25. Heridos.

 

Al pequeño pueblo donde vivía Helian habían llegado algunos soldados del castillo para pedir ayuda. Rápidamente, todo el pueblo se movilizó para ayudar al rey y su familia, en especial al príncipe Dreick por haber salvado a sus hijas.

Helian, sorprendido por aquella noticia, se acercó a un soldado para preguntarle qué es lo que había ocurrido.

—El príncipe Kartik vino al castillo y prendió fuego el despacho de rey. Nos cogió por sorpresa porque nadie lo vio entrar y solo los gritos de la chica que viene del otro lado del espejo alertaron al resto del castillo.

—¿El príncipe Kartik fue al castillo del rey?

—Sí, mi señor.

—Entiendo. Gracias por la información.

—De nada, mi señor —dijo haciendo una leve reverencia.

Helian no podía creer lo que acababa de oír de la boca de aquel soldado. Esa era su oportunidad de salvar a Niseya de las garras de Kartik. Si él estaba en el castillo del rey, él podría ir a salvar a la joven.

Sin pensarlo mucho, corrió al establo y tras preparar rápidamente su caballo, lo montó para ir en dirección al castillo que ocupaba Kartik. Niseya al fin estaría libre de las manos de ese maltratador.

Espoleó a su caballo para que galopara lo más rápido posible y pronto llegó al lugar. Se bajó del caballo sin importarle que hubiesen guardias a su alrededor, nada le importaba más que Niseya y si tenía que pelear por ella con alguien lo haría.

Se acercó hasta la puerta y al ver a los guardias durmiendo abrió para pasar al oscuro interior que poco a poco se iba iluminando con los primeros rayos del amanecer. Debía ser rápido, no quería tener que encontrarse con Kartik si llegaba a aparecer en el castillo.

—¿Dónde estás, Niseya? —se preguntó mirando al piso superior.

Casi como si la hubiese llamado a gritos, la vio aparecer para acercarse a las escaleras y bajarlas.

Ella levantó la mirada ante la presencia que había en el piso de abajo y se tapó la boca con la mano, no pudiendo creer lo que veía.

—¿Helian? —preguntó ella sin dar crédito.

El joven sonrió.

—He venido para sacarte de aquí. Kartik no está en este momento y podemos aprovechar.

—¿No está?

Él negó con la cabeza.

—Vamos, no tenemos tiempo que perder.

La joven miró temerosa a su alrededor, pero al no ver a nadie, comenzó a bajar las escaleras. A mitad de estas, un fuerte dolor le sobrevino y tuvo que agarrarse al pasamanos.

—¿Niseya? —preguntó Helian preocupado.

La joven se llevó la mano libre a la frente para cubrirse los ojos, como si estuviese mareada.

Helian, al verla tan mal y temiendo que se fuese a caer, subió corriendo el tramo de escaleras que los separaba y la agarró entre sus brazos.

—No puedo irme, Helian —dijo la joven débilmente—, estoy sucia.

—No digas eso, ven, vayámonos de aquí.

Niseya, mareada, se apoyó en el hombro de él y de repente perdió el conocimiento. Helian la miró y pudo ver la palidez de su rostro donde destacaban las ojeras azuladas. La joven llevaba un camisón blanco en el que comenzó a destacar una mancha de sangre en la zona de su bajo vientre.

El chico, preocupado, la tomó en brazos y salió corriendo de allí, dando gracias a los astros de que los soldados de vigilancia aún estuviesen dormidos. Llegó a su caballo y montó en él con Niseya entre sus brazos para llevársela a su pueblo. Al lugar al que pertenecía.

Volvió a espolear al caballo con el miedo recorriendo sus venas por lo que le sucedía a la joven.

Muy pronto llegó a su pueblo y se lo encontró desierto. Cierto. Todos habían ido a ayudar al rey en su castillo, quizás allí podría estar la curandera para que mirara a Niseya.

—Aguanta, pronto estaremos a salvo y jamás volverás a ver a Kartik. Te lo prometo.

Con prisa se dirigió hacia el castillo y pudo ver en el cielo el humo que probablemente salía del edificio. Pronto dejó atrás el bosque y pudo ver a varias personas corriendo de un lado a otro con cubos para llenar de agua.

Se bajó del caballo con Niseya inconsciente entre sus brazos y corrió en busca de la ayuda. Frente a él vio a Anabella apoyada en el hombro de una joven con cara de dolor y sufrimiento. Dos mujeres estaban arrodilladas junto a sus piernas como si observaran algo.

Cuando logró acercarse más pudo ver que la pierna de Anabella lucía una terrible quemadura.

Anabella al sentir la presencia de alguien justo detrás de ella, giró la cara y vio a Helian con una joven en brazos.

—Helian… —dijo con la garganta seca, había inhalado mucho humo.

—Necesito ayuda —dijo Helian agachándose para colocar el cuerpo inconsciente de Niseya—. Fui a buscarla y perdió el conocimiento.

—¿Es Niseya? —preguntó Anabella.

Helian asintió con el miedo reflejado en su mirada. Anabella, entonces, miró a la curandera que aplicaba un ungüento muy frío sobre su pie.

—Ayúdela, lo necesita más que yo.

La curandera miró a la joven y asintió.

—La reina podrá terminar de aplicar el ungüento, esa joven tiene muy mala cara.

Anabella asintió y vio cómo la curandera se acercaba al cuerpo de Niseya mantenido entre los brazos de Helian.

—Antes de desmayarse se llevó las manos a su bajo vientre, no sé si eso servirá de algo —dijo Helian.

La curandera se puso a los pies de la joven y tocó aquella zona delicadamente. Luego levantó la parte baja del camisón y pudo ver la sangre manchando sus muslos.

—¿Sabes si la chica estaba embarazada?

Helian levantó la mirada, sorprendido.

—¿Qué?

—Que si estaba embarazada.

—Yo… no lo sé…

—Esa sangre puede ser la pérdida de un bebé que estuviera esperando. Hay que parar la hemorragia para salvarla, mucha sangre perdida puede ser mortal para ella.

—Haga lo que sea, por favor, no deje que se muera —pidió Helian.

—Necesito que la lleves a una habitación, aquí no podemos.

La curandera miró a la reina.

—El ala oeste está fuera de peligro, lo peor está en el ala este, díselo a mi esposo.

La mujer asintió y se incorporó seguida de Helian con Niseya.

—Mientras vamos dentro, intenta por todos los medios hacer que reaccione, necesitamos saber si estaba embarazada o no.

Helian asintió y acercó su rostro al de la joven para intentar despertarla.

—Niseya, abre los ojos, por favor. Soy yo, Helian, mírame, te lo ruego.

La joven se removió gimiendo y abrió los ojos levemente.

—He… Helian…

—Mi flor —dijo Helian sonriendo levemente—, ¿cómo te sientes?

—Mal, me duele el bajo vientre.

—La curandera del castillo del rey te va a ver, nos dirigimos al interior, te pondrás bien —Helian dudó unos instantes antes de preguntar algo que le parecía muy duro—. ¿Estás embarazada, Niseya?

Niseya bajó la cabeza, sintiendo vergüenza por aquella pregunta. ¿Cómo le diría la verdad a alguien a quien ella apreciaba demasiado? Asintió levemente con la cabeza y las lágrimas amenazaron con escapar de sus ojos por lo sucia que se sentía.

—Tenías que haberme dejado allí.

—No podría haberlo hecho, eres mi vida y no iba a dejarte en manos de ese malnacido.

Ella apoyó la frente en el hombro de Helian mientras las lágrimas escapaban sin control.

—¿Tu vida? Me ha estado usando como una ramera, no merezco tu amor.

Helian, al ver que la curandera se detenía para hablar con el rey, él también se paró y aprovechó para besarle la cabeza con delicadeza.

—Me da igual lo que te haya hecho, no lo volverá a hacer y te juro que se arrepentirá. Lo importante ahora es que te recuperes, tus padres estarán deseando verte.

—¿Están bien?

—Muy preocupados, pero se alegrarán de verte.

La joven asintió y se llevó la mano al vientre con dolor.

—Me duele mucho.

—Lo sé, intenta mantenerte despierta, por favor.

Niseya asintió aunque las fuerzas le estaban fallando por la pérdida de sangre.

La curandera le hizo una señal a Helian cuando acabó de hablar con el rey y la siguió hasta el piso superior mientras veía cómo la gente se afanaba en apagar el fuego que se había formado en el despacho del rey.

 

Dreick apenas podía mantenerse en pie, pero aún así, después de que escapara Kartik, se incorporó para ayudar a los soldados a apagar el fuego pasando cubos de agua.

—Hijo —dijo el rey acercándose a este—, deja que acaben los soldados, no estás en condiciones de ayudar.

—Estoy bien, padre.

El chico mostraba un semblante rabioso a la vez que dolor.

—Sé que sientes rabia por lo que hizo tu hermano, pero debes parar, tienes quemaduras que necesitan atención.

Dreick miró a su padre fijamente.

—No lo entiendes, ese fuego hay que apagarlo y no hay suficientes personas para llevar cubos con agua, toda ayuda es imprescindible.

—¡Basta, Dreick! Como soberano, te ordeno que salgas de aquí para curarte esas quemaduras. Tu madre, tu hermana y Anabella seguro que están preocupadas por ti.

Al oír el nombre de Anabella recordó el dolor y la angustia reflejado en su rostro tras haberse quemado el tobillo por culpa de la silla y apoyó las manos en los brazos de su padre.

—Casi la mata al dejarla allí encerrada y rodeada de fuego, padre. Juro por los astros que si me lo encuentro de nuevo, lo mataré, aunque sea mi hermano, yo lo mataré con mis propias manos.

—La rabia habla por ti, hijo. Sé que quieres que tu hermano vuelva con nosotros y jamás podrías matarlo. Vamos, entra en razón y sal para que curen tus quemaduras.

Algunas de las bolsas producidas por las quemaduras se habían reventado y Dreick comenzó a ver todo borroso, las fuerzas estaban mermando. Cayó de rodillas sin soltar a su padre, hasta que todo ante sus ojos se volvía negro. Pudo oír algunas voces de lejos, pero la oscuridad lo estaba devorando.

 

Después de varias horas, consiguieron apagar el fuego del despacho del rey que llegó hasta una de las habitaciones del piso superior. Los sirvientes se habían afanado en preparar comida para los exhaustos soldados y gentes que vinieron a ayudar buenamente a su rey.

Dreick estaba siendo atendido por la curandera después de haber estado con la recién salvada Niseya. Mientras tanto, Anabella descansaba en su habitación tras un intenso amanecer. Sus pulmones se hallaban un poco intoxicados por el humo del incendio, pero parecía recuperarse poco a poco.

La joven estaba preocupada por Dreick y todo el que entraba allí esquivaba sus preguntas. ¿Serían tan graves las quemaduras? Si al menos pudiese levantarse de esa cama, pero el pie le dolía horrores y no solo por la quemadura, algo le decía que la silla caída sobre su tobillo le había hecho algo más que quemarla. Lo tenía hinchado y cualquier movimiento hacía que viera las estrellas.

Tras mucho tiempo esperando, entró la reina seguida de una sirvienta que llevaba una bandeja de comida y que dejó sobre sus muslos.

—Debemos comer algo, ha sido una mañana muy larga.

—¿Cómo está Dreick?

—La curandera está con él, llegó a su límite estando como estaba.

—Se pondrá bien ¿no?

—Es un chico fuerte. ¿Cómo te encuentras tú?

—Creo que tengo algo más aparte de la quemadura en el tobillo. Se me ha hinchado y me duele bastante. La silla me cayó encima.

—Intenta comer ahora y la curandera vendrá por aquí en cuanto termine con Dreick.

—¿Sabe cómo está Niseya? La chica que trajo Helian.

—Ahora mismo está descansando, por lo que sé, ha perdido un bebé que estaba esperando y necesita mucho descanso.

—¿Un bebé? ¿Quiere decir…?

La reina asintió tristemente.

—Probablemente producto de lo que hacía mi hijo Kartik con todas las jóvenes que secuestraba.

—Pobre chica. Lo que debe haber sufrido. Ojalá Helian le dé la felicidad que seguramente necesitará.

—Seguro que sí, ese chico la quiere mucho por lo que pude ver y no va a dejarla desamparada. Me apuesto lo que sea que si Niseya no hubiera perdido el bebé, se hubiera hecho cargo de él como si fuese de su sangre.

—Lo haría, sí.

La joven comió un par de bocados de la carne de ave que le habían llevado. Cuando estaba a punto de terminar de comer, la curandera entró en la habitación para hacerle una revisión en la pierna. Ella al verla, dejó la bandeja en un lado.

—¿Cómo está Dreick? —preguntó Anabella.

—Está descansando, algunas de las heridas tenía mal aspecto y he intentado ponerle algo para que no se le infecten. ¿Tú cómo te encuentras?

—Me duele mucho el pie y no solo por la quemadura.

—Lo supuse, te cayó la silla encima y el golpe fue fuerte, el problema es que con esa quemadura ahí no puedo trabajar con lo que probablemente le haya pasado al hueso.

—¿Y qué podemos hacer? —preguntó la reina.

—Entablillar la pierna para prevenir y mantenerla colocada en caso de que estuviese roto.

—Iré a buscar unas tablillas, entonces —dijo la reina incorporándose para salir.

La curandera asintió y se sentó en la cama con cansancio, habían sido unas horas muy largas para la anciana mujer.

—¿Se encuentra bien? —preguntó Anabella posando su mano en el brazo de la mujer.

—Un poco cansada, nada más, cosas de la edad.

—Cuando salga de aquí debería descansar. Por cierto, ¿cómo está la chica que llegó inconsciente?

—Ella está bien aunque perdió el bebé que esperaba, necesitará bastante reposo porque perdió mucha sangre.

—Podrá volver a tener hijos ¿verdad? —ella sabía que casi todas las mujeres deseaban tener hijos y en este lugar, probablemente, sería la totalidad de ellas.

—No puedo decirte si es así o no, tendrá que intentarlo.

—Entiendo.

—Lo importante es que te recuperes y para eso, te pondremos las tablillas en el pie. Te revisaré la quemadura antes que nada.

La mujer le revisó la quemadura a la que aplicó de nuevo el ungüento después de haber limpiado el que tenía. Al rato apareció la reina con las tablillas y las vendas y procedieron a inmovilizar la pierna de la joven.