18. Pasado.

 

El día amaneció soleado y algunas gotas de lluvia de la noche anterior estaban posadas en las hojas de los árboles y las flores. Anabella abrió los ojos lentamente y vio las cortinas del dosel corridas ocultando lo que había fuera de esa cama. Dreick había sido tan considerado con su miedo a las tormentas que cerró las cortinas para no ver nada. La joven sonrió levemente y acarició la mano del joven que descansaba sobre su cintura.

Había pasado la noche con ella a pesar de que se durmió una vez se alejó la tormenta. No la había dejado sola. Había cumplido su promesa y eso la llenó de felicidad. Giró el cuerpo hacia él y le acarició la mejilla, aprovechando que estaba profundamente dormido. Se sentía tan feliz estando a su lado que ojalá pudiese estar para siempre junto a él, pero sabía que eso era imposible porque ella debía volver a su mundo. Una vez más, aquel pensamiento hizo que se le encogiera el corazón de dolor.

Debía aprovechar el momento con él porque cuando se despidieran ya tendría tiempo de sufrir.

—Odio cuando pones esa mirada triste.

La joven se sobresaltó y se dio cuenta de que Dreick estaba despierto y la miraba fijamente.

—Oh, no pensé que estuvieras despierto ya.

—¿Por qué estás triste?

—Por nada —intentó disimular con una sonrisa—. Gracias por no haberme dejado sola. Mi comportamiento ante las tormentas parece infantil, pero le tengo mucho miedo y reacciono de esa forma.

Dreick le besó la frente.

—No te disculpes, todos tenemos miedo de algo y reaccionamos, seguramente, como tú.

—¿Tú tienes miedo a algo?

—Claro que sí.

—¿A qué le temes?

—A quedarme solo —Anabella lo miró, inquisitiva—. Es una historia un poco larga de contar.

—No me importaría escucharla, aún es temprano.

—De acuerdo, te la contaré aunque puede parecer un poco infantil, ya que esto me ocurrió con nueve años. Yo jugaba cerca del castillo, a la orilla del bosque cuando ocurrió todo. Estaba jugando solo porque Kartik no quería jugar conmigo, cuando de repente, me rodeó un grupo de hombres que no conocía de nada y sin darme tiempo a reaccionar, me llevaron al interior del bosque. Me llevaron a una cabaña donde me encerraron sin posibilidad de escape. Intenté hacerme el valiente enfrentándolos, pero todo fue en vano. Estuve allí tres días, solo, sin comida ni agua. No podía parar de llorar porque no tenía a mi familia a mi lado.

—¿Cómo saliste de allí? Te deshidratarías —dijo Anabella.

—Al tercer día no tenía fuerzas ni para levantar la mano, aunque un ruido me alertó. Intenté hacerme oír, parecía que me había oído porque sentí cómo forzaban la puerta. Cuando esta se abrió, vi a un niño de unos seis años que me miró con ojos asustados.

—¿Quién era?

—Nitziel —Anabella lo miró confusa—. Sí, era él. Llevaba mucho tiempo en el bosque y había oído mis lloros.

—¿Por qué estaba en el bosque?

—Es una historia muy larga y muy personal para él. Nitziel me alimentó durante dos días y me dio agua para recuperarme y así volver al castillo. Le ofrecí que viniera conmigo y tras muchas reticencias, aceptó. Ahora es mi mejor amigo y mi segundo al mando.

—Ahora entiendo por qué está tan arraigada vuestra amistad. Son muchos años juntos.

Dreick sonrió.

—La razón por la que no le dijo a Silvana que había sido él es por lo que le ocurrió en el pasado, estoy seguro.

—Debió ser muy traumático.

—Más de lo que puedas imaginar, aunque yo no creo que las cosas ocurrieran como me las contó, pero no hablemos de Nitziel —dijo Dreick y se puso encima de Anabella con una sonrisa traviesa—. ¿Te he dicho ya que me encantan tus labios?

La joven sonrió levemente y acarició las mejillas del chico.

—Para mí eres mi Adonis.

—Me encanta serlo. Fue lo primero que me dijiste cuando nos conocimos.

—Sí, es que te parecías mucho.

—Me hubiese gustado conocer a ese tal Adonis.

—Es un personaje mitológico, me gustas más que él.

Ambos sonrieron y Dreick acercó su rostro al de ella para rozar sus labios en un dulce y tierno beso que a ambos les robó la razón. Anabella posó sus manos en el torso desnudo del chico notando bajo una de sus palmas, los intensos latidos del corazón del joven.

Dreick bajó sus manos lentamente por su cuerpo y sin proponérselo siquiera comenzó a acariciar las piernas de Anabella debajo del camisón que subía al paso de sus manos.

—Dreick… —dijo Anabella separándose un poco de los labios de él—, espera, por favor.

Él la miró.

—¿Sucede algo?

Anabella se sonrojó levemente.

—Es que yo… nunca he hecho esto.

Dreick no la comprendió al principio, luego cayó en la cuenta y se apartó más.

—¿Eres virgen?

Ella se llevó una mano al corazón que latía con fuerza y bajó la mirada avergonzada. Luego asintió.

Dreick se pasó una mano por el pelo.

—Lo siento —dijo ella.

El joven tomó el rostro de ella entre sus manos y la obligó a mirarlo.

—No lo sientas. Me precipité así que perdóname a mí —dijo posando su frente en la de ella.

Anabella sonrió levemente y se abrazó al chico.

—Aún no estoy preparada para esto, tengo un poco de miedo y no quiero cometer un error con esto que nos ocurre.

—No tienes nada que temer, es normal que tengas miedo si va a ser tu primera vez, pero olvídalo. Así estamos bien también ¿no crees? —preguntó él sonriendo levemente. Ella asintió y se apartó— Debería volver a mi habitación para vestirme y bajar a desayunar. Ahora que ha pasado la tormenta debemos volver al castillo.

—Nos vemos en el comedor, entonces —dijo ella viéndolo marchar.

Él la miró antes de salir y asintió. Cuando él salió, Anabella se incorporó para vestirse. Dreick era tan caballeroso que no parecía real. Siempre era tan amable con ella, pero la joven necesitaba recompensarlo por todo lo que estaba haciendo.

Una vez completamente vestida bajó al comedor donde vio a Helian comer en silencio mirando a la nada, al lado de su madre que lo miraba preocupada.

—Buenos días —dijo Anabella y se sentó frente a Helian.

—Buenos días, Anabella —dijo la madre del chico—, ¿lograste dormir con la tormenta?

—Me costó un poco, pero luego lo conseguí, gracias por preocuparte.

La mujer sonrió levemente e hizo un gesto con la cabeza invitándola a que comiese. Al momento, apareció Dreick que se sentó al lado de Anabella mirándola dulcemente.

Helian apartó la mirada al ver aquellas muestras de amor. El dolor se instalaba en su pecho como una daga. Su madre le tomó la mano en señal de apoyo.

—Señora, le agradecemos que nos haya dejado pasar la noche en su mansión, pero es nuestro deber volver al castillo.

—El placer ha sido nuestro, su majestad, perdonad que no esté mi esposo en este momento. Se le ocurrió que podríamos tener guardias en todos los pueblos colindantes al castillo que podrían ser atacados por Kartik para proteger a las jóvenes. Me pidió que os lo contara.

—Me parece una idea magnífica, mi señora —dijo Dreick—. Mi padre ha dejado a un buen hombre en este pueblo y me alegra saber que, a pesar de todo, cumple su función de cuidar de los pueblos.

—Gracias por vuestras palabras, nos alegra saber que mi esposo es tan bien considerado en el castillo.

Terminaron de desayunar y la pareja se incorporó.

—Es hora de marcharnos —dijo Dreick.

Helian se incorporó también.

—Yo los acompañaré, madre, termina de desayunar.

La mujer asintió, mirándolo, preocupada, ya que él apenas había probado bocado. Anabella lo miró igual, pero él no le dio importancia y salió junto a Dreick.

—¿Lleva sin comer desde que volvió del castillo de Kartik?

—Sí y ya no sé qué hacer para que coma, me tiene muy preocupada y su padre también lo está.

—Intentaré hablar con él, no puede seguir así.

La madre de Helian asintió y vio a la joven marchar.

—Ojalá le haga recapacitar.

Anabella salió de la mansión y se acercó a los dos jóvenes.

—Estás invitado a venir al castillo cuando quieras —dijo Dreick.

—Gracias —dijo Helian.

—Quiero hablar contigo, Helian —dijo Anabella.

—Dime, Anabella.

La joven se acercó y le dio una bofetada. Él la miró sorprendido. Dreick no se movió de la impresión.

—¿Qué haces? —preguntó Helian confuso.

—Hacer que reacciones, todos están preocupados por ti. No comes nada.

—¿Acaso importa?

—¡Claro que importa! Te pasas el día entrenando y no comes. Kartik te derrotará fácilmente.

—Eso no es cierto, voy a vencerlo.

—¿Cómo? ¿Dejando de comer? Te debilitarás cada vez más y no podrás luchar por Niseya.

—Necesitas estar fuerte, Helian, mi hermano estará preparado para pelear, no tiene diversión, ahora solo le regirá la ambición y la venganza.

—Él no podrá conmigo, mi padre me enseñó a pelear desde pequeño.

—Kartik también sabe pelear, es el hijo del rey —dijo Dreick—. Debes ser más fuerte y debes cuidarte.

—Tus padres están muy preocupados, hazlo por ellos y por Niseya —dijo Anabella.

—Aunque quiera no puedo. No me entra nada en el estómago y más al pensar en lo que podría estar pasando Niseya. Estoy seguro que aquel día le hizo daño, Kartik sabe que yo iba especialmente por ella.

—Piensa que dentro de poco podrás ir a por ella, pero debes mantenerte fuerte —dijo Anabella abrazándolo.

El chico se dejó abrazar y luego se apartó para mirarla a los ojos.

—Gracias por abrirme los ojos, quizás lo haya estado haciendo mal y he preocupado a mucha gente, pero eso se acabó.

Tanto Anabella como Dreick sonrieron y tras despedirse, cada uno se montó en su caballo para volver al castillo.

 

Silvana se despertó temprano aún recordando el beso que se había dado con Nitziel y no pudo evitar sonrojarse. Era su primer beso y para ella había sido mágico. ¿Había significado algo para él? Ojalá que sí.

Tocaron en la puerta haciéndola salir de su ensimismamiento.

—Adelante.

La puerta se abrió y apareció su madre con una bandeja. Muchas veces, la reina hacía estas cosas como si no tuviese sirvientes. Toda su vida se había valido por sí misma y le costaba mucho perder las costumbres. Ella se sentía cómoda llevando el desayuno a sus hijos de vez en cuando.

—¿Cómo te encuentras, hija?

—Mucho mejor, mamá.

—No sabes lo que me alegra oír eso.

Silvana sonrió mientras su madre le ponía la bandeja sobre su regazo. Esta, luego, se sentó a su lado y la contempló mientras daba cuenta de su desayuno. En un momento dado, Silvana miró a su madre y le preguntó:

—¿Cómo fue tu primer beso?

Su madre la miró, sorprendida. No se esperaba esa pregunta para nada.

—¿Por qué lo preguntas?

La joven se sonrojó levemente.

—Bueno… La verdad que no nos cuentas mucho de tu pasado y quería conocer algo de tu vida al otro lado del espejo.

La mujer tomó la mano de su hija.

—Los últimos años allí fueron horribles, pero guardo muy gratos recuerdos, en especial de mi primer beso. Fue con un chico con el que iba a clase todos los días. Era mi vecino. Habíamos sido amigos desde siempre y yo lo amaba en secreto. Entonces un día que volvíamos de clase, me declaré y yo fui quien lo besó. Él se quedó paralizado y no supo reaccionar al principio. Luego me abrazó y correspondió a mis sentimientos.

—¿Y fueron novios mucho tiempo?

—Hasta que decidimos irnos a la universidad, él se iba a ir a otro país a estudiar y le deseé lo mejor, me dolió, pero si hubiese seguido con él, quizás no hubiera conocido a tu padre y ninguno de vosotros existiríais —dijo la reina sonriendo.

—¿No te arrepentiste?

—Para nada. Fue un momento hermoso de mi vida que guardo en mi corazón. Lo que no entiendo es por qué me preguntas por esto. No creo que solo sea por conocer algo más de mi pasado en el otro lado.

La joven se sonrojó aún más y apartó la mirada.

—Es que no sé si contártelo —la joven se mordió el labio inferior—, no sé si lo aceptaréis.

—Puedes contarme lo que quieras, hija. Nunca íbamos a tener secretos entre nosotras.

—Lo sé.

—Pues cuéntamelo.

—Verás… Anoche, me desperté tras un sueño un poco extraño y me desvelé. Decidí ir a la biblioteca a por un libro para ver si me relajaba y conseguía dormir. Allí vi a Nitziel borracho. Estuvimos hablando un poco, me contó en parte la verdad sobre lo del pozo, que fue él y no Dreick. Y sin saber muy bien por qué nos besamos.

—¿Nitziel y tú? Pensé que te caía mal.

—Yo también lo pensaba, pero creo que realmente intentaba ocultar que había algo de él que me gustaba. Ahora lo que me da miedo es que me rechace. Anoche estaba borracho.

—Bueno, será cuestión de ver qué pasa durante el día.

—¿No te opones? Lo digo porque él es solo un ayudante de Dreick.

—Hija, yo era una mujer sencilla que no tenía riquezas, sino lo justo para vivir. Tu padre no miró eso, ¿por qué deberíamos mirarlo nosotros para tu felicidad? —la reina tomó la mano de su hija— Mientras seas feliz, da igual con quién sea.

Silvana sonrió.

—Gracias por escucharme, mamá.

—Somos madre e hija, pero también amigas.

La joven apartó la bandeja y le dio un abrazo a su madre con cariño.

—Cuando termine de desayunar, bajaré. Me siento mucho mejor y me aburro mucho aquí.

—Me parece perfecto.

Silvana volvió a tomar la bandeja y se terminó el desayuno. Tras acabar, se levantó de la cama y buscó un vestido bonito para ponerse. De entre todos eligió uno de color rosa pálido que se recogía bajo el pecho en un lazo un poco más oscuro y el resto caía delicadamente. Se puso unos zapatos a juego y se recogió el pelo en un moño bajo y no muy apretado. Se miró en el espejo y sonrió ante su aspecto.

Una vez lista, salió de su habitación y bajó al piso inferior. Al terminar de bajar las escaleras, levantó la mirada y se topó con Nitziel que en ese momento iba a salir a las caballerizas.

Ambos se miraron fijamente sin moverse ni un milímetro. Silvana sonrió levemente y le saludó con un gesto de la mano.

Él se acercó sin dejar de mirarla a los ojos.

—Cumplí mi promesa —dijo Nitziel—. Aún sigo aquí.

Silvana sonrió y le tomó la mano.

—Tenía miedo de que no recordaras nada de lo de anoche.

—¿Cómo olvidarlo? Nunca había sentido nada igual. Fue maravilloso, fue…

—Especial —terminó ella la frase con una sonrisa.

Ambos sonrieron.

—Jamás pensé que ocurriría algo así.

—Yo pensé que te odiaba y mírame.

—¿Quieres venir conmigo a las caballerizas? El caballo que estaba domando está casi listo en su doma.

—Me encantaría.

Nitziel le tendió la mano y ambos se dirigieron a las caballerizas.