21. Buenas noticias.
Una vez dentro, Sen y Meidan se acercaron a su hermano, mirándolo con la esperanza reflejada en sus rostros.
—¿Has conseguido la medicación? —preguntó Sen.
Arion sonrió levemente y le tendió la bolsa con la medicación.
—Hay que dárselo en infusión.
Sen asintió con una sonrisa y corrió a preparar el remedio para salvar a su hermana.
Arion miró a Dreick y señaló una esquina donde había un montón de paja.
—Puedes dejarla allí. Meidan te alcanzará algo con qué taparla.
—Gracias —dijo Dreick acercándose al montón de paja donde depositó a Anabella, que estaba profundamente dormida.
El mediano de los tres hermanos se acercó y le tendió una manta con la que la tapó.
—Sentimos mucho haber hecho lo que hicimos —dijo Meidan.
Dreick lo acalló.
—No te preocupes, cierto es que me enfadé mucho con vuestro hermano y estuve a punto de atacarlo, pero cuando me explicaron la situación comprendí todo. Yo también tengo una hermana y hubiese hecho cualquier cosa por ella. No os preocupéis, lo importante ahora es que se recupere.
—Gracias —dijo Meidan haciendo una leve reverencia.
Helian entró en la casucha y se sentó junto a la puerta.
—Se van a preocupar en el castillo, Dreick.
—Lo sé, pero no podemos hacer nada, es tarde y Anabella está cansada.
—Tú también deberías descansar, recibiste un golpe en la cabeza y me apuesto lo que sea que tienes un chichón.
Dreick se llevó una mano a la zona golpeada e hizo un gesto de dolor al tocar el chichón que se le había formado tras el golpe.
—Quizás tengas razón.
—Ve junto a Anabella.
El joven asintió y se acercó a la joven para acostarse a su lado. La abrazó con fuerza y casi al instante se quedó dormido.
Sen echó en un tazón el agua caliente para luego echarle una pizca de la mezcla medicinal que había conseguido su hermano mayor. Lo removió y, cogiéndolo entre sus manos, lo llevó a la habitación donde dormía su hermana.
Una vez dentro, se sentó al lado del débil cuerpo de la joven que respiraba con cierta dificultad.
—Alina, te traigo la medicación, gracias a esa chica la conseguimos —dijo Sen sonriendo mientras la incorporaba.
La joven abrió los ojos y tras mirar a su hermano, sonrió levemente. Este le acercó la taza a los labios para que bebiese el brebaje que la curaría. Ella al olerlo arrugó la nariz, pero aún así bebió varios sorbos a pesar del mal sabor que tenía. Luego su hermano la volvió a recostar y volvió a quedarse profundamente dormida.
Salió de allí sin hacer ruido y sus hermanos lo miraron.
—Se lo tomó todo, ahora habrá que esperar a ver si le hace efecto.
—Seguro que sí, el médico al que acudimos tu hermano y yo es de los mejores de la nación —dijo Helian mirándolos.
—Nos lo han dicho. Cuando vinimos, gente del pueblo nos recomendaron que fuésemos allí.
—Hicisteis bien.
—Podríamos haber llegado a esto por otros medios, no de la forma vil en que lo hicimos —dijo Sen colocando la taza junto al caldero donde había hervido el agua.
—La verdad que la forma no fue la adecuada para conseguir el dinero, pero olvidémoslo. Ahora ellos están juntos y descansando tranquilos —dijo mirando a la pareja que dormía profundamente.
—Deberíamos irnos a descansar todos.
—Yo me quedaré vigilando a Alina —dijo Arion—. Alguien debería vigilarla mientras el medicamente le hace efecto.
Ambos hermanos asintieron y el mayor entró en la habitación de su hermana. El resto se fue a dormir.
Niseya estaba recostada en su cama sin poder dormir. Las molestias no habían cesado y sus sospechas se hacían realidad. Estaba embarazada de Kartik.
Aquello la hizo sentir desdichada porque si Helian se enteraba quizás no la sacaba de allí y tendría que vivir para siempre con el príncipe que tantos problemas le había traído últimamente.
Se había dado cuenta de que se pasaba mucho tiempo en la habitación donde estaba el espejo que llevaba al otro lado. Ella se preguntaba qué era lo que haría allí encerrado durante horas y horas. Solo deseaba que no cruzara hacia allá y se alejara demasiado del espejo. Había sido cruel con ella, pero tampoco le deseaba tanto mal.
Ella solo quería irse de allí con Helian y ser feliz, cosa que creyó posible al lado de Kartik y que a base de humillaciones y vejaciones le hicieron darse cuenta que eso no era la felicidad con la que soñaba.
Se tocó el vientre suavemente y al poco se quedó profundamente dormida.
Mientras, Kartik se encontraba en la habitación donde estaba el espejo observando la habitación de la chica. Allí se encontraba la madre de esta recostada en la cama abrazada a lo que parecía una muñeca. Los hombros de esta se movían evidenciando el llanto desesperado de una madre por la desaparición de su hija.
—Es tan bella —habló hacia el espejo posando una mano sobre el cristal—. Desearía tenerla junto a mí.
El marido de esta apareció en la imagen y se agachó frente a su mujer, intentando consolarla lo que consiguió que Kartik se sintiera celoso porque ese hombre podía tenerla y él no.
Con rabia se giró y salió del allí dando un fuerte portazo. Él no quería que ese hombre tocara a esa bella mujer. Ella tenía todo el porte de una reina.
El de su reina.
Quizás podría traerla a su castillo y convertirla en su mujer. Planeándolo bien, seguro que algún día la traería y la haría suya.
Con ese pensamiento se dirigió a su habitación y se acostó a dormir.
Alina despertó al amanecer sintiéndose un poco mejor. No sentía tanta dificultad para respirar y el frío de su cuerpo había desaparecido. Las fuerzas aún no habían regresado del todo, pero podría decir que estaba recuperándose.
Miró a su alrededor y vio a su hermano mayor sentado en el suelo con la espalda apoyada en la pared. Seguramente se había quedado dormido en el transcurso de la noche.
—Arion —dijo Alina en un tono bajo para no asustarlo y casi con temor de hablar por si le salía la voz como en los días anteriores.
El hombre abrió los ojos y al ver a su hermana sentada en la cama mirándolo, se incorporó rápidamente y se acercó.
—Alina, ¿cómo te sientes? —dijo palpándole la frente para ver si tenía fiebre.
—La verdad es que me siento un poco mejor. No me duele al respirar y no siento frío. La voz parece que ha mejorado.
Arion la abrazó con fuerza y ella sonrió, dejándose abrazar.
—No sabes lo que me alegra saber que te sientes mejor.
—Y yo por vosotros porque no habéis sido hechos prisioneros. Hicisteis mal al secuestrar a esa chica.
—La desesperación nos llevó a esto, Alina. Estabas muy mal.
—Había otros medios.
—Mejor olvidémonos de lo que ha ocurrido y concéntrate en recuperarte.
La joven asintió y su hermano se levantó. Le dijo que iba a buscar algo para comer y tomarse el medicamento. Cuando salió fuera, al momento aparecieron los otros dos hermanos que la abrazaron sonriendo junto con el mayor.
—Que alegría nos da que estés mejor —dijo Sen.
Alina sonrió.
—Ahora no tendremos que preocuparnos por mi enfermedad y buscar un lugar mejor donde vivir.
—Por eso no os preocupéis —dijo el príncipe Dreick apoyado en la entrada de la habitación—. He estado pensando mucho, ya que Anabella me ha contado vuestra historia, creo que deberíais venir a mi castillo y podríais trabajar allí.
Los cuatro hermanos lo miraron con la sorpresa reflejada en sus rostros.
—¿Qué? —preguntó Meidan sin creérselo.
—Lo que oís, sé lo que os ha ocurrido y merecéis un futuro mejor. A vosotros os ofrezco trabajar en las caballerizas del castillo —dijo mirando a los tres chicos— y a ti, te ofrezco ser la doncella de Anabella —esta vez miró a Alina.
—¿Doncella? ¿Yo?
—Sí.
—Eso sería maravilloso —dijo mirando a sus hermanos—, iremos al castillo ¿verdad?
Los tres varones se miraron sin saber muy bien qué decir. Arion entonces miró al príncipe.
—Después de todo lo que hemos hecho ¿aún quieres ofrecernos trabajo? ¿Por qué?
—Todos nos merecemos una segunda oportunidad —dijo Dreick—. Hicisteis esto por la situación en la que os visteis y no es justo que alguien se vea obligado a hacer algo que realmente no quiere.
—Yo acepto —dijo Sen.
Dreick sonrió ampliamente.
—Serás bienvenido.
—Yo también acepto —dijo Meidan.
—Solo faltas tú, Arion —dijo el príncipe.
—Vamos, hermano —Alina lo miró.
Lo meditó durante unos segundos y finalmente asintió.
—Acepto.
—Me alegra oírte decir eso, quiero partir cuanto antes, ¿crees que tu hermana podrá ponerse en camino hasta el castillo?
Arion miró a su hermana, dudando.
—La verdad es que aún está un poco débil, no sé si soportaría el camino.
—Lo mejor es que descanse —dijo Anabella apareciendo detrás de Dreick y sonrió a Alina—. Qué bueno que estés mejor, pero como ya he dicho, ella no está recuperada del todo, la medicación ha hecho gran parte del proceso de curación, aunque su cuerpo aún está débil. Mejor que descanse unos días más.
—Os estaremos esperando en el castillo, cuando lleguéis decidle al guardia de la puerta que venís de parte mía, él sabrá de vosotros y os dejará pasar.
—Gracias. Gracias por todo —dijo Arion.
—No hay nada que agradecer. Nosotros debemos partir ya hacia el castillo, los reyes estarán preocupados por nosotros.
Todos asintieron y se despidieron hasta que se volviesen a ver. Anabella y Dreick salieron de la casucha, Helian los esperaba fuera con los caballos listos.
—Nos despedimos aquí —dijo el joven montándose en su caballo—, debo seguir entrenando para poder salvar a Niseya.
—Recuerda lo que hablamos, por favor —dijo Anabella.
—Lo recordaré —dijo Helian sonriendo levemente.
—Espero que nos veamos pronto —dijo Dreick mientras se acercaba a su caballo.
Helian se alejó al galope y la pareja se subió en los caballos para poner rumbo al reino.
A medio camino sintieron el galope de varios caballos. No muy lejos aparecieron los guardias del castillo armados. A la cabeza iba Nitziel, que al verlos suspiró aliviado.
—¡Dreick! —exclamó Nitziel— ¡Menos mal! Pensamos que os había ocurrido algo. El castillo entero está preocupado por vosotros.
—Tuvimos un pequeño percance —contestó Dreick.
—¿Qué sucedió?
—Nos atacaron ayer por la mañana y secuestraron a Anabella, tuve que pedir ayuda a Helian.
—¿Estáis bien?
—El susto metido en el cuerpo, pero nada más. Todo quedó en un malentendido y ya está solucionado.
Nitziel miró a Anabella y vio las muñecas aún marcadas.
—Anabella, necesitas que alguien te cure esas heridas.
Ella sonrió levemente.
—No es grave, estoy bien.
—¿Segura?
—Sí, claro.
—Volvamos al castillo, entonces, los reyes se alegrarán de veros.
—Ya tengo ganas de verlos —dijo Dreick.
Todos se pusieron en camino seguidos por los guardias del castillo. Anabella, entonces, se acordó de Silvana.
—¿Cómo se encuentra Silvana? Cuando nos fuimos se encontraba un poco mejor.
—Ya está mucho mejor. Ya se levanta y sale a pasear —dijo Nitziel y sonrió levemente, pero evitando que lo viesen.
Quería hablarlo con Dreick cuando estuviesen en el castillo, la opinión de su mejor amigo era importante para él.
—Qué bien. Tengo ganas de verla.
—Seguro que se alegrará de veros a ambos.
El viaje de regreso se hizo bastante corto y al llegar al castillo, los esperaban los reyes, Silvana y el pequeño Kerel. El pequeño se acercó corriendo hacia el caballo de su hermano justo cuando este bajaba.
—Hola, pequeñajo —dijo Dreick alborotándole el pelo a su hermano pequeño mientras sonreía—. ¿Has cuidado bien de nuestros padres y hermana?
El pequeño asintió.
—Fui el hombre de la casa.
—Me alegro mucho.
—Tengo que enseñarte una cosa que descubrí ayer con Inay.
—Perfecto, me lo enseñas luego ¿vale?
El niño volvió a asentir y Dreick ayudó a bajar a Anabella del caballo. Ambos se acercaron al resto que sonrieron aliviados al verlos.
—Nos habíais tenido preocupados —dijo el rey.
—Ya te contaré, lo importante es que estamos de vuelta y Anabella necesita unas pequeñas curas.
—No es nada, Dreick, se me quitará.
—¿Qué te pasó? —preguntó Silvana acercándose a su amiga.
—Es una historia larga de contar, vamos dentro y te cuento.
Silvana asintió y ambas entraron dentro mientras los reyes miraban a su hijo.
—¿Qué sucedió? Pensé que vendríais ayer —dijo el rey.
—Tuvimos un pequeño altercado en el camino, pero todo quedó en un error, de todas formas quiero hablarlo contigo tranquilamente ya que me he permitido ciertas libertades a las que espero que no te opongas.
—Entonces vayamos dentro.
—Iré a coger el ungüento de las heridas que uso con Kerel para curar las muñecas de Anabella —dijo la reina.
La mujer entró y los dos se quedaron a solas, luego pasaron al despacho del rey donde ambos se sentaron.
—Ahora me vas a contar qué ocurrió.
El chico asintió y le contó la historia de los cuatro hermanos.
—Por eso me vi en la obligación de ofrecerles trabajo, lo han pasado muy mal. Se merecen un futuro feliz.
—Eres tan noble como tu madre —dijo el rey sonriendo—. Ella hubiera hecho lo mismo.
—¿Aceptas entonces mi decisión?
—Por supuesto. La desesperación te lleva a hacer cosas indeseables, así que entiendo lo que hiciste.
—Perfecto, habrá que avisar a los guardias para que cuando lleguen los dejen pasar. Tardarán un poco porque su hermana se está recuperando.
—De acuerdo, lo dejo en tus manos.
El joven asintió y salió del despacho para hablar con los guardias.
Mientras tanto, Silvana y Anabella se encontraban en la habitación de la primera.
—¿Te secuestraron?
—Sí, pero se portaron bien luego cuando me enteré de la enfermedad de su hermana. Por suerte ya está recuperándose.
—Me alegro mucho por ella.
—Pero cuéntame de ti, ¿cómo te encuentras? Cuando me fui estabas recuperándote.
—Bastante bien, la verdad, han sucedido tantas cosas que no sé por dónde empezar.
—Estoy deseando escucharte.
—Descubrí que Dreick no fue quien me sacó del pozo, sé que fue Nitziel.
—¿Cómo lo descubriste?
—Bueno, primero fue vuestras caras de sorpresa cuando le di las gracias a mi hermano y luego tuve un sueño, aunque creo que fue más bien un recuerdo en el que veía su cara estando allí abajo. Él me lo confirmó. Estaba en la biblioteca y no me negó la verdad, yo le dije que no me iba a enfadar por saberlo y después… —la joven se sonrojó— nos besamos.
Anabella la miró con sorpresa.
—¿Os besasteis? ¿De verdad?
—Sí —dijo Silvana sonriendo—. Fue tan bonito.
—Jamás lo imaginé, pero me alegro mucho por ti.
—Más me alegro yo. No es tan malo como yo lo pintaba, su pasado es de lo más triste.
—Dreick me contó algo en casa de Helian. Él confía en su inocencia.
—Yo también confío, es imposible que un niño matara a su padre.
—Opino lo mismo —dijo Anabella.
La puerta se abrió y apareció la reina con el bote de ungüento en las manos.
—Te voy a echar un poco en esas muñecas, te aliviará y ayudará a curarse, Anabella.
—Gracias —dijo la joven.
La reina se acercó y con delicadeza puso el ungüento en las heridas de las muñecas, al principio le escocieron un poco, pero luego sintió bastante alivio.
—Esto ayudará. Supongo que mi hija te estaba contando los últimos acontecimientos.
—Sí y me alegro mucho por ella, la verdad que me sentía muy culpable por ella porque la había dejado sola.
—No te culpes —dijo Silvana—, entiendo que quieras estar con mi hermano, el amor que os tenéis es maravilloso y no me importa.
—Ahora has encontrado tu amor y vas a estar con él, así que aprovéchalo —dijo Anabella cogiendo las manos de su amiga con una amplia sonrisa.
Silvana la abrazó, sonriendo.