22. El pasado vuelve.

 

Nitziel se reunió con su amigo Dreick en la biblioteca para contarle lo que ocurrió con su hermana en su ausencia. Necesitaba la aprobación de su amigo con el que tanto ha compartido y con el que tantas cosas ha vivido.

—¿Para qué querías verme? —preguntó Dreick mientras se servía un vaso de whisky— Me has tenido intrigado.

—Se trata de tu hermana Silvana.

—¿Qué pasa con ella?

—Anteayer mientras se producía la tormenta, yo estaba aquí bebiendo cuando ella apareció en busca de un libro para poder dormir porque se había desvelado. Yo me sentía mal al recordar mi pasado cuando ella apareció. Le di la razón al decir que yo era un salvaje porque había matado a mi padre y ella intentó convencerme de lo contrario porque se dio cuenta que fui yo quien la sacó del pozo y no tú. Después de eso, nos besamos.

Dreick frunció el ceño mientras dejaba la bebida sobre la mesita donde estaban las botellas.

—¿Os besasteis? Pero ¿no os odiabais?

—Yo pensaba que ella me odiaba, que fue la razón por la que no le conté nada sobre quién había sido su verdadero salvador. Ella se dio cuenta y dice que ahora no me ve como un salvaje. Le hablé de mi pasado y piensa lo mismo que tú.

—No logro entenderlo, mi hermana y tú… Siempre os habéis llevado tan mal y ahora de repente ocurre esto.

—Lo que ocurrió esa noche con ese beso fue especial y empiezo a sentir algo que no sentía antes, quería contártelo porque aparte de mi amigo, también eres su hermano y tienes derecho a saberlo. Necesito saber qué piensas.

Nitziel lo miró fijamente, esperando una respuesta.

Dreick dio un par de vueltas por la biblioteca sin decir nada y luego lo miró.

—Sigo sin entenderlo, pero si eso os hace feliz a ambos tenéis mi aprobación. Sé que no le harás daño.

—Solo quiero pedirte algo.

—Lo que sea.

—Si por casualidad ves que le hago daño, no dudes en encerrarme en la mazmorra más oscura de este castillo, no soportaría saber que le hago algo de lo que pueda arrepentirme. Ella es delicada y yo soy quien soy. No voy a negar mi pasado, por eso quiero que intervengas en cuanto veas que algo no va bien entre ella y yo. ¿Lo harás?

—No le vas a hacer nada.

—Promételo —insistió.

Las miradas de ambos se cruzaron y finalmente, Dreick asintió con convicción.

—Sabes que por mi hermana haré lo que sea. Te lo prometo.

—Gracias.

Ambos se dieron la mano para cerrar el trato y el joven príncipe sonrió.

—Esto hay que celebrarlo ¿no? Mi hermana y mi mejor amigo juntos.

Nitziel sonrió y asintió mientras Dreick servía dos vasos de abundante whisky que se tomaron entre risas.

Dreick apostaba que todo iba a salir a la perfección en aquella relación. Tendrían sus peleas por lo diferentes que eran, pero lo mejor de esas situaciones son las reconciliaciones.

 

Unos días más tarde, los cuatro hermanos de la cabaña del bosque se acercaron al castillo con las ilusiones puestas en sus futuros trabajos allí. Arion siguió las indicaciones que le dio Dreick antes de partir y al poco rato, los cuatro estaban dentro en un salón amplísimo.

No tuvieron que esperar mucho ya que al instante apareció Dreick acompañado del rey.

Rápidamente, los hermanos hicieron una reverencia a ambos. El príncipe sonrió y se les acercó dándoles una calurosa bienvenida.

—Me alegro mucho de veros —dijo sonriendo.

—Alina está completamente recuperada, gracias a vos y su bondad —dijo Sen.

—No tienes por qué darlas.

El rey se acercó.

—Mi hijo me ha contado vuestra situación y quise venir personalmente a daros la bienvenida

—Gracias su majestad, el honor es nuestro —dijo la joven haciendo una reverencia.

—Bien —dijo Dreick—, avisaré a uno de los criados para que os digan dónde están vuestras habitaciones y descanséis por hoy, mañana comenzaréis con vuestras tareas.

—Como usted mande —dijo Arion

—Esperad aquí, entonces —dijo Dreick saliendo de la sala con su padre.

Los hermanos esperaron dentro de la salita mientras Dreick buscaba a algún sirviente que los acompañara a las habitaciones que los cuatro hermanos iban a ocupar. Cuando encontró a uno, le indicó lo que tenía que hacer y este obedeció al instante.

Los hermanos siguieron al sirviente por los pasillos admirando todo lo que veían hasta que Alina reparó en alguien que venía de frente. Aquellos rasgos creyó reconocerlos en un rostro perdido hacía muchos años. Sin saber muy bien por qué se giró cuando pasó y dijo:

—¿Nitziel?

El joven se detuvo y se giró, confuso.

—¿Nos conocemos? —preguntó él.

Los hermanos de la joven también se giraron y vieron como Alina se acercaba al chico.

—¿No me recuerdas? —preguntó ella mirándolo fijamente— Han pasado muchos años.

Nitziel observó detenidamente a la chica y de repente vino a su mente la imagen de una niña de trenzas que lo seguía a todos lados para jugar.

—¿Alina?

Ella sonrió abiertamente y corrió a abrazarlo haciendo que casi se cayeran al suelo. Nitziel apenas pudo reaccionar. ¿Qué hacía ella allí?

—Me alegro tanto de volver a verte, pensé que jamás te encontraría de nuevo.

—¿Qué… qué haces aquí?

—Vengo a trabajar al castillo como doncella, mis hermanos van a las caballerizas. Tuvimos que abandonar nuestro pueblo. El rey ha subido demasiado los impuestos y hay gente pasando hambre.

Algo dentro de Nitziel se removió y se apartó un poco. Ella lo miró.

—Sabes que yo no tengo nada que ver con ese lugar. Yo… yo…

—Eso ahora no importa, volvemos a encontrarnos y no sabes lo que me alegra ver que estás vivo y bien.

Nitziel intentó sonreír.

—Debo marcharme, ya nos veremos.

Alina asintió con una resplandeciente sonrisa y vio a Nitziel alejarse. Luego volvió con sus hermanos para volver a seguir al sirviente que los miraba con cierto fastidio porque tenía cosas que hacer.

 

Nitziel debía reunirse con Dreick en la biblioteca y por el camino iba pensando en aquel encuentro que había tenido en el pasillo que daba a las habitaciones de los sirvientes.

Aquella chica que había conocido en su infancia estaba allí. Él que no querían ningún vínculo con su pasado y por allí aparecía esa joven.

Cuando llegó a la biblioteca miró a su amigo fijamente y este, casi como si le hubiese leído la mente, dijo:

—Vienen de las tierras de tu tío —dijo Dreick—, ¿verdad? Solo un rey como él podría ser tan tirano.

—Vienen de allí, la chica me reconoció.

—¿Te reconoció?

—Sí, jugábamos juntos cuando era pequeño y aún vivía en el castillo.

—Ya veo. Se pondría muy contenta ¿tú no te alegras?

—No quiero tener relación con mi pasado, Dreick. Que ella esté cerca me hará recordar todo lo que pasó y de verdad que no quiero volver a tener pesadillas.

—Necesitas enfrentarte al pasado. Si no lo haces, no podrás seguir adelante.

—Estoy bien como estoy, no tengo que recordar nada del pasado, no quiero.

—Nitziel, escúchate. No podrás hacerlo teniendo a esos hermanos por aquí, te lo recordarán continuamente.

El joven se acercó a la ventana para mirar fuera. Se negaba a pensar en el pasado, no quería revivir las pesadillas que lo habían asolado desde que abandonó el castillo.

—Quiero olvidarlo, Dreick. No quiero seguir recordando, ya no soy Nitziel, el príncipe; yo soy Nitziel —dijo y se giró para mirarlo—, tu segundo al mando.

—¿Estás seguro de esto?

—Muy seguro. No quiero recordar más. Quiero vivir este momento que estoy viviendo. Ahora soy feliz, no solo por estar aquí sino, también, por poder estar con tu hermana.

Dreick sonrió.

—La quieres mucho.

—Tantas discusiones parece ser que nos unió mucho.

—Me alegro. Se os ve muy bien juntos.

—Por eso mismo no quiero empañar esto por mi pasado, ella lo sabe, pero no hablamos del tema.

—Te comprende.

Nitziel asintió y mostró una leve sonrisa.

—Debemos hablar sobre otro tema relacionado con unas tierras del norte.

—Perfecto, pongámonos a ello, acomodémonos y tomemos algo.

El joven segundo asintió y se dirigió al aparador para servir dos vasos de bebida, luego ambos se sentaron en sendos sillones para hablar del tema.

 

Kartik había salido al jardín de su palacio porque necesitaba tomar aire. Su obsesión por la mujer del otro lado del espejo estaba incrementando haciéndole desear tenerla a su lado y no soltarla jamás. Lo que de verdad le molestaba era el hecho de que ese hombre, que supuso sería su esposo, estuviese tan cerca de ella.

Los celos le carcomían por dentro. Deseaba cruzar el espejo y matarlo para llevársela con él.

No dejaba de dar vueltas por el jardín cuando apareció Niseya con la cabeza baja y con una ligera palidez en su rostro.

—Señor —dijo ella casi en un susurro.

—¿Qué quieres? —preguntó Kartik bruscamente.

—La comida está lista para ser servida.

—Enseguida voy —la joven asintió y se giró. Aquel movimiento provocó que se mareara y se tambalease su cuerpo. No se encontraba nada bien y Kartik lo notó— ¿Se puede saber qué te pasa?

—Nada, señor, solo estoy un poco mareada.

—Entonces dile a otro sirviente que se encargue de la comida, no quiero que te desmayes sobre ella y me la estropees.

—Como usted ordene, señor.

La joven se dirigió al interior dejando a Kartik con oscuros pensamientos sobre la madre de Anabella.

Primero debía conseguir el diario de la joven. Podría extorsionarla con ello de alguna manera. Una sonrisa malvada apareció en su boca y sin dudarlo, volvió al interior del castillo para comer y luego pasar al otro lado en busca del apreciado diario de la Anabella.

Se sentó en el gran comedor a degustar de los platos que habían preparado para el almuerzo con cierta rapidez, no podía esperar el momento de tener algo tan valioso entre sus manos.

Una vez terminó, corrió hacia la habitación donde estaba el espejo y tras hacerse una pequeña herida en un dedo abrió el portal para poder atravesarlo. Antes de hacerlo miró hacia la habitación y al no ver a nadie, aprovechó para entrar y coger el diario que estaba sobre la mesilla de noche.

Con este en las manos se dispuso a volver lo más rápido posible y justo cuando traspasaba el umbral del espejo, la puerta de la habitación se abrió.

Alguien gritó y Kartik se vio obligado a cerrar el portal del espejo rápidamente. Miró hacia el cristal y vio a la madre de Anabella mirando el espejo y tocándolo con cara de susto. El joven se acercó y posó su mano justo donde estaba la de ella deseando que no hubiese un cristal de por medio.

Girándose se alejó del espejo.

 

Mientras tanto, la madre de Anabella observaba como loca aquel espejo que tenía su hija en la habitación. Al instante apareció su marido tras oír el grito.

—¿Qué ocurre?

La mujer lo miró.

—Acabo de ver a alguien cruzar el cristal de este espejo.

El hombre entró para acercarse a ella y alejarla.

—¿Qué dices? ¿Cómo va a traspasar alguien un espejo? Estás cansada de no dormir y seguro que te lo imaginaste.

—¡No! ¡Yo sé lo que vi! Si ese alguien pudo hacerlo, Anabella también podría haberlo hecho. Tú mismo dijiste que no había ventanas forzadas y no la sentiste salir. Seguro que ella traspasó ese espejo. Ella tiene que estar por ahí. Sí, eso es.

El padre de Anabella abrazó a su mujer y la alejó del espejo.

—Es imposible que alguien traspase un cristal sin romperlo, Cath.

—Entonces ¿dónde está mi hija? ¿Por qué no hay noticias de ella por ningún sitio? —preguntó ella comenzando a llorar amargamente— Yo vi a alguien entrar por ese espejo, tienes que creerme.

—Lo mejor será que descanses, anda, vayamos a nuestra habitación.

La mujer miró al interior de la habitación una vez más antes de que su marido la sacase de allí. Lo que había visto era real, no había sido ninguna invención suya y lo iba a demostrar en cuanto su marido se hubiese ido a trabajar. Iba a encontrar a su hija costase lo que costase.