aquel que le había hablado el primer día y le animó.
—He hablado con el cocinero —dijo Nitziel sentándose en un camastro.
Ambos estaban solos en aquel cuarto.
—¿Y qué te he dicho?
—Mi tío tiene pesadillas sobre mí. Sueña que vuelvo para matarlo.
—Eso es interesante. Le remuerde la conciencia. Habéis venido justamente a eso.
—Lo sé, pero no sé qué hacer. ¿Crees que debo asesinarlo?
—Haced lo que vuestro corazón os ordene. En mi opinión ese hombre merece la muerte, pero vos sois quien decidís.
Nitziel se incorporó y dio algunas vueltas por la estancia. Luego se detuvo frente al soldado.
—Esta noche sus pesadillas se harán realidad, pero si no me veo obligado, no lo mataré.
El soldado asintió y el joven se marchó de allí hacia la habitación que le habían asignado. Antes de aparecer ante su tío debía quitarse la barba, aunque se dejaría el parche hasta esa noche.