30. Dolor y amor.
Anabella esperaba la visita de la curandera para ver cómo iba su pierna, estaba desesperada por salir de aquella habitación. Alina le había contado lo mal que lo había pasado Silvana al despedirse de Nitziel y quería ir a apoyarla.
La mujer no tardó mucho en aparecer y rápidamente se puso a quitar el vendaje y las tablillas.
—Intenta mover el pie —dijo la mujer.
Anabella intentó moverla, pero el dolor se hizo insoportable y se recostó ahogando un gemido de dolor.
—Maldita sea —dijo la joven.
—Me parece que no está curado del todo.
—Pero yo necesito levantarme ya de esta cama, no soporto estar aquí un minuto más.
—Lo sé y ojalá pudiese hacer algo.
—Deme algo para apoyarme, algún tipo de muleta, quiero ver a mi amiga.
—No deberías moverte.
—Por favor.
La mujer suspiró y se incorporó tras volver a colocarle la venda con las tablillas.
—Veré que puedo hacer.
Anabella sonrió y asintió.
—Gracias, de verdad.
La curandera salió de allí. Después de un buen rato esperando, entró de nuevo en la habitación portado un par de muletas muy rústicas.
—Por suerte había un par guardadas que usó el rey hace mucho tiempo. Tómalas, pero ten cuidado.
Anabella las tomó y, con la ayuda de estas, se incorporó y poco a poco fue caminando hacia la puerta.
—Menos mal, muchas gracias.
—De nada, niña.
La joven salió con paso pausado de la habitación para dirigirse a la de su amiga. Como la puerta estaba cerrada, tocó y nadie respondió. Lentamente abrió la y se asomó.
—¿Silvana?
Encima de la cama había un bulto que no se movía para nada y al principio pensó que estaba durmiendo, pero de repente oyó los tenues sollozos de su amiga, por lo que entró.
Se sentó junto a ella y le tomó una de las manos. Silvana la miró.
—Sé que no debería llorar porque él va a recuperar algo que le pertenece, pero es que duele tanto.
Anabella le sonrió levemente y se acostó a su lado.
—Es normal que te sientas triste, te acostumbraste a su compañía.
—Debería estar contenta y no puedo. Le lloré e incluso le pedí que me hiciera suya, pero se negó.
La joven la miró con cierta sorpresa.
—¿De verdad le pediste algo así?
—Sí. Sé que no estuvo bien. No quiero llorar y aún así no puedo evitarlo.
La princesa se abrazó a su amiga.
—No pasa nada porque llores. Desahógate, me quedaré contigo.
El llanto de Silvana se incrementó y cuando por fin cesó su llanto, se quedó profundamente dormida.
La puerta se abrió y apareció Alina que traía una bandeja de comida que dejó junto a la entrada y se acercó a la cama.
—Está muy mal ¿no?
Anabella asintió.
—La despedida fue muy dura para ella. Se acostumbró a su compañía y ahora que no está se siente sola. Por eso vine con ella, no quería que se sintiera así, que tiene a su amiga a su lado.
—Sabe que Nitziel corre peligro al ir allí, supongo que eso agrava más su estado.
—Probablemente.
Alina se sentó junto a las dos amigas y de repente recordó algo.
—Ah, se me olvidaba, esta mañana encontré una carta a tu nombre.
—¿A mi nombre?
—Sí, la pasaron por debajo de la puerta —dijo la joven metiendo la mano en el bolsillo del delantal que llevaba puesto. Cuando lo sacó, se lo entregó—, normalmente siempre viene un mensajero a dejar las cartas.
Anabella se incorporó en la cama y abrió la carta. Al leer las palabras se puso pálida de repente. Negó con la cabeza. En ella solo había una frase que decía:
Mamá quiere venir a por su hija y probablemente lo consiga.
—No puede ser —dijo Anabella.
—¿Qué ocurre?
—Es de Kartik. Quiere traer a mi madre desde el otro lado del espejo. Oh, por Dios, no. ¿Qué voy a hacer? Mi madre no puede venir aquí, Kartik podría hacerle daño.
—Quizás debería avisar al príncipe.
—Por favor.
Alina salió corriendo en busca de Dreick mientras Anabella releía la nota de Kartik. Su madre no debía cruzar el espejo, era peligroso.
Tras un rato de espera, Dreick entró en la habitación acompañado de Alina.
—¿Qué ocurre?
Anabella le tendió la carta y el príncipe la leyó.
—Mi madre no puede cruzar el espejo. Si lo tiene Kartik podría ser peligroso.
—¿Crees que sea cierto? A Kartik le gusta jugar con los sentimientos de la gente.
—Él la observa y tiene mi diario, esto va en serio.
—¿La observa?
—Sí, me lo dijo el día del incendio. Tenemos que hacer algo.
—No puedo creer que vaya a llegar tan lejos. No puedo permitir que siga haciendo daño —dijo sentándose en la cama.
De repente, Silvana abrió los ojos ante el movimiento de la cama y los miró a ambos para luego incorporarse. Sus ojos estaban hinchados y enrojecidos por el llanto.
—¿Qué pasa?
Ambos la miraron al igual que Alina y su hermano respondió.
—Anabella recibió una carta de Kartik. En ella habla de su madre y creemos que pretende traerla a este lado.
—¿Qué? No podemos permitirlo, es peligroso —dijo Silvana preocupada.
—Lo sé y eso es lo que haré —dijo Dreick—. Voy a preparar una partida de soldados para ir al castillo de Kartik. No voy a permitir que haga algo malo.
Dreick le tomó la mano a Anabella y luego la abrazó con fuerza.
—No dejes que mi madre cruce a este lado.
—Te lo prometo.
Alina, mientras tanto, se acercó a Silvana.
—¿Cómo estás?
—Aunque quiera decir que estoy bien, no puedo. Me cuesta no tenerlo a mi lado.
—Ya. Si quieres podemos salir fuera y te cuento cosas de cuando él era pequeño, así quizás no lo sientas tan lejos.
—Eso me reconfortaría un poco —miró a Anabella—. Gracias por estar a mi lado.
La joven asintió.
—Eres mi amiga, es lo menos que puedo hacer —dijo sin soltarse de Dreick.
—Por cierto ¿cómo pudiste llegar aquí si aún no estás recuperada? —preguntó Dreick percatándose de que estaban en la habitación de su hermana.
—La curandera me consiguió unas muletas que pertenecieron a tu padre.
Silvana se levantó de la cama y salió con Alina para dejarlos solos, ver aquella escena tan tierna le daban más ganas de llorar por no tener a Nitziel cerca.
—Ah, las muletas, ¿por qué no se me ocurrió antes? —se preguntó— Bueno, prefería llevarte en brazos.
Anabella sonrió levemente y se abrazó más a él.
—Tengo miedo por mi madre.
—No dejaré que le haga nada. Ven, vayamos a tu habitación y descansas un poco.
—Alcánzame las muletas, por favor. Me gustaría andar un poco, aunque sea hasta mi habitación, me siento un poco inútil.
—No te sientas así, tienes el pie entablillado y por eso no te puedes mover con libertad.
—Ojalá se me curase pronto.
—Ten paciencia. Vamos —dijo cuando la ayudó a incorporarse y ayudarla con las muletas. Ambos se pusieron en camino hacia la habitación de la joven. Cuando llegaron, ella se recostó en la cama casi por obligación. Dreick se acostó a su lado y la abrazó—. Me encanta tenerte así, entre mis brazos.
Ella no dijo nada, solo levantó la mirada con cierta tristeza.
—Se acerca nuestra despedida, Dreick, ¿qué vamos a hacer? Yo quiero estar contigo, pero mi vida está allá y cuando recuperes el espejo debo volver.
Dreick le acarició la mejilla con delicadeza.
—No quiero renunciar a ti, pero como has dicho, debes volver a tu mundo. No nos quedará más remedio que despedirnos porque no puedo hacer que te quedes. Nada desearía más que las cosas no fueran así entre nosotros. No debimos enamorarnos de esta forma.
El príncipe tomó los labios de Anabella con posesión. Sabía que esos probablemente fueran los últimos besos antes de que ella se marchara y quería retenerlos en su memoria. Posó las manos en sus mejillas y las notó húmedas por lo que se apartó un poco. Al parecer, ella estaba pensando lo mismo.
Él se incorporó lentamente y se puso de rodillas encima de ella para volver a besarla mientras le acariciaba las mejillas con delicadeza para bajar por su cuello.
—Dreick —susurró Anabella entre sollozos.
Él la acalló con otro beso y la incorporó un poco para poder desabrocharle el vestido que llevaba puesto.
—No llores, por favor —le rogó él con un susurro—, odio verte llorar.
Besó el rastro de lágrimas mientras le sacaba el vestido con delicadeza por delante bajándolo hasta la cintura, dejándole únicamente con la camisola.
—No puedo evitarlo, Dreick, no puedo…
Dreick bajó el resto del vestido y luego se encargó de quitarle lo que le quedaba de ropa, si esa iba a ser su última vez juntos quería recordar cada curva de su cuerpo. Mantener su recuerdo vivo en su memoria. Rozó los hombros con sus manos para bajar lentamente por los brazos y agarrar sus manos.
—Te amo, mi princesa, no lo olvides nunca.
Tras estas palabras que emocionaron más a Anabella, posó sus labios en el cuello de esta para besarla dulcemente e ir bajando con lentitud hasta el valle entre sus pechos y luego se dirigió a uno de ellos para lamer el pezón. Anabella se arqueó.
Con una mano acariciaba el otro pezón para darle placer en ambos y la joven gemía de anticipación. Anabella alargó las manos para quitarle la camisa a Dreick, pero las manos le temblaban y no podía sacar los botones de los ojales por lo que él la ayudó y se libraron de su camisa.
El príncipe levantó la cabeza y volvió a acercarse a sus labios para besarla de nuevo mientras se deshacía de los pantalones para quedar así ambos desnudos ante el otro.
Anabella tocó el torso marcado por las cicatrices de las quemaduras y tras separar los labios de los de él, se incorporó y besó cada una de las cicatrices con delicadeza. Luego Dreick posó sus manos en sus mejillas para mirarse a los ojos.
—Dime que me amas —dijo el joven poniéndose de rodillas con el miembro enhiesto y la acercó para sentarla sobre él—. Dímelo, Anabella.
Ella se removió levemente sintiendo cómo aumentaba la humedad entre sus piernas al tener tan cerca el miembro de Dreick.
—Dreick… yo… yo…
El príncipe la elevó y colocó su miembro justo sobre la entrada de ella sin entrar aún, lo que aumentó la excitación de la joven.
—Dímelo, Anabella, quiero oír de tus labios esas palabras.
—Te amo, Dreick, te amo tanto que me duele.
Tras esto, él la penetró y ella ahogó un gemido. Ella estiró el tobillo entablillado para no hacerse daño, para luego entregarse completamente a él.
Volvieron a besarse para ahogar sus gemidos mientras sus cuerpos se mecían al mismo compás hasta que juntos llegaron a lo más alto y cayeron rendidos sobre las almohadas. El peso de Dreick sobre ella le resultó reconfortante hasta que él se apartó, se acostó a su lado y los cubrió.
La atrajo hacia sí.
—¿Te hice daño en el pie?
Ella negó con la cabeza.
—Estoy bien. ¿Tú cómo estás? ¿Te molestan las cicatrices?
—No te preocupes, ya no me duelen.
Dreick pegó la espalda de ella en su torso para abrazarla.
—Me alegro mucho, no me gustaba verte sufrir por los dolores.
—Olvídalo, ya está todo bien. Deberías descansar.
—Quédate conmigo un rato antes de que vayas a hablar con los soldados, por favor. Déjame disfrutarte un poco más.
Dreick apoyó la barbilla en su cabeza.
—De acuerdo.
La joven se acurrucó un poco más y cerró los ojos.
Cuando se quedó dormida, Dreick la observó detenidamente mientras le acariciaba el brazo con delicadeza.
—¿Qué voy a hacer sin ti, mi princesa? —susurró para sí— ¿Qué voy a hacer si no te tengo a mi lado? Jamás podré querer a otra como te quiero a ti. ¿Cómo cumpliré para con el reino? ¿Cómo podría reinar un rey sin su reina?
Con esos sombríos pensamientos, se levantó intentando no despertar a Anabella, se vistió y salió de la habitación para hablar con los soldados, que encontró en el campo de entrenamiento como siempre.
Una vez los reunió a todos, les comentó lo que sucedía y que se iba a llevar con él una pequeña partida para intentar recuperar el espejo. Comenzarían a idear un plan para recuperarlo y, probablemente, al día siguiente por la noche partirían hacia el castillo de Kartik para devolver el espejo al lugar al que pertenecía.