15. Helada.

 

Pasaron algunos días en los que Anabella se recuperó lentamente ya que la pérdida de sangre había sido más de lo que se había pensado. Dreick apenas se apartaba de ella. Quizás merecía la pena pasar el mayor tiempo posible con ella.

Silvana los miraba con envidia ya que ella no había tenido una experiencia parecida antes.

Estaba sentada bajo un árbol observando los arrumacos que su hermano y Anabella se hacían cuando Nitziel se sentó a su lado.

—¿Envidia? —preguntó él.

Silvana se encogió de hombros y soltó un suspiro.

—Simplemente me alegro por ellos.

—Yo no creo lo mismo. En tu mirada se nota que quieres vivir algo parecido.

Ella se incorporó mirándolo.

—¿Acaso importa lo que yo deseé? A ti por lo menos no te importa, imbécil.

—¿Se puede saber qué te pasa? —preguntó Nitziel.

Ella no contestó y se alejó de allí. El joven se incorporó y la siguió, cuando se acercó lo suficiente, la agarró del brazo.

Silvana se negó a mirarlo e intentó soltarse.

—Déjame en paz.

—Hasta que no me digas que te pasa, no lo haré.

La joven finalmente giró su cara hacia él y lo miró.

—Me siento sola, nada más, ahora suéltame.

—¿Por qué dices eso?

—Porque es así. No tengo amigas con quien compartir confidencias, la única amiga que he hecho está ahora pegada a mi hermano mayor, el que tiene un amigo que va con él a todos lados. Incluso mi hermano pequeño tiene una amiga. Yo no tengo a nadie. ¿Te parecen suficientes argumentos?

—Pero no estás sola, Silvana.

Ella lo miró.

—¿No? ¿Acaso te vas a convertir en mi amigo? No, no te caigo tan bien como para eso —dijo ella mordazmente y se soltó—. Déjalo Nitziel.

Sin decir más, se alejó rápidamente dejando al chico un poco preocupado. Era verdad que no le caía bien del todo, pero no era mala chica e incluso le daba un poco de pena.

 

Silvana caminaba deprisa, intentando mantener una postura de altivez para disimular hasta que llegó a la parte trasera del castillo, allí dejó de ser la que había estado siendo hacia unos minutos y su ánimo decayó.

—A nadie le interesa mi vida —dijo lastimeramente—, seguro que si desaparezco, no se percatarían de nada—. La joven comenzó a caminar sin mirar muy bien por donde iba y no se dio cuenta de unos tablones que había ocultos por la hierba, que al pisarlos, se quebraron y Silvana cayó a un profundo pozo— ¡Ah! —gritó la joven— ¡Socorro!

La joven se agarró a las piedras para intentar subir, desesperada, ya que la altura del agua era demasiado para su cuerpo tan pequeño. Estaba muy oscuro y frío. Al intentar escalar, sus manos resbalaban con las piedras mojadas y volvía a caer al agua, haciéndose daño.

Sus manos y brazos estaban llenos de arañazos tras intentar varias veces subir sin éxito.

—¡Que alguien me ayude! —gritó al exterior, pero nadie podía oírla. Nadie se acercaba a ese lugar. Silvana comenzó a llorar mirando hacia arriba dándose cuenta de que comenzaba a anochecer, intentando mantenerse a flote— ¡Dreick! —llamaba a su hermano con la esperanza de que ocurriese lo mismo como cuando Kartik la encerró en la mazmorra.

Volvió a intentar subir, pero por el frío tenía las manos heladas y apenas las sentía. Las lágrimas escapaban sin control pensando que moriría ahogada por aquellas aguas sin que nadie se diese cuenta de su ausencia. Todo su cuerpo temblaba de frío. Debía mantenerse a flote, pero las fuerzas comenzaban a fallarle.

 

Nitziel recorría el jardín buscando a Silvana que no había vuelto al castillo y por los custodios sabía que no había salido hacia el bosque por lo que debía de estar en algún lugar del jardín.

Acababa de llegar al jardín trasero cuando oyó un grito que lo puso en alerta.

—¡Dreick!

Aquella era la voz de Silvana, pero ¿dónde estaba?

—¡Silvana! —gritó Nitziel esperando una respuesta que no llegaba.

Recorrió el jardín buscándola y no había rastro de ella. Giró sobre sí mismo un par de veces, hasta que vio a unos cuantos metros un agujero que destacaba a pesar de que comenzaba a oscurecer.

Nitziel se acercó corriendo y tras agacharse, miró al interior.

—¿Silvana? ¿Estás ahí?

Pero nadie le contestó. Intentó enfocar la mirada buscando algo y los primeros rayos de la luna le hicieron ver la enorme tela de una falda y un cuerpo que se estaba hundiendo. Era Silvana, que al parecer, había perdido el conocimiento y se estaba ahogando.

Sin pensar en nada que no fuera salvar a Silvana, se incorporó y gritó con todas sus fuerzas hacia el castillo para ver si alguien lo oía, no podía alejarse de allí. Tras varios intentos, alguien se asomó a una de las ventanas alertado por los gritos. Era una doncella.

—¿Sucede algo, mi señor?

—Avisa de que la señorita Silvana está en el pozo, que traigan una cuerda, ¡rápido!

La joven lanzó un grito de espanto y corrió sin demora a cumplir la orden.

Nitziel no podía esperar, ya que si no Silvana se ahogaría por lo que se lanzó al interior del pozo para intentar mantenerla a flote. Una vez abajo, incorporó a la joven que estaba inconsciente y fría como un témpano de hielo.

—Eh —le dijo dándole unas suaves palmadas en el rostro—, Silvana, despierta.

Pero la joven no contestaba y eso le preocupó aún más.

Tras esperar varios minutos, se oyó el ruido de gente acercándose.

—¿Nitziel? ¿Silvana? —preguntó Dreick.

—Aquí abajo, amigo, lanza una cuerda, tu hermana está inconsciente.

—¡Oh Dios mío! —exclamó Anabella— ¡Sácalos de ahí, Dreick!

Nitziel miró hacia arriba y vio cómo cayó una cuerda gruesa muy fuerte.

—Ataos con ella que os ayudo a subir —dijo el joven príncipe.

El otro obedeció y tras pegar a Silvana contra sí, los ató a ambos procurando mantenerla bien sujeta.

—¡Ya estoy!

—De acuerdo, voy a comenzar a tirar, mira a ver si puedes apoyar los pies en la pared del pozo.

—Déjame ayudarte, Dreick —dijo Anabella.

—No, tu aún estás herida, mejor ve a buscar ayuda al castillo, por favor. ¡De acuerdo! ¡Estoy listo! Voy a contar hasta tres y tiraré ¿entendido? —preguntó a Nitziel mientras Anabella corría al interior del castillo.

—¡Vale!

—¡Uno, dos y tres! —tras esto, comenzó a tirar de la cuerda— ¡Vamos, Nitziel!

El joven apoyó los pies en la pared del pozo y se agarró a la cuerda, preocupado por el estado de Silvana. Lo mejor era no pensar en eso sino en salir de allí cuanto antes.

Al momento se oyó un enorme alboroto que se acercaba rápidamente. Eran los reyes y varios lacayos que corrieron a ayudar al príncipe.

—¿Mi hija está bien? —preguntó la reina, preocupada.

—¡Está inconsciente, su Majestad! —exclamó Nitziel con esfuerzo, ya que el frío estaba comenzando a hacer mella en él y aún quedaba un buen trecho para llegar arriba.

—¡Oh Dios mío! —se lamentó la mujer abrazándose a Anabella.

El rey también se sumó a tirar de la cuerda junto con su hijo y los lacayos y, tras varios minutos de desaliento, una mano de Nitziel se agarró a la hierba de alrededor del pozo. Dreick lo ayudó a terminar de subir y luego tomó a su hermana, desatándola del chico.

—Está helada —dijo Dreick.

—El agua estaba muy fría —dijo Nitziel temblando de frío.

La reina y Anabella se acercaron a los hermanos.

—Está sufriendo hipotermia —dijo Anabella—, hay que llevarla dentro y darle calor.

Dreick cogió a su hermana en brazos y corrió al castillo, seguido del resto. Una vez en el interior, la llevó a su habitación.

—Debemos quitarle la ropa mojada y ponerle algo caliente. ¡Que alguien avive el fuego de la chimenea! —Exclamó la reina— Anabella y yo nos hacemos cargo —dijo a los hombres, por lo que Dreick depositó a su hermana sobre la colcha y salió para llevar a su amigo a un lugar caliente a que se le pasase el frío.

Entre las dos mujeres le quitaron la ropa mojada y le pusieron un camisón para luego meterla bajo las mantas. Silvana estaba muy pálida y sus labios tenían un tono ligeramente azulado. El fuego de la chimenea caldeaba la habitación.

—Se pondrá bien ¿verdad? —preguntó Anabella.

—Esperemos que sí, sólo necesita entrar en calor para recuperarse.

—Eso espero.

Ambas se sentaron junto a la joven, esperando alguna mejoría.

 

Nitziel se sentó delante de la chimenea en el gran salón con una manta sobre los hombros después de haberse quitado la camisa empapada. El pantalón también se lo había quitado y se había puesto uno que le trajo un lacayo de su amigo. Temblaba considerablemente.

Dreick daba vueltas por el salón con el semblante preocupado. El rey también estaba con ellos.

—¿Cómo acabó mi hija en ese pozo? —preguntó el rey.

—La verdad es que no lo sé, su Majestad. Yo estuve hablando con ella por la tarde y luego se alejó, pensé que se metería en el castillo, pero me equivoqué. Se fue a la trasera y cayó en el pozo.

—Si no llegas a pasar por allí, a lo mejor hubiese muerto congelada —dijo Dreick—. Te agradezco que te metieras para salvarla, amigo.

—Era mi deber.

—Todos te estamos agradecidos, muchacho —dijo el rey solemnemente— iré a ver cómo está.

El rey salió del salón y ambos amigos se quedaron solos. Nitziel observaba el fuego fijamente.

—¿Le dijiste algo esta tarde?

—No, simplemente vi que os observaba a ti y a Anabella y le pregunté si sentía envidia. Su mirada era muy triste. No le pregunté con maldad. Pero me respondió un poco a la defensiva, me dijo que se sentía sola, que nadie estaba con ella. Me sorprendió que dijera algo así.

—¿Te dijo eso?

Nitziel asintió y miró a su amigo.

—Estaba muy triste, se alejó de mí fingiendo altivez y luego la perdí de vista. Como bien dije, pensé que se había metido en el castillo y no era así —se levantó y miró a su amigo—. Por los astros, pensé que estaba muerta. Apenas respiraba y estaba tan fría.

—Por suerte no era así, Nitziel, así que no hay de qué preocuparse.

—Quizás no hubiese pasado nada de esto si al menos alguien hubiese estado con ella como amigo.

—No te mortifiques. Lo importante ahora es que se recupere y tú también. Aún no has entrado en calor así que vuelve junto al fuego. Si quieres, luego vamos a ver cómo está.

Nitziel asintió y volvió a sentarse frente al fuego. Cuando pareció que entraba en calor se relajó un poco y entonces Dreick salió de allí para ir a ver a su hermana dejando a su amigo solo con sus pensamientos confusos.

Después de mucho tiempo allí, decidió subir a ver cómo estaba Silvana. Una vez frente a la puerta de la habitación tocó despacio. Desde el interior le dieron paso y, tras abrir, se topó con Anabella sentada junto a la joven que estaba cubierta de mantas para que entrara en calor.

—¿Cómo está?

—Aún no ha despertado, pero tiembla mucho y aún está helada.

Nitziel se acercó y miró a la joven que estaba pálida y el labio inferior le temblaba del frío.

A Anabella se le cerraban los ojos del cansancio. Aún no estaba recuperada del todo y no sería bueno que se quedara con Silvana, toda la noche en vela.

—Deberías ir a descansar, yo me quedo con ella.

—No quiero dejarla sola. Dreick me contó lo que le dijiste. No pensé que se sintiera tan abandonada.

—Ella lo entiende, estás enamorada de su hermano. No te preocupes por nada y ve a descansar, lo necesitas.

—Pero…

—Insisto.

La joven no replicó más y se levantó para salir. Cuando abría la puerta, se volvió hacia Nitziel.

—Si ocurre algo, no dudes en avisar.

El joven asintió y ella salió de allí dejándolo solo con Silvana. Este se acercó a la chimenea y echó un par de troncos para avivar el fuego y calentar la habitación. Se incorporó y se acercó a la cama una vez más para luego sentarse junto a ella.

Se sentía un poco culpable por conocer la triste realidad de Silvana. Se sentía sola y no tenía ningún apoyo.

—Seguro que pensaste que nadie iría en tu ayuda ¿verdad? Siento mucho cómo te has sentido, quizás podía haberme llevado mejor contigo y esto no habría pasado. Si te recuperas, prometo no molestarte con estupideces e intentaré ser un amigo.

Le tocó la mejilla pálida y helada. Sin pensar muy bien lo que hacía, se recostó al lado de la joven apartando las mantas por un momento y luego, tras abrazarla con fuerza, los cubrió. Pretendía darle más calor del que pensaba que le daban las mantas y el cobertor.

Con el paso del tiempo, el joven comenzó a sentirse cansado y se quedó dormido con ella entre sus brazos.