35. Venganza cumplida.

 

Esa misma noche, cerca de la madrugada, Nitziel salió de su pequeña habitación cubierto con la capa y el parche en el ojo. Escondida a su espalda llevaba una daga por si se viera en la necesidad de defenderse.

En silencio se dirigió a los aposentos del rey y abrió la puerta lentamente. Poco a poco se adentró en el interior donde la chimenea encendida alumbraba toda la habitación y las cortinas estaban cerradas. El dosel de la cama también estaba cerrado, ocultando a su tío.

Lo oyó murmurar en sueños, nombrándolo con temor. Aquello hizo sonreír al chico que se acercó hasta la cama y corrió la cortina del dosel con tanta fuerza que despertó a su tío que exclamó asustado.

—¡Tú! ¡Eres tú!

—¿Quién soy? —preguntó Nitziel jugando con él, quería que sufriera una agonía.

—¡Tú! Vienes a matarme ¿verdad?

—Aún no me has dicho quién soy. Dilo.

El hombre se puso de rodillas en la cama con terror. Era casi igual que en sus pesadillas, seguro que era otra vez su pesadilla e iba a despertar de un momento a otro.

—Eres una pesadilla, sí, lo eres. Eres quien me atormenta cada noche y esta vez me voy a despertar.

—Estás despierto y muy despierto.

El hombre negó con la cabeza. No se iba a creer semejante treta.

—Eso es mentira.

—¿No me crees? ¿Por qué no pruebas a pellizcarte? Quizás así te des cuenta de que no estás para nada dormido. Estás tan despierto como yo. Supongo que después de tantos años quieres ver mi rostro. Hace tanto tiempo… —dijo Nitziel llevándose las manos a la capucha que cubría su rostro y lo dejaba a la vista.

Se había afeitado la barba y ya no llevaba el parche en el ojo. Su tío se bajó de la cama por el lado contrario al de Nitziel y cogió una daga que tenía sobre la mesilla de noche.

—¿Cómo llegaste aquí? ¿Dónde has estado?

—¿Dónde he estado? ¿Es que tan bueno era mi disfraz que no me reconociste desde el principio?

El tío de Nitziel entendió al momento aquellas palabras.

—El mensajero del rey de Araine.

—El mismo. Me acogieron allí después de lo que ocurrió en este castillo y de lo que no recordaba nada hasta hace muy poco que un testigo me confesó que no fui yo quien mató a mi padre. El asesino eres tú y vas a pagar por ello —dijo Nitziel lleno de rabia.

Su tío también se enfadó y lo apuntó con la daga.

—Tuve que haberte matado aquella misma noche.

—¿De verdad? ¿Y a quien ibas a acusar de la muerte del rey y su hijo, el príncipe heredero? Sabías que no era buena idea y por eso me dejaste vivo, pero te vas a arrepentir de todo lo que has hecho —su tío saltó hacia él para intentar clavarle la daga y que rápidamente esquivó—. Será mejor que te entregues por las buenas, no quiero convertirme en un asesino como tú.

—Maldito, voy a matarte y por fin se acabarán mis pesadillas.

Volvió a atacar a su sobrino con violencia, pero Nitziel esquivaba los embates de la daga como podía. Tenía que haberle pedido ayuda a algunos de los soldados que lo acompañaron hasta aquel lugar, pero ya era tarde para lamentarse, lo mejor sería atacar a su tío antes de que este acabara con él.

Cuando vio que lo iba a atacar de nuevo, le agarró la muñeca con fuerza evitando así que se lo clavara y sin pensar le golpeó con el puño en la mandíbula. Su tío maldijo y fue a golpearlo también, pero Nitziel le cogió la otra mano y ambos cayeron al suelo en un fuerte forcejeo.

Comenzaron a rodar por el suelo en una dura batalla en la que Nitziel, por su juventud y fuerza, no tardó mucho en tomar ventaja y lograr arrebatarle la daga con la que le apuntó al cuello.

—Te dije que te entregaras por las buenas.

—Prefiero que me mates.

—No tendrás ese placer, tío —dijo esto último reflejando todo su odio—, quiero que llames a algunos de los soldados de mi castillo —Nitziel hizo hincapié en el “mi”—, ¡ahora!

El tío, respirando agitado, se dejó levantar por su sobrino que seguía amenazándolo con la daga y juntos se asomaron a la puerta. Allí llamó a los soldados que hacían la guardia que subieron rápidamente y se sorprendieron al ver lo que allí sucedía.

—¿Qué ocurre aquí? —preguntó la madre de Nitziel saliendo de su habitación al oír los gritos de su cuñado.

La mujer se acercó y vio que su hijo sostenía a su tío con fuerza apuntándolo con una daga. Una sonrisa iluminó el rostro de la mujer. Por fin iban a dejar de sufrir todos en aquel lugar, el verdadero rey ahora ejercía su poder.

—Soldados —comenzó a hablar Nitziel—, supongo que algunos no sabréis quién soy ya que hace muchos años que desaparecí por ser acusado de un asesinato que no cometí: el de mi padre, el rey —al ver los rostros sorprendidos de los soldados, asintió—. Sí, yo soy Nitziel y desde este momento rey de este reino y mi primera orden será meter a este hombre en una mazmorra, a ser posible encadenado, no me fío de él.

Los soldados no podían creer lo que veían sus ojos, al fin el hijo del verdadero rey había venido para acabar con la tiranía de su tío. Dos de ellos cogieron al hombre y lo bajaron mientras este gritaba.

—¡Esto no quedará así! ¡Acabaré contigo!

Cuando su tío y los soldados hubieron desaparecido, Nitziel dejó caer la daga al suelo y se apoyó en el marco de la puerta. Su madre se acercó y le tomó las manos que temblaban.

—¿Estás bien? ¿Te hizo daño?

Nitziel negó con la cabeza y luego la abrazó.

—He hecho justicia, madre, por fin he podido hacer justicia por mi padre.

La mujer comenzó a llorar de felicidad.

—Por fin, hijo, por fin. Ahora eres el rey.

—Lo sé y tengo miedo de no ser tan bueno como lo fue padre.

La madre se apartó y acarició la mejilla de su hijo con ternura.

—Estoy segura de que serás un gran rey y tu padre estará orgulloso del maravilloso hijo que hemos tenido.

Nitziel sonrió levemente.

—Ahora podré casarme con la mujer que más amo —dijo el joven.

—¿Hay una mujer en tu vida?

—Sí, es bellísima y a pesar de nuestras peleas, ahora la amo porque es maravillosa.

—Tienes que contarme más cosas de esa mujer, quiero conocerla.

—Lo harás, madre, lo harás.

—Quiero que me sigas contando más cosas sobre ella, pero primero bajemos a la biblioteca a por alguna bebida fuerte que te quite el temblor de las manos.

El joven asintió y bajó con su madre hasta la biblioteca en la que ella le sirvió un vaso de whisky que se tomó de un trago. Poco a poco, Nitziel le fue contando detalles sobre Silvana y cosas sobre su vida en el reino de Araine. Apenas se dieron cuenta del paso de las horas, ahora podían hablar con libertad, sin temor a que los descubrieran porque ahora él era el rey de aquel lugar y nadie lo iba a impedir.

Ya por la mañana, reunió a todos los criados de la casa y se presentó como rey. Todos lo celebraron y algunos de los más jóvenes salieron corriendo hacia el pueblo para contarlo.

Aquel día se celebró una fiesta en honor al nuevo rey que no dudó en pasar por allí para ver cómo se encontraba su gente.

Por lo que pudo observar, había mucho que solucionar, entre ellas, alimentar a los pequeños que estaban en las calles y darles ropa y calzado.

Tras pasar en el pueblo casi todo el día, volvió al castillo y se dirigió al despacho real para ver cómo se encontraban las finanzas del reino. Al parecer había entrado mucho dinero durante el tiempo que estuvo desaparecido y que a la vez desaparecía misteriosamente.

De repente tocaron en la puerta y él le dio paso. Cuando la puerta se abrió, apareció su madre sonriendo.

—Deberías estar con tu pueblo, hijo.

—Lo sé, pero quería ver las finanzas del reino. Por lo que he podido ver, ha entrado mucho dinero, pero también ha salido demasiado. ¿Dónde está?

—Tu tío lo escondería en algún sitio o lo gastaría.

—Ha arruinado a casi todas las familias del reino. Aquí están los papeles con los impuestos y son abusivos. Ahora entiendo que Alina y sus hermanos huyeran de aquí.

—¿Alina y sus hermanos? ¿Los encontraste?

—Fue una coincidencia que aparecieran en el castillo donde he estado viviendo. Por suerte están bien y protegidos, mandé una carta a mi amigo Dreick para que velara por ellos porque había soldados de este reino buscándolos.

—Menos mal, me quedé preocupada por esos chicos.

—Pues ya puedes estar tranquila. Ahora debo resolver varias cuestiones y así volver a buscar a la mujer que amo. Quiero que sea mi reina.

—Es maravilloso, hijo. Te dejo solo para que sigas con el papeleo.

—He mandado a avisar a un curandero que conoce todos los tipos de veneno para curar a la tía Marnella. Debe estar al llegar.

Su madre asintió y tras despedirse, salió del despacho dejando a Nitziel arreglando papeles y cambiando leyes que había impuesto su tío. Tenía un largo trabajo por delante.

 

Alina se dirigía a la habitación de Anabella con un sobre en la mano. Deseaba que fuesen buenas noticias con respecto a Dreick porque la joven estaba totalmente deprimida al no saber nada del príncipe.

Tocó en la puerta y entró. Después de haber pasado tiempo en la biblioteca leyendo junto a Silvana, esta volvió a la habitación sentándose junto a la ventana para mirar al bosque por donde se había ido Dreick.

Alina carraspeó un poco y Anabella salió de su ensimismamiento.

—Traigo una carta para ti —dijo Alina mostrándosela.

Anabella miró el sobre y rápidamente se incorporó. Se acercó a la joven cojeando y tomó la carta para leerla. La abrió y leyó atentamente pensando que era una carta de Dreick, pero descubrió que no era así. La carta decía:

 

 

 

 

Hola Anabella:

Supongo que estarás preocupada por tu madre y por Dreick ¿no? ¡Buenas noticias! Ambos están conmigo. Si quieres volver a verlos estás invitada a venir. Solo que no podrás volver con los dos. Tendrás que elegir a uno de ellos, el otro será mío para hacer lo que quiera. Si eliges a Dreick, tu madre será mi mujer y si eliges a tu madre, mataré a Dreick. Sólo tú tienes el poder de elegir el destino de ambos. Te espero.

Kartik.

 

PD: ¿Te gusta la tinta con la que te escribí? Es la sangre de tu amadísimo Dreick que está siendo torturado en mis mazmorras.

 

Anabella soltó la carta con un grito ahogado y miró cómo caía la hoja al suelo.

—No puede ser… no, no…

Alina miró a Anabella.

—¿Qué ocurre? —se agachó para recogerla.

—¡No la toques! Oh Dios, no la toques.

—¿Por qué? ¿Qué pasa?

—Es una carta de Kartik.

—¿De Kartik?

Anabella asintió y se alejó unos pasos.

—La escribió con sangre, con la sangre de Dreick.

Alina se incorporó rápidamente y se puso junto a la joven.

—¡Por todos los astros!

—Avisa al rey, por favor, avísalo.

La joven criada asintió y salió corriendo de allí mientras Anabella caía de rodillas al suelo sin dejar de mirar la carta. La sangre de Dreick… Aquellas palabras estaban escritas con su sangre. Ella se llevó las manos al corazón sintiendo cómo la culpabilidad de adueñaba de su cuerpo.

Ella había enviado a Dreick a ese lugar por una amenaza de Kartik sobre su madre. ¿De qué había servido? Ambos estaban en sus garras y Anabella solo podía elegir a uno de ellos. Las lágrimas escaparon sin control de sus ojos por la situación en la que le había puesto Kartik. Cualquiera que eligiera, el otro sufriría.

—No quiero, no quiero… No quiero elegir.

Varias personas entraron en la habitación, entre ellos, el rey y la reina.

—¿Qué ocurre, Anabella? —la reina se arrodilló a su lado— Alina dijo algo de una carta y sangre, pero no la entendí.

La joven miró a la reina con las lágrimas corriendo por sus mejillas.

—Esa carta está escrita con sangre de Dreick… Kartik lo está torturando.

La reina miró a su esposo sin poder creer lo que ella le decía y este le confirmó las palabras de Anabella. Él había leído la carta y no pudo evitar sentir pena por lo que tenía que pasar Anabella.

—No puede ser… Es su hermano.

—Kartik ya no tiene corazón, tenemos que asumirlo —dijo el rey.

—No quiero elegir, no quiero.

—No lo harás, no podemos obligarte a que elijas a nuestro hijo cuando tu madre también está en las garras de mi hijo.

—¿Qué has dicho? ¿Que ella tiene que elegir entre su madre y nuestro hijo? —preguntó la reina.

El rey asintió.

—Quiero salvarlos a los dos. Si voy seguro que se me ocurrirá algo.

—Aún no estás curada del todo, Anabella.

—Estoy perfectamente, ya no me duele el tobillo. Déjeme ir, se lo ruego.

—¿De verdad estás lista?

—Sí, me llevaré una espada y trataré de salvar tanto a mi madre como a Dreick —dijo ella decidida mientras se limpiaba las lágrimas del rostro.

—Es peligroso.

—Me arriesgaré.

—Debo salvarlos a ambos.

—Irás con algunos soldados.

Anabella negó con la cabeza.

—No, Kartik se enfadará si descubre que voy acompañada. Sólo deme un caballo y una espada.

Tanto el rey como la reina la miraron y el primero solo pudo asentir. El destino de su hijo estaba en manos de esa chica y solo ella podía salvarlo de una muerte segura a la vez que intentaba salvar también a su madre.

—Lo tendrás todo listo en una hora —dijo mientras se alejaba y antes de salir se detuvo y la miró—. Por favor, ten mucho cuidado.

—Lo tendré.

Tras esto el rey salió de la habitación.