9. Dolor.
Ambos miraron hacia la puerta y vieron al rey, que al verlos, los miró fijamente. Ella tenía las mejillas sonrosadas.
—Menos mal que os encuentro, debo hablar con los dos, acompañadme.
Anabella miró a Dreick confusa, pero aún así siguió al rey hasta el despacho personal de este. Una vez dentro, todos se sentaron. El rey miró a Anabella.
—¿Cómo estás? Supongo que no te será fácil acostumbrarte a la época y al lugar.
—Me está costando un poco, pero conseguís hacerme sentir como en casa y os lo agradezco.
—No tienes nada que agradecer, eres bienvenida.
—¿Para qué querías hablar con nosotros, padre? —preguntó Dreick sin poder esperar tanta formalidad.
—Hijo, te he enseñado modales todos estos años para que los pongas en práctica, no para que solo tengas conocimiento de ello —reprochó el rey lo que hizo que Dreick bajara la mirada algo avergonzado—. Sé que ambos sentís curiosidad por saber lo que os tengo que decir, pero ante todo me interesa saber cómo se siente nuestra invitada.
—Estoy bien, de verdad, ahora por favor decidnos qué es lo que sucede.
—Bueno, me siento un poco preocupado por el espejo. Ahora que el espejo del otro lado tiene una ubicación concreta, es posible que mi hijo quiera pasar al otro lado como venganza.
Anabella se llevó las manos a la boca para intentar reprimir un grito de angustia.
—¿Qué? —preguntó con voz ahogada.
—No quiero alarmarte, pequeña, pero mi hijo es capaz de todo.
—Pero… mis padres… ellos podrían estar en peligro.
Dreick miró a su padre.
—Mi hermano no será capaz de llegar tan lejos.
—Hijo, se fue llevándose el espejo, nos ha atacado, es capaz de todo.
—Mis padres… —dijo Anabella negando con la cabeza.
De repente, se levantó y salió corriendo. El rey y su hijo la miraron por un momento, Dreick corrió tras ella.
Anabella bajó las escaleras corriendo, aunque le costó un poco con el vestido enredándose en sus piernas, pero no podía dejar que ese hombre pasara al otro lado para hacerle daño a sus padres. Se metió en las caballerizas y encontró a un mozo con un caballo ensillado, sin pensarlo, le quitó las riendas y se subió.
Dreick salió y la vio justo cuando empezaba a alejarse hacia los muros del castillo donde estaba el puente levadizo. Sabía que corriendo no la alcanzaría así que cogió su caballo y lo montó a pelo para seguirla. Se fijó en que el caballo que ella montaba no le hacía mucho caso y se estaba encabritando.
Anabella trataba de controlar al animal, pero le estaba resultando imposible, no era el mejor momento para que el caballo se pusiese así, tenía que llegar al castillo de Kartik para detenerlo y conseguir el espejo. El caballo se alzó sobre sus patas traseras y Anabella gritó al notar que no podía aguantar sobre él y caía hacia el suelo. Cerró los ojos con fuerza ante lo que se avecinaba como una gran caída.
Sintió unas manos alrededor de su cintura antes de caer, pero no se golpeó contra el suelo. Abrió los ojos y se vio en los brazos de Dreick que sí que estaba en el suelo. No se movía.
—¿Dreick?
El joven no contestó. Anabella se incorporó un poco y vio que junto a su cabeza había una mancha de sangre. Negó con la cabeza asustada y se apartó lo justo para tomarlo entre sus brazos. Con una mano buscó la zona de la herida y cuando la apartó la vio llena de sangre.
La voz no le salió a pesar de que deseó gritar, entonces sintió que alguien cogía a Dreick y la apartaban de él sin que su cuerpo respondiese.
—¿Qué ha pasado?— preguntó alguien.
—Se han caído de los caballos —dijo otra voz— ella cogió un caballo que estaba en proceso de doma y el príncipe la siguió para salvarla.
—Hay que llevarlo al interior del castillo.
Entre dos hombres lo incorporaron y lo llevaron dentro mientras Anabella veía cómo se alejaba.
—Lo… lo siento…
—¡Anabella! —alguien corrió hacia ella —¿Estás bien? ¿Qué ha pasado?
La joven levantó la mirada y vio a Nitziel que la sujetaba.
—Él… se golpeó…
—¿Tú estás bien?
—Creo… creo que sí.
—Será mejor que te lleve dentro, vamos a levantarnos ¿vale?
Ella asintió y se dejó ayudar. Los pies le temblaban por lo que necesitó ayuda para poder llegar al castillo. Allí, Nitziel la llevó hasta uno de los salones y la dejó sentada mientras avisaba a una criada para que trajesen un poco de agua.
—¿Te duele algo?
—No, creo que… que Dreick paró mi caída y ahora… ahora…, oh Dios mío, ¡se ha golpeado en la cabeza!
—Tranquilízate, se pondrá bien.
—Había mucha sangre… ¿y si se hizo mucho daño y pierde la memoria? ¿Y si no recupera la conciencia? ¿Y si…? —no pudo continuar la frase.
—No va a morir, el golpe no es tanto como parecía.
—Es por mi culpa… yo quería ir a por el espejo. El rey dijo… dijo que podrían pasar al otro lado y hacer daño a mis padres y yo… yo solo quería…
Anabella se cubrió el rostro con las manos.
—Será mejor que avise a alguien, estás muy nerviosa.
Nitziel salió de allí y se encontró con Silvana que corría hacia la habitación de su hermano, pero el chico la detuvo.
—¿Qué ocurre? ¿Qué le ha pasado a mi hermano?
—Intentó salvar a Anabella y al caer al suelo se golpeó en la cabeza.
—¡Por todos los astros! —exclamó Silvana precipitándose para ir a la habitación de su hermano, pero Nitziel la agarró del brazo.
Ella se detuvo y lo miró fijamente sonrojándose de repente al ver la mirada tan intensa del chico.
—Será mejor que vayas al salón dorado, Anabella está muy nerviosa y está diciendo cosas sin sentido. La impresión fue muy fuerte. Yo iré con tu hermano, si me entero de algo no dudaré en avisarte.
Ella asintió levemente y se fue al salón donde estaba Anabella. Al entrar, la encontró sentada y en un estado de shock bastante alto.
—¿Anabella?
—Fue mi culpa.
Silvana se acercó y tomó una de las manos de la joven que estaba fría.
—Anabella, no fue tu culpa.
La joven tenía las mejillas empapadas y temblaba sin control.
—Intentó protegerme, claro que es mi culpa, si no me hubiese subido a ese caballo.
—Tienes que tranquilizarte. ¿Qué te llevó a subirte a un caballo que estaba en proceso de doma?
—¡No lo sabía! Yo no lo sabía.
—Vale, pero no te preocupes, todo va a salir bien.
Anabella miró a la joven como si fuese la primera vez que la veía y se incorporó.
—Quiero verlo, necesito verlo.
—No podemos entrar en la habitación, está la curandera con él y no dejará entrar a nadie.
—Al menos pongámonos junto a la puerta, por favor, necesito saber que se va a poner bien.
Silvana asintió y ambas salieron del salón para dirigirse a la puerta de la habitación de Dreick. Allí se encontraban los reyes, Nitziel y algunos hombres más. La reina se acercó a Anabella y le agarró las manos con fuerza.
—Nitziel me ha contado lo que ha sucedido.
—Lo siento, de verdad que lo siento.
—No lo sientas, no sabías que el caballo era salvaje y la desesperación no te hizo pensar con claridad.
—Yo no quería que esto pasara. Me siento tan culpable.
—La culpa fue mía —dijo el rey acercándose—. No debí haber dicho algo así y mucho menos sabiendo que tu preocupación es tan grande, me excedí. Lo siento mucho.
—¿Aún no se sabe nada? —preguntó Silvana a sus padres.
El rey negó con la cabeza.
—Nada, la curandera está aún dentro.
Después de un rato de espera, la puerta se abrió y apareció la curandera que miró a los reyes fijamente.
—¿Todo bien? —preguntó el rey.
—Hasta que no despierte no podremos saberlo con exactitud. El golpe fue más grave de lo que parecía en un principio, aunque no corre el riesgo de morir, pero habrá que tenerlo vigilado por si ocurriese algo inesperado.
Anabella intentó mirar a través del hueco de la puerta, pero apenas se veía nada. Entonces sintió una mano en su hombro. Miró a la dueña de la mano y esta la instó a entrar.
—Nosotros podemos esperar un poco —dijo la reina al darse cuenta de la desesperación de Anabella por ver a Dreick.
La joven asintió agradecida y entró corriendo en la habitación. En la cama se encontraba Dreick recostado con los ojos cerrados, la cabeza vendada, cubierto por las sábanas hasta la cintura y con el musculoso torso desnudo. Anabella se acercó y se sentó junto a él.
—Lo siento, Dreick —dijo cogiéndole la mano—, no quería que pasara esto. Me movió la desesperación por lo que dijo tu padre. No podría perdonarme que les pasara algo a mis padres y ahora te ocurre esto a ti. Soy una estúpida, nada me saldrá bien en la vida. Ya me lo decían en el instituto: nunca haría algo bien, nunca iba a ser como mis perfectos padres, lo siento, lo siento. No quiero que te ocurra algo malo por mi culpa —las lágrimas corrieron por sus mejillas sin control mientras se recostaba al lado del joven.
La reina la observaba desde la puerta oyendo cada una de las palabras de la joven y se compadeció del dolor que parecía cargar Anabella consigo desde hacía mucho tiempo. Se giró y miró a su esposo.
—Podemos venir más tarde, Anabella necesita desahogarse y apoyarse en nuestro hijo, aunque él esté inconsciente.
—Siempre podemos venir luego, no me importa, se siente muy culpable y es normal. Yo me siento culpable de haber dicho lo que dije sin pensar en los sentimientos de Anabella.
—Sé que lo hiciste para prevenirla, pero Anabella es una chica muy sensible y estar aquí le afecta sobremanera, más cuando tiene el espejo tan lejos.
—Ya, tenía que haber hablado solo con Dreick y nada de esto habría ocurrido.
—No pensemos en eso ahora, lo importante es que nuestro hijo se recupere para así poder hacer todo lo posible por recuperar el espejo.
Los reyes se alejaron como habían hecho anteriormente Nitziel y Silvana que habían ido a las cocinas a por algo dulce para no hacer tan larga la espera de saber si se recuperará Dreick.
Mientras, Anabella miraba al joven recostada a su lado mientras sollozaba sin control.
—¿Qué voy a hacer si te ocurre algo grave? Te golpeaste por mi culpa, Dreick. Fui una inconsciente. Quizás esto sea un aviso, quizás el destino me esté advirtiendo de que no debo estar aquí porque podría haceros daño. Que quizás no soy la chica de la leyenda. Debo irme, no puedo quedarme aquí. Pero ¿a dónde iré? Tendré que buscar el castillo de ese tipo por mi cuenta. Sí, es lo que haré, no puedo quedarme aquí. Partiré al amanecer.
Se incorporó y salió de la habitación rumbo al jardín para tomar aire. Necesitaba pensar en la forma de salir del castillo sin que nadie se percatase. De repente, sintió una opresión en el pecho al pensar en separarse de Dreick cuando había compartido tanto en tan poco tiempo. Cayó de rodillas mientras el dolor la consumía por dentro. El dolor era insoportable.
Mientras, en la habitación de Dreick, el joven aún seguía inconsciente, pero parecía querer salir de su inconsciencia moviéndose levemente. Abrió los ojos y miró a su alrededor con confusión. Intentó incorporarse, pero el mareo lo hizo recostarse de nuevo.
Entonces la puerta de la habitación se abrió y apareció la reina que al ver a su hijo despierto, corrió a la cama, entusiasmada.
—¡Hijo! ¡Qué alegría verte despierto! ¿Cómo te sientes? —preguntó agarrándole la mano.
Dreick la miró fijamente intentando reconocer a esa mujer que le estaba hablando.
—¿Quién sois? —preguntó él— ¿Os conozco?
La reina lo miró con sorpresa.
—¿No me reconoces?
—Lo siento, señora, pero no la conozco.
—¿Recuerdas cómo te llamas?
Dreick parpadeó pensando, pero un fuerte dolor de cabeza le hizo desistir.
—No lo recuerdo, ¿usted sabe cómo me llamo?
—Claro que lo sé, hijo, soy tu madre. Eres Dreick Araine, mi hijo mayor. El príncipe de Alaia y futuro rey.
—¿Por qué no lo recuerdo?
—Te golpeaste en la cabeza para salvar a una chica. Un acto muy caballeroso, tal y como eres tú, un perfecto caballero.
—No puedo acordarme de nada —dijo frustrado.
—Tranquilo, iré a avisar a la curandera para que vea qué te ocurre.
La reina salió de la habitación con la preocupación reflejada en su rostro y dejando a su hijo solo. Buscó a la curandera por todo el castillo. Cuando la encontró le dijo que fuera a revisar a Dreick que acababa de despertar, pero que no recordaba nada y luego fue en busca de su marido para contarle lo sucedido, aunque al asomarse a una de las ventanas, vio a Anabella algo alejada en el jardín de rodillas.
Se acercó y se agachó junto a ella.
—¿Anabella?
La joven levantó la mirada, asustada. Al ver a la reina se limpió el rostro que estaba empapado de lágrimas.
—Su majestad.
—¿Por qué llorabas? ¿Te sigues sintiendo culpable por lo de Dreick?
La chica decidió no hablar sobre lo que tenía pensado hacer al amanecer así que se limitó a asentir.
—Si le ocurriese algo malo me moriría.
—Está bien, ya ha despertado.
Anabella la agarró de las manos sonriendo, interrumpiendo a la reina.
—¿De verdad? Dios mío, no me lo puedo creer, es maravilloso.
—Espera, Anabella —la detuvo la reina— no me has dejado terminar.
—¿Qué pasa?
—Dreick ha perdido la memoria.
Ella se apartó y negó con la cabeza, no queriendo creer lo que oía.
—No… eso no es verdad… dígame que eso no es verdad…
Ambas se incorporaron y la reina la miró con tristeza.
—No te miento, pequeña, el golpe ha sido tal que ha perdido sus recuerdos, ni siquiera recuerda cómo se llama —el dolor se reflejaba en la voz de la reina.
—Todo esto ha sido por mi culpa —dijo Anabella—, si no hubiese subido a ese caballo nada de esto habría pasado.
—No digas eso, nadie puede predecir el futuro y si sucedió fue porque el destino así lo quiso. No te eches la culpa.
—Quiero verlo.
La reina asintió y la dejó ir sin dejar de observarla. Ese dolor que le pesaba añadido a la nostalgia no iba a ser nada bueno para una chica como ella. Esperaba de verdad que no se pusiese enferma por tantas preocupaciones.
Con un suspiro cansado, volvió al castillo para buscar a su esposo y contarle la situación de su hijo mayor. Deseaba fervientemente que todo esto que le estaba sucediendo fuera pasajero porque si se enteraba Kartik podría ser peligroso.