32. Llegada.
El soldado intentaba mantenerse erguido en su caballo que galopaba a gran velocidad hacia el castillo del rey para informar de lo que había ocurrido. A pesar de estar herido, había sido el único que había logrado escapar de los soldados del príncipe Kartik.
Había perdido mucha sangre y cada vez estaba más débil, pero debía llegar al castillo para dar la voz de alarma.
Cuando llegó, era ya noche cerrada y la familia real cenaba en el comedor. Entró a trompicones allí y todos lo miraron, sorprendidos. El rey se levantó.
—¿Se puede saber qué ocurre?
El soldado cayó al suelo de rodillas mientras se sujetaba el costado del que manaba una gran cantidad de sangre.
—El príncipe… —le estaba costando respirar— ha sido… apresado.
El rey se acercó y se agachó frente al soldado.
—¿Qué has dicho?
—Su hijo… apresado… por Kartik… solo yo… conseguí escapar…
—¡Que alguien avise a la curandera! —exclamó levantándose mientras se giraba hacia su familia que se veían con expresiones de sorpresa.
Uno de los sirvientes corrió fuera del comedor para buscar a la curandera.
—No puede ser —dijo la reina—, Dreick no se dejaría atrapar tan fácilmente.
—Algo tuvo que haber pasado.
—Debemos decírselo a Anabella —dijo Silvana abrazando a su hermano pequeño que parecía a punto de llorar ya que no estaba acostumbrado a ver a un hombre con tanta sangre.
El rey miró a su hija y negó con la cabeza.
—No podemos contarle nada aún. Si lo hacemos querrá ir a buscarlo y no está recuperada. Sería peligroso para ella.
—¿Piensas ocultarle algo así?
—De momento es lo mejor, Silvana. El pie de Anabella no está bien del todo. No queremos que le ocurra algo a ella también.
—Tiene derecho a saberlo —dijo Silvana.
—Claro que lo tiene, pero es lo mejor, hija, entiéndelo.
—Cariño —dijo la reina—, será mejor que se lleven al soldado de aquí, nuestro Kerel está asustado.
El rey asintió e hizo una seña a los sirvientes que quedaban en el comedor para que se llevaran al soldado herido. Miró a su mujer que parecía a punto de llorar por la preocupación y la abrazó.
—Intentemos disimular al menos hasta que la curandera diga que el pie de Anabella esté mejor —dijo el rey.
—Yo pienso que no es justo, pero obedeceré —dijo Silvana.
Tras esto, el rey se apartó de su mujer y salió del comedor para ver lo que hacía la curandera con el soldado que acababa de llegar y que le había traído tan malas noticias.
Kartik entró en una de las mazmorras del sótano donde se encontraba su hermano, aún inconsciente, encadenado con las manos sobre su cabeza. De la sien, donde se había abierto una herida al caer, corría un pequeño hilo de sangre por su rostro al igual que desde el labio partido.
Con una sonrisa iluminando su rostro, tomó un cubo con agua que había pedido a uno de sus soldados y se lo echó encima para despertarlo.
Dreick abrió los ojos con un jadeo y miró a su hermano. Se sentía mareado, pero enseguida reaccionó y fue a golpearlo dándose cuenta luego de que no podía moverse ya que estaba encadenado.
—No sabes cómo me divierte verte así —dijo Kartik.
—Maldito, suéltame.
Kartik comenzó a reírse y paseó alrededor de su hermano.
—¿Acaso crees que estoy loco? Bueno, quizás lo esté, pero no soy estúpido. No pienso dejar que escapes de aquí porque este lugar va a ser tu perdición. Desearás morir.
—Esto no va a quedar así, Kartik, pienso luchar.
—Lucha lo que quieras, no creo que te sirva de mucho. Por cierto, supongo que viniste por la amenaza que le mandé a tu querida Anabella sobre su madre ¿verdad? ¡Buenas noticias! Su madre ha cruzado por fin el espejo y ahora es mi invitada personal.
Dreick intentó luchar contra los grilletes lo que consiguió que su hermano se burlara aún más.
—¿Cómo has podido? ¿Para eso querías el espejo? ¿Para manipular a todo el mundo? Que bajo has caído. No eres más que un bastardo. Normal que nadie te quisiera en el castillo de nuestro padre, oh espera, mi padre. Tú nunca has querido a nadie.
Kartik le dio un puñetazo en el estómago que lo dejó sin aire.
—Y tú eras el favorito de todos, don Perfecto, que querían que te tomara de ejemplo. Jamás tomaría de ejemplo a alguien como tú.
—Yo nunca quise que fueras como yo, tu problema es que me tienes envidia, la corona será mía.
—¿De verdad lo piensas? Ahora mismo eres mi prisionero y no puedes escapar, podrían darte por muerto y entonces sería mi momento de reclamar lo que me pertenece porque tú no tienes lo que hay que tener para dirigir a un país.
—¿Acaso lo tienes tú que violas a chicas e intentas quemar castillos? Lo dudo, hermanito —dijo Dreick con retintín.
—Al menos sé cuál es mi naturaleza, hermanito. Me gusta conseguir las cosas a mi manera y la violencia es el mejor modo. Tú mismo vas a probar ahora mismo un poco de esa violencia que me caracteriza y así vivas en tus propias carnes lo que es sufrir de verdad.
—No me das miedo.
—No lo dudo, pero no dirás lo mismo dentro de un día o dos.
Kartik se alejó un poco para coger algo que había dejado a la entrada de la mazmorra y lo agitó ante su hermano.
El látigo resonó en el lugar con un terrible eco que hizo temblar a Dreick, aunque no mostró ningún tipo de temor. No le iba a dar ese gusto a su hermano.
El primer latigazo no se hizo esperar y lo sintió en la espalda rompiéndole la camisa en el acto justo donde el látigo había golpeado. Dreick no hizo ningún sonido de dolor. Tendría que soportarlo lo mejor que pudiese, no podía verse débil.
Los latigazos se sucedieron uno detrás de otro golpeando en todo el cuerpo del joven príncipe, aunque su espalda y torso eran los más afectados llegando a abrirle heridas de las que brotaba sangre y con la camisa hecha jirones. Cuando Dreick no pudo soportarlo más dio un grito agónico y perdió el conocimiento.
Satisfecho, Kartik paró y se alejó con el látigo en la mano, observando cómo su hermano pendía de sus muñecas engrilletadas.
—No te preocupes, hermano, esto no ha hecho más que empezar.
Dicho esto, Kartik salió de la mazmorra y cerró para marcharse al piso superior. Ahora con su hermano fuera de combate, es momento de intentar someter a la mujer que estaba encerrada un par de plantas más arriba. Pensando en ella se le formó una sonrisa y subió rápidamente.
Nitziel estaba a solo unos metros de aquel lugar que vio sus primeros años de vida. Los recuerdos se agolparon en su mente y su corazón latió con violencia.
Cuando entró en el pueblo, pudo comprobar la extrema pobreza de su gente, llegando incluso a acercársele para pedirle dinero o algo de comer. La rabia inundó el cuerpo del joven.
Sacó una bolsa de monedas que llevaba consigo y se la dio a uno de los soldados que lo acompañaban.
—Reparte este dinero entre toda esta gente.
El soldado asintió y se quedó allí mientras él seguía rumbo al castillo que lo vio nacer. Una vez llegó, uno de los vigías le preguntó que quién era y Nitziel respondió:
—Soy un emisario del rey de Araine, soberano de Alaia. Traigo un mensaje para el rey de estas tierras —dijo poniendo una voz un poco más susurrante por si acaso.
—Hablaré con el rey, esperad.
El soldado desapareció dentro mientras Nitziel observaba el exterior del castillo con cierta nostalgia. Uno de sus propios soldados se acercó hasta él.
—No dudéis ni un segundo, se os nota muy tenso.
Nitziel miró al soldado, un hombre casi tan alto como él con el pelo rubio y unos brillantes ojos azules.
—Es un momento muy importante, sé que debo relajarme.
—Lo sé, pero es mejor que aparentéis lo que pretende dar vuestra imagen. Sois un emisario con un carácter muy oscuro y eso es lo que debéis demostrar.
—Gracias por el consejo.
—Todo sea por vuestro reino, mi señor.
Nitziel sonrió levemente y al momento apareció el soldado de su tío.
—Podéis pasar.
Les abrieron las puertas y una vez dentro del patio del castillo, todos se bajaron de los caballos. El soldado que lo dejó pasar los guió hacia el salón del trono donde ya esperaba su tío.
Al verlo, miles de recuerdos acudieron a su mente, en especial las de su padre muerto y él con las manos llenas de sangre que él pensaba que había derramado, pero en realidad no fue así. El que había matado a su padre era el hombre que tenía ante él.
Cuando se acercó, Nitziel hizo una reverencia y miró al hombre.
—Mi señor, vengo de parte del rey de Araine, soberano de Alaia —dijo volviendo a usar una voz susurrante.
—Lo conozco, sí. ¿Y para que me ha enviado a un emisario?
—Como bien sabrá, uno de sus hijos ha desertado y ha estado secuestrando chicas de algunos lugares y mi rey está bastante preocupado. Me mandó a avisaros y para formar una alianza en contra de su hijo.
—He oído hablar del hijo desertor de tu rey y, sinceramente, me preocupa que ese chico pueda venir aquí a llevarse a las jóvenes.
—Por eso he venido, mi señor.
El hombre miró a Nitziel fijamente. A este le había crecido un poco más la barba aunque se la mantenía bien recortada y uno de sus ojos seguía cubierto por el parche.
—Cualquiera que os ve piensa que sois un maleante.
—Es posible, pero por lo menos así no se me acercan, señor.
El tío de Nitziel soltó una carcajada.
—Eres un hombre muy listo, me gusta. Entonces tu rey quiere formar una alianza con mi reino para así poder proteger a las chicas de ambos lugares.
—Exacto.
—Ya veo. Bueno, es una propuesta interesante y me gustaría pensarla con detenimiento. Puedo ofreceros cobijo hasta que decida y así cuando vuelvas lo harás con una respuesta para tu rey.
—Como deseéis.
Nitziel miró hacia el asiento que debía ser para la reina, su tío se percató y también miró.
—Mi esposa se encuentra indispuesta, mi cuñada la está cuidando.
Al oír nombrar a su madre, el corazón le dio un vuelco. Hacía tanto tiempo que no la veía…
—Es una pena, me hubiese gustado saludarla como se merece —dijo Nitziel.
—Llamaré a un criado para que preparen un lugar para ti y tus soldados.
—Os lo agradezco, su majestad.
El rey llamó a un criado que luego los condujo hasta un lugar al lado del castillo que era donde dormían los soldados de ese reino, allí dejaron a los que acompañaban a Nitziel y este siguió al criado que le había advertido que él se quedaría en palacio.
—Os quedaréis en una de las habitaciones del servicio —dijo el criado.
—Entendido.
Cuando entraron en palacio, miró hacia las escaleras que se dirigían al piso superior y allí vio a su madre que bajaba lentamente, con la dignidad de una reina. Estaba tal y como la recordaba aunque con algunas hebras blancas adornando su largo cabello rubio. Por unos segundos cruzaron sus miradas y ella se detuvo. Aquellos ojos, que eran iguales a los suyos, lo miraron con sorpresa y se llevó una mano al corazón.
Temiendo una mala reacción, Nitziel apartó la mirada y siguió al criado hasta las dependencias de los criados con el corazón en un puño. Una vez dentro de la habitación que le habían asignado, se quitó la capa de viaje y se sentó en el camastro mientras se quitaba el parche.
Su madre aún estaba en el castillo, al menos su tío no había sido tan cruel de echarla tras lo ocurrido.
Nitziel se llevó las manos a la cabeza mientras apoyaba los codos en las rodillas.
—Madre… —susurró en la soledad de aquella habitación.
De repente, la puerta se abrió y él rápidamente se cubrió la cara al recordar que no llevaba el parche puesto.
—¿Nitziel? —preguntó una voz dulce y suave— ¿Eres tú?
—¿Madre? —el joven apartó las manos de su rostro por unos segundos para encontrarse de frente con el rostro de su madre.
Asustado se incorporó.
—No me delates, por favor, yo no maté a papá. Vengo a hacer justicia. Fue mi tío quien lo hizo, te lo juro.
La mujer se acercó y lo abrazó con fuerza. Nitziel se rindió ante aquel gesto y correspondió al abrazo de su madre.
—Por los astros, pensé que jamás volvería a verte, hijo mío. Yo sabía que eras tú a quien vi hacía unos instantes, mi corazón me decía que eras tú —miró a su hijo con lágrimas corriendo por sus mejillas y una sonrisa sincera que iluminaba su rostro—. Mi hijo nunca mataría a su padre, lo quería demasiado.
Nitziel cayó al suelo de rodillas, llorando. Muchos sentimientos se agolpaban en su corazón de repente. Su madre intentó consolarlo.
—Oh, madre. Mi tío me dio algo aquella noche, algo que me impedía reaccionar. Cuando pude hacerlo ya era tarde y sólo pude huir.
—Tuve mucho miedo, sufrí tanto por ti. En el fondo de mi corazón yo sabía que eras inocente, pero tu tío intentó desprestigiar tu imagen y con ello a mí. Él se convirtió en el rey tirano que es ahora.
—He venido a hacer justicia, madre, voy a recuperar lo que me pertenece por derecho porque yo no maté a mi padre.
La madre del joven sonrió.
—Eres digno hijo de tu padre. Seguro que estará muy orgulloso de ti —de repente las campanadas de un reloj comenzaron a sonar y la mujer se apartó de su hijo—. Debo volver con tu tía, me temo que está muy enferma.
—¿Qué le ocurre?
—Tengo la firme sospecha de que tu tío la está envenenando, por eso no puedo dejarla mucho tiempo sola.
—Entiendo. Por favor, no le digas a nadie que estoy aquí, no pueden saberlo.
—No te preocupes, hijo. Haz justicia y salva a nuestro pueblo.
—Así lo haré, te lo prometo —dijo Nitziel incorporándose.
Su madre le dio un beso y salió de la habitación tan rápido como había aparecido.
El joven se sentó de nuevo en el camastro sin poder creerse aún que se había reencontrado con su madre y que esta lo apoyaba a pesar del peligro que ambos podían correr si se enteraban de las intenciones de él en aquel lugar.