28. Verdades.
Silvana se encontraba en la biblioteca leyendo un libro esperando por Nitziel que le había prometido ir a dar un paseo a caballo por la zona segura del bosque. Tan concentrada se encontraba que no se percató de la presencia de Alina.
—Perdón, ¿molesto?
La voz de la joven sacó de su ensimismamiento a Silvana que la miró y algo en su interior se revolvió. Trató de sonreír.
—No, no molestas, adelante.
—Gracias —dijo la joven acercándose—. Quería decirle algo, si me lo permite.
—Habla —Silvana dejó el libro sobre su regazo y miró a la joven que se agachó para poder mirarla mejor.
—El otro día usted me vio dándole un abrazo a Nitziel y creo que no le gustó mucho. No quiero que usted piense mal de mí porque yo a él lo quiero como un hermano más. Nunca he podido verlo con otros ojos y mucho menos después de haber estado separados tanto tiempo. Si se hubiese quedado en mi casa, quizás con el tiempo podría haberme enamorado de él, pero en mi mente siempre lo vi como otro hermano más al que querer.
Silvana la miró sin saber muy bien qué decir sobre todo lo que le había confesado la joven Alina.
—¿De verdad que no sientes nada por él?
—Claro que no. Él cuidaba de mí como mismo hacían mis hermanos. No quiero que malinterprete los abrazos que le doy porque solo significan amor de hermanos, aunque no sea hermano de sangre. No quiero que se enfade conmigo por esos abrazos, es más, me gustaría ser su amiga como mismo es Anabella. Me gustaría gozar de su amistad porque se ve alegre y muy adorable. Por favor, señorita Silvana.
La joven princesa la miró unos instantes pensando en lo que le había dicho y si de verdad ella no sentía nada por Nitziel podría ser su amiga perfectamente así le contaría cosas sobre él de pequeño.
Silvana mostró una leve sonrisa y le tomó la mano a la joven.
—Me encantaría, ahora que conozco la verdad, quiero que seas mi amiga y me gustaría que me contaras cosas de Nitziel de cuando era pequeño.
—Por supuesto, estaré encantada de contarle todo lo que desee.
Silvana asintió y la invitó a sentarse a su lado para que le contara hasta que llegara Nitziel para ir a pasear.
Nitziel se dirigió a las caballerizas para preparar los caballos en los que Silvana y él irían a pasear por el bosque. Al llegar allí se encontró con Sen, el hermano de Alina con el que más relación tenía después de la joven.
Al entrar, el joven lo saludó con una sonrisa.
—¿Cómo estás? —preguntó Sen mientras cepillaba a uno de los caballos con delicadeza.
—Bien, pensaba ir a pasear con Silvana por el bosque.
—Siempre te gustaba estar en el bosque —recordó Sen con una leve sonrisa y, luego, su rostro cambió a desolación—. Si vieras como está el reino ahora no lo reconocerías.
—Yo ya no vivo allí, Sen, hace muchos años que olvidé ese lugar.
—Fue el lugar donde naciste y pasaste parte de tu infancia ¿cómo puedes olvidarlo?
—He tenido que hacerlo y, sinceramente, no sé si quiero recordarlo.
—Tu tío se ha vuelto un rey malvado, Nitziel.
—No quiero saberlo.
—Tu gente está pasando hambre por los impuestos abusivos que ha impuesto, ¿por qué crees que huimos nosotros? El hambre está matando a la gente.
—Yo no pertenezco a ese lugar como vosotros tampoco, tenéis que olvidarlo tal y como yo lo hice.
Sen negó con la cabeza.
—Tú no lo entiendes, Nitziel. Esa gente ha estado buscándote en secreto durante años, habían perdido la esperanza y mira lo que hacen las casualidades. Estás aquí. Tan cerca. Deberías reclamar lo que es tuyo.
Nitziel le dio la espalda para coger un asiento para colocarlo en su caballo.
—No, Sen. No voy a reclamar nada. El matar a mi padre me ha quitado todo derecho con respecto a la corona y no voy a ir a ese lugar nunca más.
—Tú no lo mataste, Nitziel. Alguien vio todo lo que ocurrió esa noche y tú no mataste a nuestro rey.
Al joven se le cayó el asiento y se giró.
—¿Qué? ¿Qué has dicho?
—Hay alguien que lo vio todo. Tú no fuiste. Debes creerme.
—¿Cómo sabes eso?
Sen se puso frente a él y se señaló a sí mismo.
—Yo fui quien lo vio, Nitziel.
Este retrocedió un paso.
—¿Qué hacías allí?
—Fui a buscarte porque te olvidaste una cosa en mi casa y entré por la entrada secreta que nos enseñaste cuando sentí ruido en el despacho del rey. Objetos cayendo al suelo. La puerta estaba entreabierta y me asomé lo justo para ver lo que ocurría dentro.
—¿Qué viste?
—Estabas allí, pero no eras tú, estabas como ido, ausente de lo que ocurría allí. Tu padre y tu tío discutían muy fuerte llegando incluso a las manos. Tú no reaccionabas, no te movías del sillón en el que estabas, entonces tu tío sacó una daga que llevaba oculta y se la clavó a tu padre en el pecho, justo sobre el corazón. Cuando el rey cayó, se acercó hasta ti, te puso la daga en la mano y te arrodilló frente a tu padre. Luego, casi como por arte de magia reaccionaste y al ver la sangre y la daga miraste a tu tío que enseguida gritó para que viniesen los guardias. Te asustaste y saliste corriendo, no me dio tiempo a apartarme y caí al suelo cuando abriste la puerta.
Nitziel se llevó las manos a la cabeza sin poder creer lo que estaba oyendo. Él solo recordaba el momento de ver la daga manchada de sangre en sus manos, de aquello que le contaba su amigo no recordaba nada. Cayó de rodillas.
—¿Yo no lo maté? —preguntó Nitziel con un hilo de voz— ¿De verdad que no lo maté?
Sen negó con la cabeza.
—No fuiste tú, Nitziel.
—No puede ser… no puede ser…
A su mente vinieron las imágenes que recordaba y pasaban ante sus ojos con una rapidez mareante mientras negaba con la cabeza.
—Nitziel, ¿estás bien?
—No fui yo, no fui…
De repente recordó algo a lo que no le había dado importancia hasta ese momento en que su amigo le contó todo. Su tío le había dado un vaso con un extraño líquido que él pensó que era algún zumo especial ya que sabía algo raro, pero no, aquel brebaje era lo que le había dejado ido y que no recordara nada de lo que sucedió aquella noche.
Algunas lágrimas escaparon de sus ojos y Sen preocupado corrió a buscar a alguien. Por el camino se encontró con Alina y se acercó corriendo a ella que sonreía abiertamente e iba a contarle que tenía una nueva amiga a su hermano.
—¡Alina! ¡Ve a pedir ayuda! ¡Rápido!
—¿Qué ocurre?
—Es Nitziel, le acabo de contar toda la verdad de la muerte de su padre y no es capaz de reaccionar con raciocinio.
—¿Le has contado todo?
—Tenía que hacerlo, pero ve corriendo, por favor.
La joven asintió y corrió al castillo con la preocupación reflejada en su rostro. Corrió a la biblioteca donde había dejado a Silvana y entró.
—Silvana, tienes que venir, rápido.
La joven princesa se incorporó y la miró sin entender.
—¿Qué ocurre?
—Se trata de Nitziel, ven, por favor.
—¿Qué le pasa?
—Es una historia un poco larga de contar, tenemos que ir, quizás tú puedas calmarlo.
Silvana asintió y ambas corrieron a las caballerizas donde encontraron a Sen tratando de hacer que Nitziel reaccionara. La princesa se acercó y tomó el rostro del chico.
—Nitziel, ¿qué ocurre? ¿Qué te pasa?
—No fui yo…
—¿De qué estás hablando?
—No maté a mi padre, no lo maté.
Silvana miró a los dos hermanos.
—¿Por qué está diciendo eso ahora? ¿Qué ha pasado?
—Yo vi lo que ocurrió esa noche —dijo Sen— y se lo conté todo. Él es inocente, cayó en la trampa de su tío.
La princesa volvió a mirar a Nitziel.
—Mi amor, reacciona, todos sabíamos que eras inocente, esto solo te ha confirmado la verdad. En tu corazón sabías que no eras el culpable. Por fin te puedes quitar esa carga de encima y ser feliz. Mírame, Nitziel.
Él levantó la mirada hacia ella y pareció reaccionar. Silvana le sonreía dulcemente acariciando sus mejillas empapadas.
—¿Silvana?
Ella le besó la mejilla.
—¿Cómo estás? —preguntó la joven.
—Yo… yo… no sé. Sen me contó todo y… de verdad que no sé cómo me siento.
—Eres inocente —dijo Alina—. Quisimos decírtelo, pero desapareciste de repente y nunca más supimos de ti, incluso mis hermanos te dieron por muerto.
Nitziel alzó la mirada hacia Sen y Alina.
—Siento haberos preocupado.
—No pasa nada, ahora sabes toda la verdad que creo que era lo que necesitabas.
—¿Vas a hacer algo? —preguntó Sen— No deberías dejar que el verdadero asesino esté cumpliendo un papel que no es el suyo.
Nitziel bajó la mirada.
—¿Y qué hago? ¿Ir allí como si nada y quitar el trono a mi tío? Es imposible, es muy listo, si fue capaz de drogarme y hacerme creer que yo maté a mi padre ¿qué crees que hará ahora?
—Debes reclamar lo que es tuyo por derecho, Nitziel, eres inocente, no tienes nada que esconder —dijo Silvana.
—Me apresarán desde que descubran quién soy —dijo el joven acariciando el rostro de la joven a la que amaba—. Me condenarían a muerte. No quiero que sufras algo así.
—Han pasado muchos años, no te reconocerían.
—Soy el vivo retrato de mi padre, Silvana. No puedo ocultar quien soy.
—Algo se nos ocurrirá, pero debes ir allí. Alina me contó la situación de tu reino —dijo Silvana—. Solo tú puedes poner orden allí. Yo te apoyaré. Vayamos a hablar con Dreick, él seguro que nos ayudará en esto.
La joven se levantó y le ofreció la mano para que se incorporara. Él se levantó y juntos se fueron al castillo.
—Siento haber fastidiado el paseo.
—Esto es más importante, no te preocupes.
Entraron al castillo y buscaron a Dreick por todas partes hasta que lo encontraron en la habitación de Anabella haciéndole compañía. El príncipe se preocupó al ver tan pálido a su amigo y se incorporó.
—¿Qué te ha pasado, Nitziel?
—Soy inocente, compañero —dijo el joven sonriendo levemente—. Yo no maté a mi padre.
Dreick parpadeó varias veces, confuso.
—¿Qué quieres decir?
—Esos hermanos que vinieron, que vivían en el reino de mi padre, el menor de ellos me contó todo lo que ocurrió esa noche. Yo no lo maté, mi tío me drogó y luego me hizo creer que fui yo el culpable.
—Entonces eres inocente —dijo Dreick sonriendo—. Te lo dije, amigo. Era imposible que mataras a tu padre.
—Debería ir a recuperar lo que le pertenece por derecho —dijo Silvana—, la situación allí no es la adecuada. Alina me contó todo y la razón por la que huyeron. Ese hombre no puede gobernar.
Dreick meditó unos instantes y asintió.
—La verdad que sí que deberías hacer algo por tu pueblo.
—Ya le dije a Silvana que me apresarán y me matarán, soy el vivo retrato de mi padre, no puedo ir allí como si nada.
—¿Y si vas encubierto? —preguntó Anabella desde la cama.
Todos la miraron sin comprender muy bien lo que quería decir.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Silvana.
—Ir no siendo él, siendo otra persona. Ir disfrazado.
—¿Cómo? —preguntó Dreick.
—Podría dejarse barba, eso ocultará buena parte de su rostro —dijo Anabella mirándolo fijamente— y luego podrías ponerte un parche en el ojo. Solo verán una pequeña porción de tu cara, nadie podría reconocerte.
—Pero no puede llegar allí y matarlo porque sí —dijo Dreick.
Todos se quedaron pensando y luego a Silvana se le ocurrió una idea.
—Puedes ir como emisario del rey con algún tratado.
—¿Qué tipo de tratado? No estamos en guerra con él, apenas tenemos trato con ese lugar, ¿qué podemos ofrecerles? —preguntó Dreick.
—Utilizaremos a Kartik. Le mandaremos un tratado de unión contra Kartik por el secuestro de jóvenes. Se le podría decir que podría ir allí y secuestrar a las chicas de ese lugar —dijo Anabella—. Si fue capaz de hacerlo en el poblado donde vive Helian, también podría ir allí ¿no creéis?
—Es una buena idea —dijo Silvana sonriendo.
—¿Creéis que será una buena idea? —preguntó Nitziel.
—Sí, es un buen plan —dijo Dreick—. Hablaremos con mi padre y cuando tú estés listo, te mandaremos allí con una pequeña guardia personal, no es bueno que vayas solo por si te descubren. La verdad que Anabella ha tenido una buena idea con respecto a dejarte crecer un poco la barba y ponerte un parche en un ojo.
—Entonces, vayamos a hablar con el rey para empezar cuanto antes con esto, no puedo dejar que esa gente esté gobernada por un asesino —dijo Nitziel sintiendo ya en su interior la furia de la venganza hacia su tío por el asesinato de su padre.
Dreick asintió y ambos salieron de la habitación de Anabella dejando a las chicas solas.
Silvana se acercó y se sentó junto a su amiga.
—¿Cómo te encuentras de la pierna?
—Un poco mejor, parece que sí que había algo roto y el reposo me está ayudando ¿y tú? ¿Qué tal estás?
—Bueno, hasta hace un rato pensaba que esa chica que vino, Alina, tenía intención de robarme el amor de Nitziel por el cariño que le tenía y por ser amiga de su infancia, pero vino a donde yo estaba y me contó que ella no lo veía como un hombre si no como un hermano más. Me sentí tremendamente aliviada. Ahora somos amigas.
—Que bien —dijo Anabella—. La verdad es que yo no la veía una rival para ti, las peleas entre tú y Nitziel ha conseguido un amor muy profundo.
—Tú no peleaste nunca con mi hermano y aún así os amáis mucho. ¿Qué haréis cuando regreses a tu casa?
Anabella bajó la mirada. Odiaba pensar en ese momento ya que cada vez estaba más enamorada de Dreick y la despedida sería mucho más dura cuanto más tiempo pasasen juntos.
—La verdad es que no lo sé, Silvana. Tengo miedo de ese momento y me va a costar mucho.
—Ojalá no te vayas nunca, pero no puedo ser egoísta porque tus padres te echarán mucho menos.
—Los extraño tanto, pero a la vez no quiero irme y perder al único chico que he amado, es el primero en todo, en el otro lado no era más que una joven que permanecía en un segundo plano por timidez. Mi madre es una cantante reconocidísima en mi mundo y muchas veces no he querido acompañarla porque no tengo el carisma que tiene ella. A mí me encantaría ser como ella, pero no puedo. Y aún así la echo mucho de menos al igual que mi padre.
Anabella se cubrió el rostro comenzando a llorar por la melancolía y su amiga la abrazó con cariño.
—No te preocupes, seguro que muy pronto los verás y les dirás lo mucho que los has echado de menos.
La joven la abrazó con fuerza.
—Gracias —dijo Anabella.
La joven apoyó la cabeza en el hombro de su amiga y se calmó después de haber derramado muchas lágrimas. Tenía un gran lío en la cabeza con respecto a sus padres y Dreick. No sabía cómo iba a actuar en el momento de la despedida. Ojalá las cosas fuesen más fáciles para ella.