26. Celos.
Kartik llegó a su castillo pasado el amanecer con un intenso dolor en el hombro. A pesar de haber sido un corte casi superficial, había perdido demasiada sangre y solo deseaba llegar a su castillo para que alguien le curase, descansar y recuperarse para luego celebrar el desastre que había formado en el castillo del rey.
Al llegar allí vio la puerta principal abierta y a dos de sus soldados dormidos en el suelo junto a esta.
—Maldita sea, no os pago para esto —dijo dándole una patada a uno de ellos.
Este despertó sobresaltado y se incorporó para saludar como se debe al príncipe.
Kartik lanzó un bufido de fastidio y entró en el castillo. Fue a su despacho esperando encontrar allí a Niseya, ya que le había dicho que tenía que limpiar allí y reponer la bebida, pero al entrar no vio a nadie y fastidiado salió.
—¡Niseya! ¿Dónde te has metido? ¡Ven aquí ahora mismo!
Pero nadie respondió a su llamada, la llamó varias veces más y nadie contestó. Enfadado, se fue a buscarla por todo el castillo y no la halló en ningún lugar. Cuando bajaba las escaleras, en uno de los escalones vio una pequeña mancha de sangre que había pasado desapercibida antes.
El chico entonces cayó en la cuenta de algo. Alguien había venido a su castillo, la puerta estaba abierta, pero ¿y la mancha de sangre? Se habían llevado a Niseya.
—¡Maldita sea! Seguro que fue el imbécil de la otra vez. ¡Maldición!
Bajó las escaleras y salió para hablar con los soldados sobre si habían visto algo, pero como habían estado durmiendo durante casi toda la noche no vieron nada, cosa que enfadó bastante a Kartik.
—Lo sentimos, mi señor —dijo uno de los soldados.
—Salid a buscarla, encontradla sea como sea.
Los soldados asintieron y se fueron rápidamente para buscar a Niseya. Kartik volvió dentro y llamó a otro soldado para que lo curara. No quedaba ninguna joven en el castillo.
Maldiciendo, volvió a su despacho y al poco apareció el soldado que le lavó la herida y le vendó con fuerza para evitar que perdiera más sangre. Después de que el soldado se fuera, fue a la habitación donde estaba el espejo.
Se asomó a este y, como siempre, vio a la mujer que le robaba el sueño por las noches. Lo tenía obsesionado hasta tal punto que en cualquier momento cometería una locura.
La mujer observaba el espejo detenidamente y tocaba el cristal como buscando algo, ella fue quien había gritado cuando él traspasaba el espejo, pero no tenía forma de traspasarlo si no conocía el secreto para que se abriese.
Vio cómo la mujer se giraba frustrada llevándose las manos a la cara y luego se las pasaba por su largo cabello oscuro que le llegaba casi hasta la cintura. Kartik deseaba poder tocar aquel pelo que se veía suave y sedoso, lo imaginaba escurriéndose entre sus dedos como si fuese agua.
Le vio mover los labios suavemente mientras las lágrimas escapaban por aquellos hermosos y brillantes ojos del color de las esmeraldas.
—Ojalá pudiese saber qué estás diciendo —dijo Kartik tocando el cristal imaginando que tocaba a la mujer—, pero no te preocupes, pronto estarás aquí conmigo. Te haré una reina y olvidarás todo lo demás.
Kartik permaneció mucho rato allí observando a la mujer que no se había movido del sitio.
Niseya se removió inquieta a pesar de la comodidad en la que descansaba su cuerpo. Algunos rayos del sol traspasaban las cortinas y le dieron de lleno en el rostro, lo que hizo que frunciera el ceño.
Abrió los ojos lentamente y miró a su alrededor, confusa. Entonces reparó en que alguien agarraba su mano, que descansaba sobre la cama, con fuerza y dirigió su mirada hacia allí.
—¿Helian?
El joven estaba con la cabeza apoyada sobre uno de sus brazos durmiendo profundamente mientras con la otra mano agarraba la de ella, pero al oír la voz de la joven abrió los ojos y se incorporó rápidamente para sentarse a su lado en la cama.
—Niseya, ¿cómo te encuentras? —ella intentó incorporarse, confusa, pero Helian se lo impidió— No, no te muevas, es preciso que descanses y no hagas movimientos bruscos.
—¿Qué ha pasado? ¿Dónde estoy?
—Te saqué del castillo de Kartik y estamos en el castillo del rey.
—¿Del rey? Pero, esta habitación… no es la del servicio.
—Eres una invitada, además necesitas recuperarte, has estado muy mal y casi te pierdo. Perdiste el bebé que estabas esperando, lo siento —dijo él apenado.
Niseya se llevó una mano al vientre y suspiró con pesar.
—El pobre no debía la culpa de nada, era un pequeño inocente engendrado con crueldad por un hombre terrible.
La joven comenzó a sollozar al revivir aquel trato vejatorio después de que Helian intentara salvarla. El joven la abrazó para consolarla.
—No volverá a tocarte y te prometo que en un futuro vendrán más niños, ya verás —dijo besándola en la cabeza—. No quiero verte llorar por ese malnacido, no merece tus lágrimas.
—¿Crees que me buscará?
—No sabrá dónde buscar, estamos en un lugar seguro y yo te protegeré.
—Pero podría ir a por mi familia.
—Por ellos no te preocupes, el rey los protegerá de cualquier ataque.
—Tengo miedo.
Helian la estrechó con fuerza y de repente recordó aquella pequeña escultura de madera que hizo y que siempre llevaba con él, quizás aquello la animara un poco. Buscó en el bolsillo de su chaqueta y cuando lo encontró, lo sacó.
—Mira lo que tengo aquí, ¿recuerdas cuando hacía animales? He mejorado mi técnica.
Se lo entregó y ella lo cogió entre sus manos, tocó cada detalle de la estatuilla y lo miró.
—Soy yo.
—Sí. Sé que no es perfecto, pero al menos lo intenté.
—Es precioso, Helian, siempre me han gustado las estatuillas que hacías y esta es preciosa.
La joven se apoyó en su hombro mirando la figurita con una sonrisa nostálgica.
—¿Te encuentras bien?
—Sí, es solo que me gustaría ver a mi familia.
—Pronto los verás, seguro. Ahora lo mejor es que descanses.
—Quédate conmigo, no me dejes sola, por favor.
Helian asintió y ambos se recostaron en la cama. Niseya se quedó dormida al instante.
Dreick dormía profundamente cuando la reina entró tras dejar a Anabella descansando después de haberle entablillado la pierna. El joven tenía el torso y parte de los brazos cubiertos por vendajes que contenían el ungüento que la curandera había usado con la joven.
Se sentó en la silla que había junto a la cama a la espera de que este despertara. Se sentía tan orgullosa por él por la proeza de haber aguantado tanto después de lo que Kartik había hecho.
Al pensar en su segundo hijo, sintió las lágrimas rodar por sus mejillas. Jamás pensó que fuese a hacer algo semejante con su familia. El odio que Kartik sentía no era normal y la entristecía porque ella lo quería tanto como a sus otros tres hijos.
—¿Por qué lloras, madre? —se oyó la voz de Dreick desde la cama— ¿Ocurrió algo grave?
La mujer se limpió las lágrimas rápidamente y sonrió.
—No, no ocurre nada, hijo.
—¿Seguro? —preguntó intentando incorporarse.
—No te muevas, Dreick, tienes varias heridas en mal estado —la reina intentó detenerle.
El chico volvió a recostarse y suspiró.
—Entonces, ¿por qué llorabas?
—Lloraba por Kartik y el futuro tan triste que se está buscando con sus malas acciones.
—Yo no voy a perdonarlo jamás. Ha estado a punto de matarnos a todos, en especial a Anabella —de repente se acordó de ella y su pie—. ¿Cómo está ella?
—Ahora mismo está descansando, tiene el mismo ungüento que tú y le hemos entablillado la pierna.
—¿Entablillado? ¿Por qué?
—Al caerle la silla encima del tobillo es posible que se haya roto algo.
—Pero está bien ¿verdad?
—Preocupada por ti, así es como está.
—Quiero verla.
—Ninguno de los dos os podéis mover, debéis esperar.
—Si no la veo, no podré estar tranquilo.
La reina sonrió levemente y tomó la mano de su hijo.
—Ella está bien, créeme, debéis poneros bien. Lo mejor es que descanses, nos asustaste mucho ¿vale?
Dreick asintió y cerró los ojos para volver a dormir. La reina se quedó allí velando el sueño de su hijo.
Nitziel estaba junto al rey evaluando los daños del despacho y tras acabar, se dirigió a las cocinas para comer algo.
Allí estaba Alina ayudando a la cocinera a cortar la verdura y al verlo sonrió.
—¿Cómo te encuentras, Nitziel? —preguntó acercándose y abrazándolo— Estaba preocupada.
—Estoy bien, por suerte yo no me vi afectado por el fuego, simplemente ayudé a apagarlo.
—Fue peligroso, de todas formas. Me alegro que estés bien, aunque estoy preocupada por Anabella.
—Se pondrá bien, eso seguro.
—Eso espero, gracias a ella he podido reencontrarme con mi amigo de la infancia.
La joven volvió a abrazarlo y, en ese momento, apareció Silvana en las cocinas. Al ver la escena, se quedó parada por unos instantes sin entender lo que ocurría.
—¿Nitziel?
El joven se giró y cuando vio a Silvana con su rostro acongojado, se acercó y le tomó las manos. Ella lo miró, confusa.
—Mi princesa, ya conoces a Alina ¿verdad? Al parecer, las casualidades de la vida nos han vuelto a poner en el mismo lugar, es una amiga de la infancia.
Silvana miró a Alina, la cual hizo una reverencia. La princesa le correspondió, pero las palabras de Nitziel no le habían gustado nada.
—Yo… te estaba buscando —dijo Silvana volviendo a mirar al joven—. Es que quería ver a mi hermano y a Anabella. Quería que fueras conmigo si no tienes nada que hacer.
—Claro que no, mi princesa —dijo él dándole un beso en la frente—. Iré contigo.
La princesa se abrazó a él y ambos salieron juntos bajo la atenta mirada de Alina. La cocinera miró a la pareja sonriendo.
—Hacen buena pareja ¿verdad?
Alina sonrió.
—Una pareja muy bonita, ambos tienen ese porte de aristocracia que los define. Me alegro tanto de que sea feliz.
—¿Entonces no quieres conquistar al joven Nitziel? La princesa se vio un poco celosa.
—Para nada, él es como un hermano para mí —la joven se mordió el labio—. Quizás no debería abrazar tanto a Nitziel ¿no?
La cocinera asintió.
—Sería un gran problema para esa pareja.
—Pues lo intentaré y me gustaría mucho ser amiga de la princesa Silvana, se lleva tan bien con Anabella que sería maravilloso que las tres compartiésemos secretos.
—Seguro que lo conseguirás.
Alina sonrió y volvió a su tarea de cortar verdura.
Silvana subía las escaleras pensando en lo que había visto y miraba de reojo a Nitziel casi con temor. Él le había dicho que era una amiga de la infancia y ella se preguntaba si había sido algo más. El miedo a perderlo se había instalado en su corazón.
Nitziel que se dio cuenta, se detuvo. Ella lo hizo un escalón más arriba y se giró para mirarlo.
—¿Qué ocurre, Silvana? —preguntó él.
Ella apartó la mirada por unos segundos para luego volver a mirarlo.
—Esa chica… ella…
—¿Qué pasa con Alina?
—¿Ella fue tu primer amor? —preguntó no queriendo mirarlo por miedo a su respuesta— Es que se os ve tan bien juntos y tenéis tanta confianza… quizás yo solo sea una intrusa en tu corazón y…
Nitziel la obligó a mirarlo y puso un dedo sobre sus labios para callarla.
—Silvana, eres mi primer y único amor, no hay nadie más aparte de ti, Alina es como una hermana para mí. Ella fue la única que se acercó a jugar conmigo porque todos me tenían miedo por ser el príncipe.
El joven la abrazó y apoyó la cabeza en su hombro.
—¿Estabas solo?
—Nunca tuve amigos, salvo Alina y sus hermanos, ellos intentaron esconderme cuando ocurrió lo de… mi padre —dijo con cierta congoja —, pero no pude, no quería que ellos pagaran por algo que yo hice.
—Entonces ella no significa nada para ti ¿verdad?
—En mi corazón solo estás tú.
Ambos se miraron a los ojos y se besaron dulcemente. Cuando se separaron, sonrieron y subieron para ir a ver a Dreick y Anabella.