27. Peticiones y pistas.

 

Pasados varios días, en los que los heridos se recuperaron lentamente.

Niseya estaba en la habitación que le habían asignado cuando llegó gracias a Helian. En ese momento se hallaba mirando por la ventana el paisaje sin poder creer que estaba libre de las garras de Kartik.

Tocaron en la puerta y ella se giró.

—Adelante.

La puerta se abrió y apareció Helian con una bandeja de comida que dejó sobre el mueble junto a la puerta.

—¿Cómo te sientes hoy?

—Mejor, ya no me duele nada.

—No sabes lo que me alegra oírte decir eso.

Ella sonrió levemente y alargó la mano para que él se acercara. El joven así lo hizo y la abrazó con fuerza.

—Gracias por estar aquí conmigo.

—No tienes que agradecérmelo, Niseya, sin ti yo no era nada y soy feliz de tenerte a mi lado ahora, pero no venía a eso, quiero que me acompañes abajo.

—¿Para qué?

—Quieren verte. Ven, yo voy a estar contigo.

Helian se apartó un poco y tras cogerla de la mano la llevó fuera.

—Pero ¿y la comida?

—No te preocupes por ella ahora, esas personas no pueden esperar mucho más.

—¿Quiénes son?

—Ya lo verás —dijo Helian sonriendo.

Bajaron las escaleras y se dirigieron a la biblioteca que por suerte no había sufrido los estragos del incendio de días anteriores.

La puerta estaba abierta y cuando Niseya vio a las personas que estaban dentro, se adelantó a Helian para entrar sin poder creérselo.

—Madre, padre…

Ambos se giraron al oír la voz de su hija y corrieron a abrazarla con lágrimas de alegría corriendo por sus mejillas.

—Mi niña, mi pequeña —decía la mujer feliz.

—Hija mía —dijo el hombre abrazándolas a ambas con fuerza—, qué felicidad poder volver a verte.

—Oh, por los astros —dijo Niseya llorando de emoción—. Os he echado tanto de menos.

Las lágrimas de la joven dejaron paso a un llanto incontrolable mientras sentía el calor de los brazos de sus padres a su alrededor. Tanto tiempo había pasado desde la última vez que los había visto que apenas recordaba sus rostros.

Helian sonreía complacido desde un rincón no queriendo molestar en aquel reencuentro. Ambas partes estaban felices de volver a verse y se sintió reconfortado de haberlo conseguido. Esa familia volvería a ser feliz.

—¿Cómo estás? Helian me contó que no estabas bien —dijo la madre apartándose un poco y limpiando las lágrimas de su hija.

Niseya miró a Helian y él le confirmó con la mirada que no le había dado detalles de la situación. Ella asintió y volvió a mirar a su madre, que al ver cómo se contemplaban ambos, se preocupó un poco.

—¿Qué ocurre, hija? —preguntó el padre.

La joven tomó aire para soltarlo lentamente.

—Kartik no me trató bien. Él… él me forzó y me dejó embarazada, pero lo perdí.

La madre se tapó la boca, conmocionada por la noticia y volvió a abrazar a su hija.

—Oh mi pequeña, ojalá hubiese estado a tu lado en esos momentos —dijo la mujer.

—Como me lo encuentre, juro que lo mato —dijo el padre con mucha rabia.

—No se preocupe por eso, todos queremos verlo muerto —dijo Helian—. Yo el primero y me vengaré por el daño que le hizo a Niseya —el joven se acercó y tomó la mano de ella sin dejar de mirarla—. Es el amor de mi vida y me la arrebataron sin poder hacer nada. Ahora pienso protegerla con mi vida si es necesario y si me dais vuestro permiso —miró a los padres— me gustaría convertirla en mi esposa.

Ella lo miró con sorpresa y se apartó un poco. Helian la miró confuso.

—No puedes desear algo así, Helian.

—¿Por qué no?

—¿Es que no lo ves? ¿No ves la suciedad en mí? —preguntó ella abrazándose.

—No estás sucia, Niseya, eres la mujer más hermosa que he conocido, jamás podría querer a otra que no seas tú.

—No puedes, yo ya estoy marcada por la desgracia.

Helian la tomó de las manos y la miró a los ojos.

—¿Qué más da eso? Yo te amo y quiero amarte hasta el fin de mis días, no me rechaces, por favor, me partirías el corazón.

Niseya no podía contestar, se sentía contrariada ante las palabras de Helian, ¿cómo podía quererla después de todo lo que había ocurrido?

—¿De verdad no te importa nada? ¿Ni siquiera el hecho de que no eres mi primer hombre?

—Desde el momento en el que me aceptes, seré el único si de verdad lo deseas, no dejaré que te hagan daño nunca más.

El labio inferior de Niseya comenzó a temblar y las lágrimas comenzaron a escapar de nuevo, pero Helian se las limpió con delicadeza mientras le sonreía dulcemente.

Ella logró poner una leve sonrisa en sus labios y asintió.

—No me abandones, por favor.

—Jamás —dijo él abrazándola, luego miró a los padres que contemplaban la escena entre alegres y preocupados—. ¿Me dejarán tomar a Niseya como esposa?

Ambos padres se miraron por unos segundos y luego miraron a su hija. El padre se adelantó y tomó las manos de ambos que aún estaban unidas.

—Tenéis mi bendición para poder casaros. Hazla feliz y que olvide este tiempo de desesperación.

—Así será —dijo Helian.

Todos sonrieron y llovieron felicitaciones por parte de los padres a los jóvenes.

 

Dreick acababa de desayunar cuando apareció la curandera para cambiarle el vendaje por lo que se sentó en un taburete que había en la habitación y la mujer procedió a retirar el vendaje antiguo.

Una vez se las quitó todas, Dreick vio algunas de las que tenía en su torso que a pesar de estar casi curadas, sabía que iban a dejar terribles marcas, aunque poco le importaban ahora porque, gracias a ese sacrificio, Anabella estaba viva y recuperándose.

—¿Cómo están las quemaduras de la espalda? —preguntó Dreick.

—Le van a quedar marcas. Piense que está vivo y olvídese de las marcas.

—Las marcas no me importan, como acabas de decir, estoy vivo, Anabella y todo el castillo también. Eso es lo más importante.

La curandera sonrió.

—Siempre ha sido un chico maduro para su edad. Lo bueno es que está disfrutando del amor cómo lo hizo su padre cuando conoció a su madre.

Dreick sonrió y cuando la curandera terminó de vendarlo, se incorporó y se puso una camisa.

—Voy a visitar a Anabella, quiero ver cómo se encuentra.

La mujer asintió y, tras una reverencia, salió de allí. Dreick se abotonó la camisa haciendo algunos gestos de dolor por la tirantez de la piel. Tras terminar de abrochársela, salió de su habitación para ir hacia la de Anabella que terminaba de desayunar en ese momento.

La joven aún seguía recostada en su cama con la pierna entablillada sin apenas poder moverse.

—¿Cómo te encuentras hoy? —preguntó Dreick desde la puerta.

Ella levantó la mirada y al verlo sonrió.

—Me siento mejor, la quemadura casi se ha curado, aunque lo que es la pierna aún me duele si hago el más mínimo movimiento cuando me quitan el vendaje y las tablillas para curarme.

El joven se acercó y se sentó junto a ella.

—Siento que tuvieras que pasar por algo semejante. ¿Por qué bajaste?

—Tenía sed y no había agua en la habitación, cuando bajé vi a tu hermano en el despacho de tu padre. No pensé que me iba a dejar rodeada de llamas porque estaba rebuscando en las cosas que había allí.

—Mejor olvidémonos de esto —dijo Dreick acariciándole la mejilla con delicadeza y al estirarse hizo un leve gesto de dolor del que Anabella se percató.

—¿Te duele?

—Me tiran las cicatrices, pero no es nada grave.

Anabella le abrió la camisa para ver el torso vendado de Dreick y tocó algunas de las zonas con delicadeza.

—Estás así por mi culpa —dijo ella casi en un susurro—, lo siento.

Él posó sus manos sobre las de Anabella y la miró a los ojos negando con la cabeza.

—No lo sientas, hubiera entrado ahí cien mil veces más con tal de que estuvieses viva, así que no tienes que sentirlo. Ambos estamos vivos que es lo importante.

Sin decir nada, él la abrazó con fuerza y besó su sien con delicadeza.

—Me mostró algo que cogió de mi mundo, concretamente mi diario personal. Está traspasando el espejo cuando le viene en gana. Tengo miedo de que le haga algo a mis padres.

—Vamos a recuperar el espejo, no puedo permitir que haga algo malo en el otro lado, ahora mismo me voy a reunir con mi padre y Nitziel para idear un plan de ataque efectivo contra el castillo de Kartik.

Anabella sonrió levemente con cierto alivio, aunque aún seguía preocupada por todo lo que Kartik había leído en su diario.

—Gracias.

—De nada, ahora intenta descansar un rato. ¿Qué te parece si por la tarde te bajo a los jardines?

—Me encanta la idea, ya me siento un poco claustrofóbica aquí dentro.

—Perfecto, luego vendré por ti.

—Espera… ¿me vas a llevar tú? ¿No sería mejor que lo hiciese un sirviente? Tus heridas aún no están curadas del todo.

—No te preocupes ¿vale? —dijo dándole un suave beso en los labios— Nos vemos después.

Dicho esto, el joven salió de allí para reunirse con su padre y Nitziel. Debían hacer algo rápidamente. Lo que le había contado Anabella no eran para nada buenas noticias y si Kartik pasaba al otro lado podría ocurrir algo muy grave. Su hermano no estaba en sus cabales y quizás podría hacer daño a alguien.

 

Mientras la reunión tenía lugar en el castillo del rey, en el de Kartik, este se encontraba mirando el espejo hacia la habitación de Anabella que en ese momento se hallaba vacía.

Su obsesión por la madre de Anabella crecía cada día más y ansiaba el hecho de que esa espléndida mujer cruzara hacia este lado para poder tocarla de una vez por todas.

Si no hacía algo jamás lo conseguiría, la había visto mirando el espejo buscando una forma de entrar en él, ella lo había visto cruzarlo y Kartik lo sabía.

Una sonrisa se formó en sus labios y corrió hacia su despacho para coger un trozo de papel en el que escribió algo rápidamente. Luego volvió a la habitación donde estaba el espejo para traspasarlo después de haber abierto el portal con una gota de su sangre. Pasó al otro lado procurando no hacer ruido por si había alguien en la casa y se alertara ante sonidos en la habitación que supuestamente estaba desierta.

Con paso lento se acercó hasta la mesilla de noche y dejó el papel allí para luego volver rápidamente a cruzar el espejo y cerrándolo a su paso. Sin mirar atrás, volvió a su despacho para celebrar la gran idea que había tenido en ese momento con respecto a esa mujer que lo volvía loco. Muy pronto la tendría a su lado.

 

Catherine se encontraba en el salón mirando la televisión en la que no dejaban de hablar de la desaparición de su hija y ofrecían varias imágenes de ella y de su marido huyendo de los medios. Ninguno de los dos tenía fuerzas para hablar con la prensa sobre la situación.

Su hija no estaba desaparecida del todo, ella no había salido de la casa. Algo le decía a Catherine que su hija estaba encerrada en aquel espejo que tenía en su habitación. Ella misma había visto entrar a alguien y debía encontrar la manera de hacerlo para traer a Anabella de vuelta. La echaba tanto de menos que creía que se iba a volver loca de la desesperación.

Apagó la televisión y volvió a subir al cuarto de su hija para volver a intentar lo que fuese con el espejo. Tenía que haber algo. Cuando entró, la nostalgia y el dolor se instalaron en su corazón. Todo estaba tal cual su hija lo había dejado, salvo la cama que estaba hecha. Las lágrimas acudieron a los ojos de Catherine, pero se negó a derramarlas, debía ser fuerte por ella y por su hija, así que entró decidida en la habitación para volver a inspeccionar el espejo.

Antes de acercarse a este, se fijó en algo que no encajaba con la habitación y que sabía que no estaba ahí hasta ayer mismo. Un trozo de papel que parecía antiguo descansaba sobre la mesilla de noche junto a la lamparita.

Se acercó hasta allí y tras sentarse en la cama tomó el papel entre sus manos para abrirlo y leer lo que allí ponía. La nota decía así:

 

“No existe ningún botón para accionarlo, debes entregar algo que aceptará sin problemas.”

 

Catherine leyó la nota una y otra vez sin comprender muy bien lo que quería decir y miró el espejo. ¿Acaso alguien le estaba ayudando para llegar hasta su hija? Pero ¿por qué no le decía exactamente qué tenía que hacer?

Miró hacia el espejo esperando ver algo y nada salía de allí. Tendría que meditar sobre aquella nota. No podía decírselo a nadie, su marido ya la comenzaba a tratar como una loca y no la creería, ni siquiera mostrándole aquel pedazo de papel que llenaba su corazón de esperanza.