11. Encuentros.
Habían pasado ya varios días y no había ni rastro de Anabella. Todos estaban preocupados por ella, en especial Dreick que todos los días salía a buscarla, pero volvía más apesadumbrado.
—Ya aparecerá, Dreick, ya lo verás —le decía Silvana.
—¿Cuándo? No está, es cómo si se la hubiese tragado la tierra.
—Todos estamos preocupados.
—Tengo que encontrarla —dijo mientras salía de la sala en la que estaba.
Al salir se topó con Nitziel que precisamente lo estaba buscando.
—¿Vas a salir de nuevo?
—¿Por qué lo preguntas?
—Tu padre nos ha mandado al pueblo por un problema con unas tierras y no podemos negarnos.
—¿Tiene que ser ahora?
—Podemos mirar por el pueblo, a lo mejor la han visto por allí, ¿quién sabe?
Dreick lo pensó durante unos instantes y al final asintió.
—Debo encontrarla, así que miraremos por allí.
Ambos salieron del castillo rumbo al pueblo que les había indicado el rey. Dreick no dejaba de pensar en Anabella y en si la encontraría algún día. Se había ido tan de repente y en su interior sentía algo muy fuerte por ella.
Atravesaron el bosque que era más rápido y cuando ya estaban llegando, Dreick divisó algo enganchado a una rama baja. Se bajó del caballo y lo cogió. Era un trozo de tela fina, como de una capa. Nitziel se paró a su lado y observó lo que llevaba Dreick en la mano.
—Se parece a la tela de una de las capas de Silvana —dijo el joven.
—Mi hermana le dejó ropa a Anabella. La llevaba ella, entonces. Anabella estuvo aquí.
—No puede andar muy lejos.
Dreick se subió en su caballo y puso rumbo al pueblo mirando a todas las chicas con las que se topaba que tampoco eran muchas. ¿Qué pasaba en ese pueblo que apenas había chicas jóvenes?
—¿Por qué hay tan pocas chicas? —preguntó Dreick a Nitziel.
—Eso es porque muchas de ellas han sido raptadas por tu hermano.
—¿Mi hermano?
—Sí, el que se llevó el espejo, Kartik. Tiene unos gustos extraños con respecto a las mujeres.
—¿Qué quieres decir?
—Le gusta forzar a las chicas y apuesto lo que sea a que muchas de las chicas que aquí vivían están ahora en posesión de Kartik.
—¿Cómo es posible que mi hermano sea tan malo? No lo entiendo.
—Mantuvo retenida a su propia hermana y a Anabella cuando llegó del otro lado. Nosotros fuimos a salvarlas.
Dreick se llevó una mano a la cabeza intentando recordar, pero le estaba resultando del todo imposible. A veces veía imágenes inconexas que no tenían ningún sentido, pero nada que le aclarara su pasado, aunque su hermana y su madre se habían encargado de contarle casi toda su vida.
—Nos espera el soldado que vive aquí en la mansión.
—Perfecto. No la has visto ¿verdad?
Nitziel negó con la cabeza.
—No pierdas la esperanza.
Se acercaron a la mansión donde vieron a un joven con una espada en la mano entrenando a… ¿una chica? Extrañados, se miraron y se acercaron lentamente.
Anabella entrenaba con Helian como hacía todos los días cuando miró hacia la entrada de la mansión y vio dos caballos que se acercaban. Al ver quiénes iban montados sobre los caballos, soltó la espada de repente.
Helian preocupado se acercó.
—¿Qué pasa?
—Es él. Tengo que esconderme, no puede verme.
—¿Quién?
—¡Dreick!
—¿El príncipe?
—Sí, no puede saber que estoy aquí, no puede. Ayúdame, por favor.
—Escóndete en el cuarto de armas, allí no podrá verte —dijo Helian mirando a sus espaldas.
La joven asintió y corrió a esconderse en el cuarto de armas. Después de tanto tiempo escondida ¿cómo era posible que él la hubiese encontrado? Pero no se iría con él. Se había prometido no volver y no lo haría, aunque su corazón latiese de forma desenfrenada por tener cerca a Dreick.
No. No iba a volver a ese castillo, su misión era llegar al castillo de Kartik y atravesar el espejo para volver a su mundo y olvidarse de todo lo que había vivido en aquel lugar.
Durante todo ese tiempo, Helian y su padre le habían enseñado a manejar una espada y el arco que era más ligero, pero como su vista no era muy buena porque no tenía sus gafas, no acertaba nunca en un objetivo concreto, por eso habían desistido y ahora solo entrenaba con la espada.
Apoyó la espalda en la pared y poco a poco fue descendiendo hasta quedar sentada en el suelo. Se abrazó las rodillas sin dejar de pensar en lo maravilloso que había sido ver a Dreick y en cómo había latido de forma desbocada su corazón.
Deseaba salir de allí y correr a los brazos del príncipe, pero su mente le decía que no lo hiciera, que no debía hacerle más daño del que ya le había hecho.
Algunas lágrimas escaparon de sus ojos con dolor.
De repente, la puerta que la mantenía oculta, se abrió de repente.
—Sé que estás aquí —dijo una voz que enseguida reconoció. Ella se internó entre las sombras aún más e intentó hacer el menor ruido posible, negando con la cabeza. No podían encontrarla—. Sal y hablemos, no le voy a decir nada a Dreick.
—Vete —dijo Anabella encogiéndose más—, no quiero ver a nadie.
—No puedes esconderte toda la vida, tienes a todo el reino preocupado por ti. No solo Dreick.
—Me da igual. Yo solo quiero volver a mi hogar. Quiero alejarme de todo esto.
—¿Te da miedo lo que sientes acaso? ¿Te asusta lo que sientes por todos los del castillo? ¿Por eso huyes? Yo era igual que tú, yo también intenté huir de mis sentimientos hacia esas personas.
Anabella se mantuvo callada unos instantes, luego se incorporó y salió de entre las sombras.
—¿Tú huiste de ellos?
—Sí, sentí miedo de lo que ellos significaban para mí. Yo no era un chico muy especial, al contrario, era un chico con la rebeldía y la rabia siempre en el cuerpo. El odio era mi forma de vida.
—¿Por qué?
—Nunca se lo he contado a nadie —dijo él algo cortante— y mejor no preguntes.
La joven retrocedió unos pasos.
—Lo siento.
—Lo importante es que no puedes huir siempre de lo que sientes.
—Pero no puedo volver a ese castillo, no hago más que hacer daño. Por mi culpa Dreick perdió la memoria. Soy torpe.
—Antes no te veías tan torpe cuando manejabas la espada.
—¿Cómo me reconociste? ¿Dreick me vio?
—No le dio tiempo a verte mucho, pero yo sí que te vi. Puedes estar tranquila que no le he dicho nada.
—No le digas nada, no voy a volver por el momento, pero antes quiero pedirte un favor.
—Dime. Si está en mi mano haré lo que sea.
—Tenéis que salvar a todas las chicas que se ha llevado Kartik de este pueblo.
—Por eso había tan pocas… —especuló Nitziel.
La joven asintió.
—Todas esas madres están sufriendo por no saber de sus hijas.
—Me lo puedo imaginar. De todas formas con esto podrás ver cómo es el sufrimiento de todos aquellos que te quieren.
Anabella apartó la mirada.
—Lo siento mucho, pero no puedo volver. Será mejor que vuelvas con Dreick, no vaya a preocuparse y al final acabe encontrándome.
Nitziel asintió y sin decir nada más salió de allí. Anabella se abrazó pensando en todos aquellos que había conocido en el castillo y que parecían echarla de menos.
Al rato apareció Helian, que al verla tan afectada se acercó.
—¿Todo bien?
—No, nada está bien. Me echan de menos y no han dejado de buscarme.
—Lo sé, he tenido que advertirle a mi padre que no dijera nada porque el príncipe preguntó por ti.
—¿Qué crees que debería hacer, Helian? He hecho daño a Dreick.
—Pero no lo hiciste intencionadamente, Anabella. Fue un accidente.
—Me asusté y aún estoy asustada por lo que sucedió y también por el peligro de que Kartik pase al otro lado del espejo y haga algo con mi familia.
Helian la abrazó con fuerza. La joven apoyó la cabeza en el hombro de él, buscando un consuelo que no llegaba a su corazón.
—Confiemos en que esté tan entretenido que ni siquiera se acuerde del espejo —dijo apretándola con fuerza, sintiendo rabia en su interior.
—Sigues pensando en ella ¿verdad?
Helian asintió y ocultó su rostro a los ojos de ella. Anabella lo obligó a mirarla.
—Es muy duro pensar en ella y saber que está en ese lugar.
—Cuando vaya a ese castillo te prometo que cuando acabe con Kartik liberaré a todas esas chicas. Aunque se lo pedí al segundo de Dreick por si ellos podían hacer algo, si no lo hago yo, lo hará.
Helian se apartó y se pasó una mano por el pelo que comenzaba a crecerle.
—Daría lo que fuera por verla, por decirle lo que no pude decirle antes de que desapareciera tan de repente. Me dijo una vez que le gustaba mi pelo largo, pero fui tan estúpido que me lo corté cuando ella desapareció. Si vuelve, me gustaría que me viese con el pelo como lo tenía antes y no sé, hacer que olvide el tiempo que ha pasado en ese lugar.
Anabella sonrió y le acarició la mejilla.
—Serás un gran consuelo para ella. Acabará aceptando lo que sientes, no lo dudes. Saca esa valentía que sacaste cuando me salvaste de aquel lobo para confesarle tus sentimientos.
—Gracias, Anabella.
—De nada —dijo ella apartándose para darle la espalda.
El dolor le laceraba por dentro, su corazón reclamaba a gritos que fuera detrás de Dreick, que lo detuviese y volver con él al castillo, pero su mente siempre se metía de por medio imponiéndole lógica y más dolor a su pobre corazón.
—La cabeza no manda en esto que te pasa, Anabella, déjate guiar por tu corazón.
—Si me guío por él, saldría corriendo tras él y no puedo. Mi misión ahora es evitar que ocurra una desgracia al otro lado del espejo.
—Pero solo te puedes manejar con la espada, no va a ser fácil entrar en ese castillo.
—Lo sé. Es mi deber para con mi familia, Helian. Necesito protegerlos y si puedo cruzar, hacerlo. Necesito olvidar a Dreick. Él es un príncipe y yo solo soy una chica que viene del otro lado con una madre cantante y un padre empresario. Alguien que aquel día, antes de traspasar el espejo por accidente, había comprado un precioso vestido que se iba a poner tras el regreso de su madre para celebrarlo —se cubrió el rostro—. ¡Los echo tanto de menos!
Helian se acercó a ella y posó una de sus manos en el hombro de la joven.
—Conseguirás pasar al otro lado, ya lo verás, solo espero que si lo haces, no te olvides de nosotros.
Anabella apartó las manos de su rostro y sonrió levemente.
—Jamás podré olvidaros, formáis parte de mi vida.
—Sé que no lo harás, ahora es mejor que entrenemos un poco más, lo necesitas.
Anabella asintió y ambos salieron portando una espada cada uno con la que se pusieron a practicar sin descanso hasta el anochecer.
Dreick iba hacia el castillo con la cabeza gacha, decaído. Seguía sin tener noticias de Anabella. Creyó verla junto al chico que entrenaba cuando llegó, pero enseguida desechó la idea.
Nitziel lo observaba fijamente y pensaba en todo lo que le había dicho Anabella en aquel cuartucho de armas. Él la había visto perfectamente y decidió que mientras Dreick hablaba con el dueño de la casa, él la buscó hasta encontrarla allí. Estaba bastante preocupado por su amigo, pero no había conseguido mucho.
No había conseguido convencerla de que volviese. Al parecer, está empeñada en acabar con Kartik cuando iba a ser imposible que una mujer pudiese con él cuando había estado raptando jóvenes de aquel pueblo.
—He confirmado las sospechas que tenía con respecto a las jóvenes de este lugar. Se las ha llevado tu hermano.
Dreick salió de su ensimismamiento y lo miró.
—¿Qué?
—Que he logrado confirmar que las jóvenes se las ha llevado tu hermano a su castillo.
—Maldita sea, mi hermano es cruel.
—Lo es, siempre lo ha sido.
—Debemos ir allí y salvar a esas chicas.
—Tenemos que idear un buen plan antes de hacer algo semejante. Tú aún no estás bien del todo. Necesitas recuperarte.
—Lo que necesito es encontrar a Anabella, no puedo dormir pensando en dónde podrá estar. No puedo descansar tranquilo sabiendo que está lejos de mí y de mi familia, que también sufren por ella.
—Lo sé, amigo. Aún así debes pensar en tus súbditos, esa chica te va a volver loco.
—Ya lo ha hecho. Maldita sea, que me cuelguen ahora mismo si no hago más que pensar en ella, en si estará bien o mal.
—Apuesto lo que sea a que está bien.
—Tú no puedes saberlo.
—Bueno, lo supongo, si no, ya habría vuelto. El bosque es peligroso para ella, así que llegó a algún sitio, sana y salva.
—Me da igual que esté bien, yo quiero tenerla junto a mí.
—Ten un poco de paciencia, Dreick, la chica está asustada después de lo que pasó. Volvamos al castillo y si quieres mañana sigues buscando.
Dreick asintió y se alejaron de allí para ir al castillo.